Edición 34Ética

Breve y sencilla guía para el desarrollo de la malla curricular de ética en los colegios

Hablar de la ética es hablar de las personas, de los seres humanos. Cuando hablamos de ética no hablamos de nada distinto. No hablamos de objetos o de cosas, ni mucho menos de dinero. No hablamos de nada que se pueda comprar o vender. Hablamos de nosotros. De las cosas que nos hacen ser lo que somos y que se educan.

Poco a poco, cuando hablamos de ética hablamos de las personas que habitamos este planeta. ¿Y para qué y por qué? Bueno porque es importante saber de nosotros, cómo nos comportamos, cómo nos relacionamos con las otras personas, por qué hay hábitos que nos convienen más, cuándo podemos tener la razón y cuándo estamos equivocados. Pensar en esas cosas. En esas cosas que vienen de adentro de nosotros y que nos comunican con los que nos rodean, que nos ayudan a vivir en paz, esas cosas que no vemos pero que están ahí, que sabemos que existen, de eso se trata la ética.

Claro, esas cosas de la ética, no son como las cosas que hay en el mundo. Como un paraguas o una silla o una licuadora. No. Las cosas de la ética son otro tipo de cosas. Son las cosas que existen no como existen las cosas del mundo. Las cosas de la ética existen porque son valiosas en sí mismas y no dejan de existir porque se desgasten al usarlas. En sí mismas quiere decir que valen ellas solitas sin pensar en otras. Si a un paraguas, por ejemplo, se le rompe la tela que lo hace paraguas, o a una silla se le dañan sus patas, o a la licuadora se le quema el motor, esas cosas ya no sirven, pierden su función. Con las cosas de la ética no pasa lo mismo, porque su valor no depende de que sirvan o de que cumplan su función. Una persona pobre o enferma o vieja, o sin educación, es tan digna como una persona sana, rica, joven o muy educada. Es, por encima de todo, una persona. Y solo por el hecho de ser una persona tiene dignidad. No olvidemos que eso se dice pronto, pero a la humanidad le costó siglos llegar a esa sencilla frase. Siglos y mucho dolor, mucha sangre. Es por eso que las cosas de la ética no ocupan un espacio. Y si no ocupan un espacio no las afecta la ley de la gravedad. Por eso no caen como las otras cosas. Pero existen.

Breve y sencilla guía para el desarrollo de la malla curricular de ética en los colegios

La ética es, pues, una conversación. Una conversación con nosotros mismos y con los demás. Y esa conversación se va agrandando a medida que vamos creciendo y empezamos a valernos cada vez más por nosotros mismos. Valernos por nosotros mismos no significa que dejamos de necesitar a los otros, claro que no. Significa que damos respuesta por lo que vamos haciendo o dejando de hacer. Y dar respuesta significa ser responsable. Y como los colegios se parecen al mundo grande, al que está afuera del mundo del colegio, es bonito que hagamos el ejercicio de saber quiénes somos, qué tenemos por dentro, qué nos hace ser como somos y qué nos une con los compañeros a pesar de que seamos muy distintos los unos con los otros.

La ética entonces tiene el poder de los espejos. Nos vemos reflejados en ella cuando hacemos cosas y cuando decimos cosas. Pero no es un espejo como el de las peluquerías o los que hay en las casas, sino un espejo que está por dentro de nosotros y que cada uno tiene en su mente y en su corazón. A veces se empaña un poco, a veces no sabemos dónde está y se nos pierde un tiempito, a veces no lo encontramos, pero siempre está ahí, dentro de nosotros. Y cada uno lo va descubriendo poco a poco y a medida que lo descubre le ayuda a vivir, a ser feliz, a saber quién es.

PARA LOS NIÑOS Y NIÑAS

La vida no viene sola. Viene con los amigos, con los compañeros y con los otros. Nadie, por más que lo quisiera, podría estar solo. Y si insiste mucho en estarlo, no lo estará por mucho tiempo. Por eso es que la ética es tan importante: porque nos ayuda a acercarnos a las otras personas y ayuda a las otras personas a acercarse a nosotros. Y nos ayuda a acercarnos por una razón que salta a la vista: los seres humanos no somos iguales. A pesar de que tenemos cuerpos parecidos, en realidad somos muy distintos los unos de los otros. No solo porque haya unos bajitos y otros altos, o unos gorditos y otros flaquitos, o unos blanquitos y otros morenitos, y así. No es solamente eso. Eso es lo que se ve, lo que salta a la vista. Lo que nos hace diferentes no son solo las pequeñas diferencias que nuestros cuerpos tienen.

Lo que nos hace diferentes es que todos pensamos y sentimos diferente, todos vemos las cosas de la vida de una manera, desde nuestros propios ojos. Todos tenemos una mirada propia que es única y por tanto valiosa, y debemos respetarla y guardarla como un tesoro. Como la mirada de los otros. Los otros, como nosotros, deben respetar y atesorar sus propias miradas. Eso significa que todas las miradas del mundo son valiosas pero son diferentes. Tal vez por eso es que son valiosas.

Y ¿cómo hacemos para que las miradas no se suban unas encimas de las otras, no se crean unas mejores que las otras; cómo hacemos para que ninguna mirada domine por la fuerza a las otras?

Hay una pequeña historia escolar que nos puede ayudar a responder esas preguntas. En una clase de matemáticas, el maestro le pregunta a su pequeña alumna de seis años lo siguiente: ¿Si yo tengo cinco naranjas y somos diez personas qué tengo que hacer para que alcance para todos? La niña responde sin pensar: jugo.

Bueno pues la ética es eso: un jugo. Un jugo que alcance para todos.

La moral son las primeras costumbres y hábitos de conducta que aprendes cuando eres niño, en tu casa, en tu morada

Breve y sencilla guía para el desarrollo de la malla curricular de ética en los colegios

PARA LOS ADOLESCENTES

Alguien definió alguna vez al hombre como el único animal capaz de hacer promesas. Y es verdad. Somos los seres humanos los únicos seres vivos capaces de prometer. De prometer cosas que cumplimos con el tiempo, o que podemos no cumplir. Y muchas veces pudiendo cumplirlas, no lo hacemos. Por lo que sea. A veces por las circunstancias que jugaron en contra de nuestra voluntad, o a veces por nuestra propia decisión. Prometo amarte toda la vida. Prometo no comer más helados. Prometo no volver a fumar, prometo no pelear con mi hermano o con mi mamá. Prometo, prometo…

¿Qué tiene que ver eso con la ética? El asunto, como ven, es complejo. Veamos.

La ética se confunde con un pariente cercano que tiene y que se llama la moral. La moral nace de un verbo un poquito en desuso: morar. Y morar significa habitar, vivir en un lugar. De ahí se desprende la moral. Y ¿qué es la moral? La moral son las primeras costumbres y hábitos de conducta que aprendes cuando eres niño, en tu casa, en tu morada. Los primeros que te hablan de esas cosas de la ética son tus padres. Y muchas de esas cosas que aprendiste en tu hogar te acompañarán toda la vida. Otras las irás aprendiendo a lo largo de la vida y, especialmente, en tu colegio. Es por eso, que siendo distintas, a veces la moral y la ética, coinciden. Y es por eso que es muy importante que te enseñen ética. No solo moral.

Pero volvamos a las promesas. En eso podrían coincidir la moral y la ética. Porque las dos se preocupan por no dañar a nadie, por no lastimar a nadie. Y ¿qué pasa si eso sucede? Pues que la persona éticamente educada será capaz de reconocer su error si así lo cree. Y quien reconoce un error cometido por las razones que sea, está en el camino de reparar la confianza que la otra persona ha perdido. Reconocer los errores es una forma de crecer personalmente. Pero más que es eso, significa aprender que no somos perfectos y que puedo distinguir claramente que hay dolores más fuertes que los dolores del cuerpo, son los dolores morales. La falta de justicia de una acción cualquiera, por más individual que sea, afecta la conciencia ética de todo el conjunto de las demás personas, es decir, de la sociedad.

Podría decirse que hay unos principios morales individuales aprendidos desde muy temprana edad, y hay unos valores éticos que voy construyendo a medida que me voy integrando a una sociedad. En muchas ocasiones coincidirán, quizás en otras no. Lo cierto es que ahora, con los tiempos que corren de devastación y confusión, han quedado entre signos de interrogación muchas de las racionalidades que nos gobiernan: la económica, por ejemplo. No parece que sea tan cierto y tan sano moralmente, que siempre debemos sacar el máximo provecho a toda costa. No. La racionalidad individual es otro buen ejemplo. Tampoco parece que sea tan cierto que la razón, entendida esta como la expresión de nuestro entendimiento, sea el único criterio para entender la relaciones con los otros o con el mundo. Y así. Y no parece tampoco que nos quede mucho tiempo para evitar el colapso del planeta si es que aún nos queda tiempo. Mientras esto sucede, la escuela insiste en enseñar y enseñar saberes desconectados de lo que verdaderamente es apremiante: corregir integralmente el rumbo que llevamos como civilización. Sin mesianismos fútiles, sin dramatismos exagerados.

Sea de una u otra manera, un virus microscópico, que ahora al parecer desapareció, volvió a hacernos pensar en nosotros, en todos, y no solamente en los hipertrofiados yos de los tiempos que corren. El bien común y la justicia social se volvieron otra vez preocupaciones éticas inaplazables, un reto, y un destino. Pero hay señales que nos llevan a pensar que no aprendimos nada. RM

Juan Carlos Bayona Vargas

Ha dedicado su vida a la educación. Y a pesar de que ha sido el rector de colegios tan importantes como el Gimnasio Moderno, Colegio Cafam, el Gimnasio Los Pinos entre otros, se define simplemente como un maestro de escuela. Dueño de una vasta experiencia en el sector, sus artículos sobre educación han aparecido en distintos medios de Colombia, a publicado cuatro libros de poesía y actualmente dirige el Gimnasio de los Llanos en Yopal, Casanare, Orinoquia colombiana.

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