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Educar para un Mundo Sostenible

El artículo sostiene que la educación es una de las claves para reducir la pobreza y las desigualdades, y para movilizar a las personas a llevar una vida más saludable y sostenible; fundamental, para el respeto de los derechos humanos y la creación de sociedades más pacíficas. Para que la EDS sea efectiva, debe abordarse de manera holística e integrar los principios del desarrollo sostenible en todos los niveles y etapas del sistema educativo; lo que significa que los y las estudiantes deben aprender sobre los desafíos ambientales y sociales del mundo actual, desarrollar habilidades para tomar decisiones sostenibles y participar en acciones que promuevan un futuro sostenible. Finalmente, el artículo presenta algunas recomendaciones para la implementación de la EDS en los sistemas educativos, entre las que se encuentran: la incorporación de la EDS en los currículos y planes de estudio, la formación de los y las docentes en EDS, la creación de un ambiente de aprendizaje sostenible en las escuelas, y la promoción de la participación de los y las estudiantes en actividades de EDS.

“La educación es una de las claves para reducir la pobreza y las desigualdades, y para movilizar a las personas a llevar una vida más saludable y sostenible:”

Como educador/a: ¿cuál sería su reacción al saber que lo que hagamos en esta década y en las dos próximas definirá nuestro futuro en este siglo e, incluso, en este milenio? La Tierra pasó de 2.5 mil millones de habitantes en 1950, a casi 8 mil millones de personas en 2022, quienes demandan más recursos, alimentos y agua. La huella ecológica actual de los seres humanos requiere 1.6 planetas Tierra, para sustentarnos y absorber los residuos generados anualmente. Para 2050, utilizaremos los recursos del planeta cuatro veces más rápido de lo que podremos reabastecerlos.

¿Qué pensaría un/a profesor/a al descubrir que, hoy en día, con el calentamiento global, 1 millón de especies están en riesgo y que los cambios climáticos ya crean olas migratorias humanas? Y, ¿que 9 millones de personas mueren cada año por causas ambientales, como la contaminación? Para 2070, un tercio de la población mundial vivirá en áreas inadecuadas para la vida humana.

Hay dos conclusiones que saltan a la vista. En primer lugar, la certeza de que entregaremos a nuestros hijos un planeta enfermo, agotado y, en muchos aspectos, inadecuado para la vida. En segundo lugar, la necesidad de reconocer que es urgente hacer algo ahora, de manera individual y colectiva, y que todos los caminos de esperanza, pasan por la educación.

Y ahí es en donde está el problema. Con todo el avance tecnológico y científico, con todas las redes de información y la multiplicación de las capacidades humanas, todavía no hemos sido capaces de convertir la escuela en un entorno de transformación, para revertir una cultura individualista y explotadora. Y lo peor es que no parece que estemos yendo en la dirección correcta.

Un estudio global recientemente realizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) mostró que solo la mitad de los currículos nacionales menciona al cambio climático, como el desafío más inminente y amenazador del mundo actual. Al abordar este tema, lo hacen de manera superficial. Solo uno de cada cinco programas escolares pone énfasis en la biodiversidad. Los datos también muestran que solo el 40% de los y las profesores/as encuestados/as se siente seguro/a para enseñar sobre la gravedad de la emergencia climática, y solo un tercio se considera capaz de explicar los efectos del cambio en las temperaturas promedio, en la región o en la localidad donde vive y trabaja.

La discusión ya ha salido del ámbito pedagógico y ha escalado a la gobernanza de los países. Fue tema de las recientes Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP) y, sin duda, marcará los esfuerzos de todos y todas en los próximos años. “La crisis climática ya no es una amenaza en un futuro lejano, sino una realidad global. No hay solución sin educación. Cada estudiante debe comprender los cambios climáticos y tener la autonomía para ser parte de la solución, y cada profesor/a debe tener conocimiento para enseñar al respecto. Los Estados deben movilizarse”, indicó la directora general de la Unesco, Audrey Azoulay.

El movimiento internacional más fuerte en esta dirección ocurrió en 2021. Durante la Conferencia Mundial Virtual, llevada a cabo del 17 al 19 de mayo, más de 80 representantes de los países participantes se comprometieron a tomar medidas concretas en la transformación del aprendizaje, para la supervivencia de nuestro planeta. Se firmó la Declaración de Berlín sobre educación para el desarrollo sostenible.

La Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS) tiene un aspecto pragmático y urgente, al señalar los caminos para que la educación, con este enfoque, se convierta en una parte efectiva de los planes de estudio en los próximos tres años. Es necesario trabajar, por ejemplo, en la formación de los y las profesores/as, que no están preparados/as para este trabajo. Del mismo modo, el objetivo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) es fomentar la discusión sobre los efectos del cambio climático en los países que emiten la mayoría de los llamados “gases de efecto invernadero”; hoy en día, los países más comprometidos son, precisamente, los que sufren las consecuencias, ejemplo de ello, es la sequía en el África central.

“Al asumir el compromiso de cambiar los planes de estudio y otorgarle centralidad a la EDS, bajo la mirada de 10 mil espectadores, los países se comprometieron a promover medidas concretas para transformar el aprendizaje para la supervivencia del planeta.”

Aunque el cambio climático es el ejemplo más agudo, de ninguna manera representa todos los desafíos que la humanidad enfrenta en este campo. El tema de la sostenibilidad es un amplio concepto que abarca temas económicos —como los métodos de producción—, temas sociales —como la creciente desigualdad—, y temas políticos —como la participación democrática—. Por lo tanto, al asumir el compromiso de cambiar los planes de estudio y otorgarle centralidad a la EDS, bajo la mirada de 10 mil espectadores, los países se comprometieron a promover medidas concretas para transformar el aprendizaje para la supervivencia del planeta. Entre las medidas, se incluyeron: el enfoque en las habilidades de colaboración, la construcción de resiliencia y la resolución de problemas. Durante el evento de firma del acuerdo, 18 países de la Unión Europea presentaron sus propuestas para cumplir con los compromisos establecidos.

Para avanzar en la discusión y comprender la importancia del concepto de la Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS), tal como se presenta en la Declaración de Berlín, es necesario observar lo que ha ocurrido hasta ahora.

La idea de un enfoque de desarrollo sostenible se remonta a la década de 1970, pero cobra relevancia en la Cumbre de la Tierra celebrada en Brasil en enero de 1992, conocida como Rio 92. En ese momento, los gobiernos de más de 170 países llegaron a un acuerdo sobre la necesidad del desarrollo sostenible como principio rector de su crecimiento económico.

Desde la Rio 92, casi siempre por iniciativa de la ONU —que tiene en la Unesco su agencia para la Educación, la Ciencia y la Cultura—, se han llevado a cabo diversas conferencias, plasmadas en documentos internacionales firmados entre los países y dadas a conocer como “declaraciones”, “tratados” u otras denominaciones similares. Así es como gira la rueda en el mundo de la diplomacia multilateral.

En 2002, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el Decenio de las Naciones Unidas de la Educación para el Desarrollo Sostenible, que se desarrolló de 2005 a 2014 y ayudó a la consolidación del concepto de la EDS. Más allá de las ideas prevalecientes, fue evidente que la búsqueda de la sostenibilidad no se trataba de una acción individual y localizada de individuos/as, sino que, se refería a un conjunto de transformaciones, que solo se completaría con cambios estructurales y de manera integrada, al afectar a personas, grupos, comunidades, empresas, industrias, escuelas, gobiernos, naciones y a todas las fuerzas de la sociedad.

Se estaba allanando el camino para la difusión del concepto de la EDS. Fue así como en 2015, 193 naciones se comprometieron con el desarrollo sostenible al ratificar los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) —también identificados como la Agenda 2030—, que sucedieron a los 8 Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), que estuvieron en vigor entre 2000 y 2014.

Siempre es importante recordar la meta 4.7 del ODS 4, dedicado a la educación. El texto establece: “De aquí a 2030, garantizar que todos/as los/as estudiantes adquieran los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible, entre otras cosas mediante la educación para el desarrollo sostenible y los estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial y la valoración de la diversidad cultural y la contribución de la cultura al desarrollo sostenible”.

Por lo tanto, cuando se habla de EDS, se debe tener en cuenta que el concepto abarca un conjunto de tendencias, acciones y propuestas como la educación ambiental y la responsabilidad social, entre otras. La Unesco define la EDS como aquella que aborda el contenido y los resultados, la pedagogía y el entorno de aprendizaje. “La EDS es mucho más que enseñar sobre el desarrollo sostenible. También es practicar”, sostiene un documento de la Unesco, sobre la implementación de las prácticas.

“La concepción trabajada por la Unesco coincide con la perspectiva de la ciudadanía local y global, a través de la cual, los y las estudiantes comprenden sus derechos y responsabilidades para construir un mundo mejor para todos y todas. Esto debe incluir necesariamente el compromiso con la justicia social, la sostenibilidad ambiental y los derechos humanos”, explica Mariana Alcalay, oficial de proyectos de la representación de la Unesco en Brasil.

Por lo tanto, la EDS implica, por ejemplo, promover entornos de aprendizaje sostenibles como campus ecológicos, construir instalaciones más sostenibles y establecer criterios de gobernanza internacionales, en los que los principios de sostenibilidad estén presentes. En el ejercicio de la gestión escolar, como explica Mariana, esto se traduce en esfuerzos para evitar el desperdicio de agua, energía, alimentos, materiales y equipos, así como, en la creación y mantenimiento de estructuras de convivencia social destinadas a permitir una mayor participación y compromiso de la comunidad escolar, en los destinos de la escuela —como el consejo escolar, el gremio estudiantil y la Comisión de Medio Ambiente y Calidad de Vida (Com-Vida)—. “Y, en relación al espacio físico, la escuela sostenible debe tratar su espacio de manera coherente e integrada con los objetivos de la sostenibilidad”, señala.

“Se trata de un movimiento global de gran importancia y gran impacto, ya que el mundo productivo comienza a reorganizarse en torno al desarrollo sostenible.”

Un aspecto esencial es la participación en la comunidad, destaca la oficial de proyectos de la Unesco. “Docentes y estudiantes deben reconocerse como integrantes de un colectivo, al comprender que somos interdependientes en el movimiento mundial por la preservación de la vida en el planeta. Los y las docentes, como integrantes de una comunidad y dotados/as de su potencial crítico y creativo, son elementos claves de esta transformación deseada”, concluye Mariana Alcalay.

De esta manera, los sistemas educativos lograrán formar personas capaces de pensar y actuar en función del futuro, al comprender los efectos de sus acciones en el planeta y, por lo tanto, al ser capaces de actuar con responsabilidad. La expectativa es que la Declaración de Berlín consolide todas las acciones dentro de este marco conceptual integral, que va más allá de la educación escolar.

La difusión del concepto de desarrollo sostenible también ha tenido repercusiones fuera del ámbito de la educación formal. Recientemente, las noticias de la prensa, los eventos corporativos e, incluso, las reuniones empresariales han comenzado a girar en torno a una nueva sigla: ESG, que significa “ambiental, social y gobernanza”, en sus siglas en inglés. Sintetizando, la ESG se refiere a modelos de gobernanza basados en criterios de sostenibilidad ambiental y equidad social.

Se trata de un movimiento global de gran importancia y gran impacto, ya que el mundo productivo comienza a reorganizarse en torno al desarrollo sostenible. Esto significa que los grandes fondos de inversión pueden dirigir sus recursos hacia empresas y proyectos, que demuestren su compromiso con el medio ambiente y la sociedad.

“Se está alentando a los y las inversores/as a invertir en empresas cada vez más sostenibles, según métricas que se pueden medir”, explica Gabriela Rozman, gerente de conocimiento de la sección brasileña del Pacto Mundial de la ONU, una iniciativa que reúne a empresas en torno a objetivos similares. En septiembre, Santillana Educación y Editora Moderna se unieron al pacto mundial, lo que significa que ambas empresas asumieron un compromiso público con los objetivos establecidos. Según Gabriela, la búsqueda por cumplir con los objetivos de los ODS constituye un lenguaje común entre las diferentes fuerzas de la sociedad, que se traduce en el mundo empresarial en el ESG.

Para el administrador de empresas Alessandro Carlucci, ejecutivo residente de la Universidad de Columbia y expresidente de Natura —una de las primeras grandes empresas brasileñas en abordar la sostenibilidad—, la participación del mundo corporativo en la sostenibilidad es inevitable. Desde el punto de vista corporativo, la sostenibilidad debe entenderse como una forma de crear valor para todas las partes involucradas en un proyecto, incluido el medio ambiente.

“Es posible generar valor social, mitigar impactos ambientales y producir valor económico, al mismo tiempo y de manera sinérgica”, considera Carlucci. Según él, aunque el mundo siempre necesitará acciones altruistas y filantrópicas, es la generación de valor lo que hará que el mundo sea más sostenible. “Habrá un cambio más rápido en los antiguos liderazgos, para que las nuevas generaciones aporten una visión más amplia sobre el tema”, dice.

Para Carlucci, el factor decisivo es la propia sociedad que comienza a preferir marcas y productos verdaderamente sostenibles. En su opinión, las empresas que simplemente fingen ser sostenibles, en un proceso conocido como greenwashing, están destinadas a desaparecer del mapa.

“Las empresas que simplemente fingen ser sostenibles, en un proceso conocido como greenwashing, están destinadas a desaparecer del mapa.”

Pero, ¿qué ocurre cuando las organizaciones pertenecen al ámbito de la educación? En este caso, la complejidad y la relevancia de las acciones, así como el alcance del impacto social, adquieren otra dimensión. Esto es lo que ha estado ocurriendo en los últimos años con Santillana.

Como empresa global e innovadora, líder en el sector educativo en América Latina, Santillana ha incorporado el desarrollo sostenible en el corazón de su estrategia empresarial, convirtiéndolo en uno de los ejes principales de su negocio. “No hay otra empresa en el sector tan bien posicionada para liderar este desafío”, dice Luciano Monteiro, director global de comunicación y sostenibilidad de Santillana.

Hay varias razones para esto. En primer lugar, la necesaria contrapartida social, el compromiso con la educación en todas sus dimensiones y la coherencia de una organización, cuya razón de ser es contribuir a la construcción de futuro. Al mismo tiempo, es una decisión empresarial alineada con objetivos estratégicos por continuar marcando tendencias, dialogando con las demandas de las sociedades de los 20 países en los que opera, y promoviendo la transformación de la educación, que está viviendo un período de disrupción.

Dado que, la acción de la empresa en el mundo debe ser coherente con lo que se pretende, el mismo movimiento se ha llevado a cabo de manera interna en las políticas de gestión de personal, en la sustitución de la gasolina por biocombustibles de los vehículos, en la compra con certificación del 100% del papel que se utiliza, y en la búsqueda por la reducción del uso del plástico en la cadena de producción, entre otros ejemplos. “Tenemos como objetivo lograr la neutralidad en las emisiones de carbono, para la mitigación del riesgo climático a 2035”, dice Luciano. “Necesitamos liderar con el ejemplo”, afirma.

Para cada dimensión, hay objetivos y métricas específicas que se revisan periódicamente. En el ámbito de los servicios que ofrece Santillana a la sociedad, el alineamiento con los ODS es el mismo: todos los contenidos educativos producidos por la empresa buscan su incorporación y difusión, para estudiantes, educadores y familias.

Para darle materialidad a su enfoque estratégico en el desarrollo sostenible, Santillana ha elegido priorizar 7 de los 17 ODS: el ODS 4, Educación de calidad; el ODS 5, Igualdad de género; el ODS 8, Trabajo decente y crecimiento económico; el ODS 10, Reducción de las desigualdades; el ODS 13, Acción por el clima; el ODS 16, Paz, justicia e instituciones sólidas; y, el ODS 17, Alianzas para lograr los objetivos. En cada uno de ellos, las acciones se multiplican al incluir esfuerzos para difundir en la sociedad los mejores principios y prácticas, de acuerdo con la realidad de cada país. En Brasil, por ejemplo, se acaba de lanzar el primer podcast sobre educación antirracista. De la misma manera, se están abordando temas como la inclusión de personas con discapacidad y otras cuestiones urgentes en equidad social.

“¿De qué sirve tener las mejores clases, si en los recreos se produce un derroche constante y un uso indiscriminado del plástico, ejemplos que son condenados fuera de las paredes de la escuela?”

Para lograr esto, en consonancia con los ODS priorizados, Santillana cuenta con importantes colaboraciones. Por un lado, una de las redes más grandes de expertos/as (de instituciones privadas), en los países donde opera; por otro, instituciones y agencias de referencia a nivel mundial, como la Unesco y la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI). De esta manera, la empresa trabaja para cumplir con su propósito central, resumido en su último informe de sostenibilidad: “dada su capacidad transformadora, la educación es una de las claves para reducir la pobreza y las desigualdades, para llevar a las personas a llevar una vida más saludable y sostenible, y, fundamental, para el respeto de los derechos humanos y la creación de sociedades más pacíficas”.

En el mundo de la EDS, la educación es el proceso central. Por lo tanto, hay mucho por hacer en la escuela, tanto en el plan de estudios, como en la organización escolar. Es importante recordar, por ejemplo, que la escuela consume agua, energía, alimentos, y que necesita replantearse como parte interesada. ¿De qué sirve tener las mejores clases, si en los recreos se produce un derroche constante y un uso indiscriminado del plástico, ejemplos que son condenados fuera de las paredes de la escuela?

Por lo tanto, para Mariana Alcalay, es necesario que haya una convergencia entre el discurso y la práctica, que todavía están muy alejadas entre sí. Sin embargo, la oficial de proyectos ya ve ejemplos muy positivos en la realidad brasileña, en los municipios con los que la Unesco coopera, como Leme y São Paulo. “Son experiencias exitosas que incluyen un enfoque de EDS en los aspectos curriculares, pedagógicos y de gestión”, celebra.

Según Mariana, la legislación brasileña ya está en consonancia con la visión de la Unesco, como se refleja en las Directrices curriculares nacionales para la educación ambiental (Resolución CNE/CP n.º 2, del 15 de junio de 2012, art. 14), que recomiendan que las instituciones educativas se conviertan en espacios educativos sostenibles. “Esto significa que la sostenibilidad socioambiental debe formar parte no solo del plan de estudios escolar como objeto de aprendizaje formal, sino también, del día a día de la comunidad escolar, en prácticas que fomenten el cuidado del medio ambiente y de las personas”, dice.

Según explica, en la gestión escolar, esto se traduce en esfuerzos para evitar el desperdicio de agua, energía, alimentos, materiales y equipos, y también en la creación y mantenimiento de estructuras de convivencia social destinadas a permitir una mayor participación y compromiso de la comunidad escolar en los destinos de la escuela, como el consejo escolar, el gremio estudiantil y/o la Comisión de Medio Ambiente y Calidad de Vida.

Otro aspecto esencial es la relación entre la escuela y la comunidad, tanto a nivel local, como global. Según Mariana, para trabajar el sentido de pertenencia global y metas tan ambiciosas con niños y niñas, es necesario comenzar por su entorno más inmediato. “Al comprender su realidad y observar los cambios que ocurren, los niños y las niñas serán capaces de verse como parte de un contexto más amplio: el aula, la escuela, la comunidad, el municipio, el país y el mundo”, explica.

Según Mariana, los y las docentes y estudiantes necesitan reconocerse como parte de un colectivo, al entender que los ODS no se lograrán de manera aislada. “Somos interdependientes en el movimiento mundial para preservar la vida en el planeta, y los y las docentes, como integrantes de una comunidad y con un potencial crítico y creativo, son elementos claves de esta transformación deseada”, concluye.

Según la oficial de proyectos de la Unesco, el Plan de estudios de la ciudad de São Paulo es un ejemplo pionero en el mundo, al alinear los objetivos de aprendizaje y desarrollo con los ODS; lo que ha permitido abordar de manera seria los temas sociales, incluida la sostenibilidad, que abarca los derechos humanos y el consumo sostenible.

La Red Municipal de São Paulo elaboró el documento citado, teniendo en cuenta las directrices de aprendizaje de los ODS, con el objetivo de fortalecer la relación entre el plan de estudios de la ciudad, y las cuestiones sociales y ambientales a nivel local y global, para brindar a los y las estudiantes la oportunidad de convertirse en ciudadanos/as globales que construyan nuevas realidades basadas en conocimientos, habilidades y actitudes. Todos estos materiales relacionados con el plan de estudios de la ciudad de São Paulo están disponibles en el portal institucional de la Secretaría Municipal de Educación 1.

Para Mariana, los y las educadores/as son actores/as esenciales para concienciar a las generaciones futuras y a la comunidad escolar en su conjunto. Precisamente, pensando en los y las profesores/as de educación primaria, la Unesco ha producido una serie de recursos llamada Educación para el desarrollo sostenible en la escuela, que consta de diez cuadernos pedagógicos sobre la Agenda 2030, para el desarrollo sostenible.

En estos cuadernos, se proponen 84 actividades lúdicas que pueden adaptarse según el contexto escolar y que pueden utilizarse tanto en la educación formal, como en la no formal. Para cada una de estas actividades, se indican las habilidades previstas en la Base Nacional Común Curricular (BNCC), en las cinco áreas de conocimiento: lenguaje, matemáticas, ciencias naturales, ciencias sociales y educación religiosa. RM

Paulo de Camargo

Periodista, maestro en literatura y especialista en educación. Ha sido consultor en educación, en el campo de la innovación, la gestión pedagógica, y la formación y comunicación en las escuelas, para empresas, editoriales, institutos y fundaciones.

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