ContextoEdición 13

Mejores docentes y rectores más competentes: una apuesta segura para el mejoramiento de la educación

una apuesta segura para el mejoramiento de la educación

Recordando la afirmación de Fullan, la selección y formación del profesorado, a lo que nosotros añadiríamos su evaluación así como, por extensión, la de los rectores escolares, tienen el honor de ser al mismo tiempo los más graves problemas y las mejores y más acertadas soluciones a los retos de la educación.

Como ya se ha expuesto de manera reiterada, durante los últimos años en América Latina se han alcanzado objetivos cualitativos, en cuanto a cobertura, superiores a los que jamás se habían dado y, sin embargo, el reto de la calidad en condiciones de equidad, sigue siendo una aspiración cuyo logro apenas se adivina en un lejano horizonte.

No debemos enredarnos en disquisiciones técnicas o políticas: los datos de PISA, de TERCE, y de cualquier otro análisis comparativo con able, coinciden en que los rendimientos de nuestros alumnos registran escasos y lentos avances y siguen apareciendo entre los lugares más bajos en comparación con el resto del mundo. No olvidemos que nos referimos a dos indicadores, equidad y calidad, que no admiten ser disociados: los países más competitivos del mundo son los que cuentan con los mejores sistemas educativos, es decir, los que invierten más en los alumnos más desfavorecidos.

Es evidente que en nuestra región se invierte más en educación, hoy ya por encima del promedio mundial, lo que no está tan claro es que se haga de manera eficaz ni eficiente. En un reciente informe de la OCDE titulado: “Política Educativa en perspectiva 2015: hacer posibles las reformas”, se analizan las más de cuatrocientas cincuenta reformas educativas acometidas en los últimos años por los países miembros de esa Organización, sí, han leído bien: ni más ni menos que cuatrocientas cincuenta reformas educativas. Pues bien, el diagnóstico final determina que hay dos factores que son los que con mayor determinación pueden contribuir al éxito de esas reformas, que no son otros que el profesorado y los líderes escolares, es decir, los rectores de las instituciones y proyectos educativos.

En el caso de los docentes no vamos a insistir mucho sobre lo que es obvio: no hay nada que produzca más hastío que demostrar lo evidente. Es necesario atraer a los mejores, ofrecerles una buena y pertinente formación inicial y permanente y asegurar su evaluación continua con rendiciones de cuentas, con las consecuencias que se pueda derivar de ello en cada caso. Frente a este modelo, experimentado con éxito y ampliamente conocido, comprobamos, a título de ejemplo, que el puntaje promedio en matemáticas en las pruebas PISA de nuestros alumnos, aquellos que serán los futuros profesores, está en más de cincuenta puntos por debajo del que obtienen los que van a cursar estudios de ingeniería.

Si hacemos el análisis desde una perspectiva laboral, comprobaremos que el poder adquisitivo de los docentes en nuestra región, según informes del Banco Mundial, tiene unas limitadas expectativas de crecimiento durante toda su vida profesional. Así mismo vemos que poco a poco se ha ido deteriorando en comparación con el promedio de las retribuciones de otros profesionales liberales con similar cualificación.

También constatamos que aun cuando todos reconocen el valor de la formación práctica por encima de la teórica, son pocos los países, como ocurre casi excepcionalmente en Chile y Cuba, los que incorporan un fuerte componente práctico a la formación de sus docentes; contradicción que también se produce en la formación continua, generalmente impartida a través de actividades paralelas fuera del centro docente cuando, como insiste la Unesco, la capacitación en la institución y en torno a su proyecto educativo es mucho más eficaz.

En relación con la evaluación y los incentivos que esta pueda ofrecer al profesorado, podemos empezar a estar esperanzados al haberse iniciado algunos desbloqueos y romperse determinadas inercias que se mantenían históricamente, en el contexto de la relación existente hasta la fecha entre sindicatos y gobiernos, relación que ha empezado a desbloquearse y a cambiar.

Quizás la situación sea más preocupante aun en lo relativo al liderazgo escolar, como han puesto de manifiesto los estudios realizados recientemente sobre esta materia por la OCDE y UNESCO, informes que han venido a demostrar la ausencia de políticas específicas de selección, capacitación y apoyo a líderes escolares en general y particularmente a los directores, aun cuando exista el convencimiento de que sin rectores competentes es difícil contar con centros educativos e caces para el logro de aprendizajes y desarrollo de competencias de sus alumnos.

Por otra parte estamos ante un problema muy generalizado que cada día despierta mayor preocupación. En el mencionado informe sobre las más de cuatrocientas reformas llevadas a cabo por los países de la OCDE, se pone de manifiesto que estas políticas apenas dedicaron poco más del dos por ciento de sus reiterados esfuerzos de renovación a fortalecer el liderazgo escolar, orientando su mayor dedicación y esfuerzo a realizar continuos cambios curriculares, sin que existan en muchos casos evaluaciones que así lo aconsejen, o a la entrega masiva de dispositivos tecnológicos sin prever ni atender los cambios pedagógicos y metodológicos asociados a su uso. Se atribuye a Einstein, la afirmación de que hacer lo mismo una y otra vez esperando con ello obtener resultados distintos, conduce a la locura. Mayor riesgo existe si ese comportamiento se realiza sin líderes que lo puedan reconducir.

En América Latina la situación es, si cabe, más grave. Un reciente estudio de Unesco sobre la situación de este tema en la región demuestra que ha sido tratado de manera irrelevante, sin merecer apenas un uno por ciento de los esfuerzos renovadores y reformistas en los sistemas públicos, existiendo una marcada diferencia frente a las escuelas privadas que sí lo han abordado con interés.

Haciendo un símil gráfico, podemos pensar que la presión uniformadora de los claustros de los colegios, en los que es difícil que surjan liderazgos y no se penalice a quien destaque, junto con los casi ilimitados poderes que han ejercido los gremios y sindicatos, han actuado como una especie de pinza o emparedado que ha hecho imposible el ejercicio del liderazgo escolar y con ello contar con directores competentes; es decir, disponer de profesionales capaces de organizar y conducir equipos humanos profesionalizados y cualificados que, a su vez, sean dinamizadores de proyectos pedagógicos que fijen objetivos de aprendizajes de alumnos, los evalúen periódicamente y rindan cuentas de ello ante las familias y las comunidades.

De acuerdo con el proyecto puesto en marcha por la OCDE, el fortalecimiento del liderazgo escolar es hoy una prioridad, sobre todo para mejorar la calidad de la educación, no lo olvidemos, el gran reto de América Latina, y obtener mejores resultados escolares. Y todo ello a través de cuatro líneas de acción: definir nuevas responsabilidades en el liderazgo escolar, especialmente las que se relacionan más directamente con la mejora del rendimiento de los estudiantes. Favorecer la participación a través de modelos que ayuden a distribuir y compartir competencias. Desarrollar habilidades para un liderazgo eficaz en diferentes momentos y circunstancias y, por último, hacer de él una profesión más atractiva, mejor remunerada y que ofrezca la perspectiva de una carrera profesional reconocida y con futuro.[/tie_full_img]

 

 

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