Edición 32Opinión

Educar bajo pandemia y en la pospandemia

1 Como implicación de la crisis causada por la pandemia del COVID-19, los docentes nos vimos abocados a trabajar con ayuda de las plataformas de tecnologías de la información a través de Internet, pues las instituciones educativas se consideraron como focos de infección, dado que reúnen y acercan a muchas personas.

Pero, al mismo tiempo, por distintas razones, muchos estudiantes, maestros y padres de familia manifiestan la necesidad de retornar de manera presencial a las aulas. Por eso, en varios países se concretaron retornos presenciales a la escuela que, no obstante seguir los protocolos de salud necesarios, algunas veces tuvieron que ser suspendidos.

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Pues bien, ante los efectos de la vacunación (disminución radical de infectados y de decesos), en este momento se está pensando en restituir la vida “normal”, lo que incluye el funcionamiento regular de las instituciones educativas. No sabemos qué va a pasar, pues hay variantes del Coronavirus en ciernes y ya se habla de terceras dosis de la vacuna; pero, de todas maneras, es un momento propicio para reflexionar sobre las características de la educación bajo las plataformas virtuales de comunicación.

Además, ¿no es posible que algunas de las acciones bajo cuarentena se mantengan, una vez pasada la crisis sanitaria? De hecho, tales plataformas han tenido desarrollos en estos ya casi dos años de pandemia, pues permiten: participar a cada vez más personas, grabar las sesiones, usar tableros virtuales, hacer sesiones paralelas, compartir y enviar cualquier archivo en soporte digital (documento, imagen, video), disponer de un chat paralelo, etc. Basta con tener un dispositivo que soporte un software de TIC para participar de un programa educativo, en cualquier nivel de formación.

3Teníamos el antecedente de la “Educación a distancia”, una modalidad que, al disminuir los desplazamientos, aporta tiempo a docentes y estudiantes, economiza el uso de espacios, disminuye la presión sobre el desbordado transporte urbano, etc.; el tablero, el videobeam y el televisor quedan remplazados por la pantalla del computador, del celular o de la tableta.

La institución educativa termina existiendo en la nube, con lo que se puede inscribir cualquier persona, independientemente del sitio donde viva, a condición de tener un dispositivo de conexión y suficiente banda ancha. Hasta los vigilantes del orden se muestran satisfechos, pues se reducen las posibilidades de que los estudiantes hagan manifestaciones. La exacerbación de esto lo vemos hoy en Internet: innumerables ‘módulos’ con información dosificada para alcanzar niveles de experticia en cualquier cosa: culinaria, bombas molotov, trigonometría…

4Todo esto parece alentador… pero tiene, al menos, un par de escollos y una presuposición dudosa. Los escollos radican en que no todos tienen condiciones económicas, de un lado, para adquirir dispositivos que permitan recibir Internet de banda ancha suficiente (además: uno por cada niño en edad de estudiar); y, de otro lado, para permanecer en casa mientras los niños estudian. El efecto de esto es un incremento de la discriminación.

Y la presuposición dudosa es la siguiente: que la educación es información, transmitida a través de ciertos medios de comunicación. Si estamos de acuerdo, habría que aceptar, de un lado, que las plataformas virtuales de comunicación han llegado para quedarse en la escuela; y, de otro lado, que el maestro va a desaparecer, a favor de unos técnicos en diseño de cursos (ahora el conductismo tiene ropaje técnico). Y, si bien la educación con base en plataformas de la información no permite los abrazos, ese es un producto excedente del encuentro educativo, de manera que no posibilitarlo no es un obstáculo propiamente educativo. Ya otro tipo de encuentros posibilitarán esos abrazos.

5Sin embargo, podemos pensar que la educación, si bien echa mano de la comunicación, es algo más complejo que eso. Veamos un par de casos:

En primer lugar, la educación no resulta de una suma de conocimientos “comunicados”, pues estar formado por la educación es la condición para poder disponer de lo humano (del conocimiento, entre otros). Se requiere poner al sujeto en posibilidad de disponer del acervo cultural, el cual per se no sería condición suficiente; como este acervo está codificado, no está dado para la escucha, sino para la co-enunciación. Y bien, ¡eso no lo dan los medios de comunicación, es un resultado posible de la relación con los maestros!

En segundo lugar, no se asumen los preceptos morales por el hecho de ser enunciados; la posición moral se constituye como efecto de la educación, no como producto de la comunicación.

En tercer lugar, poner la educación en “modo-comunicación” hace creer que es algo que acontece entre iguales, como supuestamente ocurre entre comunicadores y audiencias. La condición ‘civil’ se ha identificado con la condición educativa que, aunque incluye a la otra, materializa una modalidad más compleja de relación. Eso ha producido un “salto mortal” de la formación a la política. Se va enrareciendo la idea de que, siempre y cuando hagamos el esfuerzo correspondiente, todos podemos entender un saber (tenemos la misma dotación biológica y no necesitamos iniciación especial). Ahora, en cambio, hemos pasado a la idea de que todos tienen “derecho” a saber y, en consecuencia, no hay que hacer el trabajo, no hay que esforzarse; por eso hoy, en pleno reinado de la opinión, del empoderamiento de la comunicación, algunos profesores se enuncian a sí mismos como iguales a los estudiantes, esgrimiendo una participación a ultranza que, según creen, transformará positivamente la educación. Haciendo coro a la idea de que “el cliente siempre tiene la razón”, el alumno resulta siendo “el centro del proceso educativo”. Pero ¿quién dijo que la educación tenía centro? En esa dirección hay, de un lado, un menoscabo en la presentación del saber, para que esté al alcance de todos, bajo la idea de que no harán el esfuerzo; y, de otro lado, hay una contracción de la oferta educativa: menos tiempo de trabajo, menos páginas para leer, letra más grande, más imágenes, más espacios de distracción, más juego, más derechos, menos límites.

6Si —como dice Hegel— “El yo es el nosotros y el nosotros el yo”, si las autoconsciencias “Se reconocen como reconociéndose mutuamente”, entonces tendremos un impase: el que te reconoce y, en ese sentido, te da cierta consistencia, podría no reconocerte y, en consecuencia, no darte consistencia, sino quitártela. De ahí que el filósofo alemán diga que las consciencias “se comprueban por sí mismas y la una a la otra mediante la lucha”.

Esto explica una serie de acontecimientos que ocurren en la escuela: la rivalidad, la competencia, la agresión. No se trata de algo que se podría evitar si se “comunicaran” ciertos preceptos, sino de algo que nos constituye por la manera tan singular como advenimos. Este tipo de relación —la llamaremos ‘imaginaria’— se da a medias cuando estamos dando y recibiendo clase con una pantalla de por medio. La imagen del otro no es como la del espejo, no es como la que se da presencialmente, los objetos que están adosados al otro difícilmente se convierten en objeto de anhelo. Cuando alguien depende de la imagen del otro para darse cierta consistencia, las plataformas de TIC son un tropiezo. Y no estamos hablando exclusivamente de los niños, pues la sociedad actual ha corrido hacia arriba el límite de la infancia, hasta el punto de que los adultos pueden ser adictos a los juegos digitales, usar camisetas de superhéroes, vivir en casa de los padres, etc. En este período de pandemia, para mí, la enseñanza en pregrado ha sido muy difícil y quizá poco productiva. Creo que muchos de los estudiantes de pregrado no han hecho realmente una elección; suelen quejarse, por ejemplo, de la falta de abrazos, lo que hace que lo reclamado sea del orden de lo imaginario. Y el maestro puede obnubilarse con su propia imagen en la pantalla, mientras le habla… ¿a los estudiantes o a él mismo? ¿Hasta qué punto sus palabras quedan subordinadas a esa fascinación?

7La educación usualmente ha tenido una salida para este impase de la relación imaginaria. Según explica Hegel, si se introduce un referente simbólico, más allá de toda intersubjetividad, las autoconciencias no se eliminan entre sí.

Así, el nivel simbólico introduce la heterogeneidad: en relación con él, cada uno tiene una posición distinta (ya no se trata de iguales). Aclaración: esta desigualdad nada tiene que ver con falta de cordialidad, indiferencia por el otro, irrespeto de los derechos o malos tratos; hablo de una desigualdad de cara al referente. En el caso de la escuela, ese objeto simbólico es el saber. Ya no se trata de algo sensible, como en el caso de la relación imaginaria, sino de algo inteligible. Y por supuesto que el sujeto, que ya tiene una modalidad de satisfacción, no querrá nada con el saber. Sin embargo, es susceptible de ser seducido por una posibilidad de satisfacción en relación con ese objeto simbólico. He ahí la magia del maestro.

Cuando alguien ha elegido como modalidad de satisfacción un objeto inteligible, un objeto de saber, la mediación de las plataformas de TIC no son un problema, incluso pueden tener recursos positivos. En este período de pandemia, para mí, la enseñanza en maestría y, sobre todo, en doctorado ha sido productiva y satisfactoria. Por muchos emoticones que se pongan, las plataformas de TIC no son educativas si no ha tenido lugar el trabajo de los docentes que conduce a introducir objetos inteligibles como modalidad de satisfacción en los estudiantes. El problema es que, a escala social, hay una desacreditación del saber, a la que, paradójicamente, muchos educadores se suman; por supuesto que en ciertos círculos ese saber sigue siendo el fundamento, por ejemplo, de las conquistas técnicas de las que todos usufructúan, pero ahora es políticamente correcto hablar en contra del saber, a favor de “los saberes” (todos al mismo nivel, con los mismos derechos).

8 De otro lado, tenemos la presencia de lo pulsional que se realiza en un imperativo a hacer. Cuando el estudiante está en clase presencial, ese impulso está sometido a la mirada del maestro. Hay distracción, por supuesto (dado que el saber no es todavía un objeto de satisfacción), pero también está ese objeto pulsional de la mirada reclamándole al sujeto una cierta concentración frente al vínculo propuesto (y cuando estamos en las plataformas de TIC, ¿la voz podría cumplir esa función de la mirada?). En ausencia de esa mirada, es muy fácil empezar a conducir el impulso a través del multitasking: oír música, chatear, ver videos, revisar correo, etc., todo al mismo tiempo.

Así, el nivel simbólico introduce la heterogeneidad: en relación con él, cada uno tiene una posición distinta (ya no se trata de iguales). Los que no han tomado una decisión en relación con un objeto simbólico (inteligible), encuentran ocupación en esta multiplicidad de tareas que solo realizan lo pulsional. Apostarle a la relación con el objeto simbólico es una operación frente a este impulso; si se quiere, es una oferta de satisfacción que hace lazo social, a cambio de un monto de ese impulso. Con quienes no han tomado esa decisión, la formación con TIC resulta agobiante, pues no está la mirada del otro y sí la propia imagen cautivante, o el multitasking cuando se usa un avatar. La imagen no permite resolverse frente a los objetos que parecen completar la imagen del otro. Tales personas son las que reclaman la presencia de sus compañeros, a veces del profesor mismo, pues el cuerpo en construcción ha de ser el soporte de la pulsión. Por eso, la transferencia (esa específica relación entre maestro y estudiante) que hace posible la formación requiere de los cuerpos presentes. El del maestro, que encarna una oferta de satisfacción; y el estudiante, que encarna la posibilidad de una satisfacción. La formación se da entre un saber encarnado y un cuerpo que no pasa por el saber, pero que podría, si se da la transferencia.

La formación se da entre un saber encarnado y un cuerpo que no pasa por el saber, pero que podría, si se da la transferencia.

Como hemos dicho, entre personas que han elegido un objeto inteligible como modalidad posible de satisfacción pulsional, no habrá tantas quejas en relación con la formación vía TIC, pues lo que buscan ya está orientado hacia ese objeto simbólico, no hacia la imagen y los objetos que se le adosan y que son apetecidos por quien está instalado en ese registro. RM

Guillermo Bustamante Zamudio

Docente-investigador de planta, de la Universidad Pedagógica Nacional. Licenciado en Literatura e Idiomas (Universidad Santiago de Cali). Magíster en Lingüística y Español (Universidad del Valle). Doctor en Educación (Universidad Pedagógica Nacional). Investigaciones sobre: Psicoanálisis y educación. Recontextualización escolar. Comunicación y educación.

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