Aplicaciones en el aulaEdición 32

Aprendizaje autónomo en las aulas, ¿cómo incentivarlo?

¿De dónde partimos? Las nuevas demandas de la sociedad exigen que el sistema educativo vaya en paralelo a los vertiginosos cambios que se producen en el día a día. Entre ellos, por el tema que nos ocupa, podemos destacar el crecimiento exponencial del conocimiento y el modo en el que se transmite.

De este y otros cambios sociales, deriva la necesidad de que los estudiantes cada vez participen de forma más activa y significativa en su propio aprendizaje. Y es de esta necesidad de donde parte el aprendizaje autónomo o autorregulado.

Con este término nos referimos a la manera en la que una persona monitoriza, controla y regula su propio aprendizaje, entendiendo al estudiante como sujeto activo que desarrolla su capacidad de aprender a aprender.

Pero no debemos quedarnos con la idea más reduccionista de la capacidad de aprender a aprender, centrándonos en el cómo hacerlo, sino caminar hacia la reflexión, hacia el porqué y para qué. Es decir, el aprendizaje autónomo conlleva la pregunta de por qué se aprende algo y qué consecuencias tendrá este conocimiento.

Los modelos teóricos que tratan de explicar este constructo inciden en el hecho de que el estudiante que se autorregula se involucre de forma activa y constructiva en el proceso de creación del aprendizaje.

Estamos hablando, por lo tanto, del resultado de un proceso al que tiene que llegar el estudiante teniendo en cuenta que partimos de tres supuestos básicos. En primer lugar, el supuesto de que el sentido y la motivación son el motor que impulsan ese proceso; en segundo lugar, el supuesto de la necesidad de acceso de los protagonistas a su propio aprendizaje, es decir, que se le dé importancia al autoconocimiento. Y el tercero de los supuestos consiste en entender la autogestión como pieza clave en este ámbito.

Siguiendo a Boakerts y Corno (2005), podemos señalar que el alumnado que aprende de forma autónoma se involucra en un proceso de creación de significado, de modo que adapta sus pensamientos, sentimientos y acciones para influir en su aprendizaje y motivación.

Por lo tanto, este proceso está relacionado con formas de aprendizaje que implican metacognición, motivación intrínseca y acción estratégica (Perry, 2002).

Una vez planteado esto, cabe decir que desarrollar estrategias metacognitivas va a implicar la mejor adaptación a las diferentes circunstancias del aprendizaje, lo que conllevará unos mejores resultados académicos. Estas estrategias nos van a permitir elevar los niveles de autoaprendizaje.

Autores como Mosquera (2019) señalan que esta metacognición implica reflexión, autoconocimiento, autorregulación, autoevaluación y transferencia. Y, por lo tanto, va a posibilitar la capacidad del alumno para gestionar su propio aprendizaje.

En este proceso se pueden diferenciar cinco elementos centrales: la persona que aprende, el contenido o la tarea, las estrategias que se han de emplear, la regulación y el control del proceso y la autoconciencia emocional (Martín-Moreno, 2007).

En cuanto a los estudiantes, ya Zimmerman, hace más de 30 años, señalaba cuatro características básicas que los definen:

  • Son personas automotivadas.
  • Confían en los métodos de aprendizaje planificados.
  • Son conscientes de los resultados derivados de su conducta.
  • Son sensibles a los efectos del ambiente y disponen de recursos para controlarlos.

Sabemos, por nuestra experiencia docente, que no todos nuestros estudiantes cuentan con estas características, por lo que hemos de ir más allá.

Debemos pensar en el papel que ocupan los diferentes agentes implicados en el proceso de enseñanza y aprendizaje, siendo conscientes de que el alumnado mejorará su rendimiento si cuenta con apoyo.

Pero, ¿cuál es el papel del profesorado?

Como vemos, el alumnado tiene una gran responsabilidad en este proceso ya que quien aprende es quien regula tanto los aspectos cognitivos como los emocionales y conductuales. Pero es el momento de plantearnos, siguiendo con esta línea, cómo deben actuar el profesorado y los diferentes agentes educativos como parte fundamental en el proceso.

El apoyo psicopedagógico constituye una de las principales vías para evitar que el aprendizaje autónomo se convierta en un camino que fomente las desigualdades, un camino selectivo por el que solamente llegan al éxito aquellos que ya parten con más capacidades que los demás.

Este proceso conlleva una serie de escenarios que debemos acompañar desde la intervención psicopedagógica en el aula para que nuestros alumnos tengan éxito. Con el fin de conseguir que logren una mayor autonomía debemos comprender cómo aprenden e ir de la mano durante esta senda.

Con el fin de conseguir que logren una mayor autonomía, debemos comprender cómo aprenden e ir de la mano durante esta senda.

Y, para ello, podemos partir de los siguientes supuestos, que podemos tomar como hoja de ruta en nuestro quehacer en el aula (Instituto Cervantes, 2021):

  • Promover que el estudiante gestione los recursos y los medios disponibles en el aprendizaje a su alcance: debemos servir como guías en la utilización de los recursos, los medios y las oportunidades de las que se puede valer.
  • Integrar en el aprendizaje académico, estrategias que le permitan al estudiante reflexionar sobre su proceso de aprendizaje: debemos seleccionar, adaptar y diseñar herramientas y estrategias pedagógicas que faciliten la reflexión en función de las características y ritmos de aprendizaje de cada individuo.
  • Promover que el estudiante defina y oriente su “plan de aprendizaje”: debemos animar, orientar y acompañar los planes de aprendizaje de forma individualizada. Tratando de que los estudiantes sean conscientes de qué es lo que quieren aprender, sus objetivos de aprendizaje, sus puntos fuertes y débiles, así como de aquellos recursos y medios de los que disponen para afrontarlo.
  • Motivar a los estudiantes para que sean responsables con respecto a su proceso de aprendizaje: debemos promover que sean diligentes, autónomos y críticos, motivándolos a aprender y a conocerse como aprendices. Es decir, como venimos señalando, fomentar su competencia para “aprender a aprender”.

Un factor crucial en la fase de planificación del aprendizaje autónomo es la motivación, en la cual, siguiendo a Panadero y Alonso-Tapia (2014), se incluyen las creencias, las metas académicas y las emociones vinculadas a la tarea.

El aprendizaje autónomo exige una motivación intrínseca, pero para que el estudiante experimente la satisfacción por el mero hecho de aprender es necesario plantear metas que sean realistas. Si estas son inalcanzables, la consecuencia podrá ser la frustración o el abandono.

Y, ¿cómo lo hacemos?

Por lo tanto, siendo conscientes de que el objetivo de este proceso consiste en conseguir que el alumno gestione su propio plan de aprendizaje de forma autónoma, debemos tener en consideración una serie de estrategias fundamentales, que señalamos a continuación:

En primer lugar, los agentes educativos deben planificar los procesos de enseñanza y aprendizaje de forma que exista un exhaustivo control metodológico del proceso docente. Este control se basa en el conocimiento del currículo, la planificación y la disposición de los recursos educativos al servicio del aprendizaje. Sin embargo, esta planificación requiere de cierta flexibilidad, que se adapte a cada alumno de forma que responda a las necesidades individuales de cada sujeto.

La programación de aula es la herramienta que va a permitir a los docentes adaptarse a las diferentes situaciones. De este modo, es importante conocer sus posibilidades y la capacidad que tenemos para que se ajuste a circunstancias específicas.

El segundo aspecto que se debe tener en cuenta es la necesidad de incidir en la predisposición al aprendizaje a través de la creación de un clima favorable. Uno de los principales retos de los docentes es conseguir un clima que propicie la mejora de la motivación del alumnado. El estudiante mostrará una mayor predisposición para el aprendizaje si se reúnen una serie de elementos y circunstancias que le hacen estar a gusto, tranquilo, concentrado… así como que despiertan su curiosidad, le motivan y hacen que se sienta parte de este de ese clima.

La enseñanza estratégica implica generar las condiciones propicias para que el estudiante aprenda a aprender. Por lo tanto, tratar de mejorar el ambiente en el que tiene lugar el proceso es otro de los principales retos del colectivo docente.

Pero no es suficiente con conocer qué deben aprender los alumnos y en qué condiciones. La tercera de las estrategias que debemos considerar es aquella relacionada con cómo aprenden, estar al tanto de qué procesos tienen lugar en los resultados de aprendizaje, los factores que entran en juego y cómo todo ello determina el aprendizaje de cada uno de los alumnos. Por lo tanto, los estilos y patrones de aprendizaje van a condicionar la forma de actuar de los profesionales educativos.

Partimos de que todos los alumnos son diferentes. La práctica educativa pone de manifiesto que cada persona, además de tener gustos, preferencias y necesidades distintas, aprende de forma diferente.

El hecho de que no todos los alumnos aprendan lo mismo, al mismo tiempo y de la misma manera hace que no podamos concebir un único modelo de enseñanza que responda a las necesidades derivadas de estas diferencias.

Además, y continuando con las estrategias propuestas, el modelo competencial exige que el conocimiento se conciba de forma aplicada e integrada. De este modo, centrar la actividad educativa en las competencias nos va a permitir hacer un seguimiento progresivo del alumnado para luego reajustar los planes de aprendizaje, haciendo hincapié, de esta forma, en los procesos de aprendizaje implicados. El alumno, en el modelo competencial, se convierte en un agente activo, protagonista de su propio aprendizaje. Esta característica, como ya hemos visto, también es definitoria del aprendizaje autónomo.

La educación basada en el desarrollo de las competencias, por lo tanto, trata de potenciar aquellas habilidades que produzcan un aprendizaje autónomo.

Teniendo en cuenta que el modelo en el que nos enmarcamos está orientado hacia la adquisición de una serie de resultados de aprendizaje, otra de las estrategias básicas en estos términos es la incorporación de un resultado relacionado con el autoaprendizaje, que sea medido y cuantificado de igual modo. Este enfoque no puede perder de vista la autonomía de los alumnos, por lo que debemos darle el papel que se merece a nivel curricular.

Todo ello conlleva una clara necesidad de ampliación y enriquecimiento metodológico en el desarrollo del autoaprendizaje, sistematizar el proceso con la colaboración de los diferentes agentes educativos para poder responder a estas demandas.

Y la última de las estrategias que se proponen pasa por una visión más amplia, ir más allá del aprendizaje individual para crear una experiencia de aprendizaje en entornos comunitarios mediante el desempeño de diferentes roles. Entre ellos, podemos destacar el intercambio entre iguales, el de mentoría, el de liderazgo o el de equipo; experiencias, todas ellas, acordes a las exigencias a las que nos enfrentamos los ciudadanos del siglo XXI.

Por lo tanto, la labor docente se basará en acompañar el proceso y ayudar al alumno cuando lo necesite, actuando como guía para para la autogestión de su propio aprendizaje. Aunque el estudiante es quien, en gran medida, decide sobre su proceso de aprendizaje, no podemos olvidarnos de la figura de los profesionales de la educación, quienes, a partir de un soporte psicopedagógico sólido, serán piezas fundamentales hacia la consecución del éxito educativo.

El profesorado tiene la responsabilidad de ofrecer las condiciones más favorables en este escenario, dirigiendo una gran parte de sus esfuerzos a conseguir que el alumnado se motive y aumente, como ya hemos señalado, su predisposición hacia el aprendizaje. RM

El hecho de que no todos los alumnos aprendan lo mismo, al mismo tiempo y de la misma manera, hace que no podamos concebir un único modelo de enseñanza que responda a las necesidades derivadas de estas diferencias.

Cristina Valera Portela

Doctora en Ciencias de la Educación y Licenciada en Pedagogía. Docente en el área de Didáctica y Organización Escolar en titulaciones como Pedagogía, Maestro/a de Educación Infantil y Primaria o Máster de Profesorado de la Universidad de Santiago de Compostela.

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