Dejar de lado el uso de las TIC es privar a la educación de posibilidades insospechadas y dejar de lado una excelente oportunidad para que los maestros innoven.
Es innegable la presencia de las nuevas tecnologías en el campo educativo. Además de encontrárnoslas por todas partes, abarcando tanto la vida laboral como las nuevas maneras de relacionarnos, las nuevas tecnologías se han convertido en una fuente de recursos para enseñar y aprender. Desconocer estos nuevos útiles es privar a la educación de posibilidades insospechadas y dejar de lado una excelente oportunidad para que los maestros innoven o se replanteen su labor docente.
Pero como ha sucedido con otras tecnologías del pasado, ni podemos asumir que tal revolución tecnológica es la panacea para solucionar todos los problemas educativos ni dejar a la deriva a nuestros estudiantes frente a la velocísima y vasta información disponible en el ciberespacio. Así que a los maestros les corresponde reflexionar y orientar el uso de estos dispositivos, si es que en verdad desean sacarles el mejor provecho y convertirlos en aliados de sus propósitos formativos.
Un primer asunto para tener en cuenta por parte de los educadores es la necesidad de enseñar a usar con tino e intencionalidad estos recursos. Sabemos que la simple disponibilidad de una tecnología no es garantía de aprendizaje. De nada sirve la cantidad de información si el estudiante no sabe bien cómo transitar o cómo elegir cuáles fuentes son más confiables o más apropiadas para determinada tarea. Si se desea obviar el “copy paste” o evitar que nuestros estudiantes terminen “bajando” los primeros documentos que encuentren, los maestros tenemos que enseñarles a navegar y seleccionar lo que circula o aparece en internet. Este punto debe llevarnos a familiarizar al estudiante con los protocolos o con las rutas didácticas propias de las nuevas tecnologías a partir de las cuales se puede sacar el mejor provecho o alcanzar los mejores resultados.1
De nada sirve la cantidad de información si el estudiante no sabe bien cómo elegir cuáles fuentes son más confiables o más apropiadas para determinar la tarea.
Otro aspecto tiene que ver con la necesidad de evaluar qué tanto de lo que ofrecen las nuevas tecnologías contribuye realmente a mejorar los procesos de aprendizaje. Lo clave aquí es que contemos con rúbricas, rejillas o parrillas de evaluación con las cuales, previamente, podamos poner en la balanza a las nuevas tecnologías y saber si sirven o no para afianzar determinados conocimientos, provocar nuevas relaciones o reforzar ciertos aspectos cognitivos del aprendizaje.2 No está bien que demos por supuesto que todo lo que circula en la web tiene la misma calidad o puede ser utilizado indiscriminadamente. He comprobado que por no evaluar previamente esos materiales lo que se produce es un efecto contrario: la banalización de los contenidos, la confusión conceptual, o un simplismo mayúsculo en los procesos mentales que pone a nuestros estudiantes en situación de merma frente a operaciones tan importantes como el análisis o el desarrollo del pensamiento crítico.
El tercer punto para tener en cuenta es la necesidad de que los docentes lleven a cabo investigaciones sobre el uso en el aula de las nuevas tecnologías. Sabemos que eso hace falta en nuestras instituciones educativas. Solo viendo en la práctica qué tanto funciona una innovación tecnológica, o qué adaptaciones debe sufrir, o cómo es subutilizada, solo así podremos ir descubriendo su pertinencia o su genuino aporte a los procesos de enseñanza y aprendizaje.3 No es cuestión de contentarse con fugaces innovaciones tecnológicas o de ampliar la oferta de computadores en las salas de informática. Se trata de otra cosa: estas investigaciones requieren sistematización de la experiencia y un esfuerzo para observarlas y registrarlas en un tiempo considerable. Aquí los estudiantes son unos informantes privilegiados ya que son copartícipes de lo mismo que tratamos de indagar.
Hablemos ahora de un cuarto elemento: el papel concientizador del docente para que los estudiantes superen o vayan más allá de la novelería tecnológica, el deseo de figuración o la demanda de hacer parte de una cultura del espectáculo. Hay mucho de moda y entrega irracional al consumismo en aquellos jóvenes angustiados por tener la última tecnología o sentirse excluidos del grupo de amigos porque no conocen la última versión de determinado dispositivo digital. Los educadores estamos en la tarea de distinguir qué tanto es mera novedad y qué tecnologías sencillamente no son las apropiadas para usarlas en situaciones de enseñanza. Pero además, eso tenemos que compartírselo a los estudiantes, haciéndoles ver lo inoficioso de poner al servicio del aula tecnologías que pueden ser idóneas para otras finalidades más de corte afectivo o de socialización. Pienso que a veces los maestros, por el afán de llegarles a sus alumnos, echan mano de ciertos recursos tecnológicos que están diseñados o pensados para otros fines.
Finalmente, y este podría ser un quinto punto, es entender que una docencia de calidad es la que combina tanto antiguas como nuevas tecnologías. Ni se pueden descartar las prácticas y las herramientas didácticas de larga tradición, demos por caso la clase magistral y la explicación directa, como tampoco dejar de lado las nuevas herramientas virtuales que combinan lo audiovisual y el hipertexto. Se trata más bien de mirar con cuidado cuáles son las intenciones formativas que guían nuestro quehacer docente, cuál es el contexto en el que enseñamos y qué tipo de estudiantes tenemos en nuestras aulas. Son esas las condiciones que deben orientar nuestra decisión de usar una u otra tecnología. Recordemos que en educación ni todo lo pasado merece desecharse ni todo lo nuevo es de por sí lo mejor. RM
Referencias
- Para ilustrar lo dicho, y en especial para las web quest, consúltese: Antonio Temprano Sánchez, Webquest. Aproximación práctica al uso del Internet en el aula, Ediciones de la U, Bogotá, 2010.
- Sirva de ejemplo la rejilla propuesta por Pere Marquès: http://peremarques.pangea.org/
evalweb.htm. - Invito a leer dos textos muy interesantes al respecto: Nuevas tecnologías para la educación infantil y primaria, compilado por John Siraj-Blatchford, Ediciones Morata, Madrid, 2004, y la obra coordinada por Julio Ruiz Palmero u José Sánchez Rodríguez, Investigaciones sobre buenas prácticas con tecnologías de la información y la comunicación, Ediciones Aljibe, Málaga, 2010.