Edición 24Escuela Católica

La educación como un don divino

“Dios te educa como un padre a su hijo” (Dt 8,5)

Introducción

El lector puede buscar en un diccionario o en una enciclopedia, algunos rasgos de la educación en los inicios de la civilización humana y encontrará comentarios tales como: en el hinduismo el maestro instruye y guía al discípulo en su formación espiritual, pero esta enseñanza es solo para las tres clases superiores. Y además de la condición social, los discípulos deben poseer unas cualidades físicas, mentales, morales y espirituales. El objetivo fundamental de este proceso es la liberación de la ignorancia, obedecer a los padres, ser un excelente ciudadano y guardar piedad a los dioses.

En China, desde la corriente sustentada en Confucio, la escuela tiene un sentido burocrático, aboga por la defensa del orden social y moral, por el formalismo ritual y los argumentos de autoridad. El maestro debe ser un hombre superior por su moral, inteligencia y honestidad. El estudiante debe conocerse a sí mismo y conocer el mundo exterior para conocer los deseos del cielo.

Entre los hebreos, la educación proviene del único Dios quien pide a sus creaturas ser santos como Él es santo (Lev 19,2), por esa razón, el ideal pedagógico es formar al ser humano virtuoso, piadoso y honesto al amparo del creador. Como sucede en otros pueblos orientales (y en corrientes del islam), el centro de la sociedad gira en torno a la educación religiosa; ni la política, ni la economía, ni la cultura… están separadas de la religión. En ese contexto, la educación hebrea es teocéntrica, las personas y las comunidades procuran vivir según la voluntad de Dios.

En los antecedentes de la cultura griega, por ejemplo, en Esparta, la educación pretendía formar a los ciudadanos en las destrezas de la guerra y la participación en la vida civil y política de la ciudad (polis, en griego), pero esta formación era para la minoría que disfrutaba de plenos derechos civiles y políticos (datos de Encyclopedia Britannica, 2018).

Algunas de las culturas, a propósito de la educación de los suyos, han dado importancia a la espiritualidad, guardar piedad a los dioses, conocer los deseos del cielo, vivir según la voluntad de Dios y de la rápida exposición anterior, queda también una dura realidad, en varias de las culturas antiguas, la educación era solo para una minoría, había exclusión de personas

La Biblia como literatura

Un acercamiento a la Biblia como un texto fundante de la literatura antigua, permite descubrir que en ella asoman referentes, al menos, para tres grandes movimientos religiosos: judíos, el islam, los cristianos. Baste citar algunos personajes como Abraham y Sara, y algunas prácticas comunes: la oración, el ayuno, la limosna. Y al avanzar en su lectura se encuentra una importante la novedad: Dios educa a todos, como un padre educa a sus hijos. La educación es para todo el pueblo, para todos los pueblos, no hay acepciones, y, además, quienes son educados por este Dios son capaces de vivir como hijos e hijas en una gran paz (Isaías 54,13).

En la Biblia se dan muchos títulos a Dios. Entre ellos hay uno sorprendente, el cual, sin embargo, en la actualidad no tiene mucha relevancia. Dios es llamado “maestro”, “instructor”, “pedagogo”, la cita de Isaías y la del Deuteronomio, mencionadas hace poco, acentúan esta mirada. Según la frase de Isaías, Dios en persona proveerá la educación de sus hijos nacidos en Jerusalén, es decir, los habitantes de la ciudad reconstruida luego del retorno desde el exilio en Babilonia (s. V a. C).

Incluso, en la segunda parte de la Biblia, llamada Nuevo Testamento, Jesús de Nazaret retoma esta frase: “Serán enseñados por Dios” (Juan 6,45). Al mismo tiempo, cuando se habla de la relación entre Dios y los suyos no se propone un vínculo para una minoría, sino un nexo fuerte entre Dios y “todo el pueblo”, se habla de un pacto, de una alianza: “Ya no será necesario enseñarse unos a otros, ni a sus hijos, cómo conocer al Señor. Pues todos ellos del más pequeño al más grande, podrán conocerme, dice el Señor, porque yo perdonaré el mal hecho y no recordaré más su pecado” (Jeremías 31,31-34). También el libro de Job presenta a Dios como el gran maestro de todos los seres humanos, de todos los pueblos y de la entera creación: “Miren, Dios es sublime en su poder. ¿Qué Maestro existe como Él?” (Job 36,22).

De acuerdo con estos textos, Dios es el maestro y
el pueblo llega a ser el discípulo. Aquí no se hace selección de personas y esta propuesta involucra a la creación completa. Pero, si bien, los textos se refieren a Dios como “maestro e instructor”, no se indica el contenido de su enseñanza. Sin embargo, hay textos en los cuales, se responde a la pregunta. Una cita del libro del Deuteronomio, por ejemplo, describe la experiencia del éxodo y del desierto como una “experiencia de aprendizaje”. Dios le enseña al pueblo a aprender también del dolor y del sufrimiento: “Haz memoria de todo el camino que Dios te hizo recorrer durante cuarenta años por el desierto, para corregirte y probarte, para conocer los sentimientos de tu corazón y saber si guardas o no sus instrucciones” (Deuteronomio 8,2).

Si juntamos estas frases, con aquella del inicio (Dt 8,5), identificamos un variado vocabulario: se usan los verbos “corregir”, “enseñar”, “disciplinar”. Y se impone en Dios el rol de un padre que educa a sus hijos (Dt 8,5). La escuela es el desierto. La propuesta de la educación, como en el primer texto, es la observancia de la ley: “guarda los mandamientos del Señor, tu Dios, para seguir sus caminos y temerlo a Él”. Cabe discutir cómo se puede al mismo tiempo observar la ley y temer a Dios. En realidad, la palabra hebrea “ley (Torá)” significa “enseñanza”, “educación”, “instrucción”, “entrenamiento”. La “ley” contiene en sustancia cuanto el pueblo de Israel y cada uno de sus miembros deben conocer en orden a vivir bien, felices, con su Dios y con sus hermanos y hermanas, con los demás miembros del pueblo de Dios. La ley señala el camino de la felicidad.

El temor de Dios, por lo tanto, está en relación con el respeto de Dios. La ley señala el camino de la felicidad. La felicidad, en la Biblia, no se entiende sin la igualdad, la justicia, el derecho y la solidaridad. El temor de Dios no va más allá del respeto por Dios y su proyecto, una persona o una comunidad deben obrar con rectitud delante de Dios y para el bien de sus semejantes.

El éxodo y el desierto

En el comienzo del libro del Éxodo, el pueblo hebreo está como esclavo en Egipto y al final, en el mismo libro, el pueblo está en el desierto y su Dios tiene su tienda del encuentro con ellos y entre ellos. El verdadero soberano de Israel ahora tiene su “palacio” en medio de su pueblo. El soberano de Israel ya no es el faraón; es Dios. La esclavitud es remplazada, al final del libro del Éxodo, por la liturgia como el signo y la garantía de la libertad recién adquirida por ellos gracias a su Dios. Pero este paso de la esclavitud en Egipto y el arribo al desierto no fue fácil.

Al inicio del libro, el pueblo de Israel no puede ser educado ni servir a su Dios porque son esclavos en Egipto. Dios no puede construir su templo en tierra extranjera y su pueblo no puede educarse ni servirle a Él en esa situación. El pueblo como tal es forzado más bien a servir al faraón, y no puede servir a su Dios.

En medio de su sufrimiento, el pueblo le grita a Dios y Dios lo escucha. La respuesta de Dios es Moisés. “El Señor dijo (a Moisés): Yo he visto la aflicción de mi pueblo en Egipto y he escuchado su grito lastimero contra sus opresores, sé bien cuanto están sufriendo” (Ex 3,7). En otras palabras, Dios, decide liberar a su pueblo para que puedan educarse y servirle en el desierto.

Una narración, entre las diversas historias en el libro de Éxodo, cuya función es mostrar la compañía liberadora de Dios hacia todos los suyos, es aquella del paso del mar de las cañas (Ex 14,1-31). Dios le pide a su pueblo acampar a la orilla del mar. Los lectores participan de la enseñanza, porque pueden ver el desfile formidable del ejército egipcio, el más famoso y temido de la época; ellos lo ven marchar en busca del pueblo que salió a pie hacia el desierto

Los israelitas se dan cuenta de que serán superados y vencidos. En medio del pánico, gritan de nuevo al Señor porque ellos son presa del miedo (Ex 14,10b). En este momento la situación es crí- tica. Para los israelitas no hay manera de escapar porque están atrapados entre el ejército egipcio y el mar. Israel le grita a su Dios porque -según todas las apariencias – no hay ningún medio para escapar. La libertad recién adquirida a un precio muy alto solo tres días antes ya se ha vuelto humo.

Hay una persona que no desespera: Moisés. Su reacción es inesperada, Moisés no se corta de la misma tela que los otros miembros del pueblo. Nadie, sin embargo – ni siquiera el lector – previó la reacción de Moisés. Él anuncia una intervención de Dios que salvará a Israel y barrerá con los egipcios. Israel, por su parte, no tiene nada que hacer. Solo debe permanecer tranquilo (Ex 14,13-14).

En todo caso, el relato continúa con las órdenes de Dios a Moisés, en una escena bien conocida: las aguas se dividen, los israelitas entran en el mar, les siguen los egipcios, los israelitas alcanzan la otra orilla del mar, Dios le da una segunda orden a Moisés quien extiende su mano sobre el mar, las aguas sumergen a los egipcios antes de llegar costa. Ellos perecen en el mar. Según Ex 14,30, por la mañana los israelitas descubren los cadáveres enemigos a lo largo de la orilla del mar.

El verso final concluye así: los israelitas temen a Dios y creen en Dios y en su siervo Moisés. El lector reconoce que Dios permanece fiel a su promesa y que Moisés tuvo fe, estuvo seguro al contar con la intervención divina. En otras palabras, el propósito del relato era despertar la “fe” en el lector quien es consciente del peligro, y ve cómo el Señor, en la historia, resuelve los problemas y elimina los obstáculos. Es su manera de enseñar.

Conclusión

El efecto principal del relato, va más allá. Muestra cómo superar la raíz de la esclavitud, es decir, el “temor del maestro”. Después del paso del mar, los hebreos ya no temen al faraón y a su ejército recién arrasado y sepultado en el mar. Ya no hay temor porque ahora todo se basa en la confianza en un Dios capaz de salvar y mantener su promesa.

El esclavo es esclavo porque teme a su amo. Él deja de ser un esclavo cuando ya no le tiene miedo a su amo. En Ex 12, Israel sale de Egipto y de la casa de la esclavitud. En Ex 14 Israel deja su propia esclavitud porque fue erradicado el temor a su amo. Ahora los israelitas están listos para servir a su Dios.

La educación hoy es un don divino, la educación como profesión es un bien, de ella muchos docentes obtienen su sustento, y en verdad con sacrificio, pero volver al origen muestra la importancia de la educación como un arte, ya es no solo una profesión sino una vocación, para vencer todo tipo de esclavitud y abrir las puertas de la enseñanza a todos sin excepción. Y la memoria del corazón nunca olvidará que la educación original aprende del error, del fracaso, del dolor, del sufrimiento, del éxodo y del desierto. RM

Hernán Cardona

Director departamento de Teología Pontificia Universidad Javeriana. Licenciado en Filosofía y Educación, de la Universidad Santo Tomás, Bogotá; con pregrado en Teología de la Pontificia Universidad Javeriana. Máster en Teología con énfasis en Sagrada Escritura, de la Pontificia Universidad Bolivariana, de Medellín.

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