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Educar “agentes de cambio” para un mundo mejor

En un mundo marcado por un cambio constante y acelerado, es fundamental educar “agentes de cambio”, lo que supone un alto componente ético y un enfoque holístico. Estamos ante un nuevo paradigma educativo: aprender a mejorar el mundo en el que vivimos de la misma forma que aprendemos a leer y escribir.

Pensemos en el exponencial crecimiento demográfico de las últimas décadas y sus impresionantes previsiones a futuro, en el espectacular avance tecnológico, o las cada vez más complejas interrelaciones en un mundo global. Las sociedades actuales están definidas por su volatilidad, su hiperconectividad y por una constante: el cambio. Claro que el mundo, por definición, siempre está cambiando, según en qué momentos los cambios se han producido de forma más paulatina o más rápida, a veces incluso revolucionaria. Pero muchos elementos sociales, políticos, científicos, etc. parecen indicar que el cambio en nuestro momento histórico se produce de forma especialmente acelerada, hasta el punto de que el futuro inmediato resulta más imprevisible, más incierto o desconocido.

Esta tendencia es un hecho científico al que muchos investigadores y humanistas le han dedicado importantes trabajos y para el que, seguramente, habrá detractores. Pero más allá de justificar esta idea o entrar en el debate hay afirmaciones que parecen claras y unánimes. Por ejemplo, la evidencia de que el cambio es una constante en nuestra vida. ¿Sabemos enfrentarlo o gestionarlo? ¿Sabemos anticiparlo? ¿Sabemos provocarlo? Nuestras acciones u omisiones como individuos influyen a nuestro alrededor y en las sociedades de las que formamos parte; sabiéndolo o no, queriéndolo o no, participamos de ese mundo interdependiente.

En esta “maraña” de relaciones y conexiones sociales, económicas, ambientales, personales… los problemas y retos que enfrentamos como habitantes de este planeta parecen cada vez más difíciles de abordar. Tanto que parecen inalcanzables o lejanos. Resulta complejo en muchas ocasiones tomar partido, asumir un rol activo o involucrarse.

Hay cada vez menos estructuras o jerarquías encargadas de resolver con eficacia los problemas que nos afectan. Ya no sirve simplemente con seguir las reglas marcadas “desde arriba” para que todo funcione. En este nuevo contexto, muchos enfoques tradicionales para hacer frente a los problemas resultan ineficaces. En ese complejísimo mapa de relaciones, el poder está más descentralizado, más repartido. Todos tenemos un papel protagonista para dirigir nuestras propias vidas e influir en las de los demás.

En un mundo marcado por el cambio, sería deseable que todos y todas seamos “agentes de cambio”, personas conscientes de nuestro papel protagonista y del poder que desplegamos (o no) para contribuir en ese proceso colectivo. Es más, no estar preparado para convivir con el cambio o tomar parte de ello sería quedar marginado, ya que el protagonismo lo asumirán otros.

La tendencia mundial es hacia un mayor empoderamiento de las personas. En una entrevista reciente de The World Values Survey, realizada de forma longitudinal a nivel global desde hace 40 años, destacan la creciente demanda de las personas por ejercer su participación, su expresión y ser empoderados.

Habilidades para el siglo XXI

Parece que son más necesarias que nunca las habilidades relacionadas con la colaboración, la disposición de cooperar o de comprender la diversidad. Las cosas ocurren generalmente por la capacidad de personas distintas de buscar resultados comunes. No importa ahora si lo llamamos habilidades, competencias, capacidades, atributos o fortalezas… lo importante es que es algo que puede ser practicado y desarrollado.

Se requieren también habilidades para liderar. Pero es un nuevo concepto de liderazgo: abierto, compartido y más horizontal. Las relaciones entre las personas hoy son más abiertas y flexibles que nunca. Los modelos autoritarios y rígidos van cediendo terreno hacia modelos más transitorios, más plurales y participativos. Todo el mundo tiene muchas más oportunidades para ejercer su voz, y se convierte además en una necesidad inevitable. Es un liderazgo dialógico, basado en la comunicación, el empoderamiento de las personas participantes y el trabajo en equipo.

El nuevo siglo requiere también personas capaces de resolver problemas y buscar soluciones diferentes para lo que no funciona. Hombres y mujeres predispuestas a enfrentar conflictos con ánimo conciliador, creativas, que se den permiso para intentarlo y, probablemente, fracasar.

El ámbito empresarial demanda todo esto cada vez con más anhelo, y lo vemos también en multitud de escuelas que lo incorporan en todos los niveles de forma cada vez más frecuente. Empiezan a predominar los aprendizajes colectivos o la autogestión de equipos y donde el rol del docente se revisa en momentos para pasar a ser mediador de relaciones y conflictos y orientador para la investigación y el autoaprendizaje.

El mundo ya no pertenece a un sabio que nos lo traduce y explica sino que nos pertenece a todos. Es un lugar más acogedor, que descubrimos juntos, que resulta relevante para mí y tiene sentido en relación con los demás. Es también un entorno lleno de oportunidades para la reflexión y la acción.

Empatía basada en la acción y la ética

El nuevo orden social necesita personas con iniciativa, proactivas, capaces de ejercer un liderazgo y colaborar, con habilidades emprendedoras y de resolución de problemas, capacitadas para navegar este mundo en constante evolución.

Pero esto conlleva un gran reto. ¿Acaso no tienen iniciativa los dirigentes del terrorismo internacional? ¿No son capaces de colaborar y trabajar en equipo esos eficaces colectivos que lideran, por ejemplo, redes de explotación? ¿No fueron grandes líderes quienes conquistaron, organizaron guerras y exterminios? ¿No son personas emprendedoras quienes, por ejemplo, gestionan empresas que vulneran los derechos humanos o destruyen el medioambiente?

Ser un “agente de cambio” tiene un imprescindible componente ético. Consiste en desplegar todas nuestras habilidades con el fin de mejorar nuestra vida, la propia y la de nuestras personas cercanas, la comunidad y por extensión, la humanidad o el planeta.

Se trata de entrenar nuestra capacidad empática, para detectar situaciones problemáticas y tomar partido para resolverlas por el bien común. Requiere una gran capacidad crítica y creatividad, resiliencia, curiosidad. Y para ser eficaz requiere también grandes dotes de habilidades sociales, emocionales y ser capaz de aplicar mis conocimientos adquiridos.

Un nuevo paradigma educativo

Pero, ¿cómo educar “agentes de cambio”? ¿Cómo se aprende y se desarrolla esta capacidad y esta forma de vida? Solo hay una vía: practicando.

Nuestra infancia y adolescencia están determinadas por las experiencias que tenemos, por los entornos en que crecemos, lo que percibimos, por las personas con las que nos relacionamos y lo que hacemos… y cómo todo ello nos hace pensar o sentir.

Somos muchos los que creemos que estamos en un nuevo paradigma educativo. Un cambio similar al que supuso comprender que todo el mundo tenía que aprender a leer y a escribir en la escuela o que la educación física era importante en los currículos escolares. Con esta visión, todo niño, niña o adolescente tiene que desarrollar sus capacidades como agente de cambio, lo que requiere practicar esa empatía en acción y con imprescindible componente ético y que da forma y sentido a toda la innovación y renovación pedagógica. Es para eso, para mejorar el mundo, para lo que adquirimos conocimientos, para lo que aprendemos a ser capaces de trabajar en equipo, a ejercer un liderazgo responsable y compartido o a resolver problemas.

Es un desafío para un mundo, el escolar, que suele reaccionar lentamente y continúa preparando nuevas generaciones para un mundo que ya no existe. Un mundo dividido en áreas y departamentos del conocimiento, con un modelo de “educación bancaria”, que reproduce las desigualdades existentes. Necesitamos construir un nuevo paradigma en el que prime el diálogo, la colaboración, la iniciativa, la solidaridad, el espíritu crítico y prácticas transformadoras de la realidad social. (Freire, 1987).

Una educación que no hace al estudiante protagonista de su propio aprendizaje nunca será transformadora. La competencia matemática y la lectoescritura no garantizan una base educativa completa. La escuela debe ser un lugar para incorporar diferentes dimensiones del conocimiento, del pensamiento y del comportamiento: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser (Delors, UNESCO, 1998). Una concepción en la que un proyecto social llevado a cabo en equipos en la escuela es tan importante como un proyecto científico en el laboratorio.

Si seguimos concibiendo la escuela en todas sus etapas con el único foco de la tradicional instrucción académica estaremos olvidando el propósito final de educar personas capaces para un mundo mejor. Necesitamos poner los imprescindibles conocimientos y la excelencia al servicio del bien común. ¿Cuántos monstruos de la historia de la humanidad son o hubieran sido excelentes en PISA? O, sin irnos a extremos, ¿cuánto conocimiento desperdiciamos por no entrenar nuestra capacidad de aplicarlo para hacer mejorar el mundo en el que vivimos? Podemos aprender robótica para diseñar un tanque o una mejora en la calidad de vida de personas con discapacidad psicomotriz.

Afortunadamente, en todo el mundo hay cada vez más escuelas que recuperan este propósito y le plantan cara a políticas educativas normalmente poco flexibles o promotoras de este tipo de innovaciones. Escuelas que muestran orgullosas su visión educativa centrada en formar ciudadanos y ciudadanas competentes y comprometidos con el mundo en el que viven, que desarrollan sus propios mecanismos para evaluarlo y los comparten. Escuelas cuyo fin último va más allá de innovar o capacitar alumnos y alumnas “excelentes”, que también, sino que todo ello se pone al servicio de un fin superior: educar personas íntegras y que contribuyan a mejorar el mundo en el que viven.

Enfoque holístico

Empoderar a las personas con este enfoque, con especial atención a las nuevas generaciones, es una cuestión de supervivencia básica del mundo en que vivimos. Y es un reto que requiere un enfoque integral.

Necesitamos que las escuelas no pierdan de vista este propósito, lo enseñen, lo practiquen y lo evalúen. Hay multitud de aproximaciones diferentes para el aprendizaje activo y la práctica de la transformación social. Las escuelas de todo el mundo, según sus contextos, están siempre rodeadas de oportunidades para desarrollarlo.

Necesitamos que los y las profesionales de la educación estén preparadas para afrontar el reto; que las familias lo demanden, que las políticas educativas lo persigan y promuevan. Necesitamos revisar las fórmulas de admisión en las universidades, porque condicionan lo que ocurre en todas las etapas anteriores (bachillerato, secundaria, etc.).

Es imprescindible trabajarlo también en el entorno familiar. Se necesita propiciar y acompañar a los jóvenes en esta experiencia, dejarles equivocarse y ayudarles a intentarlo de nuevo.

Necesitamos comunidades, municipios o barrios que ofrezcan oportunidades para participar, que establezcan relaciones con los centros educativos y las familias, que dinamicen los tejidos sociales y asociativos con este propósito.

Necesitamos empresas responsables, que den ejemplo como “agentes de cambio” en positivo, que favorezcan la iniciativa social de sus empleados. Es interesante cómo empiezan a variar las políticas de contratación de personal, una tendencia que ya no confía tanto en un curriculum vitae tradicional con sus títulos académicos y poco más, sino que indaga en esas habilidades, actitudes, inquietudes o experiencias no necesariamente profesionales que definen una persona.

Y un largo etcétera. Es todo un ecosistema el que interviene para empoderar a un niño o niña como agente de cambio, un conjunto de relaciones entretejidas dentro y fuera de la escuela y que conforman su experiencia vital.

Necesitamos innovaciones que favorezcan y alimenten estos ecosistemas, que impulsen a comunidades enteras trabajando juntas para proporcionar vivencias y experiencias que permitan a los más jóvenes convertirse en agentes de cambio. Innovaciones disruptivas que no se limiten a lo que ocurre en la escuela.

“Una persona no puede participar activamente en la historia, en la sociedad, en la transformación de la realidad si no es ayudada a tomar conciencia de la realidad y su propia capacidad de transformarla. (…) La realidad no puede ser modificada excepto cuando las personas descubren que es modificable y que lo puede hacer ellas mismas” (Freire, “Pedagogía del oprimido” 1987).

 

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