Si echo la vista atrás, llevo casi dos décadas dedicado a la maravillosa empresa de poner a aprender juntos a los diferentes. Una empresa que no sólo he asumido como docente, sino que he tenido la suerte de afrontar tanto desde la coordinación pedagógica de mi propio centro escolar, como desde el asesoramiento de otras muchas organizaciones educativas. Toda esta experiencia me ha ayudado a construir una certidumbre que, a día de hoy, suelo defender con gran convencimiento: que las estructuras y dinámicas cooperativas deben constituir un elemento clave dentro de cualquier oferta educativa de calidad.
En primer lugar, porque la cooperación entre iguales maximiza las oportunidades de aprender de todos los estudiantes, independientemente de cuáles sean sus características, sus necesidades o sus intereses. De hecho, considero que, dentro de la configuración actual de nuestras escuelas, una apuesta decidida por la inclusión pasa indefectiblemente por una apuesta decidida por la cooperación.
En segundo término, porque la utilización sistemática de la cooperación en el aula promueve la interiorización por parte de los estudiantes de toda una serie de procedimientos, habilidades y actitudes que resultan vitales para vivir en un mundo tan globalizado, complejo y heterogéneo como el actual. No en balde, el proyecto 2; de la OCDE 3;—sobre el que muchos países han reformado sus sistemas educativos— considera la competencia para interactuar en contextos heterogéneos como una de las tres competencias clave que todos los ciudadanos deberían tener desarrolladas en el momento actual.
Finalmente, el contacto que hemos mantenido con tantos y tantos centros educativos a los que hemos acompañado en su proceso de implantación del aprendizaje cooperativo, nos ha permitido constatar que la cooperación no solo tiene un impacto directo en la mejora del aprendizaje de los estudiantes, sino que también se deja notar muy positivamente en la convivencia escolar y el clima de aula. De hecho, las mejores propuestas que hemos conocido para el establecimiento de un marco de relación y convivencia pacífica y democrática, se han construido siempre sobre la creación de una sólida estructura cooperativa tanto en el aula como en la propia escuela.
Los anteriores son solo tres de los motivos por los que creemos que todo esfuerzo invertido en la empresa de «cooperativizar» la vida escolar, siempre será una buena inversión. Ahora bien, para rentabilizar este esfuerzo y que el aprendizaje cooperativo contribuya a mejorar la experiencia escolar de todos los estudiantes, no basta con agruparlos y pedirles que hagan cosas juntos.
Cooperar no es tarea sencilla y, en consecuencia, no es inhabitual que en el proceso de implantación del aprendizaje cooperativo podamos encontrarnos con situaciones en las que las cosas no salen todo lo bien que esperamos; momentos en los que nos entran las dudas o en los que no sabemos muy bien cómo reaccionar ante un problema que no habíamos previsto. En esos momentos, es necesario mantenerse firme y entender que la eficacia de una red de aprendizaje cooperativo solo puede fraguarse sobre la experiencia que se deriva de la práctica sistemática. Solo así aprenderemos a manejar adecuadamente las herramientas necesarias para diseñar, implementar y gestionar las estructuras y dinámicas cooperativas y, lo que es más importante, crearemos las condiciones para que nuestros alumnos y alumnas vayan interiorizando las estrategias, destrezas y actitudes necesarias para desenvolverse de manera ajustada y eficaz dentro de las propuestas de trabajo en equipo.
Esto me lleva a otra de esas certidumbres que defendemos con no poca vehemencia: ¡Que la implantación del aprendizaje cooperativo exige perseverancia! Una perseverancia que, lógicamente, fluye mejor si vamos teniendo «pequeños éxitos» que nos animan a seguir «cooperativizando» nuestra práctica docente. Y por eso, para ayudarte a perseverar, quiero ofrecerte unos cuantos consejos que me hubieran venido muy bien cuando empecé a trabajar con estructuras y dinámicas de cooperación en el aula. Dichos consejos son fruto de la experiencia que he podido acumular no solo en el ejercicio de la docencia, sino, además, en el desarrollo de esa intensa labor de coordinación y asesoramiento a la que nos referíamos anteriormente. De ese modo, hemos ido identificando algunos ámbitos en los que es necesario intervenir a la hora de transformar el aula en una red de aprendizaje cooperativo y, lo que es más importante, perfilando un conjunto de acciones que podemos desarrollar para que esa intervención resulte eficaz.
Todo ello se puede concretar en siete tareas que consideramos fundamentales a la hora de implementar con éxito el aprendizaje cooperativo. Siete acciones que pueden ofrecerte la base sobre la que construir tu propio proceso de implantación, siempre ajustándolo a las necesidades de tu contexto, tu alumnado y, por supuesto, tu estilo docente.
Si estás preparado, pongámonos manos a la obra.
1. Empieza promoviendo una cultura de cooperación
El aprendizaje cooperativo no es una pieza para solistas. ¡Suena mucho mejor cuando la ejecuta una orquesta! Por eso, no basta con que tú «lo tengas claro»: debes intentar sumar a la causa de la cooperación a la mayor cantidad de miembros de la comunidad educativa, no solo a los estudiantes y a sus familias, sino a tus colegas docentes. Cuantos más, mejor.
Puedes desarrollar muchas y muy diversas acciones para promocionar esta cultura de cooperación, pero hay dos que consideramos imprescindibles. En primer lugar, es indispensable que intentes hacer «apología» del aprendizaje cooperativo, tratando de generar una visión del acto educativo en la que la interacción social se concibe como un elemento clave para la construcción de aprendizajes realmente significativos y profundos. Esto exige que manejes algunos de los «porqués» y los «paraqués» sobre los que se fundamenta el aprendizaje cooperativo y, con ellos, construyas un argumentario propio que te ayude a sumar adeptos a la causa de la cooperación.
Pero las palabras tienen poco valor si los hechos no las refrendan. Por muy apasionado y convincente que puedas ser a la hora de fundamentar la cooperación, si en la práctica el aprendizaje cooperativo no funciona, la cultura difícilmente se generalizará. Por tanto, resulta crucial que procuremos tener éxito en nuestras primeras experiencias cooperativas, lo que no solo implica desarrollar de manera adecuada las tareas de implantación que presentaremos a continuación, sino supone secuenciar dicho proceso de implantación, tratando de ir pasito a pasito, en el afán de adecuar siempre las propuestas al nivel de competencia cooperativa del alumnado.
2. Agrupa al alumnado procurando poner la diversidad al servicio del aprendizaje
Para cooperar no basta con que los alumnos «quieran» hacerlo: es indispensable que también «puedan» hacerlo. En consecuencia, otra de las acciones a las que debes prestar atención en el proceso de implantación del aprendizaje cooperativo es la articulación en el aula de una estructura que facilite la interacción y el trabajo conjunto del alumnado. Y esto pasa necesariamente por realizar agrupamientos.
A la hora de agrupar a los estudiantes, debes partir de una condición inexcusable: apostar por que los diferentes trabajen juntos. Aunque puntualmente puedas plantearte agrupamientos más homogéneos para desarrollar tareas concretas, si aspiras a sacarle todo el partido a la interacción cooperativa, los equipos con los que trabajarás habitualmente han de ser siempre heterogéneos. Esto supone dar respuesta a tres cuestiones fundamentales: (a) qué criterios utilizarás para articular esta heterogeneidad, (b) cuántos miembros tendrán los grupos y (c) durante cuánto tiempo trabajarán juntos. Una vez decidida la configuración, tamaño y duración de los equipos, deberás distribuir a los alumnos entre grupos y disponerlos en el aula, siempre procurando poner la diversidad al servicio de una experiencia escolar más rica y significativa para todos.
3. Organiza un contexto en el que «fluya» la cooperación
Pero no basta con agrupar al alumnado: si no cuidamos el contexto en el que van a interactuar, puede que la cooperación no termine fluyendo de manera adecuada dentro de los equipos. Para muestra, un botón. Imagina una clase en la que el docente suele recompensar a los estudiantes que terminan primero o que consiguen hacer más ejercicios… ¿crees que en esa situación los alumnos van a dejar lo que están haciendo para atender a la demanda de ayuda de un compañero? Evidentemente, no. Por este motivo, para implantar con éxito el aprendizaje cooperativo debes organizar un contexto en el que la cooperación sea posible y esto se relaciona, al menos, con tres elementos clave: las consignas, las normas y los roles cooperativos.
Las consignas que utilizamos los docentes para articular las situaciones de aprendizaje determinan de forma directa el tipo de dinámicas que florecen en el aula. Por ello, si quieres promover una dinámica de trabajo cooperativo, debes procurar que las propuestas se traduzcan en una clara interdependencia positiva, de forma que los estudiantes se necesiten para realizar el trabajo y no puedan conseguir sus metas si sus compañeros no consiguen las suyas.
Además, debes trabajar de manera explícita en la articulación de un marco normativo que contribuya tanto a promover la cooperación como a regularla, siempre con la intención de convertir la interacción, el diálogo y la ayuda mutua en elementos valiosos —y, por tanto, reconocidos y valorados— dentro de la dinámica escolar. En este sentido, tres «normas cooperativas» básicas serían: (a) cuando necesitamos ayuda, acudimos a los compañeros antes que al profesor; (b) cuando nos piden ayuda, dejamos de hacer lo que estamos haciendo y ayudamos; y (c) ayudamos sin dar la respuesta: damos pistas.
Finalmente, de cara a organizar el trabajo conjunto de los estudiantes dentro de los equipos, podría ser interesante que distribuyas entre los miembros del grupo una serie de roles cooperativos Estos roles no solo te ayudarán a promover la eficacia de las dinámicas cooperativas, sino que contribuirán a generalizar una situación de independencia positiva en la que todos los componentes del grupo son necesarios a la hora de conseguir desarrollar las tareas. Un ejemplo de lo anterior se produciría con el establecimiento de un rol de «relaciones públicas», cuya misión básica sería comunicarse con el docente y otros grupos para buscar información. De ese modo, cuando el equipo tenga una duda que no puede resolver ninguno de sus miembros, necesitará que el «relaciones públicas» se ponga manos a la obra.
4. Diseña tareas cooperativas
Con los alumnos agrupados y el contexto organizado, llega el momento de que pongas a trabajar a tu red de aprendizaje cooperativo. Y esto, como decíamos anteriormente, exige algo más que pedirles que «hagan cosas juntos». Es necesario que diseñes con cuidado las tareas que desarrollarán los grupos, procurando que resulten realmente cooperativas. Esto exige que manejes —al menos— tres premisas básicas de diseño que solemos agrupar bajo el epígrafe de tríada cooperativa: la interdependencia positiva, la participación equitativa y la responsabilidad individual.
(a) Conseguirás interdependencia positiva si diseñas tareas en las que los estudiantes se necesiten para realizar el trabajo y no puedan sacar adelante las tareas sin la «cooperación» de sus compañeros de equipo. Para ello, debes intentar hacer interdependientes las metas —por ejemplo, «todos deben poder explicar el trabajo del equipo»—, las tareas —por ejemplo, «no podéis pasar al siguiente ejercicio si todos no habéis comprendido el anterior»— o los recursos —por ejemplo, entregamos a cada miembro del grupo una parte de los recursos necesarios para desarrollar la tarea—.
(b) Conseguirás participación equitativa si garantizas que todos los miembros del equipo encuentran el espacio necesario para intervenir y contribuir en la realización de la tarea. Para ello, por ejemplo, puedes articular momentos de trabajo individual dentro de las situaciones cooperativas, establecer turnos de participación, diseñar propuestas sostenidas sobre tareas complementarias o establecer el rol de moderador o coordinador dentro de los equipos, de cara a asegurar los turnos de palabra.
(c) Conseguirás responsabilidad individual si eres capaz de evitar una de las desviaciones más indeseables del aprendizaje cooperativo: el efecto polizón. Se trata de una situación bastante habitual dentro de las propuestas de cooperación mal diseñadas, en la que algunos componentes del equipo se aprovechan del trabajo de sus compañeros. Para evitarlo, debes ser capaz de monitorizar el trabajo que desarrollan los distintos miembros del grupo tanto para poder comprobar lo que va aprendiendo cada uno como para potenciar una implicación más activa en la tarea. Algunas de las estrategias que puedes utilizar para promover la responsabilidad individual son la utilización de grupos pequeños, la solicitud de producciones que se pueden comprobar o la elección aleatoria de algunos alumnos para explicar el trabajo desarrollado por sus equipos.
5. «Cooperativiza» tus diseños didácticos
Una vez que manejas con soltura los rudimentos básicos del diseño cooperativo, estas preparado para empezar a incorporar propuestas cooperativas dentro de tus sesiones de clase. Esto exige que incorpores la cooperación a tu repertorio docente, de cara a que las situaciones de trabajo en equipo se conviertan en una rutina habitual de aprendizaje en tus clases. Para conseguirlo, hay tres acciones muy concretas que puedes llevar a cabo:
(a) Empieza por «cooperativizar» tu repertorio docente incorporándole algunas estrategias de aprendizaje basadas en la cooperación. Para ello, puedes hacer uso de las muchas y muy variadas técnicas que encontrarás en la bibliografía sobre aprendizaje cooperativo, o apostar por el modelo que defendemos desde Colectivo Cinética, basado en cinco rutinas de cooperación que, combinadas con distintas tareas, te ofrecen múltiples y muy variadas oportunidades de cooperar. 4
(b) Relaciona estas técnicas o rutinas con las tareas y procesos que desarrollas habitualmente en clase para promover el aprendizaje de tus alumnos, de cara a que se conviertan en una herramienta que potencia claramente el proceso enseñanza-aprendizaje. Así, te resultará mucho más sencillo «hacerle un hueco» a la cooperación dentro de tus clases.
(c) Utiliza las técnicas o rutinas de cooperación para potenciar tus diseños didácticos, incorporándolas a tus programaciones. De ese modo, paulatinamente, la cooperación se irá convirtiendo en una dinámica habitual dentro de tus clases y no tardarás en empezar a comprobar cómo el alumnado comienza a interiorizar las destrezas necesarias para cooperar de manera eficaz.
6. Evalúa la cooperación
Cuanto mejor cooperen tus estudiantes, más aprenderán trabajando juntos. Por eso, resulta fundamental que promovamos la eficacia de las situaciones de cooperación a través de su evaluación sistemática con un objetivo muy claro: identificar tanto lo que está funcionando bien y debemos mantener, como lo que no termina de fluir de manera adecuada y se hace necesario corregir. Solo a partir de esta información seremos capaces de articular los mecanismos de mejora que nos permitan ir alcanzando cotas de trabajo en equipo cada vez más altas.
A la hora de plantear la evaluación del aprendizaje cooperativo, podrías trabajar a dos niveles diferentes pero complementarios. (a) En primer lugar, sería interesante que manejes toda una serie de estrategias e instrumentos de evaluación que te ayuden a valorar el nivel de competencia cooperativa que va alcanzando el alumnado. Esto no solo te permitirá potenciar el desarrollo de la competencia para cooperar de cada uno de los estudiantes, sino que resultará muy valioso de cara a adecuar las estructuras y las propuestas a las necesidades que se derivan del nivel de cooperación del alumnado. (b) En segundo término, es muy conveniente que articules los espacios, los tiempos y los mecanismos para que los equipos reflexionen sobre su propio trabajo, de cara a poner los procesos de autoevaluación y coevaluación al servicio de la mejora constante de las dinámicas cooperativas.
7. Gestiona el aprendizaje cooperativo
Y llegamos a la última de las acciones que resultan básicas a la hora de manejar el proceso de implantación del aprendizaje cooperativo: la gestión de la propia cooperación. Si algo hemos aprendido en estos años es que no basta con un buen diseño para «cooperativizar» adecuadamente nuestra práctica docente. Si no somos capaces de gestionar con eficacia tanto las estructuras como las dinámicas de cooperación, todo nuestro esfuerzo habrá resultado en vano.
Cuando hablamos de la gestión del aprendizaje cooperativo, debemos prestar atención al menos a dos cuestiones que consideramos vitales. (a) En primer lugar, es necesario atender a la gestión de las propias situaciones de trabajo cooperativo, lo que puede traducirse tanto en la monitorización del trabajo en equipo, como en la intervención que hemos de desarrollar para atajar, reconducir y corregir los posibles problemas y desviaciones que obstaculicen el aprendizaje dentro de las dinámicas de interacción. (b) En segundo término, es fundamental que no perdamos de vista la gestión de la propia implantación del aprendizaje cooperativo, procurando que las propuestas que vayamos desarrollando se adecúen a las necesidades del alumnado en cada momento. Esto exige, lógicamente, partir de un proceso de implantación secuenciado que ha de evaluarse de manera continua, de cara a que resulte realmente ajustado y eficaz.
Y hasta aquí nuestra propuesta de siete acciones para implementar el aprendizaje cooperativo en el aula. Una propuesta que, como hemos dicho, deberás reconstruir en función de tu propio contexto educativo, del alumnado con el que trabajas y, por supuesto, de tu propio estilo docente. Ahora bien, en este proceso de «apropiación» de la propuesta, nos gustaría que tengas en cuenta tres últimos consejos que consideramos interesantes y nos vienen muy bien a modo de recapitulación y cierre de nuestra propuesta:
(a) El primero, que trates de conectar la cooperación con lo que sueles hacer en el aula, de cara a que las dinámicas cooperativas no resulten forzadas y se integren de manera natural a tus clases. Si partes de cosas que ya estás haciendo y te funcionan, el proceso de implantación del aprendizaje cooperativo fluirá de una manera mucho más adecuada.
(b) En segundo lugar, trata de ir poco a poco, de cara a secuenciar el proceso de implantación. Los alumnos no vienen «de fábrica» sabiendo trabajar en equipo, por tanto, de cara a conseguir éxito, es necesario que adecuemos las propuestas a su nivel de destrezas cooperativas, con el fin de que vayamos cosechando esos pequeños éxitos que nos ayuden a perseverar. En esta línea, nosotros manejamos un modelo sencillo y práctico de implantación al que llamamos PBC: «pocas cositas, bien hechecitas y compartidas por muchos».
Y justamente en aras de articular el PBC te ofrecemos el último de nuestros consejos: (c) trata de buscar aliados entre tus colegas del claustro, ya que, como hemos dicho, el aprendizaje cooperativo funciona mucho mejor cuando se asume como una obra coral. Cuantos más profesores trabajen con dinámicas cooperativas en un centro, más experiencia tendrán los alumnos cooperando. Y cuanta más experiencia tengan, más destrezas tendrán interiorizadas. Y, como resulta lógico, cuanto mejor cooperen, más aprenderán cooperando. Así que no debemos escatimar esfuerzos a la hora de sumar a los compañeros a la maravillosa empresa de poner a los diferentes a trabajar juntos. RM
1 Sabemos que el término «cooperativizar» no está recogido por la Real Academia Española, pero nos permitimos la licencia de utilizarlo porque representa muy bien la idea que pretendemos expresar.
2 Definición y Selección de Competencias
3 Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos
4 Tanto la explicación como la propuesta concreta de cinco rutinas, la podréis encontrar en el siguiente documento que encontraréis en la web de nuestro colectivo. Este es el link: https://www.colectivocinetica.es/media/01_-Cinco-rutinas-de-cooperación_v-2018.pdf