El reciente informe de la OCDE “Política Educativa en perspectiva 2015: hacer posibles las reformas”, analiza y compara las más de cuatrocientas cincuenta reformas educativas llevadas a cabo durante los últimos ocho años por los países de la OCDE. Un informe que, entre otros aspectos, pone de manifiesto la hiperactividad reformista educativa de los gobernantes de dichas naciones; una realidad que produce preocupación, vértigo y, por qué no decirlo, alarma, ya que despierta sospechas sobre la dudosa oportunidad y pertinencia de esas iniciativas que, en numerosas ocasiones, han demostrado ser ineficaces e insatisfactorias en sus resultados.
Dicho texto califica a las reformas curriculares como medidas políticas, en concreto en cuanto al contenido de la educación, y demuestra que han sido aplicadas en numerosos países a partir de la convicción de que el currículo es el centro de toda reforma educativa y que cambiarlo, incluso aunque solo sea parcialmente, es un deseo que se va a traducir, de manera automática, en una transformación de la realidad, transformación que, además, cual acto ciego de fe, va a ser positiva en sus resultados.
Y lo que es más preocupante, se trata de una estrategia reformista muy extendida en nuestra región que genera altas expectativas, notable visibilidad pública y reducidos esfuerzos inversores.
La experiencia demuestra que los cambios curriculares han alcanzado resultados dispares: frente a algunos casos de éxito, en los que siempre han formado parte de una estrategia de mejora y cambio educativo global, al haberse acompañado de programas de capacitación de docentes y fortalecimiento del liderazgo escolar y mayor competencia de directivos, dos factores claves para la mejora educativa, junto con los procesos de innovación meteorológica y la generalización de la cultura de la evaluación, encontramos otros muchos en los que han tenido un impacto irrelevante o directamente nulo: especialmente cuando solo estaban justificados por impulsos reformistas coyunturales, académicos o tecnocráticos.
Es evidente que el currículo es una apetecible herramienta política ya que a través de él los gobernantes pretenden definir y construir un modelo de ciudadanía de futuro acorde con sus ideales e intereses: una aspiración nada novedosa, solo cabe recordar, entre otros muchos, a Cordoncet o Durkheim. Como afirma Renato Operti en un artículo incluido en este número, el currículo forma parte del proyecto de país.
Otra cuestión bien diferente es que el cambio curricular sirva para desarrollar más y mejores competencias en niños y jóvenes, para que gracias a él cuenten con más oportunidades en la vida, logren mejores empleos y alcancen un mayor nivel de bienestar. Es decir, en resumen, aquello que realmente debe preocuparnos en estos momentos.
Hoy la mejora educativa a través del currículo, una construcción social que hay que analizar, diseñar y desarrollar desde una perspectiva crítica y siempre de acuerdo con las necesidades del alumno, como se expone en diferentes artículos del presente número de R.M., está alineada con el desarrollo de competencias. Lo importante no es solo lo que saben los alumnos (a eso hoy puede acceder con facilidad cualquiera de ellos con su smarphone), sino lo que son capaces de hacer con lo que saben. Cambiar para mejorar a través del currículo, no es precisamente lo que se ha realizado con frecuencia al introducir simples modificaciones o añadir novedades, sino prever las consecuencias que estos cambios van a generar y su aplicación en otros contextos, especialmente en las oportunidades de bienestar y empleo que posibilitan un futuro mejor a los que hoy son nuestros estudiantes. No olvidemos que las competencias son la divisa global del siglo XXI.
Transformar la educación a través del currículo nos remite también al uso de la tecnología. Si buscamos un currículo que haga factible la adquisición de habilidades y competencias superiores, así como, por supuesto, las básicas de decodificación del lenguaje y de cálculo, necesitamos recurrir al uso de la tecnología ya que, frente a métodos más tradicionales, ésta ha demostrado ser más eficaz en esas adquisiciones más complejas. Recordemos al respecto lo que nos dice la llamada ley de Revans, aplicable a las organizaciones y por ello también a la escuela: para que una organización sobreviva, su tasa de aprendizaje ha de ser al menos igual al nivel de cambio de su entorno. Y la tecnología abre a la escuela todo tipo de oportunidades a la información, al conocimiento y al aprendizaje, así como a la interacción con su entorno en permanente y acelerado cambio.
Sin embargo, como afirma el experto peruano Hugo Díaz, el desafío no solo está en las escuelas. Una de las tareas más difíciles de cumplir para hacer posible que el currículo se convierta en una eficaz palanca para la mejora de la educación, es su traducción a través de documentos sencillos y claros, inteligibles por todos y fácilmente aplicables en las escuelas, mediante propuestas didácticas producidas por los mismos docentes o por la industria. Lo habitual ha sido lo contrario, se han sufrido constantes cambios legislativos que ni han considerado ni evaluado experiencias anteriores, cambios que han obedecido a posicionamientos políticos coyunturales o, lo que es peor, a lo expuesto por determinados especialistas con un lenguaje que pone de manifiesto una evidente soberbia intelectual, con propuestas complejas, apenas inteligibles, cuya aplicación a la práctica es más que dudosa y que por lo común adolecen de una improbable evaluación.
Respondiendo a la pregunta que aparece implícita en el encabezamiento de este editorial: ¿La transformación de la educación a través del currículo es posible? Efectivamente, pero siempre y cuando se lleve a cabo con una intención educativa definida para el desarrollo de competencias en los alumnos, en el marco de una política global de mejora, produciendo innovaciones y cambios meteorológicos, especialmente a través del uso de la tecnología, y procurando que su traducción a la realidad no se reduzca debates teóricos, más o menos diletantes, para, frente a ello, apostar por propuestas meteorológicas didácticas capaces de llevarse a cabo en la realidad de nuestras escuelas.
Ruta Maestra quiere contribuir, también en este caso, al proceso de difusión de información relevante, a contrastar experiencias de éxito, generar debates y a la mejora de la educación a través de procesos de diseño y desarrollo curricular innovadores, pertinentes y eficaces.