Les invito a hacer un ejercicio, escuchen, recuerden o vean la canción del Gran Showman, esa soy yo. ¿La recuerdan? En la letra afirma que hay un lugar para nosotros, porque sé que somos gloriosos. Y así es. Todos somos singulares, únicos y, por ello, somos dignos de ser vistos y reconocidos. Esta soy yo.
¿La han apreciado con otros ojos? ¿Se han fijado en la letra de la canción con toda la fuerza de su música?
Desde la neuroeducación sabemos que cada cerebro es único y no puede haber ninguna educación que no sea inclusiva porque todos somos diferentes. Todos debemos de tener nuestro lugar en la escuela, en la sociedad, en la vida.
Cambiar de mirada es básico para apreciar a cada uno de nuestros chicos y chicas; las singularidades que los hacen únicos. Eso implica quizás seguir haciendo mucha pedagogía aun en escuelas, ciudades, empresas, para abrirse a todas las realidades humanas con las que compartimos este mundo. Vivir la diferencia como riqueza, no como obstáculo. En esta línea argumental les invito a un nuevo visionado, en este caso, la entrevista a Pablo Pineda.
Las palabras de Pablo siempre son impactantes, pero nos detendremos en el intervalo de los minutos 15 a 17, en que se le pregunta sobre lo mejor o lo peor de tener síndrome de Down: toda una lección. Él nos recuerda que lo mejor es la alegría y que lo peor no está en las personas con síndrome de Down, sino fuera de ellas, “en los contextos que nos discapacitan, las barreras, los prejuicios… eso es lo que afecta a la persona con síndrome de Down”.
Estos dos ejemplos nos ilustran esa educación del ser que apuesta por convocar a todos con todas y cada una de nuestras singularidades para poder tejer un nosotros.
El cerebro es un cerebro social, las personas necesitamos de ese afecto, del vínculo de sentirnos parte del contexto donde interactuamos; escuela, casa, vecindario, ciudad. Formamos una gran pluralidad de singularidades y esa es la riqueza que hace de cada encuentro un aprendizaje.
Pero los contextos también van cambiando, en este momento histórico el ser humano se encuentra contrastado con las máquinas que emergen velozmente. El ser singular en un contexto plural cada vez más robotizado. ¿Dónde queda el ser en una sociedad cada vez más robotizada?
¿Se han fijado que los robots cada vez tienen más apariencia humana y los humanos nos estamos tecnologizando cada vez más? Hasta en la piel tendremos tecnología en breve.
Parecería que podríamos jugar en tres escenarios posibles:
1.- H=M
Un contexto donde las máquinas sean como los humanos, y vengan a sustituir a los humanos. Esto está sucediendo en las fábricas de producción o en trabajos de alto riesgo. En este contexto, las máquinas son percibidas como una amenaza, porque nos van a remplazar y se vive con miedo a la pérdida, especialmente la pérdida del trabajo.
2.- H+M
En este segundo escenario las máquinas vendrían a sumarse al trabajo de los humanos, por ejemplo, cómo las tecnologías han ayudado a mejorar procesos impensables desde el esfuerzo humano. Sobre todo, el análisis de datos. Aquí las máquinas ya no son vistas como amenaza sino como un complemento. Ya hay máquinas que crean canciones y poesías a partir de los miles de datos de los humanos.
3.- HxM
Donde el trabajo de los humanos viene incrementado por las máquinas. Ya no se trata de sumar sino de hacer propuestas que antes no habíamos pensado hacer como humanos. Este campo aún es muy emergente pero seguro que marcará las tendencias de futuro. Y esta es la línea más interesante. Por ejemplo, aviones estilo hotel, pensando en los humanos que hacen largos viajes, o la tecnología que puede predecir enfermedades, entre otros.
En este escenario donde las máquinas van ganando terreno, las preguntas son obvias. ¿Dónde quedará la humanidad? ¿Qué nos hará más genuinamente humanos? ¿están las escuelas bien orientadas?
En el reciente informe GUNI (Educación superior en el mundo 7. Humanidades y educación superior: sinergias entre ciencia, tecnología y humanidades) ya exponíamos (Fernández, Forés, Pinzón) que los objetivos básicos de la educación son: dar al individuo la sabiduría y las herramientas para comprender mejor el mundo, su entorno y a uno mismo, y el poder para adaptarse a su momento a fin de contribuir con lo que ha aprendido.
Los propósitos de la educación serían pues: (1) formar un buen ser humano, que para nosotros es alguien que vive en equilibrio interno y externo, quien busca un propósito y significado en todo lo que hace y agrega valor a cualquier situación que encuentre, y (2) darle las herramientas para utilizar correctamente en el tiempo en que vivimos. Desafortunadamente, con frecuencia hemos simplificado el propósito de la educación y lo hemos distorsionado con la idea de que es el vehículo para generar trabajadores productivos. Lo hemos conectado al modelo económico; pensamos, diseñamos, estructuramos y evaluamos el éxito de la educación según el principio de que esta es una “fábrica” de trabajadores que han sido capacitados con las herramientas y el conocimiento que el sistema de producción requiere, olvidando la importancia de formar seres “humanos”, con un conjunto completo de atributos, valores, comportamientos y actitudes para ayudarlos a buscar, tanto su equilibrio interno, como el equilibrio con su entorno, con el propósito de que desarrollen una vida con sentido y usen su sabiduría para agregar valor a este entorno a su debido tiempo.
Larry Rosenstock, fundador de las escuelas HTH y quien acaba de recibir el galardón como el mejor profesor del mundo, afirma que la próxima innovación en el mundo educativo no está relacionada ni con el desarrollo del Big Data, ni con la inteligencia artificial o el aprendizaje automatizado, como podría parecer en un mundo cada vez más dominado por la tecnología. La próxima innovación, según él, tiene que ver precisamente con la mejora de las competencias que hacen únicos a los seres humanos (empatía, comunicación, creatividad, pensamiento crítico, cooperación, solidaridad), para poder tomar el rumbo en un mundo en el que van a sobrar la información y los datos, pero van a faltar talento y creatividad para usarlos ante los grandes desafíos. Además, cree Rosenstock que la tecnología en las escuelas debería ser utilizada por los estudiantes de la misma manera que es utilizada por los adultos en el mundo. Los estudiantes han de ser creadores de tecnología y no consumidores pasivos de tecnología.
Ahí tenemos una propuesta educativa altamente interesante: apostar por competencias tales como la empatía, la comunicación, la creatividad, el pensamiento crítico, la cooperación, la solidaridad, para poder ser genuinamente humanos, tener pensamiento crítico y poder generar posibilidades de futuro.
Seres singulares en mundos plurales que creen futuro. Otro elemento genuinamente humano es GRIT (Grané, Forés, 2019). Para Duckworth, autora de este concepto, lo más importante del rasgo GRIT (el interés, la práctica, el propósito y la esperanza) es que te dediques a alguna cosa que te importe tanto, que estés dispuesto a persistir hasta conseguirlo. GRIT aúna la idea de la constancia con el paso del tiempo y la pasión, entendida como una brújula. También puede comprenderse la pasión como una filosofía clara y bien definida que te proporciona la guía y los límites para no desviarte de tu objetivo vital. No es un capricho. Cada persona tiene su orden de prioridades. El GRIT se desarrolla a medida que descubrimos nuestra filosofía de la vida, superamos rechazos y decepciones, y aprendemos a distinguir las metas del nivel inferior, que debemos abandonar rápidamente, de las del nivel superior, que requieren más tenacidad. RM
“GRIT nos ayuda a generar posibilidades desde nuestra singularidad para vivir en contextos plurales y rescatar nuestra esencia humana”.