El contexto actual
Vivimos en un mundo, en el que como propone Bauman en su dilatada obra, ya nada es permanente, duradero y firme (sociedad sólida), sino que todo se ha vuelto fugaz, cambiante e inconsistente (sociedad líquida). En cuanto a la educación no es necesario decir que ya no tiene sentido el lanzar conocimientos a los estudiantes para que e`stos los adquieran, pues el aprendizaje bancario tan criticado por Freire, hace mucho dejó ser útil a las personas y a la sociedad, ya que hoy las necesidades formativas deben dirigirse al desarrollo y adquisición de habilidades, competencias básicas que implican desarrollo de capacidades humanas que permitan a los individuos vivir y dar la respuesta adecuada a un mundo de cambios vertiginosos y lleno de incertidumbres.
Por otro lado, en ese contexto, la búsqueda de respuestas a la formación profesional del docente nunca fue tan dinámica y estuvo tan necesitada de ser a lo largo de la vida, por lo que adquirió la gran importancia que ahora tiene. Las causas de todo ello tendríamos que buscarlas, además de lo anteriormente dicho, en los estudios internacionales sobre el profesorado como TALIS (Teaching and Learning International Survey), las evaluaciones internacionales como PISA (Programme for International Student Assessment), y otras pruebas como LLECE, TIMM, PIRLS, etc.
Soy de los que creen que, para mejorar la formación inicial y permanente de los docentes, necesitamos repensar, en primer lugar, sobre cuáles deben ser las finalidades de la educación en este mundo tan dinámico, interconectado y global y, en consecuencia, establecer qué habilidades deben tener estos profesionales para lograr los objetivos que nos proponemos que alcancen nuestros estudiantes. Así pues, parece necesario prescindir de las miradas simplistas y cerradas, pues la realidad es compleja y está llena de matices.
Pensar que solo poniendo el foco en la formación de los docentes mejorará la escuela es un craso error, pues son demasiadas las variables que inciden en ella, y, aunque es muy importante hacer un gran esfuerzo por la mejora de la formación docente en Latinoamérica, no es suficiente ni la única preocupación de debemos tener, pues existen otros muchos aspectos de la educación que deben ser repensados y puestos al día, entre otros, los recursos y medios que se destinan a ella, la forma en la que se organizan las escuelas y, sobre todo, cómo se aprovecha el tiempo escolar, que está muy lejos de coincidir con el tiempo de aprendizaje de los estudiantes, a pesar de los esfuerzos que se vienen haciendo en diferentes países de la región por prolongar la jornada escolar y el tiempo de permanencia de los estudiantes en las escuelas, pues, según “Diversos trabajos demuestran que, pese a que existe mucha variación según los contextos, en estos países, la enseñanza propiamente dicha puede llegar a ocupar menos de 50% del tiempo oficialmente establecido (Benavot, 2004; Cotton y Wikelund, 1990; Honzay, 1987; Karweit, 1984, 1985; McMeekin, 1993). Las razones pueden variar, pero el ausentismo docente tiende a ser la principal causa”, citado por Velada, C. (2013).
La formación del docente a través de la práctica reflexiva
Para centrar la mirada en la reflexión que queremos hacer sobre el aporte que hace la práctica reflexiva a la formación de los docentes nos parece oportuno recordar la idea que venimos exponiendo en diferentes trabajos Navareño (2015) y Navareño, P. y Rincón, J., (2017a y 2017b), por la cual consideramos que
el mejor sistema de formación docente se produce a partir de la reflexión crítica y sistemática sobre la práctica, retroalimentada por el conocimiento que la comunidad científica aporta, en cada momento y contexto, en relación con la materia y la forma en la que se debe enseñar y aprender”.
Pero aún consideramos que debemos añadir que la formación y el desarrollo profesional docentes, tienen una clara necesidad de ser considerados como un proceso que transciende la práctica profesional para adentrarse en el propio desarrollo personal, en la condición humana y en los principios esenciales morales y éticos que deben acompañarnos.
Además, no solo debe entenderse desde la óptica personal, sino que debe ser entendida y practicada, en cada escuela, desde la visión colegiada de todo el profesorado, pues, los grandes aprendizajes que necesitan los estudiantes del siglo XXI, se logran de un modo más eficaz cuando la institución educativa funciona y está organizada sobre principios y normas que todos compartimos, practicamos, enseñamos y aprendemos, en definitiva cuando son organizaciones que enseñan y aprenden para el bien común, superando todo tipo de individualismos que solo aportan fragmentación e incoherencia a la instituciones educativas. En este sentido, hace años, Adela Cortina 1 nos viene llamando la atención sobre la importancia y la necesidad de actuar bajo una ética de las organizaciones. Ya que, como también afirma Malpica (2017, p. 73) “no puede haber innovación en instituciones fragmentadas, que no sean capaces de generar conocimiento pedagógico común, ya que una condición indispensable de la mejora y la innovación es que pueda garantizarse cierta consistencia en el proceso enseñanza-aprendizaje”.
La formación de los docentes y el ejercicio de su práctica es un proceso complejo que tiene como punto de partida la mejora de las competencias profesionales, con el fin de dar respuesta y encontrar la mejor forma de crear las condiciones para que nuestros estudiantes aprendan de manera eficaz y eficiente, basada en el aprendizaje de la práctica docente. Y este proceso complejo de interacciones está atravesado de motivaciones, actitudes, emociones, sentimientos y afectos personales y profesionales, además de los que tiene el estudiante con quien interactuamos, que conforman un “ethos” que trasciende la profesión y configura nuestra personalidad. Todo ello vendría a ser lo que, en palabras de Malpica, F. (2013), se considera el recurso más valioso de la educación: la “mochila docente”. Y yendo un poco más allá, nos atrevemos a afirmar que, al final, cuando tratamos de enseñar mostramos más lo que somos, nuestros aprendizajes a lo largo de la vida, que aquello que decimos saber y que pretendemos enseñar, por esa razón, se puede llegar a decir de modo simbólico que enseñamos más de corazón a corazón que de cabeza a cabeza, o si lo prefieren decir de otro modo, sin emoción del que aprende y del que enseña no hay verdadera enseñanza ni aprendizaje, muy especialmente en los niveles básicos y obligatorios de los sistemas educativos.
Quizás por todo ello, la práctica reflexiva propuesta por John Dewey, a principios de siglo pasado, y basada en la capacidad de los humanos de aprender de la propia experiencia y los trabajos de desarrollo y profundización posteriores, sobre el profesional reflexivo y su formación, llevados a cabo por Schön, D. (1992) y (1998), contiene todos los ingredientes necesarios para ser un modelo de aprendizaje para los profesionales en general y, en particular, para los de la educación, que viene demostrando su alto nivel de eficacia y eficiencia para alcanzar la excelencia de la calidad profesional.
Y no debemos olvidar que, en estos momentos, existe un amplio movimiento que viene trabajando, a nivel internacional, de manera seria y rigurosa en esta metodología por sus muchas virtudes, y que ofrecen una gran cantidad de recursos en la web Práctica Reflexiva 2 . Entre otras aportaciones destacadas, en el ámbito de práctica reflexiva, podríamos citar a Korthagen, F. A. J. y Lagerwerf, B. (1996), Perrenoud, Ph. (2004), Domingo, À. (2008), Domingo, A. (2013), Domingo y Gómez (2014), Anijovich R., Cappelletti G. (coord.) (2014), Domingo A. y Anijovich R. (coord.) 2017, etc. Como elementos esenciales, podríamos decir que la práctica reflexiva, aunque parte de la capacidad natural del hombre de reflexionar, sin embargo, es bastante más, se caracteriza por ser una “actividad aprendida que requiere un análisis metódico, regular, instrumentado, sereno y efectivo y que esta solo se adquiere con un entrenamiento voluntario e intensivo” Domingo, A. (2013, p. 139). En la misma línea, Perrenoud (2004, p. 46) manifiesta que lo que podemos esperar de la práctica reflexiva es que:
* compense la superficialidad de la formación profesional.
* favorezca la acumulación de saberes de experiencia.
* acredite una evolución hacia la profesionalización.
* prepare para asumir una responsabilidad política y ética.
* permita hacer frente a la creciente complejidad de las tareas.
* ayude a sobrevivir en un oficio imposible.
* proporcione los medios para trabajar sobre uno mismo.
* ayude en la lucha contra la irreductible alteridad del aprendiz.
* favorezca la cooperación con los compañeros.
* aumente la capacidad de innovación.
Por todo ello, consideramos que la práctica reflexiva resulta de vital importancia, pues es el medio más adecuado para tomar conciencia de nuestro desarrollo profesional y personal ya que nos permite entender, comprender y dar sentido a la tarea docente, como forma de ejercicio profesional y aprendizaje experiencial que mejora en la medida en la que hacemos un ejercicio responsable, comprometido y sistemático de reflexión sobre nuestra práctica; sin olvidar retroalimentarla con la opinión de otros y el conocimiento que la comunidad científica nos aporta.
Y, ese ejercicio de práctica reflexiva, podemos considerarlo como un proceso de investigación, que sienta las bases para la autoformación, que debe iniciarse con un proceso de reflexión inicial sobre nuestra práctica, facilitado por la aplicación de los instrumentos y modelos que nos proporciona la práctica reflexiva, Domingo y Gómez (2014, p. 103),
tanto individualmente como en compañía de otros, para identificar nuestros puntos fuertes y áreas de mejora, hecho que nos ofrecerá el conocimiento necesario para retroalimentar nuestra reflexión sobre la práctica y ayudarnos a encontrar la respuesta formativa que necesitamos en el conocimiento existente para avanzar y mejorar el desarrollo profesional docente. Y es aquí donde el uso de los entornos personales de aprendizaje (PLE), utilizando plataformas como TeacersPro 3 , Navareño, P. y Rincón, J. (2017), tienen probado, su alta eficiencia formativa para los docentes por su flexibilidad y adaptación a las necesidades e intereses de cada docente. Hecho que nos permitirá acrecentar la base formativa y de conocimientos sobre la profesión, integrando de este modo la práctica y la teoría necesaria, para dar respuesta a nuestras inquietudes e incertidumbres, en un todo que nos permita avanzar en espiral para ir profundizando en lo que podríamos llamar aprendizaje experiencial experto de la profesión docente.
De manera sencilla podríamos decir que la investigación sistemática sobre la práctica es un proceso de autoformación y autoconocimiento que, partiendo de la reflexión inicial, y apoyado en los modelos, ya citados, con los que podemos llevarla a la práctica, nos ayudará, además de iluminar el camino de nuestra práctica, a identificar nuestras necesidades formativas, que deberán ser satisfechas y retroalimentadas con el conocimiento disponible en cada momento, alcanzado a través de la formación, individual y colectiva. Todo ello con el fin de lograr un permanente desarrollo profesional docente, a lo largo de nuestra vida profesional. Convirtiendo así nuestro ejercicio profesional docente en un círculo virtuoso de acción, reflexión sobre la práctica, retroalimentado por la formación pertinente que nos permita el desarrollo profesional docente más adecuado en cada momento, para volver a iniciar una reflexión sobre la práctica cada vez más profunda y rica en matices que, en definitiva, nos conduzca a incrementar cada día la motivación intrínseca que es el verdadero motor de un ejercicio de la docencia con sentido propio y que genera las energías suficientes para la ardua tarea de enseñar en un mundo complejo. Para concluir esta reflexión sería adecuado recordar que la práctica reflexiva puede ser el alma de la profesión docente que debe proyectarse en una obra colectiva que es más hermosa y efectiva en la medida en la que unimos nuestros esfuerzos en pos del bien común, comunidades de aprendizaje docente, teniendo como gran objetivo educar para lograr que nuestros estudiantes adquieran “el arte de la vida”, Bauman (2009), es decir siendo personas críticas que saben discernir las cosas importantes de la vida, de las aleatorias, que saben que no existe correlación entre progreso y felicidad porque es una falacia que nos repiten para que lleguemos a creerla, mientras consumimos desenfrenadamente.
Y que, el mismo autor, expone más adelante en su obra cuando dice que “Rustin explica la razón: sociedades como la nuestra, movidas por millones de hombres y mujeres que buscan la felicidad, se vuelven más prósperas, pero no está nada claro que se vuelvan más felices”. Quizás, por todo ello, la capacidad de reflexividad de las personas sea una de los grandes objetivos que debe perseguir la escuela para formar a las personas en el criterio del buen discernimiento y el análisis crítico de la vida, y, por tanto, tiene tanta importancia y sería bueno recordar estas sabias palabras:
Vigila tus pensamientos, se convierten en palabras. Vigila tus palabras, se convierten en actos. Vigila tus actos, se convierten en hábitos. Vigila tus hábitos, se convierten en forma de ser. Vigila tu forma de ser, se convierte en tu destino. Frank Outlaw, citado por Swartz, R. J. (2015).