Lo que sigue sucedió en una escuela de una pequeña ciudad turística de Córdoba. Una maestra tiene un proyecto de lectura; el proyecto incluye un diario de lector que los alumnos de quinto y sexto llevan durante los dos años que transitan con ella.
La escena que nos compete: más de sesenta alumnos sentados en el suelo, y yo frente a ellos. Me sorprenden los chicos, especialmente uno que pregunta cuestiones muy precisas. Es menudo y tiene una trencita roja colgándole del pelo, repite curso. Me pide que le cuente un cuento con caballos; cuando indago dice que trabaja para un señor que alquila caballos a los turistas. Le digo que yo tengo dos en mi casa; él conoce de pelajes y enumera alazán, colorado, azulejo, pintado, bayo, moro, cabos negros y otros nombres hermosos. Yo pienso en aquel cuento de Borges en el que un hombre ambiciona un colorado cabos negros con apero chapeado y una mujer de pelo rojo. Más tarde le regalo al chico de la trenza un libro sobre un caballo, lo hago aparte, en secreto, porque no tengo libros para todos. A poco de eso, se acerca un compañero, mira el libro y le pregunta si lo compró. El dice que sí. ¿Cuánto cuesta?, pregunta el otro. Veintiséis pesos, dice el de la trenza, con lo que resuelve la situación, comprende rápidamente que no debe decir la verdad.
Cuando el encuentro termina y los chicos y la maestra van a una sesión de cine, quedo hablando con la vicedirectora, ella lamenta que ese niño, que viene de una familia con muchos problemas, no aprenda. ¿No aprende?, pregunto; ella dice que el problema es la escritura, leer sí, le gusta, y también que le lean y cuenten historias, pero tiene problemas para escribir. Sin embargo, al despedirnos, la maestra me dice: tiene tanto entusiasmo que cuando no viene lo extraño. Faltaba mucho, pero cuando le dije que lo extrañaba empezó a venir, fue como mágico.
Mágico es también lo que sucede con Anita en Marvin (Marvin, Gustavo Nielsen, Alfaguara). Una maestra devenida inspectora narra la escena de un mago de labio leporino que por encargo del gobierno hace funciones de magia en escuelas rurales y que, en una escuela perdida, por azar o perspicacia, elige como protagonista de su número a la chica menos avispada de la clase. Un buen mago debe tener dos bocas: una para anunciar el truco y otra para callar la trampa. Yo las llevo separadas por esto —se señaló la herida— así me aseguro de que funcionen correctamente. Con las cabezas a veces no pasa. En ocasiones uno tiene varias cabezas pero no están muy conectadas con el cuerpo. Como decíamos, la elegida es Anita. Bien -—dijo Marvin-—. Anita tiene, si no me equivoco, una gran capacidad para el pensamiento y una imaginación prodigiosa, sólo que no las ha desarrollado aún, porque es chiquitita. Después de hacer su truco, el mago dice: Esto no es magia, es lo que había dentro de Anita. ¿Notan alguna diferencia? Nadie lo notó, pero ya lo van a notar. Anita tiene las cabezas conectadas de nuevo. Eso es tan importante que, si no lo advierten, es porque las de ustedes están mezcladas…. El cuento sigue en su derrotero hasta que la narradora va cerrando la cuestión: Yo no pude explicarme cómo, pero aquella nena un tanto deficiente… (…)…comenzó a leer de corrido y a escribir sin faltas. Le presté los libros que tenía… etc.
El brasileño Antonio Cándido en su conmovedor ensayo El derecho a la literatura, cuenta que cuando tenía doce años, en la ciudad de Pocos de Caldas, un jardinero portugués y su esposa brasileña, ambos analfabetos, me pidieron que les leyese Amor de Perdição de Camilo Castelo Branco, que ya habían oído a una profesora en la hacienda en la que trabajaban antes y que les había encantado. La literatura ni corrompe ni edifica, dice, sino que, al traer libremente en sí misma lo que llamamos el bien y lo que llamamos el mal, humaniza en sentido profundo, pues hace vivir. …Daré el nombre de literatura, en un sentido lo más amplio posible, a las creaciones de todos los niveles de una sociedad, de todos los tipos de cultura, desde lo que llamamos folclore, leyenda, chiste, hasta las formas más complejas y difíciles de la producción escrita de las grandes civilizaciones. Ahora bien, si nadie puede pasar veinticuatro horas sin sumergirse en el universo de la ficción y de la poesía, la literatura — concebida en el sentido amplio al que me referí— parece corresponder a una necesidad universal que es necesario satisfacer, mejor dicho una necesidad cuya satisfacción constituye un derecho.