Literatura Infantil y ética
¿Debe la literatura infantil educar a los niños en cuestiones éticas?
No demoremos la respuesta: ¡Sí debe! O mejor dicho, lo hace así los escritores no tengan ni la más mínima intención de que eso suceda.
Sin embargo, para empezar es necesario aclarar conceptos. La ética tiene poco que ver con la moraleja que los escolares tienen que encontrar en los cuentos y novelas, y con la típica pregunta de examen: “¿Qué enseñanza te deja esta lectura?”. “La ética es el arte del buen vivir”. Así de sencilla y enorme es la definición de Aristóteles. Para este filósofo, cada persona forma su propio sistema ético al comprender, luego de usar el razonamiento, qué le conviene más para alcanzar el bien más preciado en la vida: la felicidad.
Por el contrario, cuando se habla de moral nos referimos a esas órdenes o costumbres que suelen respetarse, al menos en apariencia, y a veces sin saber muy bien por qué, establecidos por un grupo social o religioso. Si yo respeto un sistema de leyes, es decir, si respeto una determinada moral (por ejemplo, la moral talibán que prohíbe que las niñas estudien) no porque mi cabeza ha llegado a la conclusión de que es lo mejor sino porque de lo contrario los talibanes me abalearían, no estaría aplicando principios éticos. Para actuar éticamente la condición indispensable es el razonamiento, y a la vez, la libertad.
Los chicos de las últimas generaciones se hallan cada vez más expuestos a productos comunicativos de diferentes sociedades y, por ello, fruto de diversos códigos morales. Están expuestos a telenovelas coreanas en donde es difícil ver a una pareja besándose en los labios, pero se les ofrecen también realities estadounidenses protagonizados por niños de sexo masculino que han decidido que son en verdad mujeres.
En semejante contexto, pretender limitar a nuestros lectores a una determinada moral es exponernos a la burla y el abandono de los niños, que huelen de lejos cuando los adultos queremos aleccionarlos. Lo realmente útil para los chicos es que a través de obras artísticas se les permita analizar por qué ciertos comportamientos nos convienen y otros no; comprender de qué trata la vida y qué es lo que puede hacerla buena para cada uno. En otras palabras, lo realmente útil para los niños y jóvenes es que facilitemos su formación ética.
Los griegos, por los años 800 a. C., se habían percatado ya de la función educativa de la literatura, que tiene mucho que ver con la famosa “catarsis” que las tragedias clásicas pretendían conseguir en el pueblo. Obras como la terrible “Edipo Rey” eran representadas en los teatros para que las personas se purificaran mental, emocional, espiritual y hasta corporalmente. Según Aristóteles, la catarsis es la facultad de la tragedia (de la buena literatura en general, diríamos nosotros) de redimir al espectador de sus propias pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra.
♦ La televisión y el cine de masas clasifican a los personajes en buenos, malos, tímidos, cobardes… A diferencia, la literatura –no importa la edad de sus lectores- nos presenta a seres complejos y cambiantes que se enfrentan a diferentes situaciones con la libertad y el dilema de tomar esta u otra opción o Y terminan soportando el tipo de vida o el tipo de muerte que ellos mismos provocaron. La Matilda de Roald Dahl decide enfrentarse a los adultos egoístas y abusivos, por muy padres y autoridades que sean; al final logra la vida feliz que tanto anhelaba. Pero en otra visión de las cosas, para los personajes de J. K. Rowiling enfrentarse al mal puede costarles la vida misma. Es trabajo de los chicos analizar las historia, compararlas con la vida, e ir formando su propio código de comportamiento.
♦ Repitamos entonces que la literatura infantil forma éticamente a los lectores, así los escritores no se lo hayan propuesto. Lo que en definitiva no deben hacer las obras para niños es adoctrinar a los lectores en una cierta moral, que por desgracia es la misión que todavía muchos pretenden darle.