Edición 20Paz y literatura

El secreto de Tolstoi que entrevió un muchacho que leía

La guerra y la paz

RRubén Darío Flórez Arcila, cuenta cómo fue la primera vez que leyó una obra literaria que lo capturó y que logró transportarlo a otro mundo. “La Guerra y la Paz” de Tolstoi, con la cual quedó impresionado por el detalle de la descripción. Flórez, relata cómo la lectura lo transportó a un lugar tan lejano como Rusia, del que no conocía nada, pero que a pesar de eso, se sintió como si fuera un turista que recorre un lugar por primera vez. El libro narra la invasión de Napoleón en Rusia y la crudeza de la guerra. Transporta al lector de un período de paz a una época de guerra, que hace casi que vivir los cambios que allí suceden. Flórez, como lector, sufre un cambio con la lectura de esta obra, que lo lleva a modificar definitivamente su percepción de la guerra al haber sentido lo que esta significa.

UNO

Era la primera vez que leía un libro y que siendo el autor extranjero narrara en español, sus personajes conversaran en francés y todo esto, los idiomas, el novelista forastero, pasara desapercibido porque lo único que tenía existencia para mí en aquel momento, eran los pensamientos, la sensualidad, las reveladoras acciones, los gestos familiares, la linterna mágica de un tiempo sin precedentes y que yo veía a través de la imaginación del novelista.

La pregunta que me hago, después de haber pasados tantos años de mi primera lectura, es cómo pudo el novelista crear una ilusión que superara la barrera idiomática, los fantasmas de otras quimeras, los siglos de historia, los prejuicios aristocráticos y de clase de sus personajes que se resguardaban en sus mansiones, dentro de su casi secreta secta de habladores en idioma francés, viviendo en una ciudad remota, incrustada como una joya en medio de las neblinas del estuario del río Neva en el golfo de Finlandia. Y lo llenara a uno, lector cómplice de la pasión destilada en imágenes vivas de la literatura. Y nos convirtiera a un amor insondable, en cierto modo secreto.

Tal vez no haya una explicación porque Tolstoi y su arte siempre propondrán una nueva manera de entender sus hermosos libros y la experiencia individual de cada lector. Aquí voy a aventurar mi explicación. Para mí, un muchacho que vivía en las cumbres de Pijao, en la narración de Tolstoi, en La guerra y la paz, todo resultaba desacostumbrado y extraño. Yo estaba descubriendo las virtudes de la imaginación cifradas en el idioma español que volvía a contar una prodigiosa historia rusa. Las frases eran estupendas y mejor el arte del narrador: te hacía olvidar la escritura y las palabras.

Fue mi primera experiencia de la literatura genuina. Cuando hay ímpetu narrativo, las palabras inventan otro espacio imaginario. Tolstoi recreaba, con energía épica, como si se tratara de mi realidad en una casa de Colombia, un período inolvidable de la vida de Rusia. Por la puerta de la narración de Tolstoi entraba uno a una vida, a múltiples destinos, a detalles que sin la literatura desparecen. Y la lectura era el momento de metamorfosis que yo como lector experimentaba. ¿Qué descubría dentro de mí a través de Tolstoi? La capacidad del arte de suspenderte en varios tiempos, el de la lectura, el de mi conciencia de muchacho, el de Colombia entonces cuando yo leía, el de la historia y el de Rusia de cada día de la segunda década de hace dos siglos, con sus minucias poéticas y domésticas.

Porque en un momento de la lectura sentías que estabas conversando con Pierre Bezujov. Y que yo podía llegar a ser su amigo, aunque fuera un hombre que tantea desorientado su lugar en el contexto a primera vista incomprensible, del aristócrata que regresa a Rusia después de vivir muchos años en el extranjero y no sabe cómo comportarse. Y para enredar más su situación se enamora perdidamente de Elena, de su cuerpo de formas ideales y provocadoras. Hay que abrir las páginas del libro para volver a desearla: indefinible, distante, hembra perturbadora y aristócrata. Tan hermosa como para que cualquier hombre de verdad no tenga nada más en mente sino sus carnales hombros tan blancos. Había un guiño de Tolstoi hacia su lector cuando describía el cuerpo de Elena. Y yo todavía me acuerdo. Yo sentía el cuerpo de Elena y puedo volver a sentir sus hombros después de tanto tiempo.

A mis trece años, como colegial, yo no sabía nada de la historia de Rusia. Nunca había visto una fotografía de Sanct Petersburgo ni tampoco algún dibujo de la ciudad en aguafuerte o en trazados vigorosos de cómic como los que se hacían de las ciudades de América Latina en las revistas y periódicos que venían de Bogotá o de Ciudad de México. Pero ante mis ojos estaba abierto de par en par el libro de piel de becerro teñida de rojo y en algún momento el arte de Tolstoi soltando el hilo de la narración produjo una magia: estaban al alcance de mi emoción lugares de Sanct Petersburgo, las mujeres que van por las páginas del libro con sus amores y sus inolvidables palabras, las emociones de duda y de impulso a la gloria en medio de la muerte, las intrigas de los cortesanos, el olor de la pólvora y la sangre en los campos de Rusia, Moscú sin un alma, abandonada e incendiada, viendo a Napoleón derrotado y desesperado, cada detalle de un árbol, contado como solo lo puede hacer Tolstoi visto por mí.

Después las fotografías me parecieron que melancólicamente complementaban aquello que Tolstoi me había hecho imaginar. Y cuando quería precisar o volverme a conmover con algún detalle de una de las ciudades, Moscú o Sanct Petersburgo, prefería hacerlo leyendo algún paraje del libro, porque toda foto que las reflejara me parecía opaca, triste y sin vida. Y solo busqué grabados de Sanct Petersburgo que recrearan no a la ciudad sino las fantasías de un artista sobre ella. Porque las palabras del artista nos emocionan y dicen mucho más que la fantasmagoría fotográfica o digital de aquellas ciudades, objetos o seres inolvidables que han sido contados por un gran narrador. Y porque las ciudades existen no por su arquitectura (si bien este es un asidero de la memoria), sino por los seres conmovedores que se empecinan en hacerlas existir. Y Tolstoi se empecinó en hacerlos inolvidables por un asombroso modo de hacer cristalino su arte entregándonos a sus personajes de carne y hueso, emergiendo de palabras.

Yo tenía trece años y leía sin parar unas palabras tan emocionantes. No había escritura, no había tiempo pasado ni tampoco la distancia geográfica ni la distancia de otro idioma. Yo estaba en Rusia. Y en eso se funda el arte de Tolstoi, en la predestinación del escritor para la prestidigitación verbal que pone al lector en presencia de otros. Él rechazaría mucho después este don. El que le había permitido recrear a un personaje que estaba muy lejos de mi conocimiento y de mi experiencia. Un singular hombre de armas tomar que vivió en la misma época cuando Bolívar cumplió 29 años. Su nombre era Mijaíl Kutúzov.

¿Quién era Kutúzov? Este nombre era un mantra que se repetía a lo largo de las páginas de la novela. En relación con la invasión de Napoleón en 1812 de Rusia; cuando Tolstoi descifraba y hacía percibir la poderosa e intangible fuerza de Kutúzov, y su íntima conexión con el mundo rural ruso, con la energía del pueblo que obliga a huir de Smoliensk, de Moscú, de Borodinó a los invasores franceses. A los 69 años el daimon de Kutúzov, que sabe más por viejo que por diablo, dio a Rusia la victoria sobre los ejércitos de Napoleón. La misma figura que había sido cuestionada por Bolívar cuando lo ve coronarse emperador. Para Bolívar y Kutúzov, la ambición sangrienta del militar francés fue uno de los impulsos emocionales que los llevaron a atizar la creatividad liberadora de sus pueblos.

En mi casa teníamos tres libros, uno seguido del otro: el diccionario Larousse enciclopédico, la Ilíada y La guerra y la paz. Busqué en las entradas de la enciclopedia Larousse, y en ninguna parte estaba el nombre Kutúzov. “Él era débil a las lágrimas como cualquier mortal” y se trataba del general que lograba derrotar al invencible emperador Napoleón. Despertaba mi curiosidad la descripción que la voz de Tolstoi (porque Tolstoi no escribe, narra) hacía del general que se convierte en uno de sus más queridos y singulares personajes.

Cómo no despertar curiosidad si en el consejo militar en los intermedios entre las acciones militares, Kutúzov, otra vez es el hilo de la narración de Tolstoi, está “Con el uniforme desabotonado, del que se desparramó, como liberándose su cuello gordo, y sentado en la silla volteriana, habiendo puesto simétricamente en los antebrazos, las manos hinchadas, casi estaba dormido”. Tampoco yo sabía lo que era un aristócrata. Nunca había visto a ninguno. Cabía en la extensión de La guerra y la paz el mundo privado de los aristócratas, sus acciones, su arte de la conversación y de la intriga, pero también el sentido del honor y la poesía romántica de los oficiales que comunicaban la mentalidad de un personaje de Pushkin, el adorado poeta de Rusia. Fue la primera vez que escuché la palabra Kniáz, para nombrar al Príncipe Andrey Volkonsky. ¿Quién era este Kniáz que se desangraba entre el pantano y los cadáveres?

 DOS

Cuando Napoleón invade a Rusia en 1812, el príncipe Andrey Volkonsky quiere darle aliento a su vida destruyendo el sueño melancólico del conquistador. Napoleón desea engrandecer su nombre sobre los huesos de miles de soldados. El Príncipe Volkonsky atravesará la guerra, se desprenderá de sus ilusiones románticas sobre una hermosa muerte y renacerá en ella, con un amor entrañable por la tierra rusa. Tolstoi, con su manera envolvente de narrador, nos muestra a la tierra rusa como a una memoria emocional tejida de acciones de familias, de individuos incomparables y de episodios inolvidables.

La campaña contra Rusia del emperador francés Napoleón, obliga al príncipe Volkonsky a experimentar los desastres del mundo de la guerra, a descubrir la conducta humana en medio de la carnicería desatada por la ambición del militar francés. En el campo de combate Volkonsky vivirá una metamorfosis. Creo que Tolstoi logra su victoria de artista mostrándonos esta transformación. La guerra y la paz muestra cómo la nación rusa crea su carácter profundo, renueva su energía. La acción aparece plena de belleza humana en las páginas de la gran novela de Tolstoi.

El nombre de la novela, Voina i mir, anuncia un cosmos, el de La guerra y la paz. Tolstoi dice escuetamente que lo contará todo o casi todo. La palabra genésica de Tolstoi va a reinventar y ya no quedará perdido el mundo de las ancianas aristócratas, de los jóvenes oficiales, de las mujeres adolescentes, de los campesinos, en la hierba, de los caballos asustados, de los viejos generales, de los jóvenes que leen poesía de Pushkin, de Sanct Petersburgo y Moscú, de las aldeas, de los salones exclusivos, de las alcobas secretas, de los que se quieren morir de amor, de los que quieren dar su vida por la tierra materna, de las conversaciones adivinatorias de los enamorados, de las discusiones filosóficas, masónicas y místicas de Sanct Petersburgo. Y con encanto narrativo. León Tolstoi anuncia que va a darnos el anverso y el reverso de la paz y la guerra. Más exactamente del mundo del encuentro. En la novela La guerra y la paz o mir, descubrí que esta palabra significa el mundo, una parte del universo. Entonces la palabra mir evoca el sentido de la totalidad de la tierra, los hombres, las plantas, los animales, los amores, los viejos, los adultos, la historia, los episodios de los días, el mundo interior, la sucesión de las generaciones y Rusia. Y su significado es el de un sentimiento profundo de encuentros y desencuentros entre ellos, en un fluido vital que los enlaza. Los capítulos sobre la guerra están vigentes también como páginas literarias. Son una crónica de guerra de situaciones de extrema brutalidad. En estos pasajes Tolstoi es un original pensador sobre los móviles de la guerra.

Tolstoi sabe decir para mostrar el mundo interior de los personajes, descubre detalles  reveladores que parecen nimios. A primera vista. Porque Tolstoi los refleja con aura en el espejo de su prosa. En castellano no he leído sobre la sensibilidad de Tolstoi para conectar a su lector llevándolo a sentir desde el punto de vista de una palabra popular o una expresión poética “бубухали пушки, и из таинственной области дым…” En este verbo bubújat, escuchas el retumbar de los cañones.

La mirada incisiva de Tolstoi muestra múltiples detalles psicológicos, la relación entre los soldados, los pensamientos estremecedores y de situaciones casi irreales que despliega el azar en el campo de batalla. Tolstoi va mostrando que la vida es única por sus azares. El campo de batalla al mismo tiempo que cercena el caleidoscopio existencial de la vida, con ironía macabra condensa los azares, los junta en una espesa cercanía. “С каждым новым ударом все меньше и меньше случайностей жизни оставалось для тех, которые еще не были убиты”, “cada nuevo golpe dejaba cada vez menos casualidades a aquellos que todavía no estaban muertos”.

La percepción interior y exterior se agudiza. Esto logra Tolstoi con su lector. Leer La guerra y la paz en cualquier momento de la vida es una experiencia imborrable. Tolstoi transmite la vida a través de la curiosidad que despiertan los más mínimos detalles, aquellos que no tenían ninguna relación con lo que ocurría en el campo de batalla. Un cachorro marrón que corre asustado entre las explosiones de las granadas atrae la atención de los soldados, en el límite de su resistencia, y se distraen viéndolo correr. La apasionada atención entre la muerte hacia la vida despierta el proceso de metamorfosis del príncipe Volkonsky. Tolstoi cuenta sobre un caballo que con el pavor en los ojos relincha espantado y contagia a los soldados su miedo animal. El sentimiento gregario, animal, colectivo que despierta la guerra, es una imagen poderosa de Tolstoi. Conmueve esta relación entre los soldados y el caballo asustado. «Ужас лошади сообщился людям». La relación entre los sentimientos de los seres humanos y los animales, es parte del mir de Tolstoi. Este mir se intensifica en medio de los espectros de la guerra, a los que rinde culto Napoleón.

Desangrándose tendido en  el  campo  de  batalla, el príncipe Volkonsky está sobrecogido por el horror de la cercanía de la muerte. Esto le produce ansiedad y un redoblado miedo a morir como un cobarde, pero también teme a la muerte: “¿Acaso es esta la muerte? -pensó el príncipe Andrei, con un pensamiento absolutamente nuevo y mirando con envidia a la hierba, a las hojas de ajenjo y al hilo de humo que se desprendía de una granada ennegrecida que giraba.- Yo no puedo, yo no quiero morir, amo la vida, amo a esta hierba, a la tierra, al aire…!

Distintos niveles de recuerdos en medio de la sangre, los miembros amputados  y  el  desconcierto en el hospital ambulatorio del campo de batalla, se van entrelazando en la conciencia del príncipe Volkonsky. Y lo devuelven a años lejanos. Tendido en el catre de la carpa, pasa de verse convertido en carne mutilada de cañón a la sensación de ternura de la infancia. Tolstoi descubre que una conmoción puede activar nuestros recuerdos y sensaciones más profundas. El episodio narrado desde el campo de batalla mezcla la operación quirúrgica que lo salva, con el más lejano recuerdo de la infancia del príncipe Volkonsky.

En un rincón de la carpa de cirugía, cuenta Tolstoi, de pie hay un cirujano con las manos ensangrentadas por las operaciones, y sostiene un cigarrillo entre el dedo gordo y el meñique, para no salpicarlo. Se relaja fumando y se apresta a operar a Volkonsky, que tiene destrozada la cadera. Mientras el enfermero le desabotona la casaca, le quita la camisa, Andrey Volkonsky siente que una oleada de evocaciones lo invade y lo devuelven a sus más lejanos recuerdos de la infancia. La sensación es de una placidez que lo envuelve. Luego el médico empieza su oficio, acomoda los huesos destrozados, le corta los pedazos de carne y lo venda. El príncipe Andrey Volkonsky no resiste el dolor que lo punza y pierde el sentido. Cuando despierta otra vez se devuelve a los recuerdos de infancia, se siente en la cuna, escucha como si fuera ahora las canciones de cuna, en la sala de operaciones de los soldados. El médico que le ha puesto en su sitio los huesos que desalojó la granada, que lo ha curado, se inclina sobre él y lo besa en los labios y se “alejó apresuradamente”. El episodio despliega el sentido de Voina i mir. La crudeza de la guerra y la fraternidad humana en medio del dolor.

En la misma escena justo en medio del horror del combate en el campo de Borodinó y del episodio en el hospital ambulatorio, Tolstoi nos muestra al príncipe Andrey Volkonsky remontándose a un recuerdo más adulto, y justo cuando ve que a su amigo Anatoly Kuriagin le amputan la pierna, un recuerdo inesperado le devolvió el hermoso rostro, el cuello de cisne y las manos tan blancas de Natasha, su primer amor en 1810. Y cuando la vio en el baile donde se encontraron. Ella dispuesto a amarlo para siempre con un amor que le invade ahora tendido allí, vendado y rodeado de lamentos y llantos, a sus mejores recuerdos, al amor que como un fluido vital lo reúne con tantas personas.

En la guerra de invasión a Rusia iniciada por Napoleón, en un hospital rodeado de lamentos y cuerpos destrozados, esta ensoñadora evocación de la infancia parece inapropiada. Así son las verdades de Tolstoi, reveladoras, desafiantes. Y después de esta vivencia del príncipe Volkonsy, pasa el relato a mostrar a Napoleón. ¿Cuál es la gloria de Napoleón? Uno como lector se hace esta pregunta. A “un fantasma artificial sustituto de la vida le sirvió tanto tiempo”. Y ahora está allí en medio de todos estos cadáveres, de todos estos cuerpos tumefactos por la descomposición, de toda esta sangre seca cubierta de moscas, el “genio” de Napoleón pertenece a la guerra y no al mir: “Amarillo, hinchado, pesado, con los ojos turbios, con la nariz roja y la voz ronca”.

 

Esta manera de describir sin heroísmo a una figura legendaria fue fundada por Tolstoi. Comenzó a contar una historia sin maquillaje. Pero a pesar del horror de fantasmagoría sangrienta que rodea a Napoleón, nos cuenta Tolstoi, el emperador francés, derrotado sigue empecinado en contar cuántos muertos y cuál es la estadística de cadáveres de soldados rusos por un cadáver francés. “Él seguía viviendo en el ilusorio mundo de fantasmas de no se sabe cuál gloria”.

Hasta el fin, exiliado en la isla de Santa Helena, nunca entendió Napoleón “ni la belleza, ni la verdad, ni el significado de sus actos”. Y estando entre el olor a pólvora, a cuerpos chamuscados que se descomponían, seguía escribiendo en cartas a París: “el campo de batalla era magníficamente bello”, y añade Tolstoi: “solo porque allí habían quedado tendidos cincuenta mil cadáveres”.

TRES

En La guerra y la paz hay interrogantes con filo: ¿Entregar sin lucha a la sagrada y antigua capital de Rusia o defenderla? Pregunta un oficial en el consejo militar después de la batalla de Borodinó, donde casi muere Volkonsky. Las tropas de Napoleón se disponen a tomar a Moscú. Kutuzov el anciano general que dirige los ejércitos contra Napoleón, se queda pensativo y con agudeza táctica dice: -“¡No tiene pertinencia una pregunta sin sentido para Rusia!: “dejar sin lucha a la antigua y sagrada capital de Rusia”.

La pregunta debe ser de orden militar. La salvación de Rusia está en su ejército”. Y la que formula decidirá el curso de la lucha. Tolstoi va a dedicar capítulos enteros que dejan al lector sin aliento y en la imaginación episodios que nos conmueven en el siglo XXI. “¿Sería ventajoso arriesgar la pérdida del ejército y de Moscú, aceptando una batalla o entregarla sin dar la batalla? Para esta pregunta yo deseo tener su respuesta”.

Lo que viene (y el esplendor vital de la narración lo tendrá quien se sumerja en el mir de la novela), los episodios sobre si hay poder del individuo excepcional en la historia. Tolstoi con ironía describe este poder. La sabiduría de un anciano con achaques que intuye el mir. La alucinación de Napoleón, un hilo movido de aquí para allá por fuerzas que lo sobrepasan; el incendio de Moscú que deja a Napoleón y a sus soldados heridos de muerte. Y a Kutuzov dueño de la situación. Yo no lo pude olvidar.

¿Entregar a Moscú para salvar al ejército, o perder el ejército para ganar la capital. Y decidirá la guerra salvar a Moscú al costo de perder el ejército? Estas preguntas mantienen en vilo al lector en episodios que Tolstoi cuenta con maestría de soldado, que recuerda una guerra en la que estuvo. Aunque él no vivió esta época. Su imaginación le permitió a través de memorias, relatos y recuerdos de sobrevivientes reconstruir un período homérico de Rusia.

Uno de los capítulos en que Tolstoi, conocedor del mundo de reflejos, de apariencias, de subterfugios y de espejismos que encandilan, es el que dedica a Elena. ¿Cómo funciona la estrategia individual para alcanzar fines? La respuesta el lector la encuentra entre las acciones que despliega Elena para convencer a sus dos amantes, el esposo y su recién adquirido capricho, de que ella puede estar con los dos sin herir a ninguno y siendo una víctima de los dos. Tolstoi aparentemente sin motivo se traslada del campo de batalla a las intrigas amorosas de la deslumbrante Elena, a sus dudas sobre cómo compaginar su vida matrimonial con su nueva aventura erótica. Son dos caras de la moneda, la verdad sangrienta de la guerra y las aguas movedizas de intrigas en que resbala el alto mundo aristocrático. Y en el trasfondo se cierne una apocalíptica amenaza sobre Moscú.

Tolstoi, la enseñanza a través de los ojos de Napoleón. Este se regodea fantaseando que conquistará a la que le parece una extraña ciudad oriental. Que no la va a destruir. La civilizará. Y Tolstoi ironiza con sarcasmo sobre la presunción civilizatoria de Napoléon. Para conmover a los rusos, en todos los establecimientos de caridad de Moscú, en orfanatos, hospicios, casas de ancianos él ordenaría escribir con letras grandes: Establecimiento dedicado a mi Madre, no más sencillo Casa de mi Mamá. Ante el lector la ciudad emerge como una ciudad desconocida y deslumbrante. Pero el lector ha intimado tanto con ella a través de las conversaciones y acciones de los personajes, que en este punto de la narración, Moscú hace parte de sus recuerdos entrañables. Y uno la contempla como un lugar conocido, entre el mágico brillo de la mañana del 2 de septiembre: “Veía el estremecimiento de la vida en la ciudad y sentía casi la respiración de este cuerpo grande y hermoso”.

No quedaba un alma en Moscú cuando el emperador francés entró con sus soldados. Napoleón tenía las cúpulas de oro resplandeciente, los palacios de arquitectura fantástica, los meandros antiguos del centro de Moscú, los jardines del Kremlin rojo, las puertas misteriosas de las habitaciones de los zares. Napoleón tenía a Moscú. Y a nadie.

Esta fue la gran victoria de Kutuzov. Después seguirá la historia del incendio de Moscú que invade calle tras calle. Todas las esquinas de la ciudad arden, huelen a madera vieja quemada, revientan las paredes consumidas por el fuego, las llamas consumen las casas, las tiendas y los sueños de Napoleón. La conflagración que se traga la presunción del emperador francés es el incendio de la historia mejor contado. Una ciudad entera arde imborrable en las páginas de la literatura. Tolstoi sabe mostrar las reacciones de docenas de personas ante el incendio, sus comportamientos inesperados, como el de Pier Biezujov que en medio del incendio se siente lleno de energías y con ánimo juvenil. O el de Natasha la novia del príncipe Volkonsky que en el tumulto de su casa por el incendio de Moscú, mira las llamas a lo lejos y no las ve, pues en su mente está el recuerdo y la imagen del príncipe Volkonsky herido.

En la memoria del lector que era entonces, el colegial, ya no pude separar mi experiencia de la imagen de las calles  donde  ocurría  el  incendio de Moscú ocurrido muchos años antes de que yo existiera. Y la poderosa narración de Tolstoi había conseguido trasladarme a un mundo de seres inolvidables, de emociones y de destinos humanos que envueltos en el esplendor de sus acciones pequeñas, fatuas o sublimes, impulsadas por el deber, la fatalidad o el azar de la voluntad, ya nunca podría abandonarme. La narración era el mejor modo de conocer, me pareció que proponía Tolstoi, porque con un pensamiento que sigue siendo un reto señaló: Solo la actividad inconsciente trae frutos y la persona que juega un papel en un acontecimiento histórico, nunca entiende su significado. Si trata de entenderlo lo derrota la inutilidad de intentarlo.

La guerra y la paz, como Rusia y la literatura, renacen siempre, sentía Tolstoi que creía en la litera tura como expresión de la vida. Con La guerra y la paz como evidencia el lector lo siente así.

 

Rubén Darío Flórez Arcila

Poeta, escritor, ensayista y traductor; magíster en Ciencias filológicas por Universidad de Rusia Moscú; docente de Lingüística y Semiótica en la Universidad Nacional.

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