Edición 4Situaciones del aula

La amenaza virtual: cyrberbullying

Fragmento del libro “Educación, convivencia y agresión escolar” de Enrique Chaux. Hace una completa definición del cyberbullying, da tips para combatirlo y comparte interesantes cifras sobre este fenómeno.

 

La intimidación virtual o cyberbullying es el tipo de intimidación que más rápido está creciendo. El acceso a las tecnologías de informacióny comunicación es ya muy alto en la población escolar.En un estudio realizado para la Fundación Telefónica en sietepaíses de América Latina, Bringué y Sádaba (2008) encontraron que el 80% de los niños entre seis y nueve años de edad tiene acceso fácil a Internet, principalmente en sus casas y escuelas. Para los escolares entre 10 y 18 años, el acceso sube al 95% e incluye también los cibercafés. El 30% de los encuestados pasa entre una y dos horas a la semana en internet, mientras que otro 30% pasamás de dos horas a la semana en Internet.

Estos porcentajes seguirán subiendo, debido a la rápida penetraciónde internet en la sociedad, tanto en niveles socioeconómico saltos como en bajos. Un mayor acceso implica más posibilidadespara el uso constructivo de la red, pero también más riesgos de uso destructivo, como el cyberbullying. Hoy en día existen, por lo menos, siete formas en las que los medios electrónicos son usados para agredir sistemáticamente:

• Correos electrónicos ofensivos enviados desde las cuentas electrónicas de los agresores, o desde cuentas anónimas.

• Páginas web creadas o usadas para hablar mal de otras personas, como grupos en redes virtuales (tipo Facebook), dedicados a denigrar, difamar o insultar a personas específicas.

• Salas de chat en las que usuarios insultan directamente a otros participantes del chat, o en las que denigran de otros no presentes.

• Mensajes de texto insultantes enviados por teléfonos celulares.

• Mensajes insultantes instantáneos enviados por sistemas como Messenger.

• Suplantación de identidades en las que una persona (agresor) se hace pasar por otra (víctima) para enviar mensajes electrónicos que la hacen quedar mal ante los demás. Por ejemplo, el agresor obtiene la clave personal de la víctima,1 entra a su cuenta electrónica y envía mensajes insultantes a sus amigos o profesores.

• Fotos o videoclips humillantes o comprometedores divulgados a través de la red. Estos pueden ser con contenido sexual (llamado en inglés sexting) o de golpes o maltratos en los que alguien más filma la escena con su teléfono celular y la sube inmediatamente a Internet (llamado en inglés happy slapping).

Infortunadamente, es muy probable que nuevas formas de cyberbullying lleguen con nuevos avances tecnológicos. Eso quiere decir que debemos estar preparados para innovar de manera permanente en estrategias que nos permitan comprenderlas, prevenirlas y manejarlas. Los estudios al respecto han mostrado diferencias importantes en la prevalencia del fenómeno. Por ejemplo:

• En Estados Unidos, el 18% de los adolescentes reportó que han sido víctimas de cyberbullying en los últimos dos meses, y el 11% admitió haber intimidado a otros por medios virtuales.2 En ambos casos, el medio más usado según los adolescentes fueron los mensajes instantáneos (Kowalski y Limber, 2007).

• En Italia, Inglaterra y España se encontró que el 6% ha sido víctima de intimidación mediante teléfonos celulares, y el 7%, por medio de Internet. Entre tanto, el 5% admitió intimidar a otros por teléfonos celulares, y el 5% por Internet (Genta et ál., en prensa).3

• En Chile, el 8% de adolescentes entrevistados en un estudio de la empresa vtr reportó haber sido víctima de cyberbullying mediante páginas web diseñadas sobre ellos. El 6% mencionó que ha sido víctima de agresión por envío de fotos vía celular y el 4% reportó haber sufrido intimidación por medio de mensajes de texto (vtr, 2010).4

En Costa Rica, en un estudio de la Fundación Paniamor realizado a adolescentes con alto uso de Internet, el 34% mencionó haberse enterado de que, en los últimos seis meses, habían circulado en la red rumores o chismes sobre ellos, y el 18% reportó que alguien había alterado o manipulado su información personal o sus fotos (Fundación Paniamor, 2010).5

• En una gran encuesta electrónica, realizada por la Fundación Telefónica a más de 20.000 adolescentes de Argentina, Chile, Colombia, México, Perú y Venezuela, se encontró que el 13% admite haber utilizado el celular para ofender a alguien (Del Río, Bringue, Sádaba y González, 2009).

Las prevalencias difieren en gran parte por la metodología usada en cada estudio; sin embargo, también hay diferencias entre países que han participado en el mismo estudio y con la misma metodología. Por ejemplo, en el estudio de Genta y otros (en prensa) se halló que la intimidación por teléfono celular en Italia es sustancialmente más alta que en España e Inglaterra. En el estudio de Telefónica en América Latina se encontró que muchos más adolescentes en Venezuela (17%) que en Brasil (10%) admiten haber usado el celular para ofender a alguien (Del Río, Bringue, Sádaba y González, 2009). Por otro lado, se ha hallado que el cyberbullying puede darse incluso en primaria. En un estudio realizado en Londres, el 23% de niños y niñas de 7 a 11 años reportaron haber sido víctimas, especialmente a través de mensajes instantáneos,correos electrónicos y mensajes de texto (Monks, Ortega,Robinson y Worlidge, en prensa).6

El cyberbullying difiere de la intimidación tradicional en varios aspectos.Respecto a los agresores, los medios virtuales llevan a que muchos crean que pueden actuar desde el anonimato y que la víctima está lejos. Ambas creencias son falsas. Por ejemplo, los correos electrónicos anónimos se pueden rastrear y descubrir desde qué computador se enviaron. Sin embargo, ambos aspectos pueden hacer que la agresión sea mayor que la intimidación que ocurre “frente a la víctima”. Por un lado, Philip Zimbardo (1970 y 2007) ha demostrado que quienes tienen protegida su identidad (cuando usan máscaras, por ejemplo) sienten menos el control social, lo que con frecuencia puede llevar a que actúen de manera más agresiva. Por otro lado, en sus experimentos sobre obediencia, Stanley Milgram (1974) también encontró que la intensidad de la agresión era mayor si se alejaba a la víctima y se limitaba el contacto directo con ella.

En cuanto a las víctimas, el cyberbullying difiere de la intimidación tradicional en, por lo menos, dos aspectos importantes. En primer lugar, la intimidación por medios virtuales se puede propagar muy rápido y puede tener un alcance enorme. La intimidación tradicional la observan las personas que están presentes cuando ocurre. La intimidación por Internet puede llegar, literalmente, al mundo entero, en milisegundos y llevar a que la víctima sienta que la humillación es aún mayor. En segundo lugar, mientras que en la intimidación tradicional la víctima cuenta con espacios seguros a los que puede recurrir para evadir el maltrato, en la intimidación virtual se pierden esos lugares seguros. Los medios virtuales permiten que la intimidación entre incluso a sus casas y esté presente todos los días de la semana, en todas las horas del día. Es decir, se pierde la sensación de que se puede escapar de la intimidación.

La intimidación por medios virtuales se puede propagar muy rápido y puede tener un alcance enorme. La intimidación tradicional la observan las personas que están presentes cuando ocurre.

Quizás por estas razones, las consecuencias de la intimidación virtual pueden llegar a ser muy graves, como ya lo están mostrando algunos estudios (Finkelhor, Mitchell y Wolak, 2000; Raskauskas y Stoltz, 2007; Ybarra, 2004) y como lo sugieren algunos casos de suicidio. Megan Meier, de 13 años, decidió suicidarse luego de recibir humillaciones de un supuesto joven que había conocido por Internet. Luego se descubrió que el joven que le escribía por la red social MySpace no existía; era realmente una vecina de su edad y su madre de 47 años, quienes estaban usando una identidad falsa (El Tiempo, 2008; Maag, 2007).

Ryan Halligan, de 13 años, decidió suicidarse luego de varios años de intimidación directa y de intimidación por Internet por parte de compañeros que lo acusaban de homosexual. Una compañera le hizo creer que estaba interesada en él y luego, para humillarlo frente a los demás, divulgó por Internet los mensajes instantáneos que él le escribía (véase http://www.ryanpatrickhalligan.org). Tyler Clementi, de 18 años, se suicidó luego de que su compañero de cuarto en la Universidad de Rutgers, en Estados Unidos, divulgó por Internet videos en el que Tyler tenía relaciones sexuales con otro hombre (Foderaro, 2010). En palabras del padre de Ryan:

Una cosa es ser intimidado y humillado frente a otros niños, como era hace una generación […] Pero es una experiencia completamente diferente ahora que estas heridas y humillaciones son observadas por una audiencia virtual de adolescentes mucho más grande. Yo creo que mi hijo hubiera sobrevivido a estos incidentes de intimidación y humillación si hubieran ocurrido antes de los computadores y de Internet (Halligan, 2009).

A pesar de las diferencias señaladas, el cyberbullying conserva algunas características de la intimidación tradicional que pueden ayudar a dar pistas sobre cómo prevenirlo y manejarlo. Por un lado, parece haber una coincidencia entre ambos tipos de intimidación en quienes la ejercen y quienes la sufren. Raskauskas y Stoltz (2007) encontraron que el 94% de los intimidadores virtuales son también intimidadores tradicionales, mientras que el 85% de las víctimas de cyberbullying son también víctimas de intimidación tradicional.21 Esto quiere decir que las mismas competencias que les hacen falta a los intimidadores y a las víctimas de la intimidación tradicional (la empatía y la asertividad, respectivamente) son también las que probablemente más les hacen falta a los intimidadores y las víctimas del cyberbullying.

El 94% de los intimidadores virtuales son también intimidadores tradicionales, mientras que el 85% de las víctimas de cyberbullying son también víctimas de intimidación tradicional.

Además, estas similitudes sugieren que los testigos que están presentes física o virtualmente cuando los agresores intimidan a sus víctimas virtualmente también cumplen un rol fundamental. Ellos pueden decidir entre celebrar la intimidación virtual, quedarse callados o actuar para frenarla. Si deciden actuar, tienen muchas alternativas. Por ejemplo, reportar el abuso usando alguna de las opciones que muchos sistemas como Facebook ya incluyen.

También enfrentar directa y asertivamente a los intimidadores, respondiendo con comentarios o correos electrónicos asertivos, o acompañar y apoyar a las víctimas. Tal como sucede en la intimidación tradicional, el resultado de esa decisión determinará en gran parte el trayecto que siga la intimidación.

Las estrategias de prevención basadas en el desarrollo de competencias y en el rol de los testigos representan uno de los enfoques que todavía están por probarse frente al cyberbullying. Esta perspectiva supone que son los mismos niños y adolescentes quienes deben encargarse de controlarlo. Otras estrategias propuestas se basan en un enfoque distinto, más centrado en el control que pueden ejercer los adultos. En esta otra perspectiva se sugiere que docentes y padres supervisen el uso que los estudiantes hacen de Internet, por ejemplo, revisando con frecuencia el historial de sitios visitados o exigiendo que los computadores estén siempre en lugares visibles (Willard, 2007). También se sugiere que los adultos establezcan filtros y controles de acceso con claves para que puedan visitar solo algunos lugares y que haya normas claras frente al uso indebido de las tecnologías de información y comunicación, con sanciones que se apliquen consistentemente, así como una comunicación permanente entre padres/madres e hijos sobre el tema (Willard, 2007).

Todavía no hay evaluaciones concluyentes sobre cuál perspectiva puede ser más efectiva para prevenir la intimidación virtual. Las estrategias basadas en el control por parte de los adultos pueden ser útiles en el corto plazo. Sin embargo, su limitación es que se basan en el control externo, y ello lleva a que actúen para evitar la sanción, no por el propio convencimiento de que está mal hacerles daño a otros. Los agresores pueden dejar de intimidar mientras están controlados, pero seguirlo haciendo cuando no hay el control. Además, su gran habilidad tecnológica puede llevar a que aprendan maneras de no ser descubiertos. Es posible también que se necesite una combinación de estrategias; pero esto está por probarse.

Inspirada en el primero de los dos enfoques, hace poco Rosa Isabel Galvis (2011) diseñó e implementó una intervención piloto que buscaba sensibilizar a estudiantes de séptimo grado de un colegio femenino sobre el problema del cyberbullying. En la clase de informática, las estudiantes debían navegar en internet para enterarse de casos reales, aprender sobre las consecuencias que tiene y familiarizarse con las herramientas de reporte de abusos que ya incluyen muchas redes sociales. Al final de la experiencia, las estudiantes realizaron presentaciones a sus compañeras de sexto grado basándose en lo que aprendieron sobre el fenómeno.

A pesar de que no se alcanzaron a detectar cambios en la prevalencia del cyberbullying, sí se comprobó un aumento en conocimientos y una disminución en la cantidad de estudiantes que consideran que el maltrato virtual puede ser divertido. Como lo expresó una de las participantes: «Con lo que hemos visto en estas clases, yo creo que si hay alguna niña que haya pensado en hacer este tipo de cosas, yo creo que ya no lo va a hacer, porque ya sabemos todo el daño que podemos hacer» (Galvis, 2011).

 

Referencias
1. Lo cual ocurre muchas veces porque los amigos con frecuencia se comparten sus claves personales.

2. Participaron 3767 estudiantes de sexto, séptimo y octavo grados de seis colegios del sureste y noroeste de Estados Unidos.

3. Participaron 5862 estudiantes de grados octavo, décimo y duodécimo de sesenta colegios de los tres países.

4. Participaron 1365 estudiantes de séptimo grado en adelante de 32 colegios de la región metropolitana de Santiago.

5. Participaron 402 adolescentes de San José con alto uso de internet.

6. Participaron 149 de cuatro escuelas primaria del área metropolitana de Londres.

21. En el estudio de Raskauskas y Stoltz (2007) participaron 84 adolescentes. Katzer, Fetchenhauer y Belschak (2009) hallaron un resultado similar. Por su parte, Ybarra y Mitchell (2004) encontraron que ser víctima de bullying tradicional predice ser agresor en cyberbullying. Pareciera que algunas víctimas de bullying tradicional encuentran en el mundo virtual una oportunidad para vengarse de lo que les está ocurriendo. Sin embargo, este resultado no fue reproducido por Raskauskas y Stoltz (2007).

 

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