Si algo he buscado a lo largo de estos años, es promover con humildad y en cada situación, la posibilidad de construir cooperativamente espacios de bienestar que potencien la comunicación, la expresión y el encuentro; no solo con las demás personas, sino conmigo misma. Tanto en el ámbito de la educación, como de la salud, la recreación y en proyectos sociales, mi objetivo básico siempre ha sido y sigue siendo el mismo: tener una mirada resiliente de las personas y sus circunstancias con una lectura “junto a los otros”, al entender que, solo el trabajo interdisciplinario, cooperativo y respetuoso permite el armado de redes que contienen, tanto a quienes está dirigida la acción, como a quienes la llevan adelante.
Antes de comenzar a narrar algunas de mis experiencias en diversos escenarios, compartiré con ustedes un pequeño texto que escribí con referencia a las fortalezas y a las debilidades. Creo, con profunda convicción, que resulta necesario poder ver, no solo aquello que es indispensable para el otro, sino también, nuestras carencias y límites. Sin duda, este es un enorme proceso a ser realizado en forma permanente que, deja de manifiesto entre otras cosas, el valor de los vínculos.
Fortalezas y debilidades
“¿Es que acaso hay día sin noche? ¿Hay crecimiento sin modificación?
¿Fortaleza y debilidad no son como una gran espiral que se entreteje permanentemente en el amoroso vaivén que resulta la vida misma?
Quizás… como dice Baglietto: “solo se trata de vivir, esa es la historia”1. Historia individual y comunitaria, enraizada en un tiempo y espacio.
Contexto y texto. Texto propio, palabra viva de cada comunidad.
La educación es y continúa siendo. Es un acto pedagógico, liberador, oxigenante, visibiliza y democratiza.
Somos actores de un cambio imparable, de la revolución pacífica del buen trato.
Somos movimiento, cambio vital de cuerpos que laten, respiran, se transforman día a día, minuto a minuto.
Antes de comenzar a narrar algunas de mis experiencias en diversos escenarios, compartiré con ustedes un pequeño texto que escribí con referencia a las fortalezas y a las debilidades
Y así… desde allí, la práctica pedagógica es la raíz que atraviesa la tierra para hacerse fruto.
¿Qué seríamos sin la conciencia de nuestras debilidades? Ellas son las que nos hacen más piadosos, empáticos, necesitados de un otro que nos sostiene.
Nuestra fragilidad es motor de humanidad. Y es… la fortaleza misma de la conciencia de ser incompletos y, por tanto, la invitación al movimiento que imprime tejer vínculos.”
El voluntariado, las acciones solidarias, la “mirada del otro” se puede encuadrar en una serie de actividades concretas pero, parte necesariamente de un posicionamiento que, nos lleva a saber que “sin los otros”, la existencia queda incompleta. Somos con otros, nos resignificamos, los conocemos y nos reconocemos, en este tejido que resuena en lo comunitario. Desde allí, nuestro modo de relacionarnos manifiesta una forma de ver la vida y se ve reflejado desde un maestro en un aula de clases, un terapeuta en su consultorio, un voluntario en diversos espacios de acompañamiento y hasta en el trato cotidiano en nuestras comunidades.
Desde muy pequeña pensé y sentí (senti-pensé) que, era necesario realizar algo, por pequeño que fuera, para alivianar y hacer más justa y equitativa la vida de quienes nos rodean. Mi vocación de docente y titiritera nacieron juntas y se enraizaron con lo social desde el primer momento. Fue una experiencia vital la que lo propició, como instante que dejó huella y puso rumbo al mapa del camino y, si bien no sabía el “cómo”, sí sentía el “por qué”; así, con más preguntas que certezas, comencé este viaje.
Todo empezó en la casa de mi abuela María. Ella vivía en una pensión 2; para mí, ese espacio era la casa más linda del mundo. Allí, en cada cuarto, vivía una familia, una historia, un trocito de mundo. De manera extraordinaria, mi abuela hacia inmenso lo que, en apariencia, era pequeño. Aspectos –que, luego estudiaría– como la interculturalidad, el respeto por la diversidad y la convivencia, eran vividos con fluidez en ese micro mundo de escenas compartidas.
Fue allí, cuando tenía 13 años de edad, que una tarde le pregunté a mi amiguita del cuarto de al lado, qué pensaba seguir estudiando, pues teníamos la misma edad y pasábamos al nivel secundario. Ella me respondió con rapidez: “yo no voy a estudiar”. Sorprendida, le pregunté el porqué, a lo que ella respondió que, debía trabajar para ayudar a su familia. Al ser una niña como yo, sentí que, no solo era una enorme injusticia, sino que sobrepasaba mis posibilidades de “hacer algo”. Fue en ese momento en que decidí salir hacia el hospital con mis títeres y ofrecer mi trabajo como voluntaria. Algo tenía que accionar, no podía ser indiferente ante la realidad de que no todos tenemos las mismas posibilidades, aún teniendo, los mismos derechos.
Fue así que comenzó mi camino en el voluntariado… con 13 años de edad. Me presenté en un hospital pediátrico, en donde me explicaron amorosamente que, no podía ser voluntaria por ser demasiado joven; me dijeron que, más adelante, seguramente sería posible. Entonces, sin soltar mi sueño, me propuse trabajar en la plaza de al frente, la cual habitaban niños en situación de calle. Para mí, fue una hermosa oportunidad para estar con ellos y regalarles funciones en medio de ese “no lugar” –tal como llama a estos espacios el antropólogo francés Marc Auge–, en donde compartimos títeres, cuentos y clown que le devolvieron a esos pequeños “un tiempo de infancia”, parafraseando al gran pedagogo Carlos Skliar cuando dice que, es necesario “darle infancia a la niñez”.
A pura pasión y deseo de aprender “para y con ellos”, comencé. Aquella experiencia movilizó mi vida y direccionó mi camino. El tiempo fue pasando y, por diversas razones, los pequeños comenzaron a enfermarse y fueron internados en el hospital; fue en ese momento, cuando el hospital me permitió entrar los días domingos como “la visita” de aquellos niños.
Es muy difícil imaginar qué significa estar interno en un hospital y ver que, a los demás pacientes, los vienen a acompañar sus seres queridos. Lo cierto es que, para muchos niños, conlleva esperar todo un día la aparición de alguien valioso que, permanezca a su lado y que, lo haga sentir querido. Y es aquí donde me pregunto: ¿puede alguien recuperarse en medio del desamor, el abandono y la no presencia de un ser querido que certifique el valor de su existencia? ¡Cuánto esfuerzo requieren tener nuestras infancias más vulneradas para salir adelante! ¡Qué indispensable resulta la acción y la conexión que se crea con cada una de las personas que, en la cotidianidad, las asisten! ¡Cuánto de lo que sucede medicamente, es sostenido por los vínculos que se crean en la adversidad! El acompañamiento, resulta oxígeno en medio del desconcierto.
Mis recuerdos de esos años, los atesoro como la semilla de lo que luego iría naturalmente creciendo y de los caminos que fui recorriendo, con un permanente agradecimiento por quienes me han permitido formar parte de sus vidas y quienes, inevitablemente, han formado parte de la mía.
A pura pasión y deseo de aprender “para y con ellos”, comencé.
De la calle al hospital y del hospital a escuelas, institutos de menores, penales de adultos, unidades penitenciarias de mujeres con hijos, pueblos originarios, refugios para víctimas de violencia, años trabajando en maltrato y abuso de menores… En esta útima experiencia, formé parte de un equipo interdisciplinario en calidad de Titiritera; trabajaba como intermediaria y facilitaba la comunicación cuando esta se hacía compleja, fruto del inmenso dolor por lo vivido. Siempre, de la mano del terapeuta a cargo de cada caso.
A la par, seguí estudiando, mucho, lo más posible, para armar el rompecabezas del marco teórico indispensable, sostener las prácticas y dar sustento a las definiciones y las acciones a realizar.
La mirada del voluntariado no difiere de lo que se realiza y sostiene en un ámbito de trabajo remunerado. “El otro” es siempre otro al cual respetar y acompañar, con las variables propias de cada contexto.
Además, el tiempo nos enseña que cuidar, implica cuidarnos. Se hace entonces necesario, propiciar espacios de análisis y supervisión, a manera de pausa, que nos permita tomar distancia para ver lo que, en la tarea es “acción” y en la calma es “reflexión”. En este viaje que es la vida misma, nuestras vocaciones nos van llevando por diversos contextos, culturas y escenarios. Tenemos la oportunidad única de transitarlos, dejar algo y llevarnos para siempre experiencias transformadoras que, nos invitan a transmutar y a ser interpelados por el cambio que, a su vez, nos invita a nuevos movimientos.
Me gustaría ir cerrando este artículo, agradeciendole a cada persona que lo está leyendo. Mucho y de gran potencia, es lo que ha sucedido en estos últimos años a nivel mundial. Pongamos pausa, miremos a nuestro alrededor y sigamos sosteniéndonos comunitariamente –desde lo que tenemos y con el conocimiento de lo que aún hace falta–; después, salgamos a las nuevas y necesarias búsquedas. Por eso, gracias por su tiempo; se transitan vivencias y se escribe para compartir pero, sin un otro que le dé lugar al encuentro, los textos serían solo cartas a un espejo.
Buscando una experiencia que relatarles, no puedo evitar emocionarme al recordar los múltiples viajes que, entrelazados con autos, camiones, aviones y micros, resuenan en mi paisaje interno –como les debe pasar a cada uno de ustedes–. Cuando el deseo tracciona, todo parece sencillo. Visto desde la distancia, ya con algo más de 13 años de edad, resulta como sentarse a analizar la parte de atrás de un tapiz artesanal; allí donde se ven los nudos, es donde el paisaje completo se manifiesta. No hay acciones en nuestras vidas que no dejen huellas y que, como los mismos nudos del tapiz, cobren sentido a la vuelta de la vivencia, al contemplar la trama tejida. Comparto una pincelada de los recuerdos que me llegan:
De noche, muchos grupos de voluntarios salen por las calles silenciosamente, algunos con carritos, bolsos y autos, para repartir comida y abrigo a quienes lo necesitan. La intención, no es solo el llevar el alimento –que, por cierto, tiene un carácter vital–, sino generar un lazo afectivo y humano que, permita hablar e intercambiar de persona a persona; para muchas personas en condición de calle, esto no es habitual. La calle es ese espacio para transitar de un destino a otro y, sin embargo, para ellos es el lugar donde habitan sus días. Esta inequidad, deja marcas en sus cuerpos, en su psiquis y en todo su ser.
Así fue como, una de tantas noches, me dirigí a acompañar con mis títeres la repartición de comida, mientras que otros, preparaban la comida y repartían abrigos. Durante el viaje, recuerdo que se desató una enorme tormenta y que mis pensamientos me inundaron como el agua que caía… Me decía: Llueve tanto, estarán todos mojados y yo voy pero, luego me vuelvo a casa y ellos se quedan… ¿será de algún valor lo que tengo para darles? Al llegar, comencé a ayudar en la repartición de comida, bajo los aleros de los edificios donde se resguardaban de la lluvia. En cuanto comencé a alcanzar los platos – junto a tantos otros que corrían para que no se enfriara el alimento–, un joven que siempre encontraba en aquel lugar, me tomó de la mano y me invitó a bailar. Sí, a bailar bajo la lluvia. Y así fue… y a falta de música, él comenzó a cantarme , un hermoso tango, y yo empecé a cantarlo con él. Cuando la canción terminó, él, con ternura, dio un pasito atrás y mirándome a los ojos, me dijo: “¡qué hermoso ratito!” Y yo le respondí con la misma frase: “sí… ha sido un hermoso ratito”. Me volvió a mirar con la inocencia de un niño y al instante, se dio la vuelta y se fue, sonriendo bajo la lluvia.
Ese ser tan especial, me dio la respuesta. A veces, lo máximo que tenemos para dar es “un hermoso ratito”. ¿No tendría que ver en un punto la felicidad con algo de eso? ¿Con un tejido de hermosos ratitos intercalados en diversas urdimbres? Vamos peregrinando con nuestros recursos tiernamente… tratando de acunar al otro, de hacerle más fácil el camino, de dejar cuotas de esperanza, sueños y utopías. Intentarlo, siempre y de manera obstinada. Intentarlo, con la pasión que nos da el alivianar historias. En la escuela, en la calle, en el hospital, con nuestros seres queridos, soñando un mundo más justo, amable e inclusivo. Qué no les dice que de eso se trate… de dejar cartas marcadas en los corazones, a manera de “comodines” para usar cuando perdamos toda esperanza, sabiendo que, desde nuestras limitaciones, la magia se produce en el encuentro y allí siempre hay mucho por hacer. RM
*Quisiera dedicarle este artículo a aquella niña de la pensión donde vivía mi abuela, que con 13 años de edad salió a trabajar. Ella fue motor para salir con mis títeres a soñar con un mundo más justo y compresivo que alimente las historias brindando cuidados. Deseo profundamente que, la vida le haya posibilitado cumplir sus sueños.
Referencias
1 Juan Carlos Baglietto, músico argentino, en su canción “La vida es una moneda”.
2 Lugar donde se alquilan habitaciones.