Ya se han hecho clásicas las consideraciones de Gento Palacios (2002) cuando alude a componentes de la calidad educativa, los cuales abarcan los denominados componentes identificadores (producto educativo y su impacto, así como la satisfacción de alumnos y del personal), y componentes predictores (metodología educativa, disponibilidad de recursos personales y materiales, planificación y organización, gestión de recursos y liderazgo pedagógico o educativo). Los primeros, por la polémica en torno a ellos, requieren dedicarle toda una ruta maestra y de los segundos, los predictores, nos vamos a detener en el liderazgo pedagógico del director, predictor considerado como uno de los más determinantes escenarios de la calidad educativa.
El escenario del liderazgo pedagógico del director puede constituir el verdadero “hilo de Ariadna”, pues hasta ahora es común oír decir a los maestros que su director “no sabe nada de lo académico, pues es administrativo”, o se oye decir que lo académico hay que verlo con “Don X” porque el director delegó en él esa dimensión”, en cualquier caso, si el director no sabe o no se detiene en cuestiones relacionadas con el aprendizaje de los alumnos, de manera muy directa, difícilmente se lograrán metas elevadas o generalizadas en esa dimensión, pues todos sabemos que los maestros le ponemos el acento a aquello que le ponen el acento los que nos dirigen, por eso no ha de extrañarnos que hasta ahora, la labor de lograr aprendizajes se viera diluida en la entrega de formatos y en la participación en reuniones dedicadas a abordar lo que no es ni importante, ni urgente.
Por ello se insiste en lo determinante que puede ser el liderazgo pedagógico del director para el logro de calidad educativa. Sin pretender adentrarnos en las polémicas en torno a lo que es calidad educativa, nos moveremos en el terreno más cercano a los consensos, por un lado se coincide en que es una necesidad sentida para el desarrollo y el progreso de la educación, por otro, nadie aceptaría decir que algo es de calidad si le falta un pedazo relevante, por tanto, el concepto de calidad va aparejado a la idea de lo integral; de ahí que cada vez que abordamos el tema nos afiliamos a los planteamientos de Eduardo Sánchez Martínez, (1999 ) cuando señala que “El concepto de calidad es complejo y entraña diversas dimensiones que lo articulan en una unidad integral. La idea de calidad educativa integral incorpora los valores en su más completa amplitud y profundidad. Formar en valores tiene una trascendencia que va más allá de la institución, pues se está formando para la vida”. Estamos de acuerdo con el reclamo mundial referi- do a que la calidad educativa se ha visto obstaculizada por no haberse abordado en su justa medida la dimensión socioemocional del aprendizaje: un aprendizaje de calidad exige de la unidad entre lo cognitivo y lo socioafectivo.
Ahora bien, la multiplicidad de factores incidentes en la calidad educativa y su relación específica con el liderazgo pedagógico como predictor de la misma, exige atender a dos cuestiones fundamentales:
La primera: Asumir el liderazgo directo en materia de logros relacionados con el aprendizaje de los alumnos,
La segunda: Estrategias de focalización para el desarrollo pedagógico de los docentes como una vía de equidad, abordada desde conocimiento práctico.
Resulta útil que nos detengamos en estas dos cuestiones fundamentales:
Por medio de su liderazgo educativo indirecto, el director crea las condiciones para incidir en el rendimiento de los alumnos, por ejemplo, garantizando la motivación de los maestros, que tengan autonomía, iniciativa, acciones colaborativas, etc., pero la problemática de la calidad educativa reclama ya de un liderazgo pedagógico directo, que se centre en el aprendizaje, partiendo de una toma de postura en torno a qué se considera aprendizaje, no limitado a comprobar si el alumno ofrece una respuesta correcta esperada, a una pregunta, también esperada, que cuando varía una palabra, ya ello es móvil suficiente para que el alumno no pueda ofrecer la respuesta correcta, pues lo han sacado de su ejercicio rutinario ensayado. Lo que lamentablemente también se convierte en razón suficiente para informarles a los padres que “su hijo no aprende”.
El liderazgo pedagógico del director requiere que se potencie y fomente en su escuela el trabajo didáctico con aprendizajes de calidad o aprendizajes PADRES (Poderosos, Autónomos, Dinámicos, Relevantes, Estratégicos, Significativos), acróstico que cargado en brazos solidarios y entretejidos alrededor de objetivos comunes, puede tener un valor insospechado para avanzar en materia de calidad educativa.
Se preguntarán si estamos convocando a los directores a sustituir a los maestros, pero muy por el contrario, los estamos convocando a formarse como líderes pedagógicos, capaces de favorecer la autonomía de sus maestros desde estrategias de focalización. ¿Hacia dónde dirigir la focalización con un liderazgo pedagógico centrado en el aprendizaje y rendimiento de los alumnos?
Las estrategias de focalización consisten en dirigir las acciones a una población y escenario definidos, para concentrar la atención sobre un determinado problema o necesidad. En el caso que nos ocupa, el escenario es el Desarrollo Pedagógico (cómo se concibe la planificación didáctica, la ejecución de secuencias didácticas y la evaluación de aprendizajes orientados al desarrollo de competencias), la población, por supuesto, son los docentes.
La orientación con este tipo de estrategias no es homogénea, sino que hay que considerar las particularidades de los receptores y las áreas de intervención. El propósito de la focalización es asegurar que los beneficios de las acciones lleguen a los que más requieren de las intervenciones formativas. Nos referimos a los docentes diagnosticados con mayores problemas de formación pedagógico-didáctica y con más bajos resultados en materia de rendimiento de sus alumnos.
Es una orientación que busca propiciar la eficiencia en la gestión de los recursos, por un lado y de actuar como un verdadero líder por otra. “Líder es aquella persona o grupo de personas con la capacidad para provocar la liberación, desde dentro, de la energía interna existente en otros seres humanos para que estos, voluntariamente, lleven a cabo el esfuerzo necesario para lograr, de la forma más efectiva y confortable posible, las metas que los mismos seres humanos han decidido alcanzar…(Gento y otros 2012)
La focalización responde a principios de justicia, pues contribuye a que resuelvan problemas aquellos que más lo necesitan y a que no nos desgastemos con los que no lo necesitan de manera apremiante; he ahí el valor de la focalización como vía de promoción de la equidad. Además, posibilita que no queramos actuar ante “un mar de conocimientos con un dedo de profundidad”.
En este marco eficiente y justo se ha de centrar el interés en tres direcciones fundamentales:
1. Formar y velar porque los maestros, al planear didácticamente, tomen como punto de partida las relaciones entre resultados de aprendizaje esperados y las competencias /objetivos a ellos vinculados, conjugando las competencias para la vida y las específicas; el diseño de situaciones o tareas de desempeño, en las que se van a comprobar esos resultados, apoyados en criterios de evaluación (criterios de realización y de resultados), y los contenidos u objeto de aprendizaje en que se traduce el trabajo con los fines perseguidos.
2. Formar y velar porque al planificar y ejecutar las secuencias didácticas, los docentes diseñen ambientes que favorezcan el desarrollo de capacidades para la adquisición de recursos y la movilización de los mismos, y se desempeñen integradoramente, enfrentando situaciones lo más vinculadas al contexto real posible, desde una práctica guiada, semiguiada y libre, que revele avances progresivos hacia mayores niveles de autonomía en la actuación, dando peso a la evaluación formativa.
3. Formar y velar porque los maestros, al evaluar, partan de criterios previamente establecidos que apunten tanto a lo cognitivo como lo socioafectivo, recojan evidencias sistemáticamente en diversas fuentes y con instrumentos diferenciados de acuerdo a la finalidad evaluativa, emitan juicios o dictámenes retroalimentadores hasta arribar a actuaciones óptimas o niveles de logro óptimos desde avances progresivos.
Esta esencia triangular del desarrollo pedagógico ha de derivar en innovaciones educativas y actuaciones autónomas por parte del maestro, de acuerdo con su contexto específico. Este proceder se corresponde con la dimensión profesional del liderazgo pedagógico que ha de poner en acción el director, pero no debe limitarse a esa dimensión profesional, porque con la puesta en acción de su liderazgo pedagógico puede suceder como con el mar Mediterráneo. El Mediterráneo puso en contacto a egipcios, griegos, fenicios, romanos, árabes y turcos mediante el comercio (muestra de desarrollo), pero también los puso en contacto mediante la guerra (muestra de violencia), o sea, un mismo elemento, el liderazgo pedagógico, puede derivar en desarrollo y puede provocar discordias, si no se atiende adecuadamente a una dimensión socioemocional de ese liderazgo. Unido a lo socioemocional, debe dar prioridad a la dimensión participativa, promotora de un liderazgo compartido.
Se trata en definitiva de que el liderazgo pedagógico, como predictor de calidad, contribuya a la construcción de futuro, pero un futuro no solo determinado por mecanismos causales muy predeterminados, tampoco pensando en construir un futuro de manera fortuita, porque la calidad no se logra por accidente, sino que el liderazgo pedagógico del director ha de contribuir a una construcción de futuro propia de los sistemas complejos, los cuales requieren de la capacidad de creación que conduzca a variar el estado de cosas que requieran ser variadas y aportar a la mejora constante de logros vinculados al rendimiento del estudiante, desde una visión integral, como un identificador de calidad, garantizado desde el carácter predictivo de la competencia de liderazgo pedagógico del director escolar.