Este artículo presenta el desafío que tiene la Escuela Católica de entrar en diálogo con las nuevas pedagogías contemporáneas, más con la intención de avivar la esperanza e invitarlos a continuar las búsquedas pero, sobre todo, a arriesgar nuestro capital histórico para servir a la causa de Dios por la educación con creatividad, decisión y oportunidad.
Los pueblos de América viven hoy una realidad marcada por grandes cambios que afectan profundamente sus vidas. La novedad de estos cambios, a diferencia de los ocurridos en otras épocas, es que tienen un alcance global que, con diferencias y matices, afectan el mundo entero.
Son tantos los cambios que con frecuencia ni los hemos asimilado, ni siempre los entendemos, ni vislumbramos siquiera sus consecuencias. Todo sucede tan rápido que la reflexión sobre la historia no va a la velocidad del mundo, lo que genera entonces, un estado de incertidumbre y sinsentido difícil de conceptualizar o de comprehender. ¿Va la educación católica al ritmo de la historia? ¿Qué significa educar en la sociedad del conocimiento? ¿Cuál es el tipo de escuela católica que responde a las necesidades del hombre y la mujer del presente? ¿Cuál es el papel del maestro?
Como bien señala Pedro Chico, la educación cristiana ha pasado por tres estadios fundamentales en la historia: suplencia, competencia y presencia. En sus inicios, la escuela cristiana suplió al Estado y proveyó la educación ante la incapacidad de este para hacerlo. Una vez empezó a universalizarse la escuela, tanto primaria como secundaria, la educación cristiana vivió procesos de reacomodación y compitió con el Estado en la oferta. El siglo XXI vislumbra los tiempos de la presencia en el mundo educativo.
Esta nueva presencia entrevé para la Escuela Cristiana Católica tiempos para la creatividad y la esperanza, tiempos en que la fuerza, coherencia y consistencia de nuestra propuesta que, a manera de signo nuevo, aportará aire fresco y sentido a la niñez y juventud. Es el momento para ser significativos en nuevos escenarios, con nuevos desafíos, para las nuevas generaciones.
Es el momento para ser significativos en nuevos escenarios, con nuevos desafíos, para las nuevas generaciones.
Precisamente, las últimas décadas han sido pródigas en desarrollos educativos. Afirma el Hno. Carlos Gómez que “los avances de la psicología cognitiva, las ciencias computacionales, las tecnologías de la comunicación, la neurociencia, los avances de la genética, la reflexión filosófica, y las perspectivas críticas de los sistemas sociales, entre otros, han impactado como nunca antes la educación y, por consiguiente, las pedagogías y las didácticas. Nuevos paradigmas educativos han emergido y, sin duda, inspiran, consciente o inconscientemente, explícita o implícitamente, los procesos educativos que adelantamos así como las políticas educativas que se proponen por parte de los gobiernos y como la formación que se imparte en las escuelas de educación” (Revista Educación Hoy).
Las turbulentas décadas de los sesenta y los setenta permitieron la creación de proyectos educativos alternativos y de posicionamientos pedagógicos críticos y aún siguen mostrando su fortaleza en experiencias novedosas de educación popular. No obstante, el abanico hoy es mayor. El paradigma histórico-cultural, la perspectiva cognoscitiva, la pedagogía crítica en sus diferentes vertientes, las inteligencias múltiples, el constructivismo, entre otras, con frecuencia hacen parte del vocabulario y de la inspiración de los proyectos educativos católicos.
Este diálogo, tan urgente como necesario, pasa por una posición siempre crítica que explora la potencialidad de los paradigmas con las condiciones reales en las que se plantean las propuestas. Si lo nuestro es hacer accesible la educación, promover los valores de la solidaridad, la justicia, y la dignidad, construir personas y formar ciudadanos, luchar por la equidad y las oportunidades para todos, entonces estos diálogos con las pedagogías contemporáneas son condición sine qua non para remozar nuestras propuestas y plantear los proyectos contextualizados y que respondan a los más sentidos anhelos de los estudiantes, niños, jóvenes o adultos, como de las sociedades y grupos humanos donde llevamos nuestra propuesta. La oferta educativa católica no solo debe ser consistente teóricamente y coherente metodológicamente sino explícita en sus medios y en sus fines. La educación integral que tanto pregonan nuestros proyectos debe ser diáfana en sus objetivos, clara en sus definiciones, en sus fundamentos epistemológicos, en sus metodologías y coherente en las mediaciones pedagógicas.
Si lo nuestro es hacer accesible la educación, promover los valores de la solidaridad, la justicia, y la dignidad, construir personas y formar ciudadanos, luchar por la equidad y las oportunidades para todos, entonces estos diálogos con las pedagogías contemporáneas son condición sine qua non para remozar nuestras propuestas y plantear los proyectos contextualizados y que respondan a los más sentidos anhelos de los estudiantes, niños, jóvenes o adultos, como de las sociedades y grupos humanos donde llevamos nuestra propuesta.
Es imposible negar la importancia, las posibilidades, el potencial educativo de las nuevas tecnologías y lo impensable que resulta vivir sin ellas. Es simplemente maravilloso. Sin embargo, estamos frente a la urgencia inaplazable de formar para la contemplación y para la profundidad: estos dos valores son imprescindibles para dar el paso de los datos a la información y de la información al conocimiento, es decir, del mucho conocer a la sabiduría.
La confesionalidad de la Escuela Católica no puede pensarse como entorpecedora del pluralismo al que de hecho debe fortalecer.
Por este motivo vuelvo a insistir en que la educación integral que tanto pregonan nuestros proyectos educativos no puede olvidar los valores propios y necesarios para el desarrollo de las aptitudes científicas: la observación, el análisis, el procedimiento, la fuerza del argumento; todo ello aunado en los valores que sustentan lo humanístico: el respeto, la contemplación, la belleza, el valor de la vida, la diferencia, la trascendencia.
La confesionalidad de la Escuela Católica no puede pensarse como entorpecedora del pluralismo al que de hecho debe fortalecer. Ser leal a la identidad que la apellida le permite asumir una óptica crítica para juzgar la realidad, presentar su propuesta ética e implementarla con el concurso de todos, teniendo siempre de presente que la diversidad de las personas ha de reproducirse en el diario transcurrir del proceso educativo. De hecho, nuestra escuela no puede presentarse como “neutra”, porque la neutralidad en cuestiones sociales, políticas, culturales o educativas, sencillamente, es imposible.
Si bien es cierto que he retomado no solo uno sino varios desafíos para la Escuela Católica, siempre es necesario retomar que lo propio de la Escuela Católica es “una espiritualidad que invita a encontrar a Dios y encontrarse con Él en la persona de los estudiantes y los colegas y que anuncia a Jesucristo fundamentalmente por la manifestación del rostro misericordioso de Dios; una relación pedagógica respetuosa, creativa y propiciadora del crecimiento de las personas en la libertad; una opción basada en la construcción de comunidad y en la preocupación por los pobres; una propuesta educativa contextualizada a las realidades económicas, sociales y políticas; y con mediaciones didácticas que toman en cuenta las capacidades y potencialidades de cada persona y el compromiso con la construcción de una sociedad justa, equitativa y en paz” (Hno. Carlos Gómez, Revista Educación Hoy).
Por eso hoy más que nunca es importante trabajar en red. La articulación se da fundamentalmente por la posibilidad de pensar la praxis educativa católica con referentes claros, metodologías de análisis que nos permitirían evaluar las propuestas, procesos consistentes que permitan una conceptualización y unas ofertas más intencionadas. De otro lado, aparece la necesaria e impostergable tarea de la formación de los profesores con proyectos sólidos, procesuales, metódicos, propositivos y que permitan la generación de pensamiento propio en un diálogo continuo y crítico con las nuevas pedagogías. En otras palabras, hoy tenemos un aparato institucional que debiera volver a constituirnos en una organización que piensa, reflexiona, propone y crea modelos educativos consecuentes con la realidad y sus desafíos.