Sin temor a equivocarnos podemos asegurar que la pandemia mundial provocada por el virus de la COVID-19 ha sido una de las mayores catástrofes de la historia en los últimos 100 años a nivel mundial que ha generado, en todos los rincones del mundo, una crisis de tal magnitud que tardaremos muchos años en dimensionar y calcular.
De una manera repentina, como un terremoto sin previo aviso, los sistemas educativos de la mayoría de los países se vieron obligados a cambiar su esencia y en cuestión de días, máximo semanas, seguir desarrollándose de manera remota, en lo que muchos especialistas llamaron una “educación en línea de emergencia”.
El reciente 2020 fue testigo del remesón educativo más importante de la historia, que afectó, en más de 190 países, a cerca de 160.000 millones de estudiantes que no pudieron continuar su escolaridad de manera presencial.
Educación en línea de emergencia
Bajo esa modalidad de “escuela en casa” todos los sistemas educativos, sin distingo de estrato, denominación, orientación o modalidad, pasaron nueve meses de todo el año 2020 “encerrados”, como la metáfora de una gestación dolorosa para un nuevo “parto educativo”, que en este 2021 y los años subsiguientes debe procurar el renacimiento de un horizonte totalmente transformado para la educación y, por ende, para la sociedad y un nuevo orden mundial pospandemia.
Sería un total desperdicio pedagógico una vez pasada la crisis sanitaria a nivel mundial, volver a los antiguos modelos escolares para seguir replicando un sistema educativo que cada día era más anacrónico, anquilosado y “quedado” en relación con el ritmo de cambios vertiginosos que venía experimentando nuestra sociedad.
Pero más allá de las consecuencias nefastas en términos de deserción escolar, pérdida de años, retardos en la promoción, baja en la calidad educativa, fracturas en la salud integral —física, emocional, espiritual y mental— de niños, jóvenes y maestros y evidencia de las profundas desigualdades entre la educación pública y la privada, esta pandemia mundial nos regala una oportunidad de oro para atesorar, desde este escenario de crisis, un nuevo amanecer para el fascinante universo de la educación.
Si algo logró este nuevo sentir y vivir mundial de confinamiento, fue poner a todos los actores del sistema educativo en un profundo modo de reflexión, confrontación, diálogo, creatividad, inventiva y resiliencia para repensar, entre todos, los nuevos caminos, no solo para enfrentar el estado actual de la escuela, sino para visualizar esos nuevos escenarios y retos que debemos saber enfrentar.
Y es precisamente en este contexto de riqueza reflexiva en el cual esta nueva entrega de Ruta Maestra quiere ser un aporte adicional, a los muchos que se vienen dando, para que entre todos los administradores educativos logremos centrar nuestra gestión directiva en nuevas miradas, nuevos objetivos y nuevos procesos necesarios para que por fin demos ese salto cualitativo a una educación más holística de cara a la tercera década del siglo XXI. Aquí, desde nuestra experiencia directiva, les ofrecemos algunas pistas.
Administrar el bienestar emocional de nuestras comunidades académicas
Desde antes de la pandemia ya era un “secreto a gritos” que la salud emocional de nuestros niños y jóvenes estaba en absolutos “cuidados intensivos”. Nunca antes habíamos sido testigos cotidianos del alarmante crecimiento de los problemas de ansiedad, bipolaridad, depresión, angustia, temores, adicciones, ideas suicidas y suicidios reales entre nuestro niños y jóvenes.
Nuestras aulas, corredores y escenarios escolares ya reflejaban la metástasis de una niñez y juventud “enferma emocionalmente” atrapadas en la soledad, el aislamiento social, el creciente matoneo y el ciberacoso, además del mal manejo de las emociones, el desmoronamiento de sus entornos afectivos y protectores, el abandono familiar reflejado en muchos estudiantes “totalmente huérfanos con padres vivos”.
Para colmo de males, esta situación se agrava aún más cuando como “por arte de magia” nos vemos encerrados y confinados en cuatro paredes y en sitios de vivienda que, sociológicamente, fueron configurados más para descansar, dormir, medio comer y salir a estudiar o trabajar, que para vivir, compartir, aprender, disfrutar, crear y amar. Ese “confinamiento obligatorio” para una gran mayoría de niños, jóvenes y familias, pasada la novedad de las primeras semanas, se convirtió en un escenario de fricción, maltrato intrafamiliar, desmoronamiento psicológico, aislamiento emocional y social y tortura académica bajo una conectividad improvisada, exagerada y agotadora. De ahí que pasados los primeros meses, afloraron aún más las crisis emocionales y lo que antes se manejaba medianamente bien en el modelo presencial, se agravó totalmente en la virtualidad.
Es por eso que hoy se “pide a gritos” desde todos los escenarios sociales y humanos el retorno a la escuela presencial de la vida, para poder recuperar en algo la salud emocional de niños, jóvenes y maestros que esperan regresar al encuentro con el otro para sentir de nuevo que vivimos gracias a la cercanía afectiva, emocional, espiritual y social, así medie una distancia física necesaria, cuidadosa y biosegura.
Por eso, el nuevo reto inmenso para el “rector de la pospandemia” es poner su primer énfasis en ser un creador y “tutelador” del ambiente emocional de la escuela en su reapertura y presencialidad. El rector de hoy debe ser un experto en coaching emocional. Su primera y fundamental acción será la de acompañar, apoyar y ayudar a fortalecer esa dimensión emocional de su comunidad educativa, tan fracturada y resentida por los efectos devastadores del “virus de la muerte emocional” que ha dejado esta pandemia.
Su mayor función será la de ayudar a su comunidad educativa a volver a creer en la cercanía, en las prácticas restaurativas, en una convivencia basada en el autocuidado y cuidado del otro, en el manejo positivo de las emociones, en las satisfacción de las necesidades básicas del espíritu y del corazón. No debe centrar su gestión única y exclusivamente en las dimensiones financieras y académicas, tan necesarias e importantes, sin antes garantizar un entorno de vida y amor que fortalezcan el ser interior de sus estudiantes, maestros y colaboradores.
Ser gestor de la ética del cuidado para una comunidad ecosostenible
Así como el contexto prepandemia marcaba una preocupante realidad emocional en medio de nuestras comunidades académicas, no menos importante y preocupante era la realidad ambiental y ecológica del mundo que nos rodeaba. Todos los indicadores, estudios y análisis nos mostraban un mundo en crisis ambiental, climático, de sostenibilidad, signado por las inmensas preocupaciones en torno a los recursos no renovables, preocupado por encontrar energías limpias, modos de subsistencia ente las crisis alimentarias, luchas por las condiciones de salubridad y una “apatía en la práctica” de las grandes potencias para honrar los acuerdos que garanticen frenar esta horrorosa pandemia ecológica en la que se encuentra nuestro mundo actual.
Pero aterrizando ese análisis global al escenario concreto de la escuela nos damos cuenta de que no eran tanto los macrosistemas ecológicos los que estaban únicamente en crisis. Nuestras comunidades académicas reflejaban en nuestros estudiantes, maestros, colaboradores y familias unos indicadores alarmantes de una ausencia de salud integral estable. Nuestras escuelas manifestaban cotidianamente la falta de salud de nuestros miembros.
Los estudios lo reafirman: los maestros están entre los profesionales que más ausentismo laboral presentan por sus dolencias físicas, estrés y descompensación psicológica. Tenemos un alarmante índice de estudiantes mal nutridos, sedentarios, alterados en sus rutinas de sueño, con preocupantes índices de fatiga ocular y auditiva y atrofia muscular por las eternas horas en torno a los dispositivos digitales.
Una vez confinados, se hicieron virales las fotografías y los videos de la naturaleza, fauna y flora, “recuperando su entorno vital” y saliendo a pasear por las ciudades desiertas y los espacios exclusivos para ellos.
Un nuevo reto y rol del rector para la pospandemia es el de ser un “cuidador” de su comunidad educativa
Por eso, sin ahondar demasiado en el tema de la salud física y en el equilibrio ambiental, queda absolutamente claro que un nuevo reto y rol del Rector para la pospandemia es el de ser un “cuidador” de su comunidad educativa. Ya no solo debe ser un “maestro de la emocionalidad” o un coaching ontológico que tutela la dimensión psicológica de su comunidad educativa. Ya su mirada atenta y amorosa debe trascender de lo emocional a lo físico.
Más allá de ser el administrador responsable de los protocolos de bioseguridad o el líder del comité de bioseguridad institucional, como garante de que todos los protocolos se cumplan al pie de la letra para “blindar” a la institución que dirige de un posible contagio, el rector hereda de esta pandemia, y para los escenarios futuros, un “deber de cuidado” mucho más alto del que antes le imponía la ley.
Ser el “cuidador institucional por excelencia” no solo de la salud emocional, sino de la física, lo debe impulsar como lo expresa el Papa Francisco en su hermosa encíclica Laudato Sí, a ser un “ecólogo integral”. El rector pasa a ser un coadministrador de la “casa común”, la casa de todos y eso se debe reflejar en la institución que dirige. Durante muchos años, en la gran mayoría de instituciones educativas los proyectos educativos ambientales (PRAE) quedaron como un saludo a la bandera o como una cantidad de actividades inconexas que se desarrollaban en jornadas culturales o días del medioambiente.
Esta pandemia nos enseñó profundamente el valor de la vida, del autocuidado, del cuidado del otro y con el otro. Y en este contexto el rector debe “atesorar” con el apoyo de todo su equipo, la gran sensibilidad ecológica y de cuidado, con la que regresa toda su comunidad académica a la presencialidad. La salud integral ya no debe ser simplemente una preocupación de la familia y sus EPS.
Todos aprendimos a fuerza de confinamiento, de aislamiento, de temor y miedo, viendo crecer la lista de contagiados y muertos, muchos cercanos o miembros de nuestras propias familias, el valor supremos de la salud y de la vida. ¿Por qué dejar que este sentimiento de cuidarnos desparezca con la presencialidad o la nueva normalidad?
No es administrar el miedo para aprender a cuidarnos. La actitud del Rector hoy, en el nuevo orden de la escuela, es la de enarbolar la bandera de la reflexión, las actitudes y la conductas que de una vez por todas logren “hacer re-enamorar” a los miembros de su comunidad académica con el cuidado ético de su cuerpo, de su ser íntegro, del otro y del mundo en el cual viven y que no pueden seguir sufriendo, destruyéndose y consumiéndose por sus actitudes y conductas antiecológicas.
Esta pandemia nos enseñó profundamente el valor de la vida
Continuar acompañando y formando al maestro en la pospandemia
La soledad del maestro del siglo XXI es evidente. Salvo algunos países, muy pocos a nivel mundial, su misión y vocación es profundamente subvalorada; en la gran mayoría de países ser maestro es una profesión de segunda o tercera categoría. Pero lo que sí quedó absolutamente demostrado es que acompañando a los profesionales de la salud en las clínicas y hospitales, los “otros héroes” de nuestra sociedad en medio de la pandemia fueron nuestros MAESTROS. Así, con palabras mayúsculas.
Un héroe total el maestro en medio de esta pandemia.
Una vez confinados, acuartelados en nuestras viviendas, y casi que sin tiempo de asimilar la nueva realidad, nuestros maestros pasaron de ser los planeadores y ejecutores de la presencialidad a ser los “protagonistas y guerreros de tiempo completo” de la virtualidad. Ellos, a los que se les denominaban “migrantes digitales” por apenas estar ingresando a ese basto universo del mundo digital, de la noche a la mañana se convirtieron en los verdaderos “nativos digitales” de los entornos educativos y de las plataformas académicas. Fue algo asombroso y maravilloso ver esa capacidad de aprendizaje, de resiliencia, de inventiva y creatividad en nuestros maestros. Sin importar el estrato social, la edad, su disciplina académica, su medio o nivel, de la noche a la mañana se volvieron youtubers, booktubers, influenciadores académicos, expertos en Zoom, Teams, Google meet, etc. Y si el entorno social en el cual estaba él o sus estudiantes no lo permitía por las brechas digitales que afloraron, entonces acudió a digitar guías, diseñarlas, editarlas, imprimirlas y, mucha veces con sus propios recursos, ir a buscar a sus estudiantes y él mismo llevárselas a sus lugares de vivienda. UN HÉROE TOTAL EL MAESTRO EN MEDIO DE ESTA PANDEMIA.
Por eso ahora que regrese de nuevo a la escuela para llenar con su amor, su pasión, su entrega, su carisma y vocación los pasillos, las aulas, los espacios pedagógicos, su rector debe luchar con todo su ahínco para abrazarlo, sostenerlo emocionalmente, gestionar todos los recursos necesarios para “dignificar” su labor. No solo es un tema de recursos financieros (los cuales son absolutamente imprescindibles pues según un estudio de la Fundación Compartir, el rezago del salario docente respecto a otras profesiones es del 18%, e incluso otros estudios como el del GSEID de la Universidad Nacional y Fecode señalan rezagos de hasta del 28,3%).
Sabemos que entre las principales funciones de la mayoría de rectores y administradores educativos están la de seleccionar, contratar, evaluar y acompañar a sus maestros. Al fin y al cabo la grandeza de una institución educativa está en la grandeza de sus maestros. Pero en este “tercer rol” fundamental del rector para la escuela de la pospandemia, queremos hacer una invitación a que de verdad el rector establezca entre sus “prioridades cotidianas” ser el verdadero mentor de sus maestros.
Robert Greene en su bello e inspirador libro Maestría, nos muestra claramente el impacto maravilloso de los mentores en el perfeccionamiento de los grandes hombres. Bajo esta perspectiva, el rector en su nuevo rol ante sus maestros casi que debe ser “un asesor espiritual, pedagógico, humano” que motive e inspire al maestro a seguir haciendo de su vocación el camino más maravilloso para transformar el aula, y al hacer esto, transformar a su estudiantes, con lo cual puede estar transformando el mundo.
Ya nos los decía el famoso médico psiquiatra brasilero Augusto Cury, en su extraordinario libro Padres Brillantes, Maestros Fascinantes, que no hay estudiantes difíciles, sino una educación inadecuada. Y dentro de esa educación inadecuada lo que tenemos es una escuela que no es para la vida, con maestros desmotivados, rectores alejados de las realidades institucionales y sin impacto positivo y amoroso en sus comunidades académicas.
A modo de conclusión
No sabemos a ciencia cierta cuándo se decretará a nivel mundial el final oficial de esta pandemia. Ni siquiera podemos asegurar que el mundo quedará blindado para nuevos rebrotes o para otras pandemias. Lo que sí sabemos es que la escuela, como institución social para la vida, seguirá siendo imprescindible. Sea en medio de la virtualidad, sea en medio de la alternancia o en presencialidad completa, la escuela es una roca inamovible para el sostenimiento integral de nuestra sociedad. Y en esa escuela, sea cual sea el modelo, el rector o administrador educativo siempre será uno de los protagonistas fundamentales. No solo por ser la cabeza, el líder o el gestor de mayor importancia, sino por saber ser el coaching, el cuidador, el mentor, el inspirador del sentido más profundo y humano de la escuela.
Gracias a esta pandemia sanitaria, a esos grandes y profundos silencios reflexivos en los que nos sumimos, a esas noches de intensos insomnios, a esa soledad del poder vivida en nuestros lugares de confinamiento y al tesoro poderoso de la reflexión, la oración y la meditación, pudimos descubrir el sentido más humano y profundo de la escuela. Aprendimos que hay unos roles infinitamente poderosos. Aprendimos a ser primero rectores del ser, para luego seguir siendo rectores del saber, del hacer y del administrar, para poder transformar.
La escuela pospandemia debe ser, de una vez por todas, la escuela de la vida feliz, plena y abundante que hace más de dos mil años el maestro Jesús vino a predicar. Y el rector, en sus profundos y amorosos nuevos roles (o antiguos, pero tal vez olvidados, como se le quiera ver), debe ayudar, con su gestión iluminada a que eso sea posible. Quizás ahí esté el verdadero antídoto o la vacuna para todas las posibles pandemias sociales que estén por venir.
Excelente reflexión que nos ofrece un panorama esperanzador de lo que en realidad debe ser la gestión de un rector,ya que en la actualidad,el sistema educativo lo ha consolidado como un administrador del recurso económico ,olvidándose del mayor y más preciado recurso como son los seres humanos de la comunidad educativa,.Ojalá esta reflexión escrita por el rector José Marino Gallego pueda llegarle a miles de rectores en Colombia para que tomen conciencia y sean verdaderos gestores humanistas, para que mejore la calidad de la educación.