“Estamos haciendo muchas cosas bien, pero la realidad del mundo nos exige mucho más”.
Jens Mesa Dishington, presidente de Fedepalma..
Esta frase en la que el presidente de Fedepalma deja ver una de las conclusiones más importantes después de su encuentro con Brian Bosire, centenial embajador para los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU, podría ser el mejor resumen del panorama que tenemos justo en frente en cuanto al rol de los educadores (padres y maestros) con los niños y jóvenes que reciben y se ven en la tarea de transformar el mundo que les estamos heredando.
La idea de que el mundo es nuestra escuela, lejos de ser una linda frase y hasta el nombre de más de una iniciativa de homeschooling, se hace cada vez más cierta, porque lo reconozcamos o no, la mayor parte de la educación se da fuera de la escuela y de maneras tan diversas que es todo un reto hacer la tarea como padres o docentes para las nuevas generaciones.
Y no es que desde siempre no lo haya sido, pero la idea de que con un poco de atención de casa –bajo la premisa de que los niños no tenían voz ni voto, “se hace lo que yo digo, porque soy tu papá o mamá”- y un buen colegio, que garantizara el paso a la educación superior luego así, a un “buen trabajo”, parecía que la tarea quedaba bien hecha.
Más hoy, todo lo que las generaciones anteriores nos entregaron como padres y maestros, se percibe como “nivel básico” en comparación a lo que implica ser padre o educador hoy.
Si bien es cierto que debemos honrar y agradecer lo que nuestros padres, abuelos y maestros hicieron por y con nosotros –que fue lo mejor que pudieron, con lo que tenían- y que eso ha sido la base de lo que hemos estado entregando a nuestros niños y jóvenes –les hemos dado lo mejor que podemos con lo que tenemos-, parece que por más que nos esforcemos, no es suficiente.
Cosas como la facilidad de acceso a casi todo tipo de información, la “libertad y autonomía” con la que cuentan nuestros centenials y alpha, el sedentarismo y esta suerte de “nuevo orden social” donde son cientos de amigos virtuales, pero cada vez menos reales con los que salir a jugar cogidas, escondidas, ponchados… y todo tipo de juegos que a nosotros los millenials y la generación X nos llenan de nostalgia, por lo que dejaron en nosotros y que seguramente anhelaríamos que vivieran nuestros hijos, son sólo algunos de los elementos que tenemos que considerar hoy en la educación de estas generaciones que transformarán el mundo.
Y digo sólo algunos, porque los factores mencionados antes, son producto del uso de las tecnologías y esto es, hablando de un uso promedio. Pero en casos de uso excesivo y/o sin supervisión, podríamos sumar también la adicción, la ansiedad, la baja tolerancia a la frustración, la escasa capacidad de espera por la gratificación, que por un lado, provocan un bombardeo a la valía, la confianza y la seguridad; y por el otro, reducen las oportunidades de nuestros niños y jóvenes (¿y las nuestras?) para desarrollar habilidades sociales y el deseo intrínseco de colaboración –pilares para un desarrollo sano del ser humano.
No se trata de buscar culpables, sino de comprender que todos somos responsables
Como padres y maestros, ocuparse de su emocionalidad –mientras al tiempo tratamos de gestionar la nuestra-, escucharlos porque comprendemos que son seres humanos y merecen ser tratados con dignidad y respeto, pero mantenernos firmes para que sean todo lo que pueden ser sin “llevarse a los demás por delante”, es una tarea que suena a malabar.
Para los maestros, responder a moverse al ritmo que estas generaciones y la tecnología marcan, mientras se ajustan y reportan a las exigencias de sus entes rectores –no pueden perder de vista lo que les exigen y deben reportar- al tiempo que hacen las veces de sicólogo, coach, enfermero, orientador vocacional, filósofo, amigo y maestro –teniendo en la mente lo que deben entregar a los chicos e ingeniándose cada día una forma de conciliar eso, con las necesidades latentes que surgen en el aula a cada segundo y que no siempre coinciden con lo planteado en el currículo-, planear y preparar todo el trabajo que hay detrás de estar en el aula, más los días especiales donde se quiere vincular a la familia -lo que nos lleva a recordar que aquí el maestro puede encontrar grandes aliados o, por el contrario, grandes maestros a su paciencia y a su vocación-; y no olvidemos que el maestro tiene vida fuera de la escuela, de manera que es seguro que su lista de retos no termina aquí.
Necesitamos maestros conectados con la misión de educar, estimulando el pensamiento crítico y el fortalecimiento de habilidades, más allá de ser un mero transmisor y ejecutor de las ideas de otros.
Los maestros necesitan recordar que para muchos niños, la escuela y sus maestros, pueden llegar a ser lo mejor que conozcan en sus vidas, su mayor fuente de inspiración.
Por otra parte, para los padres, equilibrar sus responsabilidades académicas –porque sabemos que son capaces-, vincularlos a diferentes actividades deportivas, artísticas o sociales –para potenciar todas sus inteligencias-, involucrarlos en las tareas de casa –para que a través de las rutinas creen hábitos y se formen responsables, darles lo que desean, está de moda, podemos darles –y quizá no tuvimos- y porque también para eso trabajamos, pero no darles demasiado para que valoren las cosas y no se vuelvan malcriados, buscar apoyo profesional de toda suerte de terapeutas –si los niños o jóvenes lo requieren-, animarlos a explorar el mundo a una distancia prudente, pero sin dejar de estar ahí, acompañar su “vida en las redes” de manera respetuosa y segura, vincularnos activamente con la escuela (asambleas, días especiales, entregas de informes, charlas, talleres, etc) para que los procesos de nuestros hijos sean más consistentes, tener tiempo para conectar con ellos desde los juegos, las salidas familiares o una simple conversación… recordando cada día que cada situación que se presenta es –aunque no siempre queramos- una oportunidad para desarrollar en nuestros hijos habilidades de vida, sin dejar de hacer todo lo demás que debemos hacer como seres sociales, puede llegar a parecer misión imposible en más de una ocasión.
Los padres buscamos en la escuela y el maestro apoyo, porque realmente hay muchas cosas que no sabemos cómo manejar, pero es necesario que los maestros no pierdan de vista que nos están hablando de nuestras “creaturitas”, así que las palabras necesitan ser cuidadas –no falsas- para que hagan el trabajo de crear puentes entre la escuela y la familia.
Es menester trabajar por fortalecer vínculos reales entre la casa y la escuela para seguir abriendo camino con estas generaciones. Necesitamos hacernos verdaderos aliados… entre padres y maestros “hagámonos pasito”.
Apoyémonos en la escuela y en las estrategias que nos brindan los maestros, sicólogos y otros orientadores para hacer algo más que sortear los retos diarios, pero tengamos presente que hay cosas que sólo los padres podremos hacer por nuestros hijos… necesitamos confiar más en nosotros, en nuestros instintos y quizá un poco menos en el mercado de la educación de padres. Hacer cursos o leer libros es de hecho una gran ayuda, pero necesitamos saber que habrá momentos –más de los que quisiéramos- donde sólo podremos acudir a nuestra sabiduría interior –instinto o lo que surja de tí-.
Para educar las generaciones que transformarán el mundo, no hay mejor opción que trabajar en nuestra propia educación, en la conexión con nosotros mismos… las generaciones que siguen, necesitan como guías, una generación que sea capaz de reconocerse, de mirarse humana, imperfecta, con la capacidad de transformarse a sí misma, de ir por lo que quiere, pero de manera equilibrada y ecológica, una generación inspiradora, digna de imitar, capaz de decir que no, si tiene que hacerlo, más con la sensibilidad para decir que sí o retractarse, si así lo siente.
Guías más felices, más sanos, más equilibrados, más coherentes, más apasionados, más sonrientes, más colaboradores, explotando su creatividad y todas las bondades que les daría conectar con su cerebro adolescente o su niño interior, para que ahí, desde la empatía, estén en capacidad de afrontar los retos cambiantes y cada vez más particulares que se nos presenten al educar estas generaciones que sin duda transformarán el mundo que les estamos entregando.
Así que regresando al principio, reconozcamos y valoremos lo que hacemos como educadores, de verdad estamos haciendo muchas cosas bien; la cuestión es seguir conectando con aquello que pueda contribuir a nuestro propio desarrollo, bienestar y felicidad, para ser esos modelos dignos de imitar que contribuyen a través de su trabajo, de su rol como padres y maestros y de su vida misma, a construir el mundo que queremos y más aún, el mundo en el que queremos que vivan las generaciones venideras.
A continuación 10 sugerencias que valdría la pena considerar como guías (padres y docentes) de estas fascinantes –y siempre retantes- generaciones:
1. Para de correr. Reconoce que el afán es tuyo, no suyo. Planea menos y mejor.
2. Ahora menos que nunca, esperes que ellos se conviertan en lo que tú anhelas –en lo que fuiste o que nunca fuiste- cada ser, un mundo.
3. Conviértete en mejor conversador –y escucha cada día-. Cuéntales de tí, de tus experiencias, cuéntales historias y desde ahí, invítalos a compartir contigo.
4. Anímales a moverse y procura hacer lo mismo.
5. Genera espacios de conexión con la naturaleza.
6. Enséñales a jugar, hay todo un mundo más allá de las pantallas ¡y tú lo sabes!
7. Creen y mantengan rutinas claras. Fomenten la responsabilidad y la cooperación.
8. Trabajen por llegar a acuerdos en aquellos temas que les inquietan, más que imponer reglas que todo el tiempo querrán saltarse.
9. Fomenta oportunidades para que se expresen de maneras creativas y artísticas, manténganse en contacto con su sensibilidad.
10. Procura mantenerte Firme, Amable y Centrado, siempre –o trabaja en varias formas de regresar a este punto cada vez que pierdas la cabeza o no sepas qué hacer-.