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Cómo abordar hechos históricos desde la literatura infantil y juvenil

¿Cuáles son las preguntas que nos hacemos sobre el pasado? ¿Cuál es la importancia que le dan los niños y en mayor medida los jóvenes a esas preguntas para dilucidar su presente o proyectar su futuro? ¿Es absolutamente claro, incluso en la escuela hoy, que no podemos construir un futuro sin la iluminación de lo ocurrido?

 

Sin que sea un recurso nuevo, conozco muchas instituciones del país que implementan en sus planes de lectura obras literarias para abordar los hechos históricos, algunas vinculadas al plan lector, otras por fuera; sin embargo, es un recurso que debería utilizarse más. Una de las más poderosas razones está centrada en la maravillosa y comprobada posibilidad que ofrece la literatura para dar un contexto.

Buena parte de los autores de la literatura infantil y juvenil en Colombia o en mundo, no han eludido temas viscerales que ni siquiera están incluido en los planeadores escolares. Otra buena razón es que en su mayoría, estos libros abren verdaderas ventanas, tienden puentes al pasado y presentan una oportunidad única de revisar la historia desde toda serie de personajes, de miradas, muchas construidas por vivencias propias o escenarios posibles, narrando inclusive la visión desde los perdedores, desde las víctimas, desde el señor de la esquina, desde los niños; incluso desde objetos que se transforman en protagonistas a quienes la historia oficial, ni siquiera tiene en cuenta.

La oportunidad en el colegio

Trabajé por años en el Colegio El Gimnasio El Bosque en la ciudad de Cúcuta y allí nos planteamos el desafío de construir un plan lector agresivo que incluyera textos de este tipo. Ese plan que empezó con pocos libros, fue exigiendo dentro de la programación para cada año, libros en áreas diferentes a lengua castellana. Por un lado los padres y los estudiantes vieron las ventajas de estudiar de esa manera y asumieron el reto. Por otro lado los docentes de sociales o biología, incluso matemáticas, tomaron libros sugeridos para que los estudiantes leyeran y les ayudaran con sus narraciones, en la generación de un ambiente, la perspectiva de episodios que se salían de los cuadros sinópticos, las fechas o los recuadros para contar; por ejemplo otra fue la visión del descubrimiento de América cuando un polizón, colado en una de las carabelas, les contó cómo llegó a América en la exploración de Colón.

Eso sí, de hacerlo con más frecuencia, de volverlo una política en cada institución, deben evitarse en todo caso los otros errores comunes al evaluar un libro: no se trata de pedir resúmenes, de evaluar gramaticalmente el contenido , hacer quices sobre los personajes principales, esas son alternativas, pero el libro para la enseñanza de las ciencias sociales debería ser un compañero, un relator que va mostrándonos lo que pasa, que va destapando cajas, sorprendiendo a sus lectores, que nos cuenta cosas. El Bolívar que narra Edna Iturralde no es de las fotos como General de la República sino un niño que corre por una casa grande y es su nana quien lo describe con añoranza. Por ejemplo, Nashy y Mayam los gemelos que Francisco Leal Quevedo creó en sus novelas ambientadas en las regiones naturales de Colombia, también están sumergidos en una aventura detectivesca.

Sin ser novedosa, insisto, es una herramienta que debe ser mejor utilizada, debe facilitar el aprendizaje, pero sobre todo, apoyar los pasos en cada peldaño que se sumen al verdadero país de lectores que soñamos.

Sin temor a los temas

Enlazar las lecturas desde el sentimiento, desde la ilusión, desde los temores, desde la cotidianidad o la vida misma ayudará a que existan otras lecturas de esas que aprendemos diariamente; miradas desde perspectivas disímiles, visiones que de alguna manera enseñan, como hemos indicado. Lo cierto es que sea la historia colombiana o la guerra mundial, es improbable alejarse del dolor, es inherente al hombre, es imposible que nuestros hijos o estudiantes sean ajenos a ello, lo viven diariamente aunque no quisiéramos, ¿qué mejor que la literatura para mostrar cómo se resolvió? ¿Será que si un estudiante observa cómo hemos repetido los errores o hemos sobrevivido a la violencia, a través de la lectura, no podrá proponer mejores escenarios a futuro? Sin que el libro tenga esa función de resolver una dificultad, puede mostrar el camino o el error. Pilar Lozano, por ejemplo, tiene un libro que cuenta cómo niños y jóvenes del país, desde 4 lugares diferentes inmersos todos en la violencia, no se quedaron patinando en el conflicto sino que lo resolvieron de manera creativa con el apoyo de adultos decididos y sin entrar en conflicto con nadie. Hay un oso de peluche, que recuerdo, y cuenta cómo atravesó toda la Segunda Guerra Mundial, eludió los campos de concentración, salvó la vida de un soldado norteamericano, vivió la segregación racial, pero al final volvió a los brazos del dueño infantil del que fue alejado y que ya siendo un abuelo le consuela como la primera vez; es Tomi Ungerer quien lo vuelve creíble. Otro es Juan, en un texto de Yolanda Reyes: siempre que el niño pregunta por sus padres los adultos cambian de tema, creyendo que le protegen del dolor de la desaparición forzada pero no puede escapar de la incertidumbre de desconocer su paradero y asustado por las pesadillas en el sueño. Está Pascacio, además, el picaresco sargento de doce años que peleó al lado de Bolívar en un cuento de Eduardo Caballero Calderón y que ya viejo, le gusta echarle sus cuentos a la gente de cómo vivió la independencia cuando la chicha le suelta la boca. Estos personajes, estos escenarios, estas situaciones miran desde las estanterías esperando que más docentes quieran acercárselos a sus estudiantes.

El futuro pasado

Reinhart Koselleck sostiene que existe una tensión similar entre la historia y el lenguaje y ver el pasado desde el presente. Dice el autor que “ningún informe sobre el pasado puede comprender todo lo que fue o sucedió en otro tiempo” 1 . Koselleck invita a reflexionar sobre la ruptura epistemológica que se da en el siglo XVIII cuando gracias a la modernidad iniciada con la Revolución francesa, los conceptos ya no únicamente servirían para concebir y expresar los hechos de una forma determinada, sino que se proyectan hacia el futuro. Insiste Koselleck en que para comprender mejor las relaciones entre el pasado y el futuro es necesario asumir dos categorías a partir de las cuales puede vislumbrarse mejor este dialogo: Por un lado el “espacio de experiencia”, como recuerdo de una vivencia propia o ajena, individual o colectiva, incluso susceptible de ser repetida, y por otro lado, el “horizonte de expectativa”, como la esperanza, la posibilidad, el modelo, lo deseable, que también se crea en función de la experiencia pero no necesariamente derivándose de esta, lo que comúnmente decimos “que habría pasado si…”. Cuando dejamos que un personaje cualquiera, creado por el autor, propuesto para conducir el relato, tome la palabra en el aula, es posible proponer esos espacios de experiencia y ese horizonte de expectativa.

Nos encontramos en un momento donde la construcción de la historia ha empezado a ser indispensable para el país, donde existe una profunda necesidad de entender el pasado y la génesis de los conflictos vividos por años, de pasar del titular efímero de la prensa a una profunda reflexión de nuestro acontecer. Un completo estudio sobre la enseñanza de la historia en todos los colegios públicos de Bogotá, en el 2015 y liderado por Rocío Londoño, Mario Aguirre e Indira Sierra 2 , concluyó que a pesar de que la enseñanza de la historia ha sido objeto de análisis, seminarios y talleres en toda Colombia, siguen existiendo deficiencias frente a una respuesta de la academia por saber para qué se enseña historia en la escuela, cuáles son los contenidos adecuados según la edad y el nivel de los estudiantes y sobre todo el cómo enseñar la historia.

Hay que pensar en unos hechos históricos más que en una sola historia. Sucesos relevantes que son indispensables en el pasado para entender el presente y no repetirlos, ojalá hacia el futuro.

La historia de fondo

Los escritores, y me incluyo, no escriben propiamente pensando en un público infantil o juvenil; se cuenta una historia. Imaginar que el público que te leerá sean niños vence más bien otros mitos que circulan, es decir, la exigencia y la precisión sobre los hechos históricos debe ser mejor, lo que exige una investigación más profunda. Una investigación sobre todo que se basa en el contexto, en los detalles, en la música, en las películas. Personalmente dejo ventanas abiertas para que tengan estos niños y jóvenes qué preguntar, uso términos en desuso, trato de pensar en que no estoy dirigiéndome a niños o jóvenes principalmente, sino que son ellos los que están dándole la caracterización al relato. El público en estas edades es más exigente, eso se sabe. Un adulto es amable, te dice que es buena o le gustó tu novela así no lo crea, el niño sin pelos en la lengua, te dice sin pudor que se durmió en la tercera página o por el contrario, como ocurre casi siempre, manifiesta emocionado que se enfrentó a una parte de la historia que desconocía, aunque en clase la estaba enseñando.

1.Koselleck, Reinhart. Futuro Pasado, Ediciones Paidós Ibérica, S. A., Buenos Aires, 1993.

2.  Londoño R., Aguirre M., Sierra I., La Enseñanza de la Historia en el Ámbito Escolar Bogotano, Alcaldía Mayor de Bogotá, Secretaría de Educación de Distrito, diciembre de 2015.

Isaías Romero Pacheco

Escritor, periodista y promotor de lectura. Obtuvo en el 2011 el Premio Nacional de Periodismo Cultural (Beca de Creación) del Ministerio de Cultura y su libro El abuelo rojo, fue galardonado en el 2016 con el Premio Barco de Vapor de Literatura infantil y juvenil.

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