Tanto en la época de Aristóteles como en la actualidad, la adolescencia ha sido y es una etapa de transformaciones múltiples y muy profundas, que cada uno transita de manera distinta. Para muchos especialistas, la adolescencia es una categoría socialmente construida, que cambia según la época y el lugar, de modo que es un estadio muy difícil de acotar, pues varía tanto su inicio como su duración según épocas, culturas y contexto social. Su inicio suele asociarse con el desarrollo sexual y los cambios biológicos y psíquicos de la pubertad, y, en algunas culturas, con ciertos ritos de iniciación. Y su final se relaciona con el momento de emancipación y el paso a la adultez. Se puede considerar la adolescencia entonces como un proceso cuya extensión es variable y dependiente del contexto sociocultural, en el que cada uno va transformándose, madurando y dejando de ser niño, a su ritmo y a su modo, en tiempos y espacios diferentes. Es un momento de transición, que tiene sus ritos de pasaje, en el que muchas veces los jóvenes se sienten descolocados, sorprendidos o angustiados frente a las transformaciones de su cuerpo y su mente, a las nuevas experiencias vitales, al mundo que se abre ante a ellos. Dicho de otro modo, es “el despertar de primavera”, tiempo suspendido, instancia ciertamente dolorosa e inquietante de dejar la niñez e ingresar en la categoría de adultos. Para algunos psicoanalistas la adolescencia es un momento de “sturm und drang”; es decir de “tormenta y empuje”, y a grandes rasgos se caracteriza por una mezcla de sentimientos de aislamiento, ansiedad y confusión; intensa exploración personal y búsqueda de la identidad; unas veces luchan contra sus instintos, otras los aceptan; aman y odian a sus padres; se rebelan y se someten a la autoridad; tratan de imitar, pero también quieren diferenciarse y ser independientes. En nuestra sociedad actual hay, por un lado, una verdadera fascinación e idealización de la juventud; es una época en la que muchos adultos quieren ser jóvenes eternamente. Pero, por otra parte, los adolescentes son un grupo vulnerable, quienes más sufren las consecuencias de la pobreza, el desempleo, los abusos, la violencia, las guerras, las adicciones y la falta de perspectivas. De alguna manera, los jóvenes nos muestran nuestras zonas más oscuras, nos enfrentan con nuestras debilidades, cuestionan nuestras verdades absolutas, rompen nuestras certezas, descubren nuestras miserias y son víctimas de los horrores del mundo que les dejamos. Y, como contracara, representan la esperanza de un futuro mejor, con menos desigualdad, más derechos, mentes más abiertas, menor discriminación, mayor cuidado del medioambiente, más conciencia social. “Cuando yo escuchaba a esos adolescentes contándome sus descubrimientos en los libros, me venía a la cabeza la imagen de un tejido, progresivo, que habían ido confeccionando con la ayuda de una historia, de un cuento, de dos frases extraídas de un libro o de una canción. Estos materiales cosidos, estas unidades de sentido, puestas en relación, en coherencia, les habían ayudado a edificar su casa interior. Me han hecho comprender que, si estamos habitados por muchas pequeñas historias, es más fácil pensar la propia historia, emplazarla en un conjunto y pensar el lugar propio en espacios ampliados”. Michel Pètit, La lectura en tiempos de crisis Busco mi destino Los adolescentes se ven atravesados permanentemente por el poder que los mayores ejercen sobre ellos, por los límites impuestos, la subordinación a la autoridad, etc. y, por otro lado, con la necesidad de confrontación con el mundo adulto, de transgresión, de romper los límites, pasar la línea: quieren crecer, pero salir de la niñez duele y angustia. En ese tránsito, la lectura puede ser todo un desafío, un móvil para darle un sentido a la propia experiencia, ponerle voz al sufrimiento y forma a los deseos. La lectura es un acto que puede modificar los destinos de los jóvenes. Los libros, el arte, en definitiva, son un medio fundamental para que los chicos puedan construirse a sí mismos como sujetos. La literatura es un sostén para nombrar lo que nos pasa, para poner en juego nuestros sentimientos. Recupera una zona de la memoria simbólica que permite reparar aquello que se encuentra quebrado y movilizar lo que se halla oculto; al tiempo que habilita la posibilidad de abrir conversaciones, decir lo no dicho, exorcizar los miedos. Y también permite fluir una emoción que impulsa a los adolescentes a reflexionar sobre el sentido de sus vidas. La lectura literaria es de vital importancia para la formación del imaginario y un alimento de la creatividad. Como dijo Úrsula Le Guin: “La resistencia y el cambio muchas veces empiezan con el arte, y muy a menudo con nuestro arte, el arte de las palabras”. ¿Qué es lo que un buen libro provoca en los adolescentes?: llevarlos a otros mundos, cuestionar su realidad, desafiar su inteligencia, conmover sus sentimientos, de modo que es inevitable salir de esa experiencia con algún grado de transformación. La lectura válida es aquella que incomoda, que trasciende lo emocional. La creatividad de la narración, la habilidad de un texto para inquietar al lector, seguirán siendo la clave para que el libro siga vivo en el futuro. La narrativa ha sabido acompañar a los chicos de las formas más diversas. Para hablar de literatura juvenil, es interesante el concepto de libros de transición (cito a Marc Soriano, La literatura para niños y jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas): “Obras de calidad que puedan facilitarles el pasaje entre la literatura infantil y la literatura a secas”. Y enumera algunas características: obras breves, con acción, suspenso y sorpresa; con temas universales que correspondan a sus intereses; que sean de diferentes épocas y diversidad geográfica. Libros que pueden “ayudar a los adolescentes a superar el estadio de la amargura y la revuelta violenta, y a buscar soluciones constructivas a los problemas que les conciernen”. En las novelas, género destacado por excelencia entre otros, se ponen en juego vidas ajenas que pueden hablarles de la propia. La empatía que los chicos sientan con un determinado personaje o una historia refuerza su sentido de pertenencia y contribuye a fortalecer su identidad. Allí, en la literatura, pueden aparecer de manera crucial el amor, la muerte o el sexo, temas tabúes en la vida cotidiana, en la escuela, en la familia. La industria editorial da cuenta clara de este interés creciente de los jóvenes por la lectura. Solo con analizar las cifras de producción y venta se observa que la literatura infantil y juvenil es un área que se incrementa sostenidamente. En el informe del primer semestre 2017 elaborado por la Cámara Argentina del Libro (cuya fuente es la Agencia Argentina de ISBN), del total de novedades publicadas por el sector editorial comercial, el 22% corresponde a libros de literatura infantil y juvenil, lo que muestra un marcado crecimiento en la producción, ya que en 2016 fueron el 16%, y en 2015, el 14%. Según los datos de venta proporcionados por la consultora privada Promage, la literatura juvenil terminó el año 2017 con un crecimiento del 5%. Los indicadores 2017 aparecían sobrevaluados por el efecto de Harry Potter lanzado en el último trimestre de 2016. Pero a pesar de no haber tenido un éxito del nivel de este título, las ventas de libros juveniles en su conjunto superaron en 2017 los volúmenes de 2016. Algunos de los libros más vendidos en el año estuvieron relacionados con éxitos del cine o las series o con cuestiones vinculadas a temas de género, para dar algunos ejemplos: Por trece razones, Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes y Todo todo. En una encuesta realizada en 2017 por la Fundación El Libro sobre el perfil de los asistentes a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, el 94% de los jóvenes consultados entre 16 y 24 años de edad leyó al menos un libro en el último año. De ellos, el 92% dijo haber elegido leer por sí mismo y no por prescripción de un docente o por razones laborales. El 86% eligió textos de ficción (novelas, cuentos, poesías). Entre esos lectores frecuentes, el 60% dijo haber concurrido a librerías cuatro o más veces durante el último año. Esa franja de edad es un foco importante para la Fundación El Libro: en los últimos años, la Feria del Libro organiza actividades y eventos especialmente dirigidos a ese segmento, como encuentros con booktubers, youtubers y bookstagrammers, convención de blogueros, charlas y mesas de discusiones temáticas y conferencias de autores nacionales e internacionales. En otra encuesta consultada “Consumos y prácticas culturales adolescentes”, estudio nacional realizado a 1.800 chicos de 14 a 18 años en 2016 por la Asociación de Diarios del Interior, en el apartado referido a la práctica de la lectura menciona que el 75% lee en el celular, mientras que el 2% lee en papel. Cuando se les pregunta por el contenido de lo que leen, el 70% lee material de las redes sociales, el 30% lee libros que no son para la escuela. Con respecto a otros consumos culturales, el celular es el principal dispositivo, tendiente a convertirse en el único: allí los adolescentes miran películas o series, leen libros y noticias, escuchan música. El 70% de chicos están conectados todo el día a Internet; pero aun cuando los chicos se relacionan a través de la tecnología, cuando se les pregunta su preferencia ellos eligen salir con amigos y la vida social cara a cara. Ya sea en papel o en pantallas, presenciamos una época en la que se lee más que nunca, aunque es evidente que se han modificado algunos aspectos de la lectura. Si bien sigue siendo un acto individual y solitario, convive con otras formas culturales y de entretenimiento. Es una acción íntima y a la vez un hecho comunicacional, una experiencia compartida con otros a través de los medios tecnológicos, que se enriquece con nuevos contenidos, formatos e intercambios que la Red posibilita: se leen libros, pero a la vez se ven videos y fotografías, se escucha música, se envían y se reciben mensajes, se comparten opiniones en redes sociales, se intercambian recomendaciones; en esa gran trama, se consumen producciones de otros a la vez que se elaboran y comparten contenidos propios. A los chicos les encanta leer cuando tienen la oportunidad de hacerlo. Por eso, necesitan ámbitos propicios para desarrollar el hábito, más allá de la lectura obligatoria en la escuela, y buenas historias que los convoquen. Para pensar, como Bastian (Michael Ende, La Historia Interminable): “Me gustaría saber, se dijo, qué pasa realmente en un libro cuando está cerrado. Naturalmente, dentro hay solo letras impresas sobre el papel, pero sin embargo… Algo debe de pasar, porque cuando lo abro aparece de pronto una historia entera. Dentro hay personas que no conozco todavía, y todas las aventuras, hazañas y peleas posibles… y a veces se producen tormentas en el mar o se llega a países o ciudades exóticos. Todo eso está en el libro de algún modo. Para vivirlo hay que leerlo, eso está claro. Pero está dentro ya antes. Me gustaría saber de qué modo”.
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