Contexto internacionalEdición 8

Una nueva agenda para las políticas públicas del libro y la lectura en Iberoamérica

El artículo ofrece elementos para explicar el divorcio entre el crecimiento de la región en términos socio-económicos y los resultados de las evaluaciones de los planes nacionales de lectura y de las encuestas de medición de hábitos de lectura y comportamiento lector.

La irrupción de las tecnologías de la información y de la comunicación en el sector del libro y sus consecuentes efectos en las prácticas de lectura, ha generado un escenario de incertidumbre en el que se multiplican las preguntas y parecen escasear las respuestas. Sin duda, el debate en los últimos años, no solo en los ámbitos especializados, ha girado fundamentalmente en torno a la pregunta sobre la prevalencia de un formato sobre otro, de la supervivencia del libro impreso. Mientras se desarrolla esta discusión, que ha dejado de lado cuestiones de mayor envergadura, las tecnologías de la información y de la comunicación se han instalado de manera irreversible en la creación, producción, circulación y modos de acceso al libro y, en un sentido más general, a los contenidos editoriales, planteando serios desafíos a las políticas culturales y educativas y transformando las competencias y modos de hacer de muchos de los actores del sector.

El Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, CERLAL C, responde a las rápidas transformaciones con una agenda acorde con la magnitud del propósito que motivó su creación.

En vista de estas circunstancias, el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, CERLALC, un organismo intergubernamental creado en 1971 mediante un acuerdo de cooperación entre el Gobierno de Colombia y la UNESCO, y del que hoy hacen parte los veintiún países iberoamericanos, entendió que su respuesta a las rápidas transformaciones que están acaeciendo debía ser acorde con la magnitud del propósito que motivó su creación y con sus más de cuarenta años de historia.

En ese entonces, años cincuenta y sesenta, habían tenido lugar transformaciones radicales en los países en desarrollo por cuenta de la acelerada masificación del acceso a la educación. Los avances en materia de alfabetización no estarían, sin embargo, concluidos hasta no verse coronados por la adquisición del gusto por la lectura. Este propósito dependía, por supuesto, como en su momento lo indicara la UN de disponer de un mínimo de libros que les permitiera a las personas recién alfabetizadas “saciar su hambre ejercitando su talento”. De lo contrario, e inevitablemente, el desequilibrio entre países desarrollados y países en vías de desarrollo estaría avocado a agravarse. El reto pasaba por subsanar las dificultades de acceso al libro que obstaculizaban los avances en la educación.

La multilateralidad se dio, por tanto, a la tarea de construir mecanismos —entre los cuales estuvo la creación de centros regionales especializados en el libro y la lectura— para poder remediar esta situación y hacer frente a la llamada “revolución del libro”, expresión utilizada para referirse a las transformaciones generadas en el mercado como consecuencia de la creciente demanda y de las innovaciones tecnológicas en boga. Hoy, del mismo modo, cuando se habla de un cambio de paradigma en la forma de consignar y hacer circular la información y el conocimiento —en pocas palabras, en este paso del átomo al bit—, corresponde de nuevo al CERLALC, dada su condición de organismo intergubernamental, leer adecuadamente los cambios en curso para ofrecer a los países de la región apoyo en la formulación de acciones concretas para hacerles frente.

…tras un proceso de más de dos años en el que participaron numerosos expertos de la región, se publicó en 2013 la Nueva agenda por el libro y la lectura: recomendaciones para políticas públicas en Iberoamérica. El acento de ésta recae en la identificación de tendencias o sentidos de dirección en medio de estos vientos de cambio.

Con este propósito en mente, tras un proceso de más de dos años en el que participaron numerosos expertos de la región, se publicó en 2013 la Nueva agenda por el libro y la lectura: recomendaciones para políticas públicas en Iberoamérica. El acento de esta recae en la identificación de tendencias o sentidos de dirección en medio de estos vientos de cambio. Tal como se indica en la presentación del libro, “el texto revisita las formas tradicionales de hacer en el mundo del libro y de la lectura, en la producción, en la distribución, en la mediación y en el acceso a los contenidos y en la protección de los derechos de los creadores. Nos pone a navegar en el, para muchos, complejo mar de las nuevas tecnologías y a entender las desintermediaciones, las resignificaciones de muchas de nuestras actividades y, en especial, las competencias y los desarrollos en la infraestructura que los nuevos tiempos demandan. Todo esto sin olvidar que estamos en contextos específicos, de evidente desarrollo desigual y de predominio de las formas tradicionales del libro y de la lectura” (p. 13). En otras palabras, al tiempo que se ofrece una radiografía de lo que está ocurriendo en América Latina, de las formas como se reflejan las tendencias mundiales, se provee también una definición de los campos prioritarios de intervención en el corto y el mediano plazo.

 La Nueva agenda comienza con una declaración contundente: “Nunca como ahora el libro gozó de tan buena salud”. Una afirmación semejante no pasaría de ser una manifestación de desmesurado optimismo de no haber asidero en la realidad.

La Nueva agenda comienza con una declaración contundente: “Nunca como ahora el libro gozó de tan buena salud”. Una afirmación semejante no pasaría de ser una manifestación de desmesurado optimismo de no haber asidero en la realidad. El enorme potencial de América Latina se evidencia, sin embargo, en indicadores socioeconómicos que hablan de una región cuya población ha aumentado y supera los 500 millones; donde la urbanización es un fenómeno creciente, y en la cual se presenta una fuerte expansión de los sistemas educativos. Así, de acuerdo con información de la CEPAL, entre 1990 y 2012, la población de América Latina pasó de 432 a los ya mencionados 500 millones. De estos, un 80% vive en las ciudades, en comparación con el 70,2% que lo hacía en 1990. En este mismo período, el PIB por habitante, calculado en dólares estadounidenses constantes de 2005, ascendió de 3.966 a 5.779. Y, consecuentemente, disminuyó la proporción bajo la línea de pobreza de 48,4% a 31,4%.

En materia de educación, la tasa de analfabetismo en mayores de quince años se situó en 8,6% en 2012, en comparación con el 14,2% de 1990. Por su parte, las tasas de matriculación en educación primaria, secundaria y terciaria aumentaron. En el primer caso, ascendió de 87,4% en 1990 a 93,9% en 2010; en el segundo, de 49,7% a 73,5%, y en el tercero y último, pasó de 17% a 40,6%. Cifras que van acompañadas, y se explicarían en parte, por un crecimiento del porcentaje del gasto público en educación sobre el PIB total (3,2% en 1990; 5,5% en 2010).

Esto datos, sumados a la creciente oferta editorial disponible —baste señalar que, en 2012, se registraron cerca de 800 títulos diarios en las agencias nacionales del ISBN de Iberoamérica—, configuran un panorama favorable para la expansión del libro y el aumento de los índices de lectura. Es, además, un hecho incontrovertible que el Estado, al actuar como promotor de lectura, prescriptor de contenidos culturales, proveedor de las infraestructuras socio-tecnológicas y agente regulador y fiscal, ha tenido que ver de manera decisiva en esta configuración. Al respecto, en la Introducción de la Nueva agenda, se señala: “Las políticas sectoriales aplicadas en la región representan un trato deferente con el libro, considerando la lectura como uno de los factores determinantes, sino el principal para la inclusión social y económica de las personas y para el ejercicio pleno de sus derechos de ciudadanía. Podría decirse que la buena salud del libro en América Latina y el Caribe mucho tiene que ver con las políticas públicas” (p. 12).

Dicho trato preferente se evidencia, por mencionar únicamente un ejemplo, en lo que en el estudio titulado Una región de lectores que crece. Análisis comparado de planes nacionales de lectura en Iberoamérica 2013, realizado por el profesor Didier Álvarez para el CERLALC, se describe como “la notable expansión de la acción planificadora del Estado en el espacio social de la lectura” (p. 394). Así, mientras en 2005, en un estudio similar llevado a cabo también por el CERLALC, se reportó información de solamente nueve planes de lectura, la investigación adelantada en 2013 dio cuenta de veinte (diecinueve nacionales y uno local). Cabe señalar, por otra parte, que ese mismo análisis puso en evidencia la tendencia de estos programas a centrarse en el desarrollo de infraestructura social para la lectura, en otras palabras, en el “fortalecimiento y creación de bibliotecas escolares y públicas como un objetivo y estrategia central […], acompañada por la iniciativa de ofertar materiales de lectura mediante campañas de entrega gratuita y el apoyo a la labor editorial” (p. 395).

Tradicionalmente, los parámetros para ponderar los avances y deudas de estas políticas públicas provienen de mediciones emprendidas por los propios países, ya para hacer seguimiento, ya para sentar líneas de base. A partir de esta información, proveniente de los estudios adelantados en once países (Argentina, Brasil, Colombia, Chile, España, México, Perú, Portugal, República Dominicana, Uruguay y Venezuela) —recogida por el CERLALC en el último número de su boletín estadístico Libro en cifras, correspondiente al mes de diciembre de 2103— se puede vislumbrar un panorama del comportamiento lector y hábitos de lectura en Iberoamérica (ver Gráfico 1)..

El horizonte que se dibuja tras analizar los resultados arroja sombras sobre lo que hasta ahora habíamos pintado como un paisaje luminoso. Sin lugar a dudas, lo primero que llama la atención es constatar que un promedio del 44% se declara como no lector de libros en la región. El porcentaje más bajo es el de Chile que en 2011 tuvo un 20% de población no lectora. Lo siguen Argentina (30%), República Dominicana (32%), Uruguay (34%) y España (37%). Por encima del promedio se sitúan Venezuela (50%), Brasil (50%), Colombia (52%), Perú (65%) y México (73%).

Sin lugar a dudas, lo primero que llama la atención es constatar que un promedio del 44% se declara como no lector de libros en la región.

Las personas encuestadas esgrimieron como la principal razón para no leer la falta de tiempo. “En Brasil, por ejemplo, el 53% de la población que no lee usó ese argumento; siguen España, con 49%, y Colombia, con un 37% (2,6 puntos porcentuales menos con respecto a 2005). En Chile no se inclinaron tanto por esta respuesta, allí solo la dieron el 28% de los encuestados” (Libro en cifras p. 19). En el caso de Colombia, un altísimo porcentaje de personas arguyó, como motivo para no leer, la falta de interés. Este fue del 64%. Mientras que en México esta cifra fue de un 5%.

En contraste con el alto número de personas que argumentó desinterés para no leer, en Colombia “el 73% de los indagados de doce y más años manifestó leer por gusto” (Libro en cifras p. 19). Este dato resulta muy significativo cuando se lo compara con el 43% que en 2005 arguyeron esta misma motivación, aún más si se tiene en cuenta que la adquisición de hábitos de lectura está directamente relacionada con el placer y el gusto. Con ese 73%, Colombia se situó en tercer lugar por detrás de España y Argentina —donde el 84% y el 79% de la población que lee lo hace por ese motivo— y por delante de Portugal (62%), Brasil (49%), Chile (44%), Perú (28%) y México (16%) (ver Gráfico 2).

Sin duda, en primera instancia, llama la atención constatar que, pese al trato preferencial del que gozan el libro y la lectura en las políticas públicas de los gobiernos de la región, estos esfuerzos no se ven reflejados en resultados todo lo halagüeños que se quisiera.

Quizás la referencia más utilizada cuando se quiere dar cuenta del estado de situación de la lectura en un determinado país es el promedio de libros leídos al año por habitante

Tal como se aclara en el boletín Libro en cifras, en este caso este indicador se calculó como cociente del número de libros leídos por la población lectora de libro y no por el total de la población.

De acuerdo con éste, España encabeza la lista con un promedio de 11,11 libros, seguido de Portugal con 8,5. En América Latina, se sitúan en los dos primeros lugares Chile (5,4) y Argentina (4,6). Colombia y Brasil, por su parte, tienen un promedio 4,1 y 4,0 libros leídos al año por habitante, respectivamente.

Es evidente que estos indicadores propician muchas reflexiones. Sin duda, en primera instancia, llama la atención constatar que, pese al trato preferencial del que gozan el libro y la lectura en las políticas públicas de los gobiernos de la región, estos esfuerzos no se ven reflejados en resultados todo lo halagüeños que se quisiera. Sin embargo, a pesar de que esta distancia entre esfuerzos y resultados debe llevar a hacer un análisis, es justo reconocer también que los efectos de políticas tales como los planes nacionales de lectura solo se podrán verificar en el largo plazo, puesto que su incidencia no tiene lugar en el tiempo de planificación, sino en lo que se conoce como tiempo social.

No es gratuita aquí esta mención a los planes nacionales de lectura, toda vez que representan la iniciativa más decidida por parte de los gobiernos de conformar, utilizando las palabras del ya citado análisis Una región de lectores que crece, “un cierto orden social de la lectura y la escritura”. Esta investigación, en la cual se presentan los resultados del estudio comparado de veinte planes de lectura de la región iberoamericana, ofrece algunos elementos que cabe traer a colación aquí.

Si bien se reconoce que, en el período comprendido entre 2005 y 2013, puede hablarse de continuidad en los propósitos, orientaciones y estrategias de planificación, se anota también la existencia de una tensión entre la dimensión social y la dimensión estatal de los planes nacionales de cuya resolución dependerá que la lectura se convierta en un elemento cotidiano de la mayoría de la población. Al respecto, se indica en el mencionado estudio: “Ciertamente, se advierte que los planes de lectura tienden a ser políticas estatales y no necesariamente políticas públicas, a pesar de que ya desde hace por los menos dos lustros se ha hecho presente la cuestión de su necesidad y conveniencia […] El llamado, en este sentido, es a que los planes de lectura en la región pueden tener una identidad de proyecto social, un compromiso de largo alcance y continuidad de propósitos con objetivos graduales” (Una región de lectores que crece p. 404).

La necesidad de que los planes de lectura adquieran “la identidad de un proyecto social” no debe interpretarse como un llamado a una menor intervención por parte del Estado. Sin lugar a dudas, el diseño e implementación de acciones de promoción del libro y de la lectura seguirá siendo una de sus mayores responsabilidades, así como lo será también el proveer las infraestructuras sociales para hacerlo. Es preciso, sin embargo, que dichas acciones empiecen a reconocer la hibridez de consumos, en otros términos, la “compleja configuración de nuevas textualidades y de nuevos soportes de lectura y escritura sobre la base de la combinación de elementos inéditos (provenientes de la electrónica y la informática, principalmente) con elementos ya existentes (papel, imprenta, por ejemplo)”. (Una región de lectores que crece p. 403).

Quizás la mejor muestra de esta carencia para dar cuenta de estos fenómenos emergentes, de estos escenarios de transición en la práctica de lectura, la constituyan las evaluaciones de los planes nacionales de lectura y las encuestas de medición de hábitos y comportamiento lector. Tal como se puso en evidencia más arriba, sorprende constatar que el crecimiento de estos indicadores no sea proporcional al crecimiento en términos socio-demográficos. Así, a pesar de que existe la percepción de que nuevos miembros han ingresado a las poblaciones lectoras, las mediciones llevadas a cabo arrojan cifras bajas en el número de lectores en la región. El que esto ocurra justo cuando emergen nuevas prácticas de lectura, lleva a pensar que los indicadores tradicionales no están representando acabadamente lo que está ocurriendo en Iberoamérica.

Los nuevos escenarios, en los que la relación entre lectura y escritura han entrado en una nueva fase, entremezclándose muchas veces en la práctica, la convivencia simultánea de distintos medios y el consecuente solapamiento de consumos, demandan la utilización de unidades más actuales. Al respecto, en la Nueva agenda por el libro y la lectura se indica: “En los nuevos contextos en los que se solapan los medios y se solapan los consumos, algunas unidades tradicionales no parecen las más oportunas. Ni las unidades comerciales (libros), ni los contextos de lectura considerados en las encuestas parecen servir para revelar todas las realidades con el detalle que se necesita a fin de rediseñar los planes de gobierno” (p. 125).

Es preciso también que los estudios realizados pongan de manifiesto la relación entre la lectura y variables de desarrollo educativo, social, cultural o económico, a fin de superar el nivel descriptivo de los análisis e intentar alcanzar un nivel explicativo de los fenómenos en curso. Se requiere, en síntesis, introducir modificaciones a las tradicionales metodologías de medición del comportamiento lector y del acceso a bienes y servicios culturales, ampliar su alcance y establecer relaciones con otros indicadores de desarrollo para ofrecer información más coherente con la realidad, orientar el diseño de políticas públicas y contribuir a una mejor focalización de la inversión pública.

Cuando son tantos retos a futuro, la evaluación se torna indispensable para la buena gestión. La región tiene frente a sí el reto mayúsculo de insertarse adecuadamente en esta transición, pero también la oportunidad de cerrar las brechas en materia de acceso al libro y de fomento de la lectura heredadas de la era analógica. En las actuales circunstancias, el Estado debe seguir cumpliendo un rol mayor y evitar que colisionen, pues no hay razón para que lo hagan, las políticas de conectividad y de inclusión social con las de promoción de lectura puesto que ambas están llamadas a jugar un papel protagónico para propiciar la participación ciudadana.

Bibliografia

  • ÁLVAREZ, Didier. Una región de lectores que crece: Análisis comparado de planes nacionales de lectura en Iberoamérica. Manuscrito sin publicar. CERLALC, 2013.
  • CERLALC. Libro en cifras 4 (2013). Web. CERLALC. Nueva agenda por el libro y la lectura: recomendaciones para políticas públicas en Iberoamérica. Bogotá: CERLALC, 2013. Impreso.

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