La tecnología en nuestra convivencia
¿Cómo te defines? Hijo de pantalla desconocida
Tanto para los padres novatos como para los avezados en pautas de crianza, la tecnología y su uso es algo que tarda en relacionarse con normas de convivencia, comportamiento e integración social. En la visita encontramos al niño “controlado” por la pantalla, en la salida está “calmado” por ella (en sus dos manos y con su cabeza levemente inclinada hacia el frente), es lo que mantiene “a raya” al niño; cuando alcanza una edad mayor, las pantallas (celular, computador, tableta, algunas veces también la televisión) causan preocupación y malestar: que no se despega de ella, que se encierra y no hace más, que permanece introvertido por esas pantallas, que no lee ni escribe, surge preocupación por las noticias: compartir información privada, el matoneo, no se sabe dónde anda o anda englobado. No lo contrataron por lo que publicaba en redes sociales…
Aunque las nuevas tecnologías sean un potente vehículo de comunicación y transformación social, su presencia en espacios sociales correspondientes al ámbito familiar, de amigos e incluso algunos de índole profesional (reuniones, juntas), no se suele corresponder con ese sentido. Por el contrario, estas tecnologías generan dinámicas que exigen una adaptación o un mínimo reconocimiento para disminuir traumatismos: incomunicación, problemas de comportamiento, aislamiento social, identidad en las nuevas subjetividades y participación social.
En las líneas que vienen a continuación relacionaremos algunos hechos y el proceso que desemboca en la necesidad de acotar el uso de tecnología en la disciplina de niños y jóvenes, desde la necesidad de reconocer el uso que sobre la marcha le damos menores de edad y adultos.
El futuro, como nos dijeron una vez, es impactante. Bien, el futuro está aquí. Pero nadie está sorprendido.
Lee Siegel
El padre de familia, un adulto entre pantallas
Los padres de familia, de distintas generaciones, han visto correr ante sus ojos un cambio en las estrategias de comunicación con sus hijos que ha pasado del todo-lo-se-soy-tu-padre, al solo-se-quesoy- tu-madre, no solo por las transformaciones sociales que rodean el ámbito familiar sino por los cambios relativos al descentramiento del saber y el consecuente o preformado cambio en los roles de autoridad por el dominio de la información y el conocimiento. Quienes detentaban el ejercicio del saber eran los padres y los profesores, ahora el lugar de unos y otros se ve en transformación por aquel, por el otro que está en la pantalla.
Cuentan nuestros abuelos que las pautas de crianza, el dominio de la familia, estaban controlados por lo que las noticias traían, las amistades contaban y los padres permitían, así que el ejercicio del poder en casa se restringía a lo que el padre de familia promovía leer, las amistades que podía controlar y, en síntesis, por aquella información que en la mesa y sus extensiones (la cocina, el camino a la escuela y las reuniones familiares) se preveía sin contratiempos, la creatividad no era necesaria ni problemática porque la información no traspasaba los límites de lo conocido, lo aprobado o lo permitido, aún con sus transformaciones sociales: la cultura pop, la música y la comunicación.
Pero con esta última transformación la creatividad sí fue importante y no se quería controlar, era un valor social. Luego llegaron las pantallas, la televisión, Internet, el límite ya no se reconoció. Las pautas de crianza se encontraron con un fenómeno: el padre de familia ahora es extraño en su propia casa. Su residencia ha sido tomada por la pantalla criadora. Es inmigrante, visitante digital.
Pero la ocupación no fue intempestiva ni por la fuerza. Cuando había visita, cuando se deseaba calma por las ocupaciones laborales o simplemente porque alguna vez mágicamente funcionó, la pantalla fue el artilugio que ni siquiera a Melquíades se le hubiera ocurrido inventar para que el niño se ocupara en algo. Entretanto, pareció que las pautas de crianza estaban o se fueron por entre un cable a la nube, y años más tarde, cuando el niño es adolescente o surgen dificultades de socialización o comunicación en familia, no son suficientes las páginas web, los manuales ni las más coherentes y repensadas estrategias para “resocializar” a aquel joven que no se despega de Internet, que no sale de las pantallas o se detecta un nuevo trastorno emocional, la nomofobia, el síndrome de adicción a Internet. El padre de familia ha creado y ha sido víctima de la nueva nana: aquella pantalla de celular, de tableta, el computador.
Surge aquí un paréntesis de reflexión, por qué la televisión no fue o no es una “nana”. Pensemos en contenidos, interacción y posibilidad de elección. Si netflix© hubiera surgido para cuando solo se contaba con dos canales de televisión, probablemente el camino tendría una dimensión diferente. Bringué Salá y Chalezquer (2008) afirman que la razón primaria por la que la televisión, el computador o Internet pueden convertirse en la “primera pantalla” es esencialmente una condición de acceso, en términos físicos y de interacción.
Debemos sumar otras lógicas de consumo y producción de información. La cantidad de “pantallas” por familia no tiene la misma penetración: en cada casa puede haber un televisor por habitación, pero no cabe duda de que hay por lo menos una “pantalla” para cada uno de sus integrantes. La personalización de contenidos: si miramos nuestra pantalla de celular encontramos parte de nuestra identidad digital; si accedemos a nuestro televisor, dependiendo del operador podríamos máximo grabar los contenidos que no queremos perder. La dependencia operativa: debemos prestar atención a la carga de la pantalla o a la señal para tener contenido e interactuar; con el televisor no hay mayor posibilidad, hay o no señal (no te puedes mover más), y tienes o no ese canal (hasta tanto funcione una suscripción).
Las pantallas son escenarios a los que con cada vez mayor frecuencia el joven atiende no solo para satisfacer sus necesidades de seguridad, afiliación, reconocimiento y autorrealización (al más puro estilo de la Pirámide de Maslow 1 ), sino que cada vez lo hace a menor edad y en mayor aislamiento de sus otrora figuras de autoridad.
Pero regresemos con las cuidadoras certificadas. Cuando el adulto crece entre pantallas tiene tres opciones: reconocerlas, ser apropiado por ellas o apropiarlas; aunque pueda tener tendencias hacia una u otra, o simplemente verse afectado porque no comprende cómo se encuentra en una o en otra. Cuando el adulto o joven contemporáneo reconoce aquellas pantallas pueden pasar muchas cosas a su alrededor y no le afecta (mucho) que la suya sea de última o paleolítica tecnología: es su “tiestico”, su celular “flecha” o aquel dispositivo al que ya se acostumbró y que no requiere de mayores esfuerzos cognitivos (porque cuando necesita algo más, otro lo maneja por él o uno diferente está a la mano). Cuando se encuentra apropiado por las pantallas nos hallamos frente al que se ha denominado un kidult, el adulto que no puede dejar de tener el dispositivo a la moda, el último gadget o la más reciente app que hace lo que otras tres ya hacían (o su cerebro hacía con mayor agilidad) pero que no está en la revista de tecnología que consulta. Y finalmente, cuando el adulto se apropia de las pantallas las reconoce, puede hacerse a una idea de lo que puede hacerse con ellas (aunque no lo haga ni sea experto) y accede con unos fines mediana o completamente claros para sus propósitos informativos, de comunicación o de construcción de conocimiento.
Y este adulto es padre de familia. ¿Qué hace con su tiestico, su gadget o aquella aplicación? Regularmente no lo asocia con una pauta de crianza ni lo aísla de lo que puede hacer por la disciplina o la socialización de sus hijos o los niños y jóvenes a su alrededor. Aquella pantalla no afecta sus relaciones con otros porque no se afecta su relación con la pantalla.
Este adulto envía a su hijo a la pantalla sin una regla o fin constructivo consciente porque para él, probablemente, una pantalla no tenía reglas ni propósitos incomunicativos como los que podemos encontrar actualmente. El sentido de comodidad que brindan las pantallas para los más jóvenes circula de forma paralela con el desconcierto que estas producen a los mayores.
La educación, la familia y las pantallas, con y sin ellas
“Enciendo mi computador, abro el navegador con las tres páginas que tengo precargadas para consultar correo, redes sociales y el sitio web del colegio. A los diez minutos ya me doy cuenta que no caben más pestañas abiertas del navegador en la pantalla y a pesar de la excelente conexión a Internet, el equipo se hace cada vez más lento.”
“Yo no sé qué hacer con Daniel, se la pasa metido en ese computador y no hace tareas, cada vez que me asomo está en videos, jugando o rápidamente cambia la pantalla para hacerme creer que está juicioso; a pesar de ponerle restricciones siempre se pasa.”
“En casa no tenemos problema con Felipe, tenemos normas claras para el uso del celular, el portátil y la tableta: no en la mesa, solo para estudiar y muy poco para ver videos. Pero no estoy muy seguro de que esté cumpliendo, ni cuánto tiempo será así.”
“Mire, tenemos dos hijos, uno de 12 y otro de 16, los dos viven en casa. Con el de 16, ya sé que es caso perdido, se encierra con el computador y no hace más sino metido en Internet, no habla casi (con nosotros) y no puedo quitarle nada porque sé que lo necesita para su estudio, más si está por entrar a la universidad. Pero con mi niño de 12 no quiero que pase lo mismo, ya le encontré un par de mensajes que me preocupan.”
Los párrafos anteriores exponen diversos escenarios de comunicación personal, en familia y social que reflejan una realidad que cruza medios. Dos de cada tres contextos familiares se ven afectados por el manejo que le dan al uso de dispositivos (y) pantallas en su comunicación cotidiana, en la construcción de relaciones personales, sociales y en mayor o menor medida, laborales. Estos escenarios se asocian con las prácticas de comunicación y en general con la manera en la que el padre de familia, el adulto contemporáneo se relaciona con la tecnología: intoxicación por exceso de información (infoxicación), resquebrajamiento en las dinámicas familiares por desbalance de interacción, inseguridad por falta de información, ausencia de estrategias para la integración de pantallas en la interacción.
Un adulto que no tiene medida en su relación con la tecnología suele ser un padre de familia que pierde autoridad porque centra el dominio de la información, el tiempo y la construcción de relaciones en ella. Y por lo mismo, un adulto que no ve en el uso de tecnología un aliado para la consolidación de relaciones familiares y por extensión, sociales y de comunidad, es el miembro de una familia o de una comunidad que se ve obligada a asumir posiciones frente a su presencia como un extraño en casa: somos unos con pantallas, otros sin ellas, no tenemos identidad.
Lo que debemos contemplar con cada vez mayor claridad es que la sola presencia de tecnología no es un apocalíptico que tarde o temprano irrumpirá en la tranquilidad familiar o escolar, ni tampoco llegará a ser una mascota más que solo debemos mantener con batería y señal wifi. La presencia de pantallas en la disciplina y convivencia escolar o familiar solo llega a ser motivo de preocupación cuando altera de forma exclusiva o excluyente los tránsitos cotidianos de la comunicación, de la interacción humana; cuando usamos la tecnología como único medio, como única estrategia, como fuente o repositorio exclusivo de comunicación, nos hallamos frente a un síntoma de debilitamiento de aquello que consideramos vital para la consolidación de vínculo social, la diversidad, la creatividad y la multiplicidad de voces para la construcción de identidad personal y colectiva.
Ahora bien, excusar la falta de autoridad, acompañamiento o estrategias para darle un uso pedagógico a la tecnología en las aulas o en el contexto familiar, a temas como la presencia del nativo digital (no nací con tecnología) o a que eso es parte del rol de la escuela, es de la misma dimensión que atribuirle a ella o a ese concepto el uso del lápiz y el papel; la tecnología permea y atraviesa todos los contextos y no es propia de un lugar o de otro. Como hemos venido recalcando, la tecnología es cada vez más como el código de vestir o el idioma, hace parte de nuestra forma de ser y convivir en comunidad, nos conforma como seres que hacen parte de una sociedad.
Reconocimientos y estrategias
Lo compartido hasta estas líneas nos da luces para comenzar a identificar algunos elementos en la construcción de directrices, una estrategia, encaminada hacia la integración de tecnología en los procesos de comunicación y construcción de sociedad. Procesos en los que participamos desde la escuela, desde la familia.
Aunque solemos atender a estrategias únicamente cuando estamos enfrentados a problemáticas que exigen medidas de choque, es mejor que las tengamos en cuenta para hacer un uso positivo y constructivo de la tecnología antes de que estas se presenten, pues como hemos podido evidenciar, solo podemos contar a las pantallas como aliadas si ellas no son medio exclusivo y excluyente de acceso a la información y a la construcción de relaciones sociales, de cualquier tipo.
En primer lugar, debemos atender a la comunicación basada en el ejemplo. No se trata de reaccionar al uso que se le da a la pantalla sino a cómo se comparte a través de y con ella. No debemos privilegiar potenciales canales de comunicación como medios de entretenimiento ni sustituirlos. No podemos proponer una pauta comunicativa si no la hemos propiciado nosotros mismos. Si nos hemos identificado como kidults, no podemos exigir a nuestros hijos, menores o estudiantes que no tengan cierta “complicidad” en el uso de tecnología sin haber aprendido a comunicarse sin ella.
Burbules (2007) afirma que las pantallas son espacios de juego, de estudio, de vinculación social, de construcción de identidad, de descubrimiento y aprendizaje (citado por Bacher, 2009) que sirven tanto como medio de consolidación de identidad como ente unificador para elaborar discursos sociales, aunque sea con fines de mercado antes que con ánimo solidario (García Fernández y Bringué Salá, 2007).
En segundo lugar, no podemos dejar en manos de la tecnología lo que por actitud no hemos podido asumir para aprender y comunicarnos. Algunos adultos afirmamos ser parcial o completamente tecnófobos (apáticos a la tecnología y sus procesos) o tecnófilos (empáticos con ella), y de esa actitud consciente o no derivamos la que nuestros hijos enfrentan con tecnología: “como ellos nacieron con tecnología eso es lo de ellos”, “en la escuela le enseñarán a manejarla”, “eso de los celulares y las tablets no lo sé manejar, así que no me ocupo”… Cuando con un poco de actitud frente a los usos podemos superar esa brecha didáctica y acercarnos a la comunicación en familia, en la escuela.
En este apartado, la escuela no puede desconocer su lugar en la tarea de superar las brechas digitales y didácticas que han sido generadas por algunos adultos (dentro y fuera de ella), quienes con desconfianza ante las nuevas formas de construcción de conocimiento, de consolidación de cultura, ven en las pantallas simples instrumentos de capacitación y no reales medios de formación y acceso a una mejora sustancial en la educación.
A continuación no debemos calificar erróneamente la presencia o el uso de tecnología por parte de nuestros hijos o estudiantes; debemos identificar y diferenciar hábitos de uso, estableciendo canales de comunicación en torno a estos hábitos: si vemos que nuestro estudiante o hijo “se la pasa” en la pantalla, debemos como padres o profesores indagar primero por el “en qué se la pasa”, promoviendo narrativas alrededor de estos usos y en tanto nos sea posible explorando la posibilidad de trasladar su experiencia a otras “pantallas”: escríbeme de qué se trata eso que estás haciendo, si quieres hazlo primero allí en esa pantalla (celular, tableta, computador) y luego me lo explicas en esta pantalla (cuaderno, papel, cartulina). No es el solo hecho de usar la tecnología lo que nos aleja o impide mejorar la disciplina en el uso, es el distanciamiento de las características de este uso, la falta de pautas para hacer una transposición de experiencias (“solitaria” en la pantalla, “compartida” en la misma pantalla o en otras) lo que impide que la socialización y sus ventajas prosperen.
En líneas anteriores comentábamos cómo es común encontrar adultos que utilizan una pantalla como niñera de sus menores o incluso como su propia ruta de escape o satisfacción del “goce tecnológico” que les llega a producir. No obstante cuando este adulto se ve interpelado por conflictos que asocia al uso de tecnología reclama la imposición de reglas sin mediar consensos necesarios: lo usas una hora y ya, hasta las 8 y me llevo la batería, solo los fines de semana.
Para nuestra siguiente observación invitamos a un enfoque en los procesos comunicativos que se privilegian con el uso de tecnología, las posibilidades de alimentar las características de un momento comunicativo con un video (visto o grabado en conjunto) con un juego de palabras en audio, con el diálogo sobre un juego o una aplicación del celular; hablar de lo que usamos y hacemos con tecnología es una estrategia efectiva ante la imperiosa necesidad de poner reglas sin saber cuál es su uso. Hablemos y compartamos algunos momentos sobre el elemento común: aquel detonador de la conversación que puede ser el canal de youtube©, el nuevo nivel del videojuego o incluso la nueva foto del perfil de aquella figura en Instagram©. Con ellos podemos desde departir un minuto más en la sala, en la mesa o en el cuarto, hasta realizar un ejercicio de descripción, narración o de avanzado silogismo en la clase de ética, lengua o sociales. Con toda seguridad eso propiciará mejores pautas de comportamiento que el uso de cualquier instrumento de evaluación o la regla en la nevera o junto a la pantalla del computador.
Tecnología, convivencia y ciudadanía
Proponer estrategias para contemplar el uso de tecnología en los manuales de convivencia escolar pasa por reconocer el lugar que esta ocupa en su relación con el sujeto adulto al mismo tiempo que se desvirtúa el rol instrumental, operativo, segmentado a algún departamento o área que ella cumple en algunas instituciones educativas.
Con lo visto hasta el momento es claro que el lugar natural de la tecnología no depende de su posición en la casa o en el colegio, sino del lugar que ocupa en nuestros procesos de comunicación (y) satisfacción social, emocional. Un adulto sensible ante el uso pedagógico de la tecnología (como medio y no como instrumento) es un padre y un profesor que se vale de ella para promover en el menor, hijo o estudiante la construcción de ciudadanía desde la convivencia.
Las pantallas educan, nos educan y nos seguirán educando (Orozco, Gómez, 2001), consciente e inconscientemente, más fuera de la escuela y en espacios menos “sociales” que con la compañía de un adulto informado o de manera formal. Y la mejor manera de lograr que ofrezcan la percepción de entorpecer el panorama educativo o familiar es acotando y poniendo reglas a su presencia en los espacios de convivencia, determinando usos permitidos y no permitidos más allá de un consenso social o lejos de un plan de consumo digital. Eso va en contra de su propio espíritu de irrupción y flexibilidad organizacional, virtual.
La estrategia para contemplar el uso de tecnología en los manuales de convivencia parte del reconocimiento de sus potenciales y reales usos en comunidad, tanto desde la ética como desde la convención cifrada. Tanto desde lo que se espera de ella, como desde lo que por alguna norma externa se elija adoptar (netiqueta). En este reconocimiento, la tecnología vista como dispositivo, pantalla o aparato no es el centro ni el instrumento de interacción sino un medio potenciador de procesos de participación social.
De este modo, la norma afirmará que está permitido el uso de dispositivos celulares para tomar fotogafías, pero no para hacerlo sin consentimiento de los participantes (menores de edad) ni contraviniendo el protocolo del escenario. Lo importante no es el uso sino el propósito de su uso, lo esencial no es su presencia sino lo que se logra con ella.
Con este camino, la búsqueda de consenso desemboca en la definición de estrategias no para el uso de tecnología sino para el desarrollo de competencias informacionales mediadas por esta tecnología. Para que la tecnología perviva, la información y su gestión por medio de la lectura y la escritura (lingüística, semiótica; narrativa) serán fundamentales. Ya sabemos que los jóvenes no leemos menos sino que lo hacemos en otros medios, con otros recursos, incluso por medio de otros lenguajes. Qué de esto se apropia el manual para la presencia de la tecnología en los procesos de convivencia.
En el ámbito familiar, el manual de convivencia se transforma en un minicompendio de convenciones y acuerdos tácitos o explícitos tomados a buena hora y en el sentido correcto: no es el aparato sino el proceso comunicativo (narrar, describir, contar, argumentar, comprender, interpretar) que realizamos con él. Como apoyo a este minicompendio, encontramos la posibilidad de desarrollar un “Plan para el consumo mediático de su familia” http://bit.ly/NormasUsoTecnologia con el que podremos, en consenso y después del diálogo sobre el contenido del uso de tecnología, organizar una agenda específica sobre el tiempo dedicado a las pantallas en relación con el tiempo dedicado a otras actividades dentro y fuera del hogar.
Ya como medida extrema, encontramos aplicaciones corporativas, semilibres o gratuitas, con las que podemos mantenernos informados de los hábitos de consumo de pantalla en nuestro contexto, en nuestro hogar o institución. Aplicaciones como qustodio©, screentimelabs© e incluso el control parental que suele encontrarse incorporado en navegadores y sistemas operativos, terminan siendo un excelente recurso para dialogar sobre lo que hacemos o no (antes de la adicción) con tecnología.
Qué podríamos hacer con las pantallas, en clase o en casa. Siempre tener en cuenta que ellas no son un problema mientras no generen comportamientos exclusivos ni excluyentes, y con la creatividad y adaptación a cada uno de nuestros contextos:
- Compartir redes (jugar, plantear retos).
- Usar las mismas herramientas, pantallas comunes, como mediaciones.
- Mantenernos informados.
- Tener presente que formar con el apoyo o la presencia de tecnología no es transformar a nuestra semejanza.
¿Cuál será el recuerdo de nuestros jóvenes cuando ellos sean mayores? El nuestro alcanzó a ser el de un lugar en el mundo, una persona o alguien a quien admirar, un programa de televisión o una canción que nos hizo tararear. Hagamos que su mejor recuerdo no sea una pantalla sin un diálogo o una feliz asociación. Propongámonos que el tiempo valga la pena, más que aquel conjunto de pixeles en la pantalla del celular.
¿Cómo te defines? ¿Qué pantalla acompaña tu formación?