Hoy parece haber un amplio consenso entre la comunidad educativa sobre la necesidad de vincular la innovación educativa no tanto a la mejora del sistema como a la mejora en los resultados del aprendizaje de los alumnos. Innovamos para mejorar el aprendizaje. Aprendemos para mejorar. El alumno debe ser el centro del proceso de enseñanza-aprendizaje y por tanto debe ser el principal beneficiario de la innovación educativa.
Hay también un amplio consenso en torno a la idea de que el cambio debe ser liderado por la propia comunidad educativa. Parece claro, como decía Andy Hargreaves en 1999 que “una reforma de arriba-abajo, sin una innovación de abajo hacia arriba, no creará las escuelas que necesitamos para el mundo del mañana”.
Sabemos que el contexto es fundamental y que cada centro debe desarrollar su proyecto de innovación. Un proyecto educativo que responda a las necesidades de la sociedad de hoy pero que también esté acorde con las circunstancias particulares de cada centro, sus problemáticas, sus necesidades, su entorno, sus alumnos, sus docentes y su comunidad educativa.
Por eso no funcionan las recetas, ni se puede paquetizar, ni serializar. No hay un kit único y universal para la innovación. No hay una única ruta para la transformación educativa. La innovación educativa es artesanal y es particular. Por eso no sirve importar modelos. No hay soluciones totales. La transformación exige personalización y esto supone ofrecer e identificar preguntas en lugar de dar respuestas.
Creemos que cooperar, dialogar, enfrentar opiniones y hablar sobre proyectos concretos es el mejor camino para la transformación educativa. Que es necesario conocer de primera mano las experiencias de innovación de centros educativos que ya están embarcados en procesos de transformación y escuchar a quienes ya lo están haciendo.
Innovar nos exige asumir riesgos, investigar, fijar objetivos, organizarnos de una cierta manera, compartir, liderazgo y formación. La innovación y el cambio debe estar liderados por personas comprometidas y deben ser ejecutados por toda la comunidad educativa.
Innovar es nuestra manera de poner en marcha, de manera pausada, participativa y humilde, una renovación pedagógica que contribuya a satisfacer mejor las necesidades de las personas.
El plan debe hacerse en función del objetivo que identificamos en nuestro contexto (los alumnos) en el incierto mundo que les espera. El contexto educativo del que se parte condiciona todo el plan. No es lo mismo tener como prioridad la inclusión de una enorme diversidad, que tener que reflotar un centro que había perdido el valor diferencial respecto al entorno. Esto no hace imposible los planes, sino que exige que se personalicen priorizando sobre aquello que mejor contribuye al objetivo y garantizar los ingredientes para el cambio como parte del plan (líderes, personas, recursos y acciones planificadas).
Adicionalmente, la retroalimentación continua basada en el análisis, la evaluación y la comunicación como ingrediente fundamental para el éxito del plan. Saber reajustar por el camino si se elige una opción no satisfactoria.
Lo más importante en un proceso de cambio son las personas, en el centro de los procesos de innovación se encuentran las personas. El profesorado y el equipo directivo tienen que estar formados en distintas metodologías de enseñar y aprender. Según el plan, se aplicarán en uno u otro momento, pero hay que conocerlas, interiorizarlas y dominarlas.
En este proceso son fundamentales los mecanismos de comunicación (internos y externos) desplegados continuamente para hacer posible la retroalimentación constante con el entorno que estaba en el origen del plan porque es cambiante y está vivo.
Finalmente es necesario crear entornos de trabajo flexibles en los que no se castigue el error, donde la información y el conocimiento estén disponibles y circulen abiertamente. Que favorezcan la mezcla y la diversidad. Entornos porosos que incentiven la conectividad. La innovación nos pide liderazgo en la organización y un modelo de organización y de gestión del cambio.