En la actualidad, hay un tema que está transformando el mundo —incluida la educación K-12— y que está abriendo nuevas oportunidades para las escuelas en esta era digital: el uso de los datos y las herramientas de inteligencia artificial.
Seguro conoces el dicho: “Lo que no se mide, no se mejora”. En educación, siempre hemos buscado formas de evaluar nuestro progreso, ya sea mediante exámenes trimestrales, pruebas estandarizadas nacionales o evaluaciones internacionales como PISA, así como a través de la retroalimentación de los docentes.
De hecho, uno de los primeros intentos de medición estandarizada fue la Escala Binet-Simon, creada a principios del siglo XX con el objetivo de identificar a los estudiantes que necesitaban apoyo adicional. Sin embargo, con el paso del tiempo, muchas de estas evaluaciones han perdido su enfoque original y se han convertido en sistemas de clasificación, más que en herramientas que permitan una mejora. Además de esto, las pruebas tradicionales suelen aplicarse en momentos puntuales —principalmente, al final de un ciclo—, son procesos manuales y no ofrecen una visión continua ni personalizada del aprendizaje.
Queremos cambiar esta realidad. Gracias a los avances tecnológicos, ya no es necesario esperar los resultados de evaluaciones puntuales ni depender, únicamente, de observaciones subjetivas. Hoy día, podemos capturar datos en múltiples “micro momentos” del proceso de aprendizaje, analizarlos en tiempo real y tomar decisiones más informadas. Con la ayuda de herramientas basadas en la inteligencia artificial, podemos identificar a los estudiantes que requieren mayores refuerzos, y ofrecerles apoyo de manera oportuna y personalizada. Todo esto revoluciona el sistema educativo, y abre la puerta a una enseñanza más equitativa y eficaz.
Los maestros no solo siguen siendo indispensables, sino que se vuelven aún más importantes.
Este cambio no se da solo por el acceso a datos, sino por la forma como los procesamos y los convertimos en retroalimentación y apoyo para los estudiantes. La verdadera transformación ocurre cuando estos datos son potenciados por la inteligencia artificial. La IA puede analizar enormes volúmenes de información, en tiempo real, y revelar patrones que pasarían desapercibidos a simple vista. Esto nos permite personalizar el aprendizaje según las necesidades individuales de cada estudiante, anticipar posibles dificultades antes de que ocurran y automatizar tareas administrativas que antes consumían tiempo valioso de docentes y directivos. Imagina un mundo en el que cada estudiante tiene acceso a un tutor digital personalizado, capaz de explicar conceptos, ayudar a superar obstáculos y cerrar brechas en su aprendizaje, de forma inmediata.
Una Mirada Histórica — La Escala Binet-Simon
A principios del siglo XX, el psicólogo francés Alfred Binet, junto con Théodore Simon, creó una de las primeras pruebas estandarizadas de inteligencia: la Escala Binet-Simon. Su intención no era medir la
inteligencia como una cualidad fija, sino identificar a niños que necesitaban apoyo académico, y ayudarlos a progresar.
En conjunto, los datos y la inteligencia artificial se convierten en herramientas esenciales para transformar la educación y llevarla al siguiente nivel. En un entorno educativo cambiante y competitivo, esta capacidad de adaptación, basada en evidencia, se vuelve esencial para mejorar la calidad de la educación de manera continua.
De igual forma, los datos cumplen un rol fundamental en la relación con las familias. Al ofrecer información clara y actualizada sobre el progreso y las necesidades de cada estudiante, permiten a los padres involucrarse, de manera más activa y significativa, en la educación de sus hijos. Así, se fortalece la colaboración entre la escuela y el hogar.
Dato clave
Binet estaba convencido de que la inteligencia no era estática. Creía que podía desarrollarse con educación y práctica. Sin embargo, con el tiempo, la prueba fue adaptada en otros países para clasificar a las personas, según un cociente intelectual (IQ), algo que preocupó profundamente a Binet. Temía que su escala fuera usada para etiquetar y limitar el potencial de los estudiantes.
Es importante reconocer que, aunque los datos digitales seguirán siendo una parte esencial de la educación del futuro, no son suficientes por sí solos para transformar el aprendizaje. Los verdaderos cambios los seguirán haciendo los docentes: son ellos quienes inspiran, acompañan y despiertan el potencial de cada estudiante. Por esta razón, el desafío no consiste en remplazar la labor docente con tecnología, sino en potenciarla gracias a ella. Debemos asegurarnos de que los datos y la inteligencia artificial se conviertan en herramientas que amplíen la capacidad de los educadores, para personalizar la enseñanza, detectar necesidades a tiempo y ofrecer un apoyo más oportuno a los estudiantes. Desde este punto de vista, los maestros no solo siguen siendo indispensables, sino que se vuelven aún más importantes: son educadores con la sabiduría de la experiencia y la fuerza de la tecnología para llevar a cada niño más lejos, en su camino de aprendizaje. La pregunta no es si la tecnología será parte de la educación, sino cómo la usaremos para construir una enseñanza más justa, personalizada e inspiradora. Ese es el futuro que debemos construir juntos.
Lección para hoy
La historia de la Escala Binet-Simon nos recuerda la importancia de usar los datos educativos como herramientas de apoyo y crecimiento, no como etiquetas definitivas. Con la tecnología y la inteligencia artificial, podemos comprender a los estudiantes de forma más completa y dinámica—un paso clave hacia una educación verdaderamente inclusiva y personalizada.
Los maestros no solo siguen siendo indispensables, sino que se vuelven aún más importantes.


