El nuevo coronavirus SARS-CoV-2 que provoca la enfermedad conocida como Covid-19, continúa extendiéndose por el planeta.
Como resultado de la expansión del virus, más de la mitad de la población mundial ha sido sometida a algún tipo de confinamiento, se ha impuesto el distanciamiento social y los desplazamientos han quedado y quedarán reducidos hasta tanto el contagio del virus disminuya y se encuentre una vacuna.
El confinamiento afectó el trabajo que lleva a cabo la escuela en su forma presencial y esta tuvo que recurrir al uso de las plataformas virtuales e Internet para seguir realizando su labor pedagógica.
Es sobre el confinamiento del cuerpo y algunos efectos en el proceso de transmisión llevada a cabo por la escuela de lo que tratará este texto.
El cuerpo
De una forma elemental, se menciona que el cuerpo humano está compuesto por cabeza, tronco y extremidades. Pero, sabemos que es más complejo. Recordemos muy rápido que el cuerpo desde una perspectiva físico-química, es considerado como la estructura física y material del ser humano. En química, se dirá que el cuerpo es la porción limitada de materia que tiene forma determinada. Fisiológicamente hablando, el cuerpo posee unos sistemas que, en resumidas cuentas, nos permiten estar vivos.
Sin embargo, configurado por el contexto social y cultural en el que el ser humano se halla sumergido, el cuerpo, visto desde perspectivas sociológicas, es:
“ese espacio con sentido en el que se hace evidente la relación con el mundo, esto es, no solamente las actividades perceptivas, sino también la expresión de los sentimientos, las etiquetas de los hábitos de interacción, la gestualidad y la mímica, la puesta en escena de la apariencia, los sutiles juegos de la seducción, las técnicas del cuerpo, la puesta en forma física, la relación con el sufrimiento y con el dolor, etc.” (Le Breton, 1999, p.122).
Observemos cómo lo corpóreo en su materia, remite a la subjetividad que la sustenta. Concentraré la atención en el cuerpo, esa materia que tiene, como característica interna y altamente definitoria, la posibilidad de pensar y sentir.
La sociología del cuerpo nos recuerda que las acciones que tejen la trama de la vida cotidiana —desde aquellas más secretas y vanas hasta las que se realizan por completo en el escenario público— implican la participación de lo corporal, aunque solo sea por la mera actividad de percepción que el hombre despliega en todo momento y que le permite tocar, oír, ver, saborear, oler,… y, por consiguiente, adjudicar significados específicos a lo que le rodea.
Las actividades físicas de un niño y todo ser humano se enmarcan en un conjunto de sistemas simbólicos. Es en el cuerpo en donde nacen y se reproducen los sentidos que dan base a la existencia individual y colectiva; el cuerpo constituye la base de la relación con el mundo, el lugar y el tiempo en los que el existir se hace materia a través del rostro singular de una persona.
Por ello, para comprender el concepto de la percepción debemos tener en cuenta también la incorporación de objetos y su articulación al esquema corporal, desde los lentes hasta el celular, el computador y sus múltiples herramientas, y más recientemente, la mascarilla, los guantes o la careta, ya que estos modifican la percepción.
De otra parte, en el aula, en el campus de una escuela o un colegio, la comprensión de un concepto o experiencia se puede dar no solamente a partir de la disposición cognitiva; es también gracias a la influencia de los pares y los adultos, quienes, con sus movimientos, sus gestos y palabras influyen en las formas de percepción. El olor, las manos y las temperaturas indican y enseñan el nivel de cocción de los alimentos; en el campo el color, la textura y el olor en las frutas indican su madurez y la posibilidad de comerlas. Una mirada de aprobación empodera en la realización de una actividad o en el lanzarse a llevar a cabo un movimiento gimnástico. Aquí, la conciencia de un oficio cruza el cuerpo y sus sentidos corporales, y se va construyendo mediante un conocimiento práctico y aprendido.
La percepción es afectiva, nos dice Crossley: percibimos desde una posición afectiva (affective position), y lo que percibimos despierta ciertos estados afectivos: “Percibimos a través de una lente teñida afectivamente: con cariño, miedo, odio o lo que sea”’ (Sabido Ramos, 2016. p, 70).
Concentrémonos un poco en el rostro. Aunque está hecho de partes distintas (ojos, cejas, nariz, boca, orejas etcétera), el rostro humano es más que la suma de sus partes; representa una unidad que ilustra, porque todas estas partes están relacionadas unas con las otras.
En el rostro están plasmadas nuestras posibilidades de relacionarnos. La sonrisa, por ejemplo, sería un puente de vínculo con otro rostro humano. Cuando un rostro humano está cerca de otro, se da la posibilidad de la comunión, de encuentro, sin que cada rostro pierda su peculiaridad.
“Asimismo, toda comunicación real o presente supone una confrontación de rostros en un espacio determinado, al punto que en distintos idiomas se describe como un cara a cara, face to face, tête à tête, kopf an kopf o testa a testa. Cuando se interpone un soporte tecnológico, aun cuando este recurra a fotografías o videos, la conversación cambia la índole de su acontecer.” (Palacios, 2019, p. 42).
Una maestra o un maestro puede leer en la cara de un niño igual que un padre y una madre bastante observadores, pueden leer la cara de sus hijos. El contacto cara a cara es un contacto de ser a ser y a través de los ojos podemos comunicarnos mutuamente sobre las cosas que las palabras no pueden expresar de forma adecuada. O, como sucede con ese otro medio fundamental de contacto entre los seres humanos que es la voz. Una maestra sabe la sutil eficacia de la menor inflexión del tono de voz para transmitir una sensación de lamento, enfado, advertencia o tristeza. La voz utilizada con tacto favorece el contacto entre él/ella y sus estudiantes.
Pasemos ahora a las manos, esos miembros usados por la maestra y el maestro son, ante todo, instrumentos con los que se actúa sobre los seres y las cosas que le rodean. Con las manos damos el saludo, la bendición, la comunión, el golpe, el rechazo o el abrazo; con ellas se jura, se firma, se da de comer a los pequeños, se talla, se esculpe. El tacto es, por excelencia, el sentido por el que se nos manifiesta de manera efectiva la realidad del mundo exterior. El órgano que más cumplidamente lo representa es, sin duda alguna, la mano. Y más aún, la mano de un maestro que, cuando toca el cuerpo del estudiante, no ejecuta su función prensil o posesiva, pues no intenta poseerlo; ni su función técnica —no pretende modificarlo—, sino solamente la función puramente táctil, en suma, que le es necesaria para palpar o acompañar en uno u otro caso.
Con respecto al olfato, dice Joël Candau en una entrevista “el del olfato es el sentido más evocador: la percepción de un olor se fija en la misma área cerebral de las emociones”. Y en seguida, de manera anecdótica cuenta que cuando tenía diez años, en una ocasión no ingresó a clases al colegio, con un amigo. Para él, esa emoción de la transgresión fue intensa… “Jugamos en un campo florido de amarillas genistas. Hoy huelo la genista…, ¡y vuelvo a los diez años!”.
Los recuerdos olfativos son los más persistentes y la memoria de esos olores nos proporciona identidad.
Las acciones que llevan a cabo los niños, sus gestos, siempre están cubiertos por estos hábitos, costumbres y conductas que construyen y delinean las formas de la sensibilidad, su gestualidad, sus experiencias sensoriales y que, por lo tanto, demarcan el estilo de su relación con el mundo.
Por eso, es legítimo proponer este asunto de la sociabilidad de nuestro cuerpo ya que toda nuestra educación está orientada, en cierta medida, a configurarlo, a dar a nuestro cuerpo una determinada hechura de conformidad con las exigencias normativas de la sociedad en que vivimos.
Incluso, el acto de vestirse en la vida cotidiana, está relacionado con la experiencia de vivir y actuar sobre el cuerpo, pero a este aspecto personificado del vestir no se le concede mucha importancia.
Vestirse es una práctica constante, que requiere conocimiento, técnicas y habilidades, desde aprender a atarse los cordones de los zapatos y abrocharse los botones de pequeño, hasta comprender los colores, las texturas y las telas y cómo combinarlas para que se adecuen a nuestros cuerpos y vidas. Entwistle (2002).
Examinar las influencias estructurales sobre el cuerpo vestido requiere tener en cuenta las restricciones históricas y sociales del mismo, como en este momento con la pandemia y el confinamiento, que limitan e influyen el acto de «vestirse» en un momento dado.
Adicionalmente, dice Palacios (2019):
“El cuerpo es también biográfico: su identidad recoge el recorrido de la persona que ha ido asentando actitudes, ademanes y maneras que se pronuncian sobre y bajo la piel a partir de experiencias, conocimientos, percances de salud, emociones, pensamientos y relaciones con los demás y con el mundo.” (Palacios, 2019, p. 39).
Las técnicas corporales
Pues bien, vamos a revisar un concepto importante para la pedagogía. Con la expresión “técnicas del cuerpo” Marcel Mauss (1991) designó “las maneras en que los hombres, en cada sociedad, saben servirse de sus cuerpos de un modo tradicional. Ahora bien, esas “técnicas” corporales pueden ser modeladas por la sociedad mediante la educación, en el sentido restringido de esta palabra, es decir, la transmisión consciente, concertada, organizada o programada por un adulto o por un grupo de adultos, o bien mediante la imitación espontánea de los actos de adultos amados, respetados, admirados o temidos, que son ellos mismos producto del molde social.
En suma, todos nuestros movimientos fundamentales, adquiridos precozmente durante la niñez, son de naturaleza social en la medida en que los estructura y transforma la sociedad con sus costumbres, sus normas, su educación, sus modelos culturales, en definitiva, sus valores propios (Le Breton, 2002); y por supuesto, su propia invención.
Las «técnicas del cuerpo» basan su eficacia en el hecho de que el ser humano es estructuralmente un ser rítmico, esas prácticas que se llevan a cabo en constantes ocasiones en la escuela y casi siempre se comunican mediante secuencias rituales. Los rituales anclan la comunidad en el cuerpo. Sentimos físicamente la comunidad a través de ellas.
La gestualidad, como forma de lenguaje y como «técnica del cuerpo», que llevamos a cabo los adultos y en particular los docentes, es un dato imprescindible para que los procesos de transmisión adquieran relevancia en las sociedades humanas. (Duch y Mélich, 2005).
Y, si ya se venía acusando una crisis en la pedagogía, que nos pronosticaba imprevisibles consecuencias para el futuro de nuestra sociedad, ahora habrá que mencionarse la desestructuración de las «técnicas del cuerpo» que, antaño, permitieron las transmisiones en todos los niveles de la vida cotidiana (sobre todo en la familia, la escuela y la ciudad). La ausencia o el deterioro de unas adecuadas técnicas corporales actúan negativamente en todo lo que lleva a cabo el ser humano en el ámbito del pensamiento, la acción y los sentimientos.
En el momento presente, por obra y gracia de las diversas formas de virtualidad y comunicación total que se acentuaron con el confinamiento, la situación del cuerpo humano (su espacio temporalidad característica) experimenta cambios.
El estudio del tacto nos permite centrarnos en el elemento animador de la pedagogía que otorga una calidad especial al mundo del padre y del niño o de los profesores y los estudiantes.
El pedagogo norteamericano, Ron Richart ha hecho ver que una serie de fuerzas de la cultura hacen presencia en la escuela y que, puestas en conjunto al servicio del proceso pedagógico, garantizan altos niveles de aprendizaje y comprensión del mundo. Las expectativas, las interacciones, el tiempo para explorar los temas más profundos y complejos, así como para formular respuestas y preguntas inteligentes. Las oportunidades, las rutinas para pensar, para proveer a los estudiantes herramientas y patrones de pensamiento que los niños pueden usar de manera individual. La modelación, el ambiente físico, el lenguaje adecuado e intencionado que les brinda a los estudiantes el vocabulario para describir y reflejar su pensamiento de la manera más fiel, conforman un grupo de 8 fuerzas culturales. Pues bien, obviamente, en este momento esas fuerzas están debilitadas.
Con respecto al lenguaje, Max van Manem en su libro El tacto en la enseñanza tiene un capítulo denominado “El tacto pedagógico” y se acerca mucho a lo planteado en la teoría de las fuerzas culturales.
El tacto pedagógico
El estudio del tacto nos permite centrarnos en el elemento animador de la pedagogía que otorga una calidad especial al mundo del padre y del niño o de los profesores y los estudiantes.
Cada vez que se lleva a cabo una interacción en la escuela, como ya lo presentamos, se da un proceso de influencia compleja, mutua. Este ascendiente tiene la cualidad de despertar las posibilidades de ser o de llegar a ser. Varios estudiosos la califican de influencia pedagógica, Van Manen, (2010) la caracteriza como situacional, práctica, normativa de relación y autorreflexiva. Si es mediada por el adulto es formativa orientada hacia el bienestar y el progreso de la madurez y del crecimiento personal del niño y se da en múltiples situaciones. Las acciones que emanan del proceso son normativas: muestran la orientación que tiene cada uno respecto a los niños y si se está (o no se está) a la altura de las propias responsabilidades.
Esta capacidad para la acción consciente es a lo que Van Manem llama tacto pedagógico.
El tacto es lenguaje práctico del cuerpo, es el lenguaje de la acción en los momentos pedagógicos. Como pedagogos con tacto nos comprometemos sensible y reflexivamente con un niño buscando lo que es correcto decir o hacer.
En la exploración que se hace de la noción de pedagogía se sugiere que la salud pedagógica presume un sentido de vocación, un amor y un cariño por los niños, un profundo sentido de la responsabilidad y de esperanza activa a la vista de la crisis reinante, una madurez reflexiva, una comprensión pedagógica basada en una capacidad para escuchar y “ver” a los niños, y una actitud generalmente simpática y confiada hacia ellos.
“Por tanto, la salud pedagógica siempre ha requerido una sensibilidad llena de tacto hacia los estados de subjetividad del niño, una inteligencia interpretativa, intuición moral, resolución improvisadora en el trato con los jóvenes, pasión por conocer y aprender los misterios del mundo, fibra moral para mantenerse en las propias creencias, una cierta comprensión del mundo, un profundo sentido de la disciplina.” (Van Manen, 2010. p. 135).
Y, por supuesto, una imprescindible vitalidad y sentido del humor demostrados en los meses que llevamos de confinamiento.
La noción de propósito pedagógico expresa el deseo de los adultos de que a sus niños les vaya bien en la vida. (Van Manen, 2010. p. 32). Ahora bien es importante reconocer que no todos los propósitos pedagógicos tienen efectos pedagógicos.
La escuela está llena de situaciones que ejemplifican lo que hemos dicho hasta ahora: el agradecimiento en una nota dejada en el escritorio de la profesora, un gesto de confianza o una mejora en el desempeño de un niño después de haber sido felicitado la semana anterior por su profesor, dan claridad sobre lo importante que el contacto físico puede ser para los niños, especialmente para aquellos que tienen poco contacto en casa.
El maestro con su tacto lee e interpreta las situaciones sociales para las que son apropiadas las acciones o las palabras. Siempre hay formas de tocar a alumnos que otros pueden haber dado por perdidos.
El tacto pedagógico permite preservar un espacio para el niño, proteger lo vulnerable, evitar que se haga daño, recomponer lo que se ha roto, reforzar lo que es bueno, resaltar lo que es único y favorecer el crecimiento personal. (Van Manen, 2010. p. 170).
La manera en que los sentidos y particularmente, los ojos, pueden influir de modo decisivo en el tacto es cuando existe un contacto cara a cara. De ahí que para decir que hay “tacto” debe haber contacto, hay que estar “en unión”. Nos conocemos el uno al otro, en primer lugar, a través del cuerpo y del gesto.
La enseñanza con tacto del maestro sabe cómo convertir los gestos en realidades de la naturaleza, la literatura, el arte, las matemáticas, etc., de manera que los estudiantes puedan entrar en ellas con naturalidad. La profesora que lee una historia en clase para todos, en el tono adecuado, crea un sentido de comunidad, así como una experiencia de narrativa comparada.
Esa historia que lee la maestra revela verdades universales. El silencio que se palpa en la clase no es un silencio de atención, de espera o de obediencia. Es la quietud que permite que la historia se dilate para invitar a la reflexión, al juicio, a la aceptación de que es algo profundo y poderoso.
La situación actual acrecienta la pérdida del valor de educar pues no solo afecta a quienes anteriormente eran llamados maestros y hoy se denominan ‘agentes educativos en teletrabajo’, sino a la institución escolar como escenario —físico, pero también simbólico— de transmisión cultural en el que “la sociedad delega la construcción y la transformación permanente del proyecto de una nación” (Van Manen 2010).
Cuando nos privamos de este gran privilegio del encuentro, como nos sucede en este momento, ya perdemos nuestras conexiones con el presente. El verdadero valor del rostro humano se muestra solo en la comunidad y aquí empieza la labor ética, porque estar ante un rostro representa una invitación para actuar de manera responsable.
Cuando también se elimina el tiempo, surge un peligro inminente: se elimina también el espacio, se borran la memoria, las tradiciones y la sabiduría misma.
¿Cómo evolucionarán los sentidos? le preguntan a Candau, y él responde:
“Por experimentos, sabemos que la realidad virtual contiene menos estímulos sensoriales que la realidad presencial: cuantas menos percepciones sensoriales, menos estímulos neuronales…” (La vanguardia 16/03/2013).
Existen muchas tendencias educativas que están en conflicto con los intereses más profundos del tacto pedagógico: la política curricular a la que fundamentalmente le preocupan los resultados mensurables, los profesores que se sienten obligados a enseñar para la prueba/examen, las escuelas con tácticas que no ayudan a los niños a desarrollar un sentido de comunidad.
Y pensando ya en la escuela ampliada, una pedagogía relevante tendrá que buscar en las políticas culturales, estructuras políticas democráticas, movimientos por la paz, políticas ambientales, leyes no discriminatorias y organismos globales que puedan hacer de este planeta un lugar más vivible para todos los niños del mundo.
Dice Wasserman (El Tiempo, 2020) en su columna de opinión, que una tarea prioritaria de los educadores cuando amaine esta tormenta será ayudar a los estudiantes a recuperar la confianza en ellos mismos y en sus compañeros, en su colegio y en sus maestros, es decir, en su mundo. “El sentimiento para los niños de que su colegio es una amenaza y que el otro, su amigo, es un peligro tiene efectos desastrosos”.
Más que hacer que todo sea fácil en la vida, podemos necesitar restituir parte de la dificultad de la vida para dar paso a desafíos positivos, riesgos, aventuras, encuentros y para aceptar las cuestiones trascendentes y los problemas humanos. La ansiedad negativa es una ansiedad que no hace al niño más fuerte, sino que socava su fuerza vital.
Existen formas de vivir o ver la vida que son intrínsecamente antipedagógicas: una visión de la vida que ve el futuro sin esperanza destruye la posibilidad de establecer una relación pedagógica con los niños, porque cualquier relación entre un padre o un profesor con un niño siempre se basa en la esperanza. No podemos ser responsables de los niños si no reconocemos que somos corresponsables del mundo en que vivimos.
Los niños necesitan profesores y padres que no hayan perdido la fe en que los milagros, de hecho, ocurren en la vida y en la educación, y no son tan raros. El propio aprendizaje es un milagro. Y donde mejor se da es en la escuela. RM
Recordemos que la actual destrucción del medio natural que se experimenta, casi sin excepciones, en todo el planeta incide muy negativamente en la desestructuración del cuerpo humano.
Referencias
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Wasserman M. Regreso a las aulas (ii). El Tiempo. 23 de julio 2020.
El cuerpo se modifica, la cognición se modifica y asi las cosas la emocionalidad del ser y hacer se modifica un gran aporte