Hace pocos días cumplí 35 años como profesor universitario en Los Andes, Externado y Cesa. He dictado una docena de cursos distintos en las áreas de ciencias económicas y administrativas. Actualmente enseño Liderazgo en Uniandes y el Externado y con mucha frecuencia doy conferencias sobre este tema acerca del estado y proyecciones de la economía.
Cuando Ruta Maestra me pidió escribir un artículo sobre “La educación de niños y jóvenes que transformarán el mundo”, honor que agradezco, se me ocurrió que lo mejor que puedo hacer es compartir con mis colegas maestros lo que he aprendido en el ejercicio de esta noble misión, la más bella del mundo. Con la intención de que los consejos prácticos que enunciaré sirvan para enriquecer la labor de quienes como yo decidimos dedicarle toda o gran parte de nuestra vida a educar. No soy un experto en pedagogía ni soy poseedor de la verdad revelada, simplemente he tenido una amplia y rica experiencia como profesor que me ha dejado una serie de enseñanzas que espero puedan ser útiles para otros maestros, especialmente los jóvenes.
Antes de entrar en materia, comparto unas reflexiones sobre lo que pienso de la nueva generación. Con base en mi experiencia cotidiana como profesor de ellos, creo en el potencial de esos jóvenes que hoy son nuestros estudiantes. Creo que serán mejores ciudadanos, mejores profesionales y mejores seres humanos de lo que hemos sido los que hoy somos adultos. Estas son las principales razones por las que confío en sus capacidades y cualidades para encarar el futuro de mejor manera a la nuestra:
-Son más sensibles a los asuntos sociales cruciales tales como la miseria, la inequidad, el clasismo, el racismo y el machismo. Son más solidarios y más igualitarios. Tienen mayor disposición a corregir las injusticias y los abusos. Son menos egoístas, menos aislados en cómodas burbujas, menos indiferentes.
-Son más pacíficos, rechazan con mayor vehemencia la violencia en todas sus manifestaciones. Cuestionan, con toda razón, nuestro pasado tan violento y el presente todavía lleno de sangre. Estoy seguro de que la próxima generación acabará por completo el horror de la guerra que hemos padecido en el pasado medio siglo.
-Son mucho más responsables con el medio ambiente. Me impresionan positivamente las cada vez más frecuentes y más poderosas manifestaciones de los jóvenes en el mundo entero criticando a los gobiernos y a los empresarios por el grave y acelerado deterioro del medio ambiente. Y me sorprende gratamente su enorme amor por los animales – la defensa cada vez más contundente de su vida y de su buen trato.
-Son más creativos. Tal vez por la revolución de internet y de las redes, porque viajan mucho, porque tienen una mente más abierta, porque tienen mayor inteligencia emocional y social, los jóvenes de hoy tienen más imaginación y mayor recursividad. Buena cosa porque la materia prima de las innovaciones (que tanto se necesitan en muchos frentes) es la creatividad.
Es verdad que los llamados millenials no son fáciles de entender y que no es sencillo interactuar con ellos. Es cierto que pueden ser más inestables, menos predecibles, más conflictivos y más enigmáticos que las generaciones anteriores. Pero de todos modos estoy convencido de que gracias a sus cualidades – que acabo de describir- el mundo en manos de ellos, el mundo futuro, será un mejor lugar para todos. Siempre y cuando sus maestros – nosotros – y sus padres estemos a la altura del gran desafío de darles una muy buena formación.
Con ese preámbulo, ahora sí apreciados colegas maestros, manos a la obra. Estas son mis sugerencias (no están en orden de importancia) para que le demos la mejor educación posible a esa nueva generación:
Enseñe una materia que lo apasione. Para poder ser un gran maestro es indispensable amar lo que uno enseña. Ese amor se transmite, se contagia. Sirve para compartir lo que se sabe con entusiasmo, y esa energía positiva estimula a los estudiantes a aprender.
No les enseñe qué pensar, sino cómo pensar. No recuerdo quien hizo esta sabia recomendación que comparto plenamente. La misión del maestro no es adoctrinar a sus alumnos sino enseñarles a reflexionar sobre los diversos puntos de vista, las diferentes opciones, y a escoger la que a su buen juicio sea la mejor.
Estimule el pensamiento crítico, las dudas y el sano escepticismo, pero también la búsqueda de respuestas y de soluciones. Es importante que los estudiantes cuestionen todo, pero que a la vez exploren posibles salidas, nuevos paradigmas, y propuestas que a primera vista no aparecen tan atractivas pero que pueden arrojar luces valiosas.
Asegúrese de contar con evaluaciones periódicas que contengan retroalimentación objetiva y útil. La evaluación de la labor docente por parte de sus alumnos es clave, pero debe ser bien diseñada para medir la calidad de la educación, no la popularidad del profesor. Así servirá para corregir errores, para fortalecer debilidades y para aprovechar al máximo las fortalezas. Y debe complementarse con la evaluación técnica de la propia institución educativa.
Conozca bien lo que hacen otros profesores de materias relacionadas. Conviene mucho conocer a fondo el contenido de los cursos dictados por otros maestros relacionados con la materia que se enseña. De esa manera se evitan las duplicaciones y los vacíos. Y conversando con los colegas que dictan esos cursos se detectan necesidades, dificultades y oportunidades. Así se puede estructurar un mejor curso que complemente y profundice en la materia.
Sea exigente con la puntualidad, con los requisitos y las tareas. Enseñar es también inculcar buenos hábitos como el apego a las normas, la disciplina y la responsabilidad. Debemos siempre recordar que no solamente estamos formando buenos profesionales sino además mejores seres humanos.
Sea implacable con la copia y el plagio. Es inaceptable que los estudiantes incurran en estas practicas deshonestas. Cero tolerancia con los que no respetan las normas.
No les pida a sus estudiantes que memoricen conceptos, datos, fechas. Eso de nada sirve, mucho menos en el actual mundo digital en donde toda la información es de muy fácil acceso. La cabeza de los alumnos debe servir para pensar, para investigar, para evaluar, no para almacenar letras y números.
Asigne tareas y lecturas que conecten a los estudiantes con la realidad colombiana y del mundo. De esta manera es mas fácil lograr su atención y su interés. La teoría es por supuesto indispensable pero si además de enseñarla se complementa con ejemplos de la vida real con los que los estudiantes puedan relacionarse entonces el aprendizaje será mayor y mejor. Implica mas esfuerzo por parte del profesor pero garantiza una comprensión superior de los educandos.
Solicite a sus alumnos que hagan exposiciones orales breves, claras y concretas. Hablar bien en público es cada día mas importante debido a la creciente naturaleza mediática del trabajo y la mayor necesidad de trabajar en equipo debido a la creciente especialización. Las aulas son un espacio perfecto para aprender a comunicar eficazmente de manera oral. La práctica continua les dará mayor confianza en sí mismos y les servirá para corregir errores.
Pida con frecuencia a sus estudiantes que escriban sobre sus lecturas o lo aprendido en clase. Es vital que aprendan a expresar bien sus ideas por escrito. Desafortunadamente muchos jóvenes tienen mala ortografía y su redacción es confusa porque han leído y escrito poco. Esas fallas les impiden desarrollar a plenitud su potencial porque si tienen buenas ideas pero no las expresan bien no serán convincentes.
Ponga en práctica la sabia reflexión de Plutarco que afirma que “educar no es llenar un recipiente, es encender un fuego”. Ese fuego es la curiosidad por saber más del tema, por entenderlo mejor, por actualizarse constantemente – ojalá el resto de la vida. Un gran maestro logra interesar en su materia a muchos de sus alumnos tanto como a él o ella le interesa.
Enseñe con el método socrático. Ese gran filósofo se distinguía por la calidad y cantidad de sus preguntas. En vez de simplemente transmitir sus ideas ponía a las personas a pensar en respuestas a sus interrogantes. Las escuchaba, después presentaba sus propias ideas y luego invitaba al debate. Este método es muy efectivo porque les da protagonismo a los alumnos y es más dinámico y estimulante que el mero traspaso de conceptos.
Haga que cada clase sea como un viaje. Cada sesión debe ser una aventura de exploración, con un mapa y un destino, con sorpresas, con pruebas para seguir avanzando. Nunca debemos olvidar que el aprendizaje debe ser una experiencia lúdica, tiene que ser entretenido, interesante. Los maestros tenemos que ser creativos a la hora de contar nuestros “cuentos”.
Los exámenes deben ser una invitación a reflexionar sobre lo aprendido, no sólo una prueba de qué tanto asimiló el estudiante. No deben producir ansiedad, mucho menos miedo, porque su objetivo principal tiene que ser entender si la labor docente fue eficaz o no. Por supuesto los exámenes deben ser exigentes pero ningún alumno que haya asistido a las clases, haya leído el material y haya hecho las tareas asignadas debe temerles.
Asigne muchas lecturas, por supuesto de buena calidad. Un estudiante de postgrado en una buena universidad tiene que leer entre 300 y 400 páginas por semana. Debe desarrollar la capacidad de absorber todo ese material y eso solo se logra mediante la práctica. Leer es una tarea que exige concentración y disciplina, cualidades indispensables para el éxito profesional.
Aproveche el universo digital. Hoy en día se encuentran excelentes contenidos en internet – Youtube, Facebook, Instagram, Twitter y muchas aplicaciones especializadas. A los jóvenes les gustan los medios audiovisuales, por lo tanto se deben emplear – pero no como sustituto sino como complemento de la lectura.
Utilice los debates como herramienta pedagógica. En el Reino Unido y en Estados Unidos todos los estudiantes universitarios (e incluso los escolares en muchos casos) aprenden a debatir porque luego en la vida profesional tendrán muchas ocasiones para poner en practica el arte y la ciencia de los debates con altura – buenos argumentos, metodología sólida, ingenio y – ojalá – haciendo buen uso del humor. Asignar roles distintos a los alumnos les ayuda a desarrollar la empatía, a investigar sobre puntos de vista diversos y a acrecentar su versatilidad.
Lleve invitados interesantes a sus clases. Una forma de romper la rutina académica es con la presencia de personas que por sus conocimientos o experiencias pueden enriquecer lo estudiado en el curso. Es clave que los estudiantes tengan bastante tiempo para formular sus preguntas al invitado; así- en adición a aprender de sus respuestas – estimulan y fortalecen su habilidad inquisitiva – que les será útil en su futuro.
Encueste a sus estudiantes. Para conocer lo que piensan sirve – de vez en cuando, dependiendo del tema – hacer encuestas en el salón de clases, procesar los resultados, compararlos con otras encuestas similares y comentarlos con los alumnos. Eso no solo le dará dinamismo a la enseñanza sino que además enfatiza la noción de que para el profesor las opiniones de todos sus estudiantes son importantes.
Estimule el cuestionamiento de lo que usted les está diciendo a sus estudiantes. Muy bienvenidos deben ser los comentarios de los alumnos que no estén de acuerdo con lo que sus profesores les cuenten. Controversia que por supuesto debe llevarse a cabo con respeto personal e institucional pero con franqueza y sin temor a represalias. Recordemos que la universidad es ante todo un espacio para el libre examen, para el disenso constructivo, para el debate inteligente.
Trabaje muy bien en equipo con los directores – académicos y administrativos – de la institución en donde enseña. Los profesores debemos tener las mejores relaciones posibles con los que dirigen los colegios y universidades. Lamentablemente en muchos casos esa relación es tensa o abiertamente hostil, lo cual es por supuesto contraproducente. Si no hay armonía y colaboración entre maestros y directivos los más perjudicados serán los estudiantes. Se debe dialogar y dialogar y dialogar hasta encontrar soluciones mockusianas en las que todos ponemos y todos ganamos.
Sea un ejemplo para sus alumnos. Nuestra conducta como profesores y nuestro comportamiento personal deben tener los más altos estándares. Porque somos modelos para nuestros estudiantes. Esa es una responsabilidad gigante, que hace que nuestra labor sea tan desafiante pero al mismo tiempo tan gratificante. Nada supera el orgullo y la satisfacción de ser un maestro ejemplar, un profesor cuya labor siembre en las mentes, los corazones y las almas de sus alumnos las mejores semillas posibles.