Le gusta creer que una didáctica de la literatura comienza con el corazón entusiasta de un maestro apasionado por su materia. Ese apasionamiento es el que no deja que la falta de interés de algunos estudiantes o la apatía de otros por leer determinada obra literaria se adentre en su espíritu y lo lleve a que su clase de literatura caiga en una desidia o en un amodorramiento cercano a la desesperanza o la indiferencia. Sin esa condición de base, las sugerencias didácticas que siguen carecerían de tierra fértil para lograr una buena cosecha en la mente y la sensibilidad de los alumnos.
Sobra decir que tales recomendaciones se inscriben en una idea de la didáctica que va más allá de entenderla como un hacer instrumental o un recetario de técnicas aplicables en cualquier contexto o tipo de enseñanza. Hoy sabemos que la didáctica es, en sí misma, una disciplina con su propio estatuto epistemológico, sus propios métodos y su propia red conceptual. Tampoco vivimos hoy la situación vicaria de la didáctica, en relación con la soberanía de pedagogía. Más bien lo que tenemos en nuestra época es un resurgir o un reavivamiento de esta disciplina que, como sabemos, combina la reflexión con la intencionalidad, el tiempo de la oportunidad de la enseñanza con los estilos y ritmos de aprendizaje, la motivación con el acompañamiento fraterno, el rigor del saber erudito con la flexibilidad del saber enseñable.
Con este escenario de fondo, validado desde la propia experiencia y la investigación académica, presento en los párrafos siguientes un abanico de posibilidades didácticas para la enseñanza de la literatura. Los he redactado a modo de sugerencias, siguiendo el tono de los consejos o insinuaciones que pueden decírsele a un colega de oficio. Ya dependerá de cada maestro, de las particularidades de la institución donde labora, del tipo de estudiantes que tenga, las necesarias adaptaciones o los ajustes que considere oportunas hacer o modificar. Si estas ideas le sirven a los docentes de soporte, estímulo o piedra de toque para enriquecer su enseñanza, considero logrado mi propósito.
1Siempre que ponga a leer una obra literaria a sus estudiantes asegúrese de haberla leído primero varias veces. No cometa el error de ir a la par de sus estudiantes; o contentarse con una única lectura. Si en verdad quiere que la obra resulte interesante para ellos, no hay como haber leído ese libro por lo menos dos o tres veces. Leído en el sentido didáctico; es decir, subrayado, glosado con notas de estudio y voluntad de hallar relaciones, correspondencias, niveles de significación. El buen didacta de la literatura sabe que puede servir de guía porque ha transitado muchas veces por los caminos textuales de las obras puestas como tarea o que hacen parte del plan lector de la institución donde labora.
2 Además de indicar el título y el autor de una obra literaria, dedique un buen tiempo de la clase a motivar a los estudiantes para que lean el libro. Esa motivación, hecha en un tono persuasivo, debe ser como una “degustación” del plato que van a saborear los alumnos. Métase por un momento en la obra y saque provecho de un conflicto sentimental allí presente, o silueté con lujo de detalles a aquel personaje que, por sus características, es un buen prototipo de una flaqueza o pasión de los seres humanos. Si le resulta oportuno, lea en voz alta apartados de dicho texto, y glose dichos apartados con la perspectiva de describir un logro o un acierto en la narración. La idea es que, así como en el cine, los estudiantes tengan un “avance” que espolee su curiosidad o que estimule su interés. Tenga en cuenta que un buen didacta de la literatura no impone las tareas; más bien muestra el motivo o la bondad de hacerlas.
3 Use, en una misma clase y en períodos más amplios, diversas estrategias de enseñanza. No trabaje los contenidos o el desarrollo de la materia con un solo modo de enseñar, demos por caso, exposiciones del maestro. Es conveniente que el estudiante participe y coopere. Además de las técnicas para el aprendizaje individual, use otras más de corte colaborativo y cooperativo. En ciertas ocasiones utilice conversatorios, lectura comentada o talleres, en otras, elija entre la discusión grupal, los videoforos, el trabajo en grupo, los debates o la galería de producciones… El buen didacta de la literatura sabe que en la variedad de estrategias de enseñanza se halla una de las claves para mantener la atención en clase y motivar a los estudiantes hacia la asignatura.
4 Explore en el uso de portafolios físicos o virtuales. Lo que se busca con estos artefactos de memoria es que el estudiante vaya consignando, a la manera de un álbum, sus lecturas, sus producciones escritas, sus apuntes de la materia. Esta bitácora puede tomar la forma del diario, de la crónica o el reportaje de clase. Resulta interesante que el estudiante vaya apreciando cómo evoluciona su aprendizaje, cuáles son sus aportes a la materia, cuál el resultado final de un período académico. Estos portafolios tienen la ventaja de que cada estudiante lo puede impregnar de su estilo, su estética. El buen didacta de la literatura sabe que su materia está vinculada con el reconocimiento de lo particular, con el acto de mostrar y valorar la expresión íntima de sus alumnos.
5 Invite a sus estudiantes a elaborar un directorio de sus autores literarios favoritos. En este caso, lo que se pretende es que cada estudiante construya un directorio de los autores de literatura que más le llamen la atención, o de esos otros que lee con frecuencia. Dichos autores no necesariamente deben corresponder a los vistos en clase; por el contrario, el objeto es darles importancia a aquellos autores que circulan por fuera de la clase. El directorio podría contener, además de una biografía lo suficientemente creativa (con un buen retrato o una caricatura), frases sacadas de sus textos, ideas tomadas de entrevistas, portadas de algunos de sus libros, comentarios de otras personas sobre determinado libro de tal personaje. Este directorio de autores puede ir alimentándose año a año y debería ser tenido en cuenta por los diversos maestros de los diferentes grados. El buen didacta de la literatura sabe que la lectura es una práctica social y, como tal, no está circunscrita únicamente al ámbito escolar.
7Acostúmbrese a emplear y pedir en los trabajos escritos la bibliografía comentada. Para contrarrestar los listados bibliográficos, muchas veces hechos sin ningún criterio o desconociendo el tiempo necesario para leerlos, lo mejor es habituarse a que los libros referenciados en una guía o instrucción del docente lleven un pequeño comentario en el que se indique su utilidad o su beneficio para la actividad o el tema objeto de su interés. Como quien dice, no se trata de apabullar al aprendiz con demasiadas fuentes de consulta, sino de ofrecerle determinadas pistas para su búsqueda, ayudarle a elegir unos capítulos específicos a partir de los cuales le será más fácil comprender conceptos o contenidos de mayor complejidad. Sea como fuere, lo importante es no perder de vista el papel orientador del maestro en una época en que el exceso de información no da tiempo para reconocer la calidad y la pertinencia de las fuentes de consulta. Otro tanto puede hacerse con la bibliografía que los estudiantes incluyen al final de los trabajos escritos. Esas referencias merecen acompañarse con una glosa en la que se explicite su contribución al trabajo en mención o su relación con la temática trabajada. El buen didacta de la literatura sabe que es preferible dar cuenta de pocas obras a listar textos de los cuales apenas se conoce una escueta referencia.
8 Propicie la práctica de lectura oral comentada en clase. Como reacción a la frecuente actividad de invitar a leer individualmente de manera silenciosa para luego discutir grupalmente en clase, vale la pena pensar en otra variable didáctica: la de ir leyendo en voz alta y en grupo un texto literario. Los estudiantes se van turnando en esa lectura y el profesor va haciendo los comentarios pertinentes y propiciando algo semejante en sus alumnos. Lo fundamental es “mostrar en directo” cómo sacarle el mayor provecho a un texto, evidenciar una relación, sacar a flote aspectos que, por lo general, son pasados por alto o minusvalorados por los estudiantes. En suma, construir un ambiente para desarrollar la lectura crítica de las obras literarias. Un beneficio adicional de esta estrategia es el de fomentar la lectura entonada, esa que busca con sus matices e inflexiones, con sus pausas y énfasis en la voz, darle vida a los mudos y lisos textos escritos. El papel modélico del profesor es, en estos casos, irremplazable: él es el que, en algunas ocasiones, relee ciertos apartados para recuperar un sentido o corregir una puntuación inadvertida por sus alumnos. El buen didacta de la literatura sabe que para desarrollar la lectura crítica no es suficiente con mandar a leer, sino que es definitivo mostrar en clase cómo explorar y descubrir el significado profundo de los textos.
9 Motive a sus estudiantes a practicar la producción literaria escrita, pero no con fines evaluativos. Además de los trabajos escritos que tienen como objetivo dar cuenta de un tema o una obra y que, desde luego, deben ser calificados, es recomendable y de gran valor para los estudiantes que los motive a escribir literatura, bien sean relatos, cuentos, poemas u otro tipo de productos similares. Lo que se pretende con ello es, de una parte, brindarles la oportunidad de descubrir y fortalecer ciertos talentos para la escritura y, de otra, propiciar una “zona de experiencia” para que los estudiantes vivan en carne propia el gusto y la dificultad de escribir. Es clave que el educador lea con atención esas producciones, que las comente y enriquezca con sus apreciaciones pero sin ponerles una calificación, sin otorgarles la condición de tarea escolar. Su papel, entonces, es más el de un tutor o mentor de una pasión incipiente del estudiante que contribuye con una sugerencia de un libro, que invita a repensar un giro en la escritura compartida o que, sencillamente, saca un tiempo para charlar sobre gustos y aficiones literarias. Lo fundamental de este acompañamiento fraterno es tomarse en serio las producciones escritas de los alumnos, así de antemano conozcamos de su imperfección o su inexperiencia en el dominio de un género. El buen didacta de la literatura sabe que su función no es la de formar escritores, pero también reconoce que su labor implica descubrir y valorar el talento literario en su estudiantes.
Muy buen texto, el trabajo de la persona que trabaja con literatura es hacer vivir lo que se lee.