Edición 19

Maestros y maestras: aliados imprescindibles de la paz

En mis visitas a instituciones escolares de todo el país, he sido testigo de cómo, en medio de precariedades, muchos profesores se desvelan para preparar mejor sus clases o disponer el salón para convertirlo en un escenario acogedor y hospitalario para sus estudiantes.

Últimamente, frente a un mundo cambiante, me he preguntado cuál es el sueño que nos congrega como pedagogos y cómo podemos contribuir a avanzar hacia él.

Para mí, ese sueño se ve representado en la posibilidad de alcanzar un mundo compartido y una casa-país que nos acoja a todos con nuestras idiosincrasias, nuestras tradiciones, nuestras posturas políticas o nuestras preferencias religiosas para que emprendamos el maravilloso viaje de vivir juntos en la diversidad. Avanzar hacia ese sueño implica enfrentar muchas preguntas, unas personales, otras más colectivas. Las personales exigen mirarse en el espejo y estar dispuesta a revisar nuestra experiencia a la luz de dos preguntas: ¿He contribuido en mi aula a formar personas capaces de dirimir sus diferencias a través del debate democrático, es decir argumentado y respetuoso? O por el contrario, con mis actitudes y prácticas, ¿he implantado en mi salón de clase muros insalvables, y jerarquías, estereotipos y exclusiones inapelables?

A nivel colectivo, las preguntas se refieren a nuestra trayectoria histórica: ¿por qué y cómo el país descendió a los infiernos? Y, ¿cómo podemos, en colectivo, contribuir a que estas condiciones no se repitan? La propuesta: la memoria histórica aliada de la paz

En la propuesta que desde el Centro Nacional de Memoria Histórica hacemos a los maestros y maestras del país se combinan ambos registros, el personal y el colectivo. Así, la ruta pedagógica teje un proceso reflexivo de construcción de nuestra memoria personal con un “paso a paso” para la elaboración de una interpretación rigurosa y a la vez abierta al debate sobre los contextos y nuestra historia compartida.

El encuentro de estos dos registros en una perspectiva democrática abre un camino para la formación de estudiantes que combinen simultáneamente una vocación ciudadana con una aproximación científica. Esa combinación de sensibilidades y memorias personales con el desarrollo de una agudeza analítica y crítica sirven para que los y las estudiantes desarrollen una comprensión más profunda del país en el que viven y contribuyan, con su agencia y compromiso, a la no repetición de las condiciones y engranajes que nos llevaron a una guerra degradada. En el registro de nuestras memorias personales, proponemos ejercicios que nos permitan revisitar lo vivido y responder: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo yo? ¿Quién quiero ser? La indagación sobre nuestra subjetividad nos permite reconocernos en nuestras particularidades y desde distintos lenguajes expresivos, explorar nuestra singularidad. A través del diario, la poesía, la narrativa, la música, el dibujo, la escultura, el canto, el graffiti, exploramos nuestra propia trayectoria de vida y nos redescubrimos como sujetos con memoria anclados en un presente con proyectos de futuro.

Cuando en un salón de clase permitimos esta exploración de las subjetividades, algo maravilloso acontece: los y las jóvenes se miran con otros ojos, menos enjuiciadores y violentos, y más solidarios y comprensivos. Gracias a estos ejercicios, descubren su humanidad compartida y son capaces de vivir la diferencia con aprecio. Pero, este trabajo sobre nuestras memorias personales y la de nuestros estudiantes es apenas una puerta de entrada a un viaje más largo e integrador. Además de las historias personales y familiares, la ruta propone la búsqueda y revisión de otras fuentes para ir construyendo, pieza a pieza, una interpretación de lo vivido colectivamente. En este punto, lo importante es que los y las jóvenes revisen textos y huellas históricas provenientes de distintos actores y fuentes; las contrasten; y las interroguen de manera crítica: ¿Quién habla? ¿Desde qué lugar? ¿Desde qué agendas? ¿Por qué el autor afirma lo que afirma? ¿Qué material empírico y que hechos tiene en cuenta para decantar su lectura de contexto? ¿Qué queda por fuera de su mirada?

En este punto, más que enfrentar a los estudiantes a una tesis ya elaborada sobre lo acontecido, la ruta propone que indaguen y construyan sus propias hipótesis y lecturas de contexto. La puesta en común de esas interpretaciones, guiada por principios democráticos, debe culminar en un aprendizaje para todos: la historia está abierta a una pluralidad de miradas y es en el debate de esa pluralidad de miradas que podemos, como comunidad, ir identificando los acuerdos y los disensos sobre el sentido de lo vivido.

La propuesta también contempla la lectura del testimonio de las víctimas. Estos testimonios, leídos con enorme respeto, deben permitir el desarrollo de la empatía y la identificación de los daños y el horror desencadenados por ciertas decisiones, discursos y prácticas. Desde esta escucha activa, los estudiantes pueden desarrollar una mirada crítica que les permita levantar barreras morales e impugnar propuestas que justifican lo injustificable o argumentos que con elegancia convierten en ineludible salidas autoritarias o totalitarias que dejan un reguero de víctimas a su paso y daños irreparables.

Los maestros y maestras que han usado la Caja de Herramientas: Un viaje por la memoria histórica. Aprender la paz y desaprender la guerra, han encontrado inspiraciones para innovar en sus aulas y abordar nuestro pasado conflictivo con el fin de que no se repita. Agencia, esperanza, compromiso, empatía, son palabras que resuenan en sus balances. Ellas dan cuenta de que el aula si puede transformarse en un laboratorio de paz y que Colombia no está condenada a otros cien años de soledad.

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