Es muy común encontrar en casi todos los Proyectos Educativos Institucionales, Modelos Pedagógicos, proyectos pedagógicos de aula y, en los discursos de muchos maestros, la intención de diseñar y desarrollar propuestas educativas que promuevan y construyan una formación integral. Sin embargo, la esencia de este último concepto se ha confundido con un sinnúmero de activismos, que si bien les pueden aportar a los ejercicios de enseñanza y aprendizaje de las instituciones educativas, no están pensados desde la complejidad de la vida humana que va más allá de lo memorístico y lo práctico.
Es común también hallar algunos discursos pedagógicos que promueven solo un tipo de capacidad humana, los cuales evidentemente prima la promoción de un pensamiento fragmentario sobre el concepto del ser humano, que beneficia quizás un modo de ser, pero que no permite reconocer la complejidad de la vida, pues el misterio de la existencia desborda cualquier intento de encasillamiento.
Es así que pensar la formación integral es un tema por ahora inconcluso, no por defecto, sino por la misma esencia de perfectibilidad humana, es decir, su capacidad reflexiva continua que le permite proyectarse día a día en la búsqueda de sentidos, los cuales van transformando su quehacer y lo van dotando de condiciones óptimas para el desarrollo de una vida más allá del cumplimiento de metas, dentro de un sistema político, económico, social y/o cultural.
Es en este contexto que emerge la importancia del concepto de la inteligencia espiritual, el cual ya ha sido abonado por varios autores desde el siglo pasado, comenzando con la propuesta de Gardner sobre las inteligencias múltiples, luego enriquecida con los aportes de Goleman, que muestran que el ser humano es misterio y complejidad, no reductible a un solo tipo de discurso y acción, abriendo así la puerta a otra forma de pensar la acción humana. Ellos serían la base para que luego otros como Danah Zohar, Ian Marshall, Francesc Torralba, Ramón Gallegos, para mencionar algunos, plantearan que lo espiritual también tiene cabida en esta reflexión sobre la formación integral de la humanidad, no entendiéndolo como sinónimo de lo religioso, sino como una búsqueda más auténtica y genuina por el sentido de la vida.
¿Qué podemos entender por Inteligencia espiritual?
Para comprender el concepto de inteligencia espiritual, hace falta primero manifestar qué se está entendiendo por espíritu y espiritualidad, pues cuando se habla de ellos, el primer pensamiento que puede emerger en la mente de cualquier sujeto es el sistema religioso con el cual se siente identificado y que lo lleva a la vivencia de cierto estilo de vida marcado por principios morales, litúrgicos y dogmáticos. Pero a eso no es a lo que nos referimos aquí.
También hay una línea de pensamiento que, desde diversos sincretismos religiosos actuales, minimiza lo espiritual a las dinámicas de un mundo mágico apartado de lo humano, donde se usa el concepto de espíritu en una tajante dicotomía que divide a la humanidad de un mundo separado en un más allá, el cual puede ser manipulado a través de ritos para que se pueda interferir en la cotidianidad humana. Pero a esto tampoco nos referimos aquí.
En cuanto al concepto “espíritu”, partamos de su horizonte etimológico entendiéndolo como el aliento de vida humana, la fuerza para vivir, la vitalidad humana misma que permite comprender el mundo del sentido (Benavent, 2003). Así, el hombre tiene espíritu en tanto ser biológico que goza del poder reflexivo de su propio acontecer diario, pues ante el mundo desordenado y sin sentido que encuentra en su diario vivir, halla a la vez la motivación para discernir su existencia a la luz de una búsqueda que lo desborda pero que lo atrae: dar sentido a su vida.
De esta manera, una espiritualidad auténtica no es el conglomerado de un conjunto de ritos, reglas y dogmas, sino la manifestación auténtica de una búsqueda, la del sentido de la vida, que durante milenios ha inspirado a cada hombre en su contexto propio a hacerse la pregunta por el sentido, construyendo principalmente interpretaciones sobre lo bueno, lo malo, la vida, la muerte y lo que hay más allá de ellas.
Entonces, el concepto de espiritualidad desborda y es mucho más amplio que el de religión. El primero es condición de posibilidad del segundo, pues lo religioso solo es posible mientras el ser humano en su búsqueda espiritual les haya dado lugar a construcciones culturales que, configuradas como religión, le permiten una relectura de la vida en prospectiva de vinculación con principios fundantes entendidos como sagrados, de los cuales puede emerger un sistema articulado.
Así las cosas, cuando se habla aquí de inteligencia espiritual se hace alusión a la capacidad psicológica del discernimiento de la vida interior, del sentido profundo de las cosas que subyace a partir de la capacidad reflexiva del ser humano, en tanto se construye como proyecto. Es decir, es un cultivo del desarrollo personal desde la prospectiva del cuidado y el conocimiento de sí, no con finalidades descriptivas, sino emancipadoras del propio ser, motivadas por un ejercicio de autonomía auténtico en pro de la conquista de la verdad y la libertad.
Aportes de la inteligencia espiritual a la escuela
Cuando un maestro piensa el ejercicio de la formación integral en la escuela como una tarea inacabada que exige de la reinvención y la transformación de sí mismo y de sus prácticas pedagógicas, puede configurar entonces acciones pedagógicas que impacten en sus estudiantes con la misma intensidad emancipadora, tal y como ya lo señalaba Freire hace algunas décadas.
Dicho principio es la base para la articulación entre la concienciación de la importancia del cultivo de la inteligencia espiritual y el mismo acto educativo en cada aula de clase, y aunque de entrada parezca solo tarea de los docentes de Educación Religiosa Escolar (ERE), su acción puede aportar a muchas otras disciplinas de las ciencias sociales y humanas, en la medida en que se generen procesos de pensamiento crítico que le permitan reflexionar a cada estudiante sobre el propio sentido de su vida.
A continuación, se presenta una lista de algunos elementos cotidianos de la vida humana en los cuales la inteligencia espiritual tiene incidencia, y por los cuales, un ejercicio de formación integral más completo debiera tenerla en cuenta. Esta lista recoge las reflexiones de varios expertos que han pensado en este problema desde el siglo pasado, tales como: Michael Foucault (1987), Pierre Hadot (2006), María Corbí (2007), Andre Comte-Sponville (2006), Jordi Font (2017), Víctor Frankl (2001), Jean Grondin (2012), Paulo Freire (1970), Natalia Cuellar, Sandra Naranjo y Ciro Moncada (2019), entre otros.
- El cultivo de la interioridad humana, no a manera de un examen de conciencia, sino como la promoción del autoconocimiento y el cuidado de sí que posibilitan el correcto ejercicio de la autoestima y la resiliencia humana, fundamentados en la propia experiencia de vida del estudiante.
- La búsqueda del sentido de la vida, entendida desde cuatro perspectivas: como direccionalidad (proyecto de vida), como sensibilidad humana (percepción del mundo), como búsqueda de la verdad (discernimiento) y como indagación por lo valioso y significativo para la propia existencia.
- La promoción de la vida comunitaria desde la naturalización de la dimensión trascendente, ya no entendida como un más allá ajeno a la cotidianidad, sino como la apertura humana al otro y a lo otro, quienes irrumpen en la experiencia humana y exigen del sujeto una respuesta y una acción.
- Lugar para la práctica de la concienciación, entendida como la toma de conciencia de la injerencia de cada sujeto en su propia realidad contextual, así como en las realidades de quienes lo rodean, es decir, el despertar del pensamiento crítico.
- La indagación por la resignificación de las circunstancias difíciles de la vida a partir de su relectura y decodificación desde la resiliencia humana, esto es, la búsqueda por el sentido propio de cada acontecimiento humano, a partir de la pregunta por el crecimiento personal y la vinculación con la dimensión del sentido.
- El ejercicio de la emancipación humana, entendida como la transformación del diario vivir a partir del ejercicio de la autonomía que anhela la conquista de la libertad, y por ella es capaz de continuar con el ejercicio de la perfectibilidad humana.
Así las cosas, es posible insistir una vez más en que hablar de inteligencia espiritual no es lo mismo que hablar de religión o lo religioso. No solo en orden al acatamiento de la prohibición de proselitismo religioso en la escuela, eso es lo de menos. Lo relevante es la riqueza que le puede brindar al acto educativo y pedagógico a partir de estas seis líneas, donde lo que prima es el proyecto de lo humano, y donde la tarea de la escuela urge ser fortalecida, para alcanzar la construcción de una sociedad que, no solo piense en el conocimiento, sino en la fraternidad y el cultivo del sentido de la vida humana. RM
Muy interesante el artículo. Sin embargo diría que queda muy corto a la hora de hablar de la inteligencia espiritual en la escuela. Hay elementos que se omiten, pero que enriquecen la práctica de la inteligencia espiritual. La inteligencia espiritual sale de la sociedad sin sentido, que busca no fragmentarse solamente en el campo científico, en el espíritu consumista y en el falso creer del éxito que se propone en el mundo de hoy. Nace también de una sociedad líquida, expuesta ya por pensadores y como respuesta a buscar una felicidad cimentada desde dentro y no desde fuera. No solo es el autoconocimiento, sino que tiene un principio mucho más holístico. Por toro lado es interesante echar mano de muchas ciencias humanas que dan luz a esto que hasta ahora se está escribiendo y pensando.