Edición 22Opinión

Jugar no es un partido sino un latido

Luis María Pescetti, escritor argentino, en su artículo de opinión nos cuestiona sobre cómo “jugamos” en los diferentes aspectos de la vida.
La vida cotidiana está llena de pequeños y grandes momentos, y en este texto nos invitan a evaluar nuestra forma de jugar, ¿nos adaptamos? ¿tenemos capacidad de respuesta? ¿estamos dejando huella?

 

“El oficio de la Alegría” www.luispescetti.com

En su acepción más amplia, y profunda a la vez, el juego, jugar, son los espacios personales, nuestro sello de identidad y la respuesta presente a una realidad viva que debemos enfrentar. “Viva” en el sentido de que no está esperando quieta y obediente a que la resolvamos según la guía del usuario.

Tenemos que reparar un auto, eso tiene pasos a seguir. Pero, si mientras cumplo con esos pasos pongo música, sigo, tiro la herramienta al aire para que dé dos vueltas, la tomo, doy unos pasos de baile, sigo… está introduciendo elementos de juego en mi trabajo. Si a la computadora de mi oficina le pongo unos papeles que simulen orejas, también. Si doy un recital, como es mi caso, y comienzo pidiendo que cantemos todos juntos una canción, y empiezo… ¡pero ni siquiera dije cuál sería!, estoy jugando con el hecho mismo del cantante que hace participar al público.
Para todos esos casos, tenemos pasos, procedimientos. Siempre que, con habilidad de buen manejo y oficio, tomamos el manual de instrucciones de la actividad que sea y la adornamos, o le cambiamos los pasos, ya sea para sacudirnos la rutina, por expresión de entusiasmo interior, pues esa noche tenemos una cena que nos inspira, o por responder a un emergente, estaremos jugando, actuando con juego, con cintura.

Roberto Fontanarrosa, invitado a participar del Congreso de la Lengua que se llevó a cabo en la ciudad de Rosario (Argentina), comenzó su charla explicando que había preparado unos apuntes y que, antes de la exposición, estaba preocupado por no olvidar esas notas en su casa. Entonces, mostrando que se había acordado de llevarlas, confesó que lo que sí se había olvidado… eran sus lentes. No pudo leer sus valiosas notas. Fontanarrosa partió de su anécdota, la mezcló con lo que recordaba de sus notas y, para regocijo del público, improvisó una conferencia. Jugó, con sus circunstancias, con sus ideas. No se plantó rígido a resolver su olvido, no se puso tenso y trató de recordar de memoria su plan. Inventó otro.

Hay procedimientos que son necesarios, pasos, convenciones, sea porque así nos entendemos, porque son códigos que evitan que empecemos de cero cada vez y con cada quien. Porque así nos enseñaron a bajar del módulo lunar, y “no lo muevas porque rebotas y vas a dar al infinito”, o “porque así es papá, ya sabés, pero es bueno”, y no queremos en la primera visita caerle tan creativamente al suegro, o porque el cable marrón es el que indica la masa y no el azul, y no el rojo, en ninguna casa. Y más que creativos seríamos un estorbo o un peligro.
Pero hay otros procedimientos que sí dan margen, y si en ese margen jugamos, estamos dando señales de nuestra personalidad, dejando un sello de quienes somos, disfrutando lo que hacemos. Y esos pequeños signos no tienen que ver con el narcisismo, sino con la vitalidad: aquí estoy yo, aquí estoy hoy, vivo y contento. Y eso es el juego, una marca vital, de nuestro día, de que no lo hicimos como máquinas.

Daniel Pennac en “Como una novela”, su delicioso ensayo sobre la lectura, cuenta cómo se las arreglaba para cumplir con el programa de lecturas de determinado año de la escuela secundaria, y no perder el entusiasmo de su grupo de alumnos adolescentes. Acordaba con ellos que para fin de año debían tener ciertos libros leídos, pero que el recorrido de lecturas no sería el que indicaba el programa y, en todo caso, agregarían otro.

Como hizo el maestro Marcos Dellepiane cuando tuvo que enseñar fracciones en la escuela primaria a un grupo que no lograba aprenderlas. Les pidió que trajeran harina, queso, tomates, ajo… y al otro día hicieron pizza. Luego hubo que repartir porciones iguales… y ahí “vieron” iluminadamente el concepto de fracción.

Fontanarrosa, Pennac, Marcos… ¿se salieron del guion? No sé, o no importa, pero sin duda se salieron del sermón, del paso a paso, se adaptaron a su realidad.
Y acá hay otro punto importante sobre el juego y la vitalidad. A veces jugamos, nos corremos, hacemos algo, porque nuestro grupo lo exige, hay turbulencias en pleno vuelo, o pasa algo en la ruta: la realidad se impone con un cambio y así lo resolvemos. Pero otras veces somos nosotros los que necesitamos un cambio, algo de frescura en ese día. Aunque no haya pasado nada afuera, en nuestro grupo o en el ámbito donde nos desempeñamos, somos nosotros los que tenemos un día especial, por maravilloso o por desastroso o por aburridamente repetido y… le queremos dar un toque, al día, al momento. Cambiamos el peinado, entramos caminando en reversa, la orquesta es estrictamente formal, pero nos pusimos calzoncillos de Batman, lo que sea. Puede que los demás se den cuenta o que nadie lo sepa, pero le agregamos algo de juego a nuestra actividad.

Luego de dos años de dar un mismo recital, que incluye canciones, juegos y chistes, en cada teatro necesito hacer una adaptación, que por mínima que sea, le dará frescura a esa presentación.
Nuestra vida cotidiana está llena de pequeños y grandes momentos así: hoy salimos a comer afuera (a un restaurante o al patio), o cuando pedimos comida afuera, o cuando comemos en la cama viendo tele, o cuando nos acostamos más tarde, o cuando nos tomamos la tarde y salimos a pasear. Unos lavan el auto, otros arreglan la moto, unos hacen dulces, otros conservas, otros pastas caseras, otros coleccionan algo. Lo que sea, que enriquezca el guion, que le dé brillo especial al día o al momento, que haga que te reconozcas en esa huella, que haga que ese apretón de manos sea personal y no anónimo, que ese paciente se vaya sintiendo que fue tratado como persona, que tu médico agradezca la porción de torta que le llevaste porque sabías que estuvo todo el día de guardia.
No hace falta ser un surrealista con una tijera, cortar un texto y reordenar sus palabras, con ser un papá o una mamá que abre la heladera y tiene que resolver una comida nueva con restos de dos comidas anteriores, ya está. Un informe que tenías que hacer, una conferencia que dar, y resolvés incluir ejemplos que transmiten el día a día de la experiencia.
Como hizo un amigo, en una época de vacas muy, muy flacas cuando había salido a vender una obra de teatro por las escuelas, y en la primera que visitó la directora lo rechazó porque “el eje temático era otro”: a la segunda escuela llegó con pequeño, ínfimo cambio en el guion de la obra y un novísimo argumento para venderla que incluía el eje temático. Y comieron todos a fin de mes.

Todo lo que haga que resuelvas un imprevisto, un emergente en el teatro, o en tu negocio. Sea que simplifique o que mejore, que enriquezca en cualquier caso, que logre economía de recursos o sonrisa de humanos, y sigue la jornada. Lo que va más allá de lo meramente fáctico, práctico, estrictamente necesario, puntualmente pautado, orgánicamente planificado, ajustadamente proyectado, justificadamente provechoso, idealmente anhelado… porque eso también juega, es decir, es importante. “Mamá, papá, resulta que no es la mujer de mis sueños, pero resultó ser la mujer de mi vida”. Y mostramos que teníamos juego en relación con un molde, con unas expectativas, que no eran las nuestras. “Mi entrenador me dijo que haga tal juego, pero en la cancha vi otra cosa, y me jugué improvisando por otro lado”.

Ni siquiera se trata de desobedecer. Pensarlo así, incluso, es empequeñecerlo. Será que estás poniendo juego, es decir, capacidad de adaptar, de responder, de incidir en tu trabajo, de dejar huella. De que respire tu vitalidad. RM

Luis María Pescetti

Escritor, músico y cantante argentino. Ha publicado más de veintiocho libros: novelas y relatos para niños y adultos en los cuales el humor, el juego filosófico y el tratamiento del diálogo, ocupan un lugar especial.

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