Desde la educación media los estudiantes son distribuidos hacia diferentes destinos, dando lugar a un proceso de selectividad, muchas veces asociado a un tipo de segregacionismo que ratifica la reproducción de las diferencias sociales. Por esta razón hoy en día se encuentra en el centro de las agendas de política educativa en diferentes países, precisamente, atendiendo a criterios relativos a la ampliación de oportunidades.
En el marco del Foro educativo, se debatió alrededor de cuatro ejes temáticos: 1) La identidad, sentido y función social de la educación media; 2) La transformación del currículo y pedagogía; 3) El rol de la docencia, y 4) El tránsito a la educación terciaria, los cuales integran preguntas recurrentes de estudiantes, padres de familia, docentes, académicos, ciudadanos y orientadores de la política en distintas regiones del país.
La identidad, sentido y función de la educación media es, quizá, el componente preponderante en la definición de una política educativa. Si bien en la educación básica hay cierto acuerdo sobre su finalidad, es claro que en la educación media no se ha llegado a acuerdos. Inicialmente, estuvo destinado a garantizar el tránsito seguro de una élite hacia los estudios universitarios. Al ir integrando nuevos grupos y sectores sociales se fueron dinamizando las demandas crecientes por niveles educativos más altos, lo que ha llevado a plantear su universalización y obligatoriedad, aún cuando sus funciones se observan todavía dispersas.
Hay una tensión muy fuerte entre lo que se enseña, la manera como se enseña y las habilidades que es necesario adquirir para participar en un mundo globalizado y dominado por la sociedad del conocimiento.
Se reconoce una situación de crisis de identidad del nivel medio. A decir de Claudio de Moura, no hay acuerdos sobre su denominación ni el papel preponderante que ha de cumplir en medio de objetivos contradictorios que se le han adjudicado: brindar educación general, formar para el trabajo, preparar para la educación superior, ofrecer orientación vocacional, formar la nueva ciudadanía, educar en sexualidad, etc. No hay acuerdos ni siquiera en su denominación: ¿es un nivel medio?, ¿es secundaria superior?, se trata de un nivel de tránsito y, de ser así, ¿de tránsito a qué?
Desde otro ángulo, se ha defendido un papel importante en la vinculación al mundo del trabajo. De hecho, esa fue la función que se le confirió cuando se expandió a sectores sociales diversos, dando lugar a una dicotomía de funciones. Por un lado, preparar a un grupo privilegiado para continuar la educación universitaria y, por otro, a los sectores de menores ingresos en una educación vocacional o media técnica orientada al trabajo. Con esta dualidad, los estudiantes fueron seleccionados según origen socioeconómico a manera de encarrilamiento (tracking, streaming).
En este aspecto se identifica uno de los principales dilemas de la política educativa actual: ¿se debe formar para la vinculación inmediata al trabajo?, o, por el contrario, ¿concentrarse en la formación general y básica para el aprendizaje permanente? La reflexión contrapone, por un lado, la tendencia creciente a concebir la formación de las competencias básicas que requiere el ciudadano de hoy frente a la especialización temprana a la que se llega mediante una educación que enfatiza en campos vocacionales.
Ha ido tomando fuerza la tendencia a concebir el papel de la educación media en la generación de habilidades para interpretar y comprender los cambios culturales, tecnológicos, científicos, artísticos, etc. y forjar la formación personal de los jóvenes, de tal manera que puedan mantenerse activos en medio de un clima de cambio permanente en todos los ámbitos de la sociedad. Al tiempo se ha observado que, formar específicamente para el trabajo es supremamente difícil dado que el sistema educativo no puede transformarse al mismo ritmo de los cambios científico- tecnológicos que inciden en la mutabilidad de las ocupaciones y profesiones.
Pasar de una educación basada en saberes declarativos hacia un enfoque por competencias demanda afianzar nuevas concepciones curriculares y pedagógicas, las cuales convergen en la particular necesidad de definir un nuevo rol docente.
Sin embargo, todavía se considera la necesidad de brindar formación laboral en aquellos sectores sociales en los que no hay oferta cercana y pertinente de educación profesional. Y en este punto se señala otro riesgo: las tendencias muestran lo inconveniente que resulta propiciar la elección de ocupación a edades tan tempranas, sin antes haber asegurado la formación de las competencias básicas para vivir en escenarios sociales propios del siglo XXI: definido por la globalización, la sociedad del conocimiento e información y la llamada modernización líquida1 . Las experiencias internacionales, como lo muestra el caso Polonia y Brasil, ponen de relieve que cuando se prioriza la formación vocacional
o técnica centrada en oficios puntuales, esta deviene fácilmente en la configuración de callejones sin salida para sus egresados, dada la rápida caducidad de las especialidades.
La redefinición del currículo y la pedagogía concentra otro debate en torno, precisamente, a la necesidad de formar a los estudiantes para que proyecten su formación hacia el aprendizaje a lo largo de la vida. Los bajos logros educativos que, en general, presentan sus estudiantes ponen en evidencia el traslado de los problemas de la educación media a la superior, como lo señala De Moura. En particular se refieren carencias en: lecto-escritura, competencias digitales, capacidad de comprensión de los hechos y desafíos que encierran la vida en el mundo actual.
Los jóvenes no saben utilizar lo que se les enseña en hechos concretos de la vida diaria. Hay una tensión muy fuerte entre lo que se enseña, la manera como se enseña y las habilidades que es necesario adquirir para participar en un mundo globalizado y dominado por la sociedad del conocimiento. Todavía se conservan formas tradicionales de transmisión de conocimiento por la vía de la memorización, cuando lo que se requiere es fortalecer las capacidades y habilidades para la comprensión de asuntos sociales, del trabajo, la cotidianidad y de sus problemáticas.
Pasar de una educación basada en saberes declarativos hacia un enfoque por competencias demanda afianzar nuevas concepciones curriculares y pedagógicas, las cuales convergen en la particular necesidad de definir un nuevo rol docente. El desafío de política en este punto se ubica en el terreno de la implementación y la transformación de las prácticas escolares.
Sobresale la necesidad de constituir un nuevo rol de la docencia adecuada para formar competencias en los estudiantes. Se refiere a un docente: con capacidad para interpretar, comprender y formular hipótesis a partir del análisis de la información disponible. Igualmente, con actitudes y habilidades para el aprendizaje permanente. Se lo concibe, como orientador y motivador. Con capacidad para apropiar una pedagogía definida por las didácticas, diseño y planificación de los ambientes de aprendizaje. También se ha señalado como un aspecto del rol docente, la actuación en el escenario educativo. El ser sujeto expresivo es ser sujeto de lenguaje (Tenti, Emilio).
Frente a la preparación de los jóvenes para el tránsito a la educación terciaria, los retos que enfrentan los sistemas educativos remiten a la gran velocidad de los cambios tecnológicos. La pregunta se concentra en la puntería del sistema educativo para programar carreras con potencial en campos de formación profesional y, de esta manera, anticiparse al cambio. El factor clave, lo constituye, nuevamente la capacidad de innovación para crear lo que aparece en el mundo del trabajo y reformular lo que ya existe.
En síntesis, redefinir la educación media va más allá de su propio ámbito. Abarca todo el sistema educativo dado que implica: nueva concepción del rol docente con políticas claras para su enganche laboral; pensar seriamente su universalización, transformar el currículo en relación con la educación básica y superior. Significa pensar el resto de la vida de sus estudiantes.