Entre los temas o aspectos fundamentales de la didáctica está el del conocimiento y uso del espacio.
Me refiero, por supuesto, al papel del ambiente o el escenario en los procesos formativos. A ese “lenguaje silencioso” del que hablara Edward Hall y que estudió profundamente en su libro La dimensión oculta. Un aspecto que si es desconocido o subvalorado por el docente conlleva a la desatención del grupo o, lo que es peor, a la pérdida del control del auditorio.
Varios aspectos sería oportuno explicar de la próxemica, que es el nombre con el cual Hall bautizó este tipo de lenguaje. El primero de ellos tiene que ver con el papel de las distancias en el acto pedagógico. Hall decía que había cuatro distancias básicas: la pública, la social, la personal y la íntima. De la más pública a la más privada; de la más lejana a la más cercana. El uso estratégico de estas distancias es lo que permite la confianza, la confidencia y el trato fraterno. Si el maestro ignora este aspecto de la proxémica le será indiferente usar una u otra distancia con sus alumnos, le dará lo mismo darles la espalda o saludarlos personalmente al comienzo de su clase. Y si, por el contrario, saca provecho de este conocimiento conseguirá convertir las distancias públicas en distancias personales o íntimas. Ya no tratará con una masa sino con particularidades, con seres no abstractos sino con rostro definido. Si el maestro presta cuidado al papel estratégico de las distancias muy fácilmente logrará la visa para entrar al territorio de sus estudiantes.
Otro aspecto de la profética es el de las líneas de fuerza. Indico con ello el lugar donde el maestro debe ubicarse para encontrar el mayor campo de atracción, la más alta zona de influencia. Esas líneas de fuerza están, por lo general, en las diagonales de los salones o los auditorios. Así que, si el docente saber ubicarse en tales coordenadas, le será fácil mantener la atención y movilizar el interés del público. Digamos que las líneas de fuerza son como campos imantados o de alta atracción para un grupo. Hacia allí es que se dirigen las miradas, hacia allí convergen la curiosidad y la expectativa. No sobra decir que para reconocer las líneas de fuerza basta con abrir los brazos, a la manera de un compás, y lo que quepa en ese ángulo será el campo de atracción al que nos estamos refiriendo.
Pero si el maestro desea mantener viva la motivación del grupo, necesita mover las líneas de fuerza, desplazarlas a la manera de un péndulo. Tal movimiento lo he llamado marcación del territorio, haciendo eco al teatro y la danza. Si el educador marca el territorio de su aula, si va desplazándose mientras expresa o explica, tendrá más viva la atención de sus estudiantes y renovará, por decirlo así, su lugar de enunciación, su plataforma de emisión del mensaje. La marcación del territorio se logra moviéndose dos o tres pasos, cambiando de lugar a partir de un aspecto nuevo en la exposición, de un punto de vista diferente o de un cambio de perspectiva en el discurso. Casi siempre ese desplazamiento va acompañado de un conector lógico que sirve de bisagra o puente en la charla del maestro. Hay que advertir que la marcación del territorio no es un mero caminar frente a los alumnos sino una intencionada manera de poner el cuerpo en escena, un uso estratégico del cuerpo que enseña al ponerse en escena.
Si el docente sabe ubicarse en las “líneas de fuerza” o en las coordenadas adecuadas, le será fácil mantener la atención y movilizar el interés del público.
Los aspectos anteriores son claves en la significación del espacio dentro del salón de clase. Pero también son importantes los otros espacios de la institución educativa. El patio, por ejemplo, que no es sólo un lugar para el “recreo” o la pausa académica, sino un escenario que según su diseño y organización facilita o imposibilita las interacciones entre los estudiantes. La misma arquitectura
de los colegios o las escuelas dice de esas instituciones cómo entienden la relación pedagógica o qué tanto ofrecen a los niños y jóvenes para su formación integral o cuánto ahorran a costa del hacinamiento y la pérdida de escenarios esenciales para desarrollar otras dimensiones del ser humano.
Cabe agregar que la proxémica tiene diferentes formas de manifestarse y entenderse según las culturas; y que, en esa medida, es un modo de comunicar ritos, prácticas, costumbres o maneras de interacción. En este sentido, al maestro le corresponde estar alerta para leer qué tipo de organización del espacio favorece la interacción o las relaciones grupales y cuáles provocan la apatía o el malestar del aprendiz. Es justo recordar que el espacio tiene una directa relación con el bienestar, con el sentirse cómodo o en situación agradable para aprender. Por lo mismo, no es asunto secundario la organización de las sillas en el salón de clase o el lugar donde se ubique el maestro. A veces un cambio de la habitual disposición del aula trae, como consecuencia, una renovación en el ánimo de los alumnos, al igual que una reubicación de nuestros muebles y enseres hace que tengamos una mirada diferente sobre nuestros espacios cotidianos. Por lo demás, apropiar este saber de la proxémica puede llevar a comprender de otra manera la “disciplina” o el denominado control de grupo. Lo importante, entonces, es ser conscientes de este otro aspecto de la didáctica, con el fin de combinarlo adecuadamente con la palabra, el cuerpo, los recursos tecnológicos y otras mediaciones propias del quehacer docente.
Al maestro le corresponde estar alerta para leer qué tipo de organización del espacio favorece la interacción o las relaciones grupales y cuáles provocan la apatía o el malestar del aprendiz.