Entrevista tomada de: https://roserbatlle.net/aprendizaje-servicio/mis-articulos-y-entrevistas-aps/. Ciudadanos capaces de cambiar un mundo lleno de desolación. Artículo para la revista Empresa Responsable de DKV Seguros, entidad que apadrina los Premios Aprendizaje-Servicio en la modalidad de Promoción de la Salud y Prevención de la Obesidad. Septiembre de 2019.
¿Cuál es la finalidad última de la educación? ¿Mejorar la competencia y el currículum individual para progresar como individuos? ¿O fomentar la solidaridad para transformar este mundo?
Para la pedagoga Roser Batlle, la respuesta es clara: enseñar a los jóvenes a ser competentes siendo útiles a la sociedad.
Para lograr su cometido contribuyó a crear en el 2008 la Red Española de Aprendizaje-Servicio, una asociación sin ánimo de lucro que tiene como misión que los jóvenes no solo estén preocupados por su currículum o su desempeño profesional, sino que creen un mundo mejor.
Por tanto, es un instrumento pedagógico, una herramienta para educar mejor. DKV, consciente de cómo esta metodología contribuye a un mundo mejor y más saludable, apoya anualmente los Premios Aprendizaje–Servicio, en la categoría de prevención y obesidad infantil.
¿Cuál es el germen de esta metodología educativa?
No hay un consenso global sobre dónde nació. Nosotros decimos que no es un invento, sino un descubrimiento de los educadores, que se dan cuenta de que los alumnos aprenden y se motivan muchísimo más cuando aquello que hacen es útil para otros. Los primeros países que profundizaron en el tema fueron México y Estados Unidos, y, aunque existía literatura pedagógica con experiencias de aprendizaje–servicio desde el siglo XIX, no fue hasta los años 60 cuando se le puso nombre (Service Learning). En España no es muy diferente. El término empieza a ser conocido en el año 2003-2004, pero mucho antes de que supieran que eso era aprendizaje-servicio, ya lo estaba haciendo.
¿Y en tu caso concreto? ¿Cómo llegaste?
Cuando rasco un poco en mi experiencia educativa, estuve practicando aprendizaje-servicio con los chicos de mi barrio, en Bellvitge, Hospitalet, desde los años 70, pero yo tampoco sabía que eso era aprendizaje-servicio. Con ellos organizamos unos campos de trabajo en el Pirineo para ayudar a los guardas forestales en el mantenimiento del parque natural de Sant Maurici (limpieza, señalización de caminos, arreglo de un puente que cruzaba el río…). A los educadores no solo nos movía el deseo de ser útiles a los guardas forestales y colaborar con estado de conservación del parque, sino también el objetivo claramente pedagógico de que los chicos y chicas aprendieran sobre la vegetación, la fauna y ecología del parque.
Vivimos en un mundo lleno de contradicciones. La humanidad vive los mayores avances científicos, tecnológicos y de innovación de su historia. Pero, a su vez, gran parte de la población sufre las consecuencias de la pobreza, las guerras, el tráfico de armas y personas, o de los desastres naturales.
Ante semejante coyuntura, ¿cuál es la finalidad última de la educación? Para la pedagoga Roser Batlle, la respuesta es clara: enseñar a los jóvenes a ser competentes siendo útiles a la sociedad.
El objetivo, nada desdeñable, se logra haciendo algo tan simple como que los alumnos aprendan a la vez que realizan un servicio a la comunidad. Aprovechando la clase de música para montar un concierto en la residencia de ancianos; la de matemáticas para organizar una campaña de captación de fondos para una causa solidaria; la de biología para una campaña de donación de sangre; la de educación física para estimular la motricidad de los niños y niñas discapacitados; la de ciencias sociales para apadrinar un monumento de la ciudad…
Otro aspecto positivo es que mezcla muchas disciplinas en una sola actividad
El aprendizaje-servicio se puede abordar desde cualquier asignatura. Por ejemplo, las relacionadas con donación de sangre se suelen ubicar en clase de ciencias naturales o biología, pero a veces también se vinculan a clases de lengua, porque el reto que les propone el Banco de Sangre es montar una campaña de donación en su propio barrio, para lo cual tienen que ir a la radio para convencer a la gente que done, o hablar con el jefe del supermercado para que deje salir a sus trabajadores media hora. O con la clase de plástica, para diseñar carteles, o en la de tecnología para montar videoclips y moverlos viralmente. Luego, cuando el Banco de Sangre o el hospital les devuelve los datos, en la clase de matemáticas trabajan temas estadísticos. Un proyecto de este estilo se puede ubicar en la asignatura que quieras.
¿Qué beneficios tiene, frente a la educación tradicional?
El principal beneficio es que lo que los chicos estudian, tiene que revertir en la comunidad. Vale que estudien para mejorar su CV personal y para ser personas más capacitadas, para lograr un puesto de trabajo mañana, pero también tienen que entender que estudian para ser capaces de mejorar la sociedad que les rodea, en la que están inmersos. En una clase tradicional, la aplicación siempre queda aplazada al mañana. Es más difícil que vean la utilidad práctica, sobre todo social, de aquello que están aprendiendo.
¿Cuál es su nivel de adopción?
No hay ningún censo, porque las escuelas no están obligadas a registrar que están haciendo aprendizaje-servicio, igual que no están obligadas a inscribir con qué método enseñan a los niños a leer y escribir. Sin embargo, podemos tomar como referencia cómo han evolucionado las candidaturas a los premios. El primer año, 2015, tuvimos 146 proyectos. En 2016, 171. En 2017, 244. Y en 2018, 302 proyectos, lo que representa un 24% más que el año anterior. Lo más interesante es que 302 proyectos no equivalen a 302 centros educativos. Equivale a 523, porque hay proyectos compartidos por más de un centro, como el de “Amigos activos”, que ganó el premio que concede DKV en la categoría de prevención y obesidad y que está compartido por 40 escuelas.
Otro aspecto relevante del aprendizaje-servicio es lo que defines como el “círculo virtuoso entre centros educativos e instituciones”. ¿Por qué es tan importante?
El 99% de los proyectos de aprendizaje-servicio en este país no se pueden hacer sin un acuerdo con la comunidad. La escuela no puede ir a plantar árboles donde le dé la gana. No puede irrumpir en una residencia de ancianos sin haberse puesto de acuerdo para desarrollar un taller de estimulación de la memoria. Los proyectos, como son de intervención en la comunidad, tienen que contar con ella. Por eso, uno de los valores añadidos es que la escuela aprende a relacionarse con otras instituciones, porque las necesita. Y esas otras instituciones, que pueden ser ayuntamientos, empresas privadas…, también aprenden a trabajar con la escuela. Todo eso revierte en lo que se ha llamado capital social de los territorios: la capacidad que tiene un territorio hacer frente común a sus retos y problemas sociales, se llamen soledad de los ancianos, falta de sangre en los hospitales, deforestación o aumento de la obesidad.
Personalmente, ¿qué es lo que te resulta más satisfactorio?
Sobre todo, la importancia del trabajo en red. Eso nos ha pasado a todos los que nos hemos puesto a impulsar aprendizaje-servicio, hemos aprendido a hacerlo y hemos palpado los beneficios tangibles: cómo se multiplican los resultados, cómo aumenta la satisfacción, la felicidad de los colectivos y las personas, el hecho de no sentirse solo luchando contra los elementos. Generas redes con gente que hace cosas estupendas de manera anónima y que te animan a continuar. RM