Migrar del paradigma industrial al paradigma posmoderno supone aceptar que los contenidos que configuran nuestras clases no son la verdad, son el resultado de múltiples interacciones de la información que decidimos incorporar junto con nuestro estado de ánimo; lo que nos pasó el día anterior, lo que está ocurriendo en un momento determinado en el exterior del aula, aquello que nos ocurrió cuando éramos niños y que no tenemos tan firmemente olvidado en el inconsciente. Entender el currículum como una representación, como una creación, desplaza hacia nuevos lugares la profesión de las docentes, ya que transforma el paradigma del profesor como transmisor y como técnico en el paradigma del profesor como productor cultural, como creador, como artista, pero, sobre todo, como intelectual transformativo, un agente político que, al entender su docencia como una cadena de microrrevoluciones, es capaz de cambiar el mundo.
A pesar de que resulta obvio que no se puede hablar de objetividad en un acto pedagógico, he necesitado reflexionar mucho sobre la pedagogía para llegar a entender esta realidad, porque desde los comienzos de mi vida escolar −tanto en el aula como fuera de ella− me han repetido hasta la saciedad que la información con la que se trabaja en las instituciones educativas es rigurosamente objetiva y científica, y que los profesores somos poco más que una especie de expendedor de información que no interviene en la selección y montaje de los contenidos, esos contenidos creados por investigadores competentes.
El momento en que me di cuenta de que la pedagogía no funciona de esta manera fue cuando leí el libro de Elizabeth Ellsworth titulado Posiciones en la enseñanza, en concreto el capítulo «Los medios no reflejan la realidad» 1 ; entonces comprendí que los currículos son sistemas de representación, pues no reflejan la realidad sino que la construyen. Para que se pueda producir el cambio de paradigma en educación que necesitamos es fundamental que los docentes comprendamos que nuestro trabajo se parece mucho al de una directora de cine, al de una novelista o al de una diseñadora, porque aceptar el inconsciente nos aleja cada vez más de los parámetros positivistas y cuantitativos, y en cambio nos acerca a la certeza de un currículum aceptado como una narración, como un discurso individual y profundamente subjetivo.
Los educadores somos productores culturales
Aceptar el currículum como una construcción cultural subjetiva, como una película, entronca con la idea de reivindicar el papel de las educadoras desde la perspectiva de la creación contemporánea: el trabajo de un profesor cada vez se parece más al trabajo de un artista, y los paralelismos entre ambas figuras son más adecuados que los que existen con respecto al imaginario del profesor como técnico. Enseñar constituye un trabajo profundamente intelectual vinculado con la transformación de la realidad, y la dirección en la que esa realidad se transforme dependerá del punto de vista que elijamos como docentes. Esta decisión nos sitúa en la brecha entre ser docentes reproductores o docentes creadores.
Entendiéndonos como creadores, quizá la competencia más importante que deba desarrollar la educadora en su trabajo diario sea la creatividad. Por lo tanto, no hay que tenerla en cuenta solo cuando hablamos de los estudiantes, de los publicistas o de los artistas, porque la creatividad es una competencia necesaria para ejercer la pedagogía en el siglo XXI, cuando el conocimiento está ahí fuera, en la Red, y nosotras, como profesoras, dejamos de ser sus distribuidoras para convertirnos en sus generadoras: nuestra función consiste en crear una descarga eléctrica, a medio camino entre el placer y el abismo, para que los estudiantes recuperen la pasión por aprender y por explorar los temas que más les interesen. Esta idea de convertirnos en proveedores de descargas nos obliga a ser creativos, porque nuestro principal reto será diseñar arquitecturas de creación de conocimiento en paralelo a Netflix, HBO o Nintendo.
El creador del siglo XXI ya no es el creador del siglo XIX. En un mundo hipertecnificado, en el que la figura del experto se ha visto completamente modificada, ser autor difiere mucho de lo que entendíamos como tal en épocas anteriores; podría ser algo parecido a la definición de artista visual que nos ofrece Nicolas Bourriaud:
Para ellos [los artistas actuales] no se trata ya de elaborar una forma a partir de un material en bruto, sino de trabajar con objetos que ya están circulando en el mercado cultural […]. Las nociones de originalidad (estar en el origen de…) e incluso de creación (hacer a partir de nada) se difuminan así lentamente en este nuevo paisaje cultural formado por las figuras gemelas del DJ y del programador, que tienen ambos la tarea de seleccionar objetos culturales e insertarlos dentro de contextos definidos 2 .
Remixear es crear, no copiar
Bourriaud es uno de los teóricos que ha desarrollado las reflexiones más interesantes sobre los roles del artista en la actualidad. Sus libros Estética relacional 3 y Postproducción pueden entenderse como ensayos sobre arte contemporáneo o… como ensayos íntimamente relacionados con la pedagogía. Según el comisario y crítico francés, en el siglo XXI el término autor (ya seamos músicos, cocineros o profesores) cobra un nuevo sentido: creamos a partir de las ideas de otros. La idea de producir el conocimiento de manera rizomática, planteada por Gilles Deleuze y Félix Guattari 4 , plantea que copiar es (re)generar; por lo tanto, cuando un DJ pincha está generando un discurso personal, al ordenar de una determinada manera la música de los demás. En Postproducción, Bourriaud defiende la teoría del artista como DJ, un creador que trabaja con lo creado porque «todas estas prácticas artísticas […] tienen en común el hecho de recurrir a formas ya producidas. Atestiguan una voluntad de inscribir la obra de arte en el interior de una red de signos y de significaciones, en lugar de considerarla como una forma autónoma u original». Al leer estas reflexiones, los paralelismos con el trabajo del profesor resultan inmediatos; podemos sustituir los términos prácticas artísticas por prácticas pedagógicas y arte por currículum, y de repente todo cobra sentido:
Todas estas prácticas pedagógicas […] tienen en común el hecho de recurrir a formas ya producidas. Atestiguan una voluntad de inscribir el currículum en el interior de una red de signos y de significaciones, en lugar de considerarlo como una forma autónoma u original 5 .
Bourriaud lo tiene claro, en la actualidad resulta impensable crear algo desde la nada, y esta idea está íntimamente conectada con la del rizoma. Cuando creamos, partimos siempre de un input anterior, de manera que (re)conexionamos, y la creación genuina y completamente original deja de tener sentido. Quizá reprogramar sea un verbo nuevo para los artistas actuales, pero, si lo analizamos bien, es una labor que los profesores hemos hecho siempre, porque el contenido con el que hemos trabajado ha sido completamente nuestro solo en contadas ocasiones. Por esta razón, la base sobre la que cimentar la labor docente en el siglo XXI debe ser la del profesor como DJ, al explicitar nuestro trabajo como remixeadores, validando la idea de que remixear es crear en vez de copiar. RM
Referencias
- Elizabeth Ellsworth, Posiciones en la enseñanza. Diferencia, pedagogía y el poder de la direccionalidad, Madrid, Akal, 2005.
- Nicolas Bourriaud, Postproducción. La cultura como escenario: modos en que el arte reprograma el mundo contemporáneo, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2009.
- Nicolas Bourriaud, Estética relacional, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2006.
- Lo hacen en su clásico El anti-Edipo: capitalismo y esquizofrenia (1972), Valencia, Pretextos, 2008.
- Postproducción, op. cit.