ActualidadEdición 17

Un profesor llamado espacio

Relacionando los espacios de aprendizaje y las metodologías educativas del siglo XX.

Vivimos tiempos complejos en los que cada vez nos resulta más difícil adaptarnos al vertiginoso ritmo de cambios de esta sociedad de la hiperconectividad y el conocimiento compartido. Estar al día o simplemente conseguir cumplir nuevos retos u objetivos, parece una tarea casi inalcanzable debido al incesante bombardeo de enormes cantidades de información, de nuevos productos, nuevas propuestas, aplicaciones o metodologías.

Muchas organizaciones educativas se están viendo inmersas en una profunda crisis, al no ser capaces de responder adecuadamente a tantos y tan acelerados cambios, aun cuando son conscientes de la necesidad y urgencia de transformarse para ocupar una posición relevante en un mercado educativo global y altamente competitivo. Ahora es más necesario que nunca detectar nuevas posibilidades, nuevas conexiones y relaciones sutiles e inexploradas; generar innovación de manera ágil, rápida y sistemática, e identificar claramente el valor a aportar a nuestra sociedad.

La actual hiperconexión y la constante lluvia de datos a la que tenemos acceso gracias a las nuevas tecnologías, Internet y las redes sociales, nos permite avanzar, aprender y crecer de manera exponencial. Pero solo aquellos que estén preparados y sean lo suficientemente abiertos, flexibles y creativos para adaptarse (o incluso anticiparse) a estos procesos de “cambio constante”, podrán sobrevivir.

Como comenta Ken Robinson (https://t.co/7HjE- 9T3oy5) en su magistral charla de TED Talks “Las escuelas matan la creatividad”, en la sociedad del siglo XXI la creatividad es tan imprescindible como la alfabetización. Nuestra capacidad creativa es la más potente herramienta de adaptación y generación de ideas que la naturaleza ha dado al ser humano. Pues bien, resulta que la imaginación, base del éxito de toda creatividad, requiere de entornos adecuados que la favorezcan e impulsen. No de entornos cerrados y rancios, sino de lugares abiertos, coloridos, frescos y divertidos, en los que podamos dejar volar nuestra imaginación para dar alas a nuestra creatividad.

Es evidente que si ponemos nuestro foco de atención en los espacios de aprendizaje actuales, anodinos, cerrados y asépticos en el mejor de los casos, podemos apreciar que han cambiado muy poco a lo largo de los dos últimos siglos. Seguimos encontrando entornos propios de una educación dedicada a preparar a los jóvenes para encontrar trabajo en aquellas fabricas inglesas de principios del siglo XIX, cuando durante la primera Revolución industrial, el método educativo lancasteriano proponían enseñar a gran cantidad de niños al mismo tiempo, en el mismo espacio físico y con los menores recursos posibles. Esta metodología resultaba ser rápida y económica para el logro de la masiva escolarización que se propusieron empresarios y altos funcionarios de Estado, quienes buscaban cubrir el acelerado crecimiento de las industrias y la necesidad de generar nuevos puestos de trabajo para su estandarizado funcionamiento y gestión.

El método lancasteriano también resultaba propicio en el cumplimiento de la misión para la cual estaban pensadas aquellas escuelas: disciplinar y estandarizar a la sociedad, es decir, el control y docilidad de la masa escolar y en consecuencia, de la población. Pero nuestra actual sociedad requiere de nuevos métodos centrados en necesidades ahora relacionadas con las nuevas tecnologías, la creatividad, el conocimiento compartido y el trabajo colaborativo. Y estas nuevas metodologías quedan incompletas si el espacio no acompaña, facilita y potencia su desarrollo e implementación.

Bill Gross (https://t.co/RwadD9M9OC), en otra excepcional charla TED expone, con múltiples evidencias, como la principal causa de éxito de cualquier movimiento u organización es el “timing”, esto es, llegar en el momento oportuno. Y no hay duda de que así está ocurriendo con las increíbles transformaciones que comienzan a tener lugar en los entornos de aprendizaje. Ha llegado el momento de que estos entornos se adapten a las necesidades de una educación para el siglo XXI, y dejen de una vez por todas de ser esas “fabricas (cárceles) del conocimiento”, en las que alumnos y profesores se aburren y desconectan de una realidad que encuentran puertas afuera de sus centros educativos (colegios, escuelas o universidades).

Así que debemos de ser conscientes de que hemos traspasado las puertas de una nueva era, una nueva cultura, una nueva sociedad. Una cultura que demanda una nueva educación transformadora, basada en diferentes modos de enseñar y de aprender. Un nuevo modelo educativo que requiere de unos nuevos espacios de aprendizaje que generen un impacto directo sobre el cerebro que se forma, aprende y memoriza. (Según un estudio de la Universidad de Salfor, UK-www.sciencedirect.com-, “Los espacios pedagógicos en los que se tiene en cuenta el diseño mejoran el aprendizaje un 25%”). Necesitamos una nueva arquitectura que transforme los entornos “industrializados” de nuestros colegios actuales, en nuevos espacios creativos y pedagógicos pensados por y para las personas.

Se pregunta Francisco Mora en su libro Neuroeducación: “¿Por qué enseñar a los estudiantes en clases amplias, con grandes ventanales y luz natural produce más rendimiento en ellos que la enseñanza en clases angostas y pobremente iluminadas?… ¿Es posible que la arquitectura de los colegios no responda hoy a lo que de verdad requiere el proceso cognitivo y emocional para aprender y memorizar acorde a los códigos del cerebro humano, y sean, además, potenciadores de agresión, insatisfacción y depresión?”.

“…¿Es posible que la arquitectura de los colegios no responda hoy a lo que de verdad requiere el proceso cognitivo y emocional para aprender y memorizar acorde a los códigos del cerebro humano, y sean, además, potenciadores de agresión, insatisfacción y depresión?”.Francisco Mora

“Pensemos que tras el nacimiento, y en solo tres años, el cerebro de un niño aumenta más de medio kilo en una vorágine en que se crean nuevos contactos sinápticos y construyen circuitos neuronales que codifican para funciones específicas. En ese tiempo ese cerebro absorbe, inconscientemente, todo cuanto le rodea, incluido y de modo importante el aire emocional que le rodea sea vivo o inerte, sean personas o animales, sean cosas o casas, colores, movimientos y un largo etcétera. ¿Hasta qué punto todo esto no influye, disminuye o incluso pudiera apagar la luz abierta de la mente de un niño? ¿Acaso no estamos aprendiendo ya, de forma firme, la tremenda interdependencia del cerebro con el medio que le rodea, siempre dirigido al aprendizaje del entorno y solo para salvaguardar la supervivencia del individuo?” escribe Francisco Mora. Es evidente que si queremos activar y estimular las emociones, nuestro espacio emocional, debemos transformar y mejorar el espacio físico.

Es en este punto en el que la neurodidáctica y la neuroarquitectura se fusionan produciendo la conexión entre el cerebro, los espacios y los procesos de enseñanza–aprendizaje, y haciendo que el propio proceso sea más eficaz y favorezca el desarrollo de las capacidades creativas de alumnos y profesores. Está demostrado que creando distintos espacios generamos diferentes emociones. Hay recepciones que nos saludan, nos abrazan y cuentan historias, pasillos que ya no son de paso sino de conexión y estancia, espacios compartidos para el

estudio cooperativo y el ocio, aulas multifuncionales que despiertan la curiosidad y la atención como base de todo aprendizaje. Y por supuesto, hemos de incorporar la exploración, la innovación, el juego y la emoción en estos nuevos entornos experienciales, fluidos, sostenibles, accesibles a la tecnología, facilitadores de la comunicación y estimuladores de nuestros cinco sentidos.

Decía Loris Malaguzzi, el gran pedagogo italiano de los años 50 fundador de las escuelas Reggio Emilia, que los niños tienen tres maestros: el primero, los adultos, sus profesores, padres y familiares; el segundo, los otros niños, sus compañeros y amigos; y el tercero, el entorno construido, su colegio, su casa, su ciudad. Es evidente que el espacio es un elemento más de la actividad docente, el llamado tercer profesor. El ambiente del centro y del aula constituye un instrumento muy valioso para el aprendizaje, y por eso ha de ser objeto de reflexión y de planificación. Por tanto, es necesario estructurarlo y organizarlo adecuadamente.

“Su diseño y uso promueve relaciones, comunicaciones y encuentros” (Gandini, 1993). “Hay un orden y belleza implícito en el diseño y organización del espacio, equipo y materiales en una escuela” (Lewin, 1995). Cada esquina de cada espacio debe tener su identidad y propósito, y así es valorado por niños y adultos.

Por tanto, como un profesor más, el espacio se convierte en factor didáctico puesto que se debe amoldar y facilitar a las nuevas metodologías de aprendizaje, ayudando a definir la situación de enseñanza–aprendizaje, permitiendo crear un ambiente estimulante para el desarrollo de todas las capacidades del alumnado, así como favoreciendo la autonomía y motivación del equipo de profesores.

No menos importante es el hecho de que diseñar espacios educativos adoptando la teoría de que el espacio es el “tercer educador” y un elemento integral de la experiencia educativa, conlleva aceptar que los arquitectos no solo diseñamos objetos y formas, sino que tenemos la responsabilidad de facilitar el desarrollo de escenarios que propicien nuevos comportamientos. Hablamos entonces de que debe quedar en un segundo plano la idea del arquitecto como diseñador y artista solitario, dejando paso a una arquitectura y diseño de espacios educativos como un disciplina inevitablemente colaborativa, en el que tiene cabida toda la comunidad educativa. Los usuarios se han convertido en diseñadores, y mientras antes eran meros consumidores, ahora los clientes exigen formar parte del proceso creativo de sus productos.

A este respecto, Iñaki Ortega, autor del libro “Millennials, inventa tu empleo” y gran especialista en los nuevos modos y comportamientos de las nuevas generaciones, escribe en su reconocido blog: “La particular organización del conocimiento en la mente de la Generación Z (aquellos nacidos entre el 2.000 y el 2016) es llevar a alumbrar un nuevo modelo de innovación. Sus miembros ya no buscan “salir de la caja” (término que utilizan las nuevas generaciones para indicar la salida de la “zona de confort”), sino que se preparan para construir su propia “caja”, desde su propia experiencia educativa y personal; y las ideas innovadoras surgirán del singular modo en que combinan información procedente de fuentes de lo más diverso” (http:// ow.ly/MTsW3052tLN). Mientras que los Millennials exigen la particularización y calidad de los productos que les ofrecen las marcas, la Generación Z quiere participar en el diseño, y personalización de los productos que van a adquirir y consumir.

Vemos como, una vez más, vuelve a aflorar la necesidad de la creatividad como habilidad clave para la transformación y el éxito de cualquier proyecto, ya sea sobre el diseño de un coche, de una experiencia de viaje o de un nuevo espacio educativo. Los usuarios, los componentes de una comunidad, han tomado el mando y quieren participar de forma activa en la toma de decisiones, la definición, el diseño y la puesta en practica de las nuevas propuestas. Para ello, en el año 2001, la consultora americana de diseño y creatividad IDEO, lanzó al ecosistema de las empresas innovadoras una metodología para la creatividad, la generación de ideas y propuestas de valor de forma sistemática, con el foco puesto en el usuario. Se trata del design thinking, un proceso que involucra a los usuarios en la definición de las soluciones, transformándoles en diseñadores de sus propios productos o espacios.

En los últimos años, el design thinking se ha erigido como una disciplina de gran utilidad y potencial, enfocada a fomentar la innovación en las organizaciones de una forma eficaz y exitosa. Esto se debe a que, gracias a su aplicación, se generan importantes beneficios en el diseño de soluciones, permitiendo a dichas organizaciones obtener e implementar resultados óptimos y resolver conflictos de competencias en la toma de decisiones.

Del mismo modo que el design thinking se está usando para la innovación de distintas empresas de distintos ámbitos, actualmente también se esta poniendo en práctica para la transformación de organizaciones educativas, a través de la transformación de sus espacios, e involucrando en dichos procesos a los distintos agentes de la comunidad educativa: dirección, profesorado, alumnos y padres.

El design thinking se presenta para las entidades educativas como una metodología creativa para desarrollar la innovación centrada en su comunidad, ofreciendo una lente a través de la cual se pueden observar los retos, detectar necesidades y finalmente, solucionarlas e implementar los cambios necesarios. En otras palabras, el design thinking es un enfoque que se sirve del conocimiento de los usuarios (dirección, profesores, alumnos y padres) como verdaderos arquitectos de sus propios espacios educativos; de la sensibilidad y el conocimiento técnico del arquitecto o diseñador, y de la dinamización de un método de resolución de problemas capaz de satisfacer las necesidades de los centros educativos de una forma que sea técnicamente factible y económicamente viable.

El design thinking se presenta para las entidades educativas como una metodología creativa para desarrollar la innovación centrada en su comunidad, ofreciendo una lente a través de la cual se pueden observar los retos, detectar necesidades y finalmente, solucionarlas e implementar los cambios necesarios”.

Y no podemos obviar la principal aportación de la metodología design thinking al sector de las organizaciones educativas. Dado que en este proceso se involucra a todos los miembros de la comunidad educativa, liderados por la dirección del centro, en las soluciones adoptadas se materializa de forma directa la identidad de la propia organización, su visión y valores, trasladando “identidad e imagen de marca” a “identidad e imagen de espacio”. De este modo, se obtiene la definitiva personalización “física y visual” de los distintos centros educativos, lo que los hace reconocibles y auténticos.

Desde redex.es hemos podido constatar el impacto de esta metodología a través de varios workshops denominados “Eres el arquitecto de tu propio colegio”, puestos en práctica durante el 2016 en distintos colegios como el Colegio Agustinos de Alicante, el Colegio Mirasur de Pinto (Madrid), el Colegio Jesús Maestro de Madrid, CEIP Las Castillas en Guadalajara, etc. A través de estos talleres, hemos transformado conjuntamente con sus comunidades educativas los distintos espacios de dichos centros escolares, rediseñando y adaptando sus espacios a las nuevas metodologías educativas que han ido implementando, pero que no se podían poner en practica de forma fluida y adecuada debido a la falta de un escenario acorde a su desarrollo. De una manera lo más sostenible y menos intrusiva posible, hemos reaprovechado, regenerado y actualizado dichos escenarios de aprendizaje, adecuándolos a las nuevas necesidades planteadas.

No es necesario partir de cero ni construir nuevos edificios. El compromiso consiste en reutilizar al máximo lo existente, dándole nuevos usos y reconvirtiendo aquello ya obsoleto. De eso trata la verdadera sostenibilidad. Conjuntamente, arquitectos, profesores y alumnos imaginan, diseñan y ejecutan espacios versátiles y polivalentes, adaptados a los requerimientos de las metodologías activas, al uso docente de las nuevas tecnologías y a los espacios emocionales acordes a una nueva educación, con un mobiliario móvil, adaptable y personalizado, con paredes flexibles, lienzos de comunicación para compartir ideas y mensajes, decoraciones alegres y vanguardistas, ajardinamientos interiores que transmiten bienestar y alegría, colores vivos y texturas adecuadas, incrementando y dirigiendo la iluminación natural, implementando nuevas instalaciones para conseguir mayor confort… y todo ello al servicio de las personas, de la utilidad, la funcionalidad, la estética y de una economía más sostenible y colaborativa.

Y todo ello integrado en los principios de una arquitectura que se acerca a la neurociencia (neuroarquitectura) para comprender mejor cómo el cerebro analiza, interpreta y reconstruye el espacio, aportando valiosas pistas a la hora de diseñar los entornos de aprendizaje. Pero hay muchos más. Como escribe Cristina Sáez en su imprescindible post “Edificios con neuronas”, de mayo de 2014, “los últimos avances en neurociencia pueden explicar ahora de qué manera percibimos el mundo que nos rodea, cómo nos movemos en el espacio y cuál es la manera en que el espacio físico puede condicionar nuestra cognición, capacidad de resolver problemas incluso estado de ánimo”.

“Gracias a esta disciplina podemos comprobar cómo “una iluminación artificial deficiente no ayuda al cerebro que debe esforzarse mucho más; eso en las empresas puede influir en una baja productividad y en las escuelas en un bajo rendimiento”, explica la bióloga experta en arquitectura Elisabet Silvestre. Enotrocasodeestudio,elInstitutodeNeurociencias de los Países Bajos determinó que “aquellas personas que viven en entornos mejor iluminados tienen un 5% menos de pérdida de capacidad cognitiva y sufren un 19% menos de casos de depresión”.

“La altura del techo también nos afecta. En el 2007, John Meyers–Levy, un profesor de marketing de la Universidad de Minnesota, colocó a cien voluntarios en una sala que tenía tres metros de altura; y a otras 100 personas en una sala con un techo de 2,40 m. Entonces, les pidió que clasificaran una serie de deportes por categorías que ellos debían escoger. Meyers–Levy comprobó que aquellos que estaban en la sala con el techo más alto habían llegado a clasificaciones más abstractas y creativas, mientras que los del techo más bajo optaron por criterios más concretos. Quizás este tipo de techos son muy adecuados para un quirófano, en que el cirujano debe concentrarse bien en los detalles, mientras que techos altos puede que sean más apropiados para talleres de artistas o escuelas”.

“Y como no, otro elemento clave son las zonas verdes. En el 2007 se publicó un estudio realizado por Nancy Welles, una psicóloga ambiental de la Universidad de Cornell, quien había analizado el comportamiento de niños de entre 7 y 12 años tras una mudanza familiar. Welles se percató de que si los chavales desde la nueva casa tenían vistas a algún espacio natural, como un parque o un jardín, conseguían mejores resultados en un test de atención. Y lo mismo en las escuelas: los alumnos que aprenden en aulas que ofrecen vistas a espacios verdes obtienen mejores notas que quienes ven edificios. Contemplar la naturaleza tiene un efecto restaurador para la mente y aumenta nuestra capacidad de concentración”, señala Cristina Sáez.

Resulta evidente que debemos contar con la neuroarquitectura para aportar soluciones óptimas al buen diseño de las escuelas, implementando instalaciones que favorezcan el confort ambiental (iluminación, ventilación y aromaterapia, insonorización y acondicionamiento acústico, colorimetría, texturas, paisajismo, dimensión y escala de los espacios, etc.). “Un buen diseño de la escuela puede explicar que varíen del 10 al 15% las puntuaciones de los alumnos de enseñanza primaria en una prueba de lectura y de mates, como sugiere un informe elaborado por la Universidad de Georgia en 2001” confirma Cristina Sáez.

Por ultimo, debemos tener en cuenta la necesidad de adaptación de los escenarios educativos a las metodologías de aprendizaje activo y cooperativo, con la consiguiente integración de las nuevas tecnologías. Necesitamos configurar ámbitos versátiles que nos permitan desarrollar adecuadamente distintas dinámicas de aprendizaje tales como las inteligencias múltiples, flipped classroom, trabajo cooperativo, actividades maker o de networking–coworking con padres. Un espacio y un mobiliario más flexible, versátil y móvil, favorecerá el desarrollo de estas metodologías, tanto para profesores como para alumnos.

Con el aprendizaje activo los estudiantes interactúan mucho más, trabajando en grupos y colaborando con compañeros y profesores. Si facilitamos su movilidad, favorecemos actividades más dinámicas, según les convenga; podrán debatir, ver una presentación, un video o una actuación con la configuración agora; podrán trabajar en grupo, con un compañero o con el profesor, preparar un trabajo con tu equipo, meditar en solitario o realizar un trabajo que necesite concentración con la configuración trabajo cooperativo; podrán construir un prototipo, realizar dinámicas de design thinking y creatividad, aplicar el DIY, investigar en las nuevas tecnologías con la configuración maker; podrán bailar, danzar, cantar, interpretar, pintar o componer música con la configuración inteligencias múltiples; podrán interactuar, compartir, conectarse y colaborar entre padres con la configuración networking–coworking.

Y no debemos olvidar que cualquier espacio es susceptible de ser espacio educativo.

Acabo con una reinterpretación de la frase con la que mi admirado José Antonio Marina culminó su maravilloso artículo ‘La era del inconsciente’: “No exagero al decir que estamos ante una revolución de nuestros espacios de educación y aprendizaje. Espero que los aprovechemos bien”.

 

 

 

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