Aun cuando parezca loable y razonable la sola mejora de la situación actual como norte de referencia de enfoques, estrategias e intervenciones educativas, no parece ser suficiente como para responder a la naturaleza y las implicaciones de los desafíos planetarios que enfrentamos como humanidad, para lograr cimentar sociedades sostenibles que ilusionen y comprometan con un futuro mejor.
La presunción de que avanzamos más hacia transformaciones sistémicas, profundas y progresivas que hacia reformas de fragmentos o de silos que tendrían la supuesta ventaja de su viabilidad, implica el reto de definir una educación de ribetes transformacionales sustentadas en claras y robustas consideraciones programáticas que se entremezclan con cuestiones ideológicas. No hay, por cierto, definiciones dadas de transformaciones ni tampoco recetarios que cualquier país pueda modelizar. Lo que sí parece constatarse es un enorme dinamismo en la búsqueda de respuestas que de hecho han convertido la educación en un laboratorio mundial de experimentación e innovación (Opertti, 2021).
Estamos, pues, ante un escenario potencialmente promisorio, donde las innovaciones que se han venido testando de cara a responder a la diversidad de desafíos planteados por la pandemia y, en particular, relativos al abordaje de las múltiples caras, crudezas e implicancias de la vulnerabilidad social y educativa —entre otras fundamentales, curriculares, pedagógicas y docentes— son indicativas de renovadas formas de encarar la educación. Las innovaciones se ventilan más de puertas afuera de los recintos y los espacios educativos tradicionales y están más atentas a posicionar al estudiante en el centro de la cuestión educativa.
Un estudio reciente, realizado por la Oficina Internacional de Educación (OIE-UNESCO) y la Iniciativa Global de Innovación Educativa de la Escuela de Posgrado en Educación de la Universidad de Harvard, titulado “Aprender a reconstruir mejores futuros para la educación.
Lecciones de la innovación educativa durante la pandemia de COVID-19” (Reimers & Opertti, 2021, http://www.ibe.unesco.org/sites/default/files/resources/aprender_a_reconstruir_un_mejor_futuro_de_la_educacion.pdf, identificó 31 innovaciones en diferentes regiones del mundo —a saber, América Latina y el Caribe, América del Norte, Asia, África, Europa y Países Árabes— que configuran un cuadro diverso de respuestas frente a las adversidades asociadas a la pandemia.
Las 31 innovaciones mapeadas se agrupan en cinco grandes dominios de innovación, que esencialmente buscan apoyar los aprendizajes centrados en los alumnos, en su bienestar y desarrollo socioemocional así como en los aprendizajes profundos, el fortalecimiento del desarrollo profesional de educadores y directores de centros educativos, y el involucramiento de las familias. Una de las lecciones fundamentales que extraemos de estas innovaciones está en evidenciar que estas son posibles no solo cuando hay condiciones ideales o facilitadas para que puedan desarrollarse, sino que también son necesarias, saludables y posibles en contextos altamente desafiantes e interpelantes. Como se señala en el estudio, “las innovaciones contribuyeron a recuperar y mantener la confianza en el poder transformador de la educación entre los estudiantes, las comunidades y sociedad en general, en un momento sumamente desafiante en el que las personas estaban preocupadas por sus vidas y sus medios de subsistencia”.
Resulta interesante observar que, a la vez que la pandemia nos ha mostrado los aspectos más crudos de la exclusión de las oportunidades de aprendizajes, nos ha llevado a cuestionar si efectivamente el foco, los contenidos y las estrategias en que sustentan los procesos de enseñanza, aprendizaje y evaluación, son los adecuados para cimentar la formación integral y balanceada que permite al alumno un desempeño autónomo, competente y responsable como persona, ciudadano, trabajador, emprendedor e integrante de diversos colectivos y comunidades. Ya no se trataría solo de que la discusión curricular y pedagógica gire en torno a la idea de ajustar los contenidos de los planes de estudio y de los programas, sino de preguntarse primariamente acerca de la racionalidad, conveniencia e impacto de propuestas educativas, sustentadas en la acumulación de conocimientos, sin un orden claro de priorización y sin conexiones con sentido entre los mismos, para que los alumnos se puedan apropiar de ellos, contextualizarlos y usarlos.
Asimismo, el estudio asevera que no nos encontramos ante un cuadro de innovaciones marcadamente transformacionales, sino más bien ante una serie de mejoras incrementales o evolutivas que, o bien se centran en fortalecer los objetivos de la educación o bien se centran en proporcionar a los estudiantes mayor protagonismo, control y responsabilidad frente a sus aprendizajes. La idea de mejora está más bien asociada a la reforma de lo existente, enfocada en el alumno o la alumna que es parte del sistema educativo más que en llegar a poblaciones efectivamente excluidas. Como se indica en el estudio, “las deficiencias del sistema educativo antes de la crisis radicaban no solo en cómo se educaba a los estudiantes que eran parte de la escuela, sino también en cómo se excluía a muchos estudiantes del acceso”.
Por otra parte, las innovaciones implementadas nos confirman la relevancia de abrigar una mirada propositiva sobre la educación y los sistemas educativos más que en enfocarse en sus debilidades. Ciertamente se registran pérdidas significativas en los aprendizajes de las alfabetizaciones entendidas como fundamentales —por ejemplo, vinculadas a la lecto-escritura y a las matemáticas— que aún son más graves al desagregar los datos por nivel socioeconómico. Por ejemplo, el Banco Mundial (2021) estima que el porcentaje de estudiantes de 10 años que no puede leer un texto básico pudo crecer de 53% antes de la pandemia a 70% durante la misma, lo cual es un indicador elocuente de la pérdida generacional, así como de sus impactos sociales, educativos y económicos.
Sin dejar de señalar que estos números dan cuenta de formatos de sociedades inviables en cuanto a gestar y concretar imaginarios de sociedad sostenibles y justos, su abordaje no puede solo plantearse en términos de recuperar los niveles de aprendizajes previos a la pandemia, ya que los niveles de exclusión social y educativa pre-COVID-19 eran de por sí muy altos, principalmente a nivel de los países en vías de desarrollo (Opertti, 2020).
Las innovaciones implementadas nos confirman la relevancia de abrigar una mirada propositiva sobre la educación y los sistemas educativos más que en enfocarse en sus debilidades.
Precisamente este conjunto de innovaciones no se ata al pasado prepandémico, bajo la impronta de recuperar el terreno perdido, sino que se abren con atrevimiento y capacidad de propuesta a reimaginar la educación pos-COVID19. Precisamente el estudio señala que “los déficits en el aprendizaje y las brechas que la pandemia acentuó también brindan pistas y recorridos posibles para repensar y fortalecer las escuelas y los sistemas educativos en la era pospandémica con el objeto de mejorar y democratizar las oportunidades de aprendizaje”.
Una de las claves de futuro que pueda asociar estos tipos de innovaciones educativas a transformaciones de envergadura yace en pensar su sostenibilidad pospandémica. Por la vía de los hechos y a la luz de buscar respuestas de emergencia “dieron vuelta las reglas, se rompieron los compartimentos académicos y se habilitaron las colaboraciones que hicieron posible reimaginar los roles de una variedad de actores: estudiantes, docentes, familias, comunidades, gobiernos y organizaciones de la sociedad civil”.
El movimiento gestado de abajo hacia arriba amplió la esfera de lo posible y fue generando nuevas formas de entender el alcance y los contenidos de la educación, así como otras formas de colaborar entre instituciones y actores que se miran en general con recelo. Cabe preguntarse cuánto de este movimiento podrá impactar efectivamente en el modus operandi y el modus vivendi de los sistemas educativos. La tentación de volver a rutinas burocráticas prepandemia es alta.
Uno de los desafíos mayores radica en cómo las innovaciones implementadas durante la pandemia pueden ser punto de entrada, ventanas de oportunidades y propulsoras de transformaciones en los sistemas educativos. Si quedan reducidas a respuestas de coyunturas o a intervenciones fragmentadas, su incidencia en la transformación del sistema educativa será seguramente insignificante. El estudio lo ilustra con un ejemplo relativo al cambio del papel del alumno durante la pandemia que le confirió más margen de maniobra para “ganar control sobre su aprendizaje, elegir qué aprender y cuándo, y acceder a amplios repositorios de lecciones y recursos”. Frente a esta situación que evidencia un avance positivo al fortalecer la libertad curricular del estudiante, existe ciertamente el riesgo de que, si los centros educativos retornan a un modus operandi motivado principalmente por la entrega de contenidos, se afectarán “los avances logrados en el empoderamiento de los estudiantes para que intervengan sobre su propia formación”.
En resumidas cuentas, la innovación, en un sentido amplio, ha ganado terreno durante la pandemia como respuesta a contextos adversos, así como puntos de partida para idear y concretar procesos de cambios sistémico, que necesariamente son multidimensionales y que se sustentan en miradas intersectoriales e interinstitucionales. Por un lado, ocupa y preocupa que la determinación y la energía positiva que ha surgido de diversos actores durante la pandemia no se evapore ante las rigideces burocráticas, de tiempos pasados añorados y vivenciados en las zonas de confort. Por otro lado, la advertencia sobre que los sistemas educativos en los ámbitos nacional y local no vean a cabalidad la necesidad de educar a las nuevas generaciones, ayudando a los estudiantes a aprender lo que necesitan con el propósito de construir un futuro mejor, sostenible y justo, tal cual señala el estudio. Ciertamente esto implica repensar la educación y los sistemas educativos en su globalidad. Son tiempos pues de transformar, ya no solo de reformar. RM
Las innovaciones implementadas nos confirman la relevancia de abrigar una mirada propositiva sobre la educación y los sistemas educativos más que en enfocarse en sus debilidades.