La Literatura para niños, luminoso paisaje de la libertad
Luminoso paisaje de la libertad
Importancia trascendental de la literatura para niños, no solo para el desarrollo personal, sino para el avance social, político y humanístico de un conglomerado humano. Necesidad de distinguir entre escribir para niños y hacer literatura para niños.
Creo que el arte es la prolongación adulta del “juego” del niño. Y pienso que la Literatura para niños, es el vehículo que profundiza y universaliza la capacidad lúdica del pequeño, cuando lo convoca a la más alta fabulación. Allí donde todo sucede y es posible. Donde conviven y entrelazan lo real y lo fantástico, la verdad y el sueño, lo que es, y lo que queremos que sea. Es decir, la literatura para niños, es el “juego mayor” al cual puede acudir un ser humano, la actividad lúdica por excelencia.
Y a fe que el pequeño, que ingresan al mundo de la Literatura de una manera natural y libre, sin represión, pronto se convencerá de que “Las Islas del Tesoro” o “Las Aventuras de Robinson” que pueden tejer en la imaginación, con la complicidad de Stevenson y Defoe, son más ricas y excitantes que el mejor largometraje o telefilme, ya que la imaginación es bastante más creativa. Y no está expuesta a la censura. Ni adolece de falta de espacio, de medios, ni de recortes presupuestarios.
Desde el sencillo poema de iniciación, tipo Nonsense o Limerick, hasta la compleja novela de aventuras, pasando por el olvidado pero amplio espectro de géneros de la literatura para niños, todos son diversos lentes para ver las utopías que necesita el pequeño, para habitar en forma más agradable su presente y enriquecer la construcción de su futuro.
Esto es particularmente válido en nuestra América Mestiza. Como todo producto artístico, la literatura para niños debe proyectar al ser humano y al entorno en el cual surge. Por ello, en América Latina debe servir, además, como vehículo para rescatar nuestra identidad y valores: frente a la invasión de esquemas y conductas que nos cercan y menosprecian.
Por ello, tal literatura debe alimentarse, entre otros elementos, de lo popular, de lo propio, de lo histórico, sin desechar lo clásico, lo universal, lo actual, en su más amplia acepción. Nuestras niñas y niños, deben identificar a través de ella, su particular realidad y ponerse en guardia contra las variadas y forzadas políticas de aculturación. Educando, cada día, mediante la lectura, la buena lectura, su criterio, hacia la paz y el respeto por otros pueblos y culturas, entenderán que el mundo que les tocó vivir, es uno y diverso, convirtiéndose en ciudadanos de un futuro mejor.
Es por eso que resulta absurdo, pero en nuestro medio aún se mira la literatura para niños con cierta displicencia o en el mejor de los casos, como lo anotara Fernando Alonso a propósito de España, “con ese guiño de complicidad y paternalismo que algunos adultos suelen utilizar cuando hablan con los niños”.
Cómo acallar el caso de una prestigiosa facultad de letras latinoamericana, que hace apenas unos años impidió a una estudiante suya obtener el grado en la modalidad, con una seria y documentada tesis sobre literatura para niños, al no admitir la existencia ni la singularidad del género, y lo que es más grave, su necesidad estética, lúdica y cultural.
Habría que contarles a aquellos dómines de un intelectualismo chato, que he visto en mi trabajo de promoción de lectura en América Latina, a múltiples adultos de todas las zonas de la sensorialidad, gozar con Alicia, con Pinocho, con Momo, con el Patito Feo, con la Ratoncita Presumida del venezolano Aquiles Nazoa, con los poemas o cuentos de Oscar Alfaro o con Mallko, el magnífico cóndor de Suárez Paredes.
Pero jamás he visto un bebé, un niño de seis años, ni siquiera un pequeño lector de diez, que se emocione con las maravillas estético-literarias de “El péndulo de Foucault”, del “Trópico de Cáncer”, de la poética de Whitman, de la cuentística de Cortázar o de “Las Memorias de Adriano”, la novela de ese monstruo de las letras europeas de siglo, XX, la belga Margarite Yourcenar.
Si bien es verdad que el mayor requisito de la literatura para niños es que sea precisamente eso, literatura y de la más alta calidad, como que ella es determinante en la formación estética y cultural del pequeño; es igualmente cierto, que ella tiene una especificidad incuestionable, dadas las características biológicas, psicológicas y afectivas de sus primeros destinatarios, los niños.
Primero, enfatizo, porque la buena literatura para niños, no la sosa, no la que piensa que el niño es débil mental, no la escrita con intención didactista o instructivista, moralizadora, patriotera, religiosa, ideologista, nostalgiosa. No la escrita en imperfecto de subjuntivo, debe, enfatizo, gustar al adulto.
Deseo anotar, en la recta final de estas líneas, algunos elementos mínimos que, según mi criterio, de no existir en un libro de ficción para niños, lo convierten en un texto vacuo, insubstancial, y en ciertos casos, dañino.
Ética y literatura para niños
Yo puedo, si se me da la gana, para usar aquel expresivo y famoso verso del colombiano Jorge Zalamea, escribir un cuento, una novela, un ensayo, incluso un poema para adultos, que haga la exaltación, o por qué no, la apología del racismo, del crimen, de la tortura. De hecho, la literatura universal está llena de ejemplos. Muchos impecablemente escritos. Algunos estéticamente magníficos. Recordemos la Fábula del Negro de Esopo; a Sangre Fría de Capote; la obra del Marqués de Sade, para citar ejemplos a la carrera.
El adulto que lea estas obras tiene, o se supone que tiene, los elementos conceptuales, los referentes culturales, la capacidad crítica, la sensatez suficiente (no me gusta la palabra madurez, porque todo lo que madura se pudre) para estar o no de acuerdo, para compartir o rechazar, para analizar, para gozar o sufrir en últimas, la propuesta ficcional que le hace el autor. Es más, un lector corriente, a pesar de no guardar en la vida real ningún afecto por determinada conducta, situación o tipo humano, cuando estos se presentan bajo la lente de una brillante realización estética, no solo los soporta sino que los goza. Que levante la mano el lector adulto que, sin ser sádico, no ha sentido verdadero placer leyendo “El barril del amontillado”, o aquel pacifista a ultranza, que no ha gozado lo propio con las escenas bélicas de “Guerra y paz” o de “La guerra del fin del mundo”.
Pero, no puedo hacer lo mismo, no tengo igual derecho, si pretendo llegar a un niño con un texto literario. Aquí surge una responsabilidad. Un compromiso ético (que no moral) que nace de la dificultad que tiene el pequeño lector (por el momento psicológico, biológico y cultural) de enfrentarse tete á tete con el escritor, en torno a una oferta anecdótica o conceptual que este le haga y que atente contra los cada vez más exiguos principios humanísticos.
Es por eso que la literatura para niños es la literatura más delicada que un escritor pueda asumir, por la responsabilidad que implica el tener acceso al pensamiento desprevenido y pulcro del niño y a su sensibilidad en formación y desarrollo.
No perdamos de vista que para el niño, el texto impreso tiene la connotación de lo verdadero. De ahí que se convierta, además, en su mejor pasaporte a la fantasía.
Estética y literatura para niños
La literatura es ante todo un hecho cultural. Un producto estético. Es decir, artístico. O lo que es lo mismo, un objeto que debe proponerse la creación de cosmos nuevos -de gamas, de cadencias diversas, de gustos y apreciaciones críticas, de operaciones intelectuales- enriquecidos siempre con todos los recursos de la imaginación y de la forma.
De ahí que comunicarse con el niño, llegar al novel lector, conseguir que el libro no solo le abra la puerta a un universo nuevo de posibilidades lúdicas, sino que lo sensibilice ante el ritmo, la armonía, la significación de las estructuras lingüísticas exige, por parte del escritor, unos requerimientos bien afinados del ejercicio literario, un compromiso mayor con la forma, un fajarse a fondo con la anécdota, con las imágenes, con el lenguaje, es decir, con la creación estética. “No hay que olvidar, repito, que un pequeño lector, no es lo mismo que un lector de pequeñeces”.
Y es este punto, el del lenguaje literario y su tratamiento, la parte gris del Danubio Azul de la literatura para niños. Veamos por qué. “Cada situación enunciativa, -afirma Sánchez Coral- como la que se plantea, por ejemplo, en el discurso religioso, en el publicitario, en el jurídico, en el político, si ha de ser eficaz en sus enunciados, requiere unos materiales lingüísticos específicos, diferenciados, pertinentes a la intencionalidad del acto lingüístico y acordes con los efectos pragmáticos que dicha intencionalidad pretende”.
Es evidente, que ni el cura desde el púlpito, ni el publicista ante un auditorio de ejecutivo de ventas, ni un fiscal de un tribunal en una causa judicial, ni un líder de un partido político en una plaza pública; usan el mismo lenguaje para pronunciar el discurso que los define como tales actantes públicos y para pedir un café con leche en un restaurante.
“¿Por qué no exigir, entonces, -puntualiza el lingüista español- para la comunicación literaria para niños, la discriminación cualitativa del uso de la palabra, puesto que la literatura es una actividad lingüística bien delimitada y con un universo enunciativo propio?”. Un mismo acto de habla no puede servir -simultáneamente- para escribir un poema y para desarrollar un aguerrido match de boxeo verbal con nuestra pareja; para un ágil relato literario y para preguntar por el precio de unos interiores; para sumergirse en una aventura novelística y para impartir una orden de desalojo en un edificio en llamas.
“¿Cómo explicarse el que muchos de los autores que publican libros para niños, pretendiendo escribir literatura, utilicen sin discriminación el lenguaje, sin diferenciar entre la “expresión poética” palabra intensificada, y la “expresión cotidiana” palabra neutralizada”, ignorando además, que el tren de la literatura para niños, es en nuestro medio, la mayoría de las veces, el único que lleva en sus vagones, las primeras letras del abecedario estético del niño.
“No hay que olvidar, repito, que un pequeño lector, no es lo mismo que un lector de pequeñeces”.
Es por eso que hoy, más que nunca, cuando el comercio editorial genera una profusión de títulos casi ilimitada, se hace necesario alguna clarificación, algún criterio evaluador, algún deslinde crítico entre los textos que, sin ser literarios, se sirven interesadamente de la “imagen de marca” de la “literatura para niños”, para competir en el mercado y ganarse a los padres de los posibles lectores.
Que no engañen. No todo lo que diga, proponga, quiera ser literatura para niños o nomine con títulos llamativos y publicitarios que atraen la atención de los infantes o de sus progenitores, es en realidad literatura para pequeños lectores.
“Desde luego -aclara Sánchez Coral- no siempre será fácil delimitar con nitidez las fronteras, pero algunas publicaciones para niños no dejan el más mínimo lugar a la duda: se venden y se compran por el creciente prestigio cultural de la literatura, y en el interior de su discurso el lenguaje literario brilla por su ausencia. El fraude, en este caso, resulta incalificable, puesto que al carecer de las virtudes de la competencia estética, contribuyen decididamente a inmovilizar -cuando no a pervertir- la creatividad de sus primeros destinatarios, los niños y niñas”.
Este fraude sucede, además, porque nuestra sociedad finisecular, utilitarista y funcional, ha impregnado del más grosero materialismo todas las expresiones del ser humano, incluyendo la artística. De ahí que al auge reciente de la literatura para niños, aprovechado por la vocación de Rey Midas que tiene el capitalismo para convertir todo lo que toca en objeto de consumo rentable, se una la avalancha de seminarios, congresos, simposios, encuentros; y la profusión de jugosísimos premios literarios, engendrando una cofradía internacional, una especie de jet set de los santos (santas, con mayor frecuencia) de los últimos días de la literatura para niños, con una impronta de gratuita vanidad a la caza de un prestigio y una fama light, casi siempre acompañada de una codicia y ambición de banquero, pero sin el sentido, en ambos casos, de la responsabilidad social, política, cultural y estética propia de este género literario.
Literatura para niños y la esperanza
Ordinariamente se piensa que la literatura para niños debe proteger al niño de la verdad cuando esta es dura. Debe evitar la sátira, la ironía, quedándose en un humor ñoño, bobalicón, simple, como beso de boba, que no propicia ni el estremecimiento ni la risa. Nada más falso. Ni más insulso para preservarlo de la cruda realidad que lo rodea. Parecido, por demás, a aquella tonta medida institucional que pretende alejar a los niños de la violencia, prohibiendo la venta de inofensivas armas y juguetes de guerra, cuando en las calles de nuestras ciudades y en los senderos de nuestros campos, han visto y siguen viendo armas que no son de fantasía, que sí matan de verdad. U observan operativos bélicos, tan desproporcionados y agresivos que estremecen, ellos sí y a fondo, el alma infantil.
Muchas madres compasivas -dice Agnia Bartócreen resguardar la infancia del niño cuando lo protegen de cualquier emoción, y lo que logran realmente es empobrecer su alma. Me pregunto, si los escritores deben esforzarse por preservar a los niños de cualquier sentimiento demasiado vivo. No. Absolutamente no. Amparar la infancia no quiere decir ahogar la posibilidad de experimentar emociones profundas que enriquezcan el espíritu. Si bien el escritor debe tener tacto y mesura, la verdad es tan necesaria a los niños como a los adultos. En consecuencia, la literatura para niños, debe preparar al pequeño lector, no solamente para regocijarse con la vida, sino también para luchar por esa alegría.
Por lo tanto, no solo es sano sino necesario que la literatura para niños ahonde, debe hacerlo, en la realidad real (permítaseme el énfasis) del mundo en el cual vivimos, que no escatime los grandes conflictos de la sociedad, del hombre y del pensamiento contemporáneos, que no esconda la parte fea de la vida. Pero, y aquí está la gran diferencia con la literatura a secas, no puede dejarse cercar por esa realidad, porque estará cercenando muchas vidas, aprisionando muchos futuros.
Digámoslo con las frases de Ana María Machado: “El oficio de escribir para niños, es el oficio de construir mundos y submundos con las palabras. Igualito que escribir para adultos. Solamente que para niños tiene que haber algo más, un supermundo, el de la esperanza. Si uno no la tiene, o agregaría yo, si no puede expresarla literariamente, que se limite a escribir para adultos. Será más pobre, pero más verdadero”.
De donde se puede concluir, dice Pulecio, que el escritor que conduce al niño con su literatura, si no posee suficiente sensibilidad y habilidad, no es que sea un escritor fracasado, esto sería lo de menos, es un escritor nefasto para la mentalidad infantil.
Un niño sin lectura es un pájaro con las alas recortadas
A medida que trabajo más a fondo con niños, más me convenzo que en cada uno de ellos hay un poeta en potencia. Cómo olvidar a ese pequeño que al ver a un grupo de estrellas de mar puestas a secar sobre una playa del Caribe, miró al cielo, luego a su padre y le gritó con emoción: ¡Papi, se cayeron! O aquel otro, muy tierno, quien al ver a sus hermanos lanzarse a una piscina le dice a su madre: Mami, yo también quiero montar en el agua.
Pero, así mismo, cada día me inquieta más, que esas manifestaciones poéticas, que esas posibilidades de asombro lúdico, no solo se atrofien, sino que se borren irremediablemente con el paso de los años. O mejor, con la inmersión en un mundo que, al igual que esas aplanadoras que nos atemorizaban cuando niños, arrasa en el menor toda afección a lo bello. Todo su imaginario. Su ternura. Su vocación de ventisca. De océano. De picacho.
La nuestra es una sociedad empobrecida -afirma Alonso- en el plano léxico, envilecida en el plano estético y utilitarista en el plano funcional. Una sociedad domesticadora, además, que en vez de despertar, adormece; que en lugar de diversificar, uniforma. Solo así puede manipular al niño, luego al joven y finalmente al adulto hacia el aburrimiento o la barbarie, la indiferencia o la insensibilidad, para que lo mismo nos importe jugar a las canicas que “matar a un ruiseñor”. O a un hombre. Total, las personas de pensamiento libre y creativo, no son buenos súbditos, ni dóciles en la producción ni en el consumo.
A pesar de lo anterior, o precisamente por ello, apostarle a la utopía. ¡Cómo la necesita la hora presente de la América Latina! Creo que un niño sin lectura, es un pájaro con las alas recortadas. Y pienso que no puede volar a construir un mundo mejor, si no se nutre de universalidad, de tolerancia, de imaginación, de humanismo, en fin, de todos los colores de la libertad.
Es por eso que quiero hacer mías, para terminar, las bellas palabras de Gianni Rodari, Premio Hans Christian Andersen de literatura para niños, el Nobel de la modalidad, quien recorrió Italia, inventando y narrando historias y cuentos para niños, y quien emulando a Aristóteles escribió el inicio de su Fantástica: “Yo espero que nuestra labor pueda ser útil a quienes crean en la necesidad de que la imaginación ocupe un lugar en la educación, a quienes tengan confianza en el mundo infantil, a quienes conozcan el valor liberador que puede tener la palabra. El uso total de la palabra para todos, me parece un buen lema, de bello sonido democrático. No para que todos sean artistas, sino para que nadie, absolutamente nadie, sea esclavo”.
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A medida que trabajo más a fondo con niños, más me convenzo que en cada uno de ellos hay un poeta en potencia”.