Cómo será el mundo dentro de 10 años? La respuesta nadie la sabe. Los cambios son tan rápidos y profundos que es imposible determinar cómo funcionará la vida para entonces. La única certeza es que nada será como lo conocemos ahora. De hecho, tanto es así que, los expertos predicen que el 75% de las profesiones del futuro aún no existen. Y es para ese mañana, que aún nadie imagina, para el que la educación debe de prepararnos.
Una realidad que, sin embargo, choca con el panorama de muchos colegios y universidades. Porque si observamos, grosso modo, casi todos los sectores han cambiado de forma radical: el periodismo, la medicina, el diseño, la informática… Sin embargo, si un profesor de 1970 se colara en un aula del 2019 es muy posible que no se sintiera fuera de lugar. Esto se debe a que el formato de aprendizaje pasivo, basado en un profesor que enseña y unos alumnos “callados y quietos” en sus pupitres, sigue vigente. En la revolución industrial, la educación tenía un objetivo muy claro: formar trabajadores para la fábrica. Pero ahora, la realidad a la que debe responder es muy distinta.
Por fortuna, y frente a las resistencias más inmovilistas, una nueva corriente educativa empuja con fuerza hacia el cambio. Una transformación que implica a todos los estamentos del sistema y que busca ofrecer respuesta a los nuevos retos de un mundo digital, global y con valores y estilos de vida diferentes. Y para ello, la mejor formación es la que tiene que ver con las habilidades. Porque no sabemos cómo será el mundo que viene pero sí que para brillar en él necesitaremos tener una mentalidad abierta, flexible y creativa. Ya pasó el momento de memorizar grandes cantidades de información; es la hora de conocer las técnicas para encontrarla, seleccionarla y comunicarla con eficacia en un mundo saturado de datos.
En esta revolución, la educación ya no es una forma de domesticación social para encajar en un mercado determinado. Es el camino para despertar y potenciar los distintos talentos de las personas con el objetivo de que puedan alcanzar el equilibrio entre el ser y el hacer. Es la base sobre la que se construye una vida elegida por cada persona y donde el sentido de misión se traduce en una aportación de valor al mundo.
La educación ya no es un trámite obligatorio para una sola etapa de la vida. Es un acompañamiento perenne a lo largo de todo el camino. Sus pilares deben ser dinámicos y despertar la curiosidad y la creatividad que se necesita para hacer frente a un mundo incierto, global y competitivo. Se acabó el imponer una perspectiva fija para hacer las cosas y el dirigir los pasos en dirección al proyecto de otro. Es la hora de dar alas a los soñadores y de ofrecer los recursos para obtener los mejores resultados con las capacidades únicas y valiosas de cada persona.
Sir Ken Robinson, Daniel Goleman o Cesar Bona son referentes en esta nueva educación que busca cambiar el miedo a cometer errores por curiosidad en el aprendizaje. Una corriente que suma, cada vez, más seguidores; unos por devoción y otros por necesidad. Y que implica una revolución transformadora completa; desde las aulas, pasando por los profesores, los libros o sus mayores protagonistas: los alumnos.
Un cambio radical que genera un modelo educativo, flexible y mutable, pero con unos principios muy claros. Estas son las ideas claves que apuntan los líderes de la revolución educativa:
- Inteligencias múltiples. Hay personas diestras en música y otras en resolver problemas matemáticos. Y aunque ambas tipologías son brillantes, el test tradicional para medir la inteligencia solo daría visibilidad a la segunda. Por eso, esta nueva educación se convierte en una abanderada de la Teoría de las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner y defiende la existencia de 8 tipos de inteligencias diferentes: lingüística (facilidad en el uso del lenguaje oral y escrito), lógico-matemática (capacidad para entender relaciones abstractas), espacial (destreza para imaginar en dos y tres dimensiones), musical (habilidad para la música), corporal y cinestésica (destreza física), intrapersonal (autoconocimiento), interpersonal (capacidad para conectar con los demás) y naturalista (sensibilidad y gestión adecuada de los recursos que ofrece la naturaleza). En definitiva, cada persona destacará más en un tipo de inteligencia que en otras pero todas tendrán el mismo valor. Se trata de una idea que transforma por completo el concepto tradicional de la educación y que exige una individualización del aprendizaje.
- Gestión emocional. Saber manejar las emociones es una cuestión indispensable en esta nueva era. Es una garantía para el éxito personal y profesional. Así por ejemplo, y con el objetivo de trabajar la empatía o la visión de nuevas perspectivas, cada vez más las escuelas apuestan por introducir dinámicas de otros campos como el teatro o la interpretación.
- Habilidades comunicativas. Hoy en día, tan importante es tener talento como aprender a comunicarlo con eficacia. Generar un impacto positivo con el mensaje implica sentirse cómodo hablando en público, mostrar un lenguaje no verbal coherente y dar visibilidad con creatividad y honestidad a la esencia de la persona.
- Educación en valores. El respeto, la compasión, la bondad o la justicia son valores ligados a la inteligencia emocional. Sin embargo, en un mundo tecnológico es necesario hacer una mención especial a los valores que nos hacen más humanos.
- Aprender a aprender. A pesar de que hay ciertas diferencias pedagógicas, cada vez son más expertos los que apuestan por minimizar el modelo de memorización y sustituirlo por uno más participativo basado en la fórmula: pensar + reflexionar + compartir. Y además, a ser posible, en un entorno más relajado que cambia los pupitres fijos por una organización del espacio más dinámica y creativa a base de colchonetas, almohadones o muebles apilables. El objetivo es despertar la curiosidad, la motivación y el espíritu emprendedor dentro y fuera del aula.
- Tecnología al servicio del aprendizaje. Webinars, videojuegos didácticos, apps educativas, redes sociales… Con Internet se abre un gran abanico de oportunidades formativas en el que ya no hay fronteras de espacio y tiempo. Por todo ello, incluir el mundo digital en la educación es ya una exigencia. Eso sí, al tratarse de una herramienta muy poderosa es esencial implementarla desde la responsabilidad. Porque el objetivo de la tecnología debe ser facilitarnos la vida y no convertirse, por el contrario, en una fuente de control, estrés o dependencia. Y esa idea hay que integrarla desde la infancia.
Además, para aprovechar las ventajas de los avances digitales es necesario disponer de una pedagogía moderna. Ya que uno de los problemas más frecuentes es encontrar escuelas con grandes inversiones en tecnología y pautas de aprendizaje muy anticuadas.
- Interdisciplinaridad. En el mundo real, el saber no está compartimentado. Por eso, en el aula hay que romper con las asignaturas entendidas como materias inconexas y ofrecer un aprendizaje interdisciplinar. La finalidad de la educación debe ser la de ofrecer unas habilidades para resolver las encrucijadas de la vida, sea el contexto que sea.
- Educación por niveles. Las clases por escala de conocimientos deben sustituir a la tradicional separación por edades. Una estructura que se considera más realista si tenemos en cuenta que no todo los niños avanzan a la misma velocidad.
- La neurodidáctica. Se trata de una disciplina en alza que apuesta por el aprendizaje a través de la intuición, la creatividad y las imágenes. De esta manera, el cerebro tiende a procesar los datos desde el lado derecho y es posible aprender sin memorizar. En este sistema, las clases magistrales se sustituyen por los videos, los gráficos interactivos o el juego. La meta es mantener despierta la curiosidad. Así, por ejemplo, para lograrlo, los profesores pueden apostar por cambiar el ritmo de la clase cada 15 minutos con un elemento disruptor como puede ser una anécdota, una pregunta, un video…
Esta forma de aprender jugando provoca que el cerebro genere una serie de sustancias químicas, como la dopamina y la serotonina; ingredientes imprescindibles en la motivación y en la creación del vínculo grupal. Aspectos imprescindibles en el aprendizaje.
Además, según Edgar Dale, el mayor aprendizaje surge con la acción. En sus estudios, demostró cómo las actividades pasivas (escuchar, leer o ver) generaban un aprendizaje mucho menor que en las acciones activas (decir, discutir, hacer). De hecho, las actividades que aúnan “decir y hacer” como, por ejemplo, enseñar a otros o jugar en equipo supone un 90% de aprendizaje del contenido. Un dato muy significativo si tenemos en cuenta que acciones como escuchar a un profesor (como en la educación tradicional) implica un aprendizaje de tan solo el 5% del contenido.
- Espíritu crítico. Estamos infoxicados, o intoxicados por el volumen de información que recibimos a diario a través de las redes sociales, Internet, la televisión o la publicidad. Por ello, es esencial educar la capacidad para distinguir la información rigurosa de la que es opinión o no tiene fundamentos sólidos. Así como la habilidad para establecer prioridades entre aquello que es urgente, importante y lo que puede esperar.
- Tiempo libre. Muchas voces defienden la necesidad de que los niños dispongan de ocio tras las clases. Un espacio necesario para despertar la creatividad y el descubrimiento de uno mismo. Por eso, el tema de los deberes para casa sigue siendo controvertido. Aunque la mayoría considera que la tarea extraescolar solo es positiva cuando es poca y sirve para recordar los conocimientos de clase.
Estos son los pilares de una revolución educativa que afecta a todas las piezas del puzle. Pero, entre los ideólogos y los alumnos hay un elemento esencial para conseguir el objetivo: los profesores.
Sin el apoyo de maestros o profesores a esta nueva forma de entender la educación, el cambio será imposible llevarlo a cabo. Su papel es uno de los más complicados en la sociedad 4.0 ya que instruir para el futuro implica crear desde cero. No hay nada escrito y todo debe de inventarse. A nivel profesional, es necesaria una fractura completa para volver a nacer. Y por ello, el profesor debe desaprender todo lo que sabe y volver a instruirse en las habilidades del siglo XXI; esas en las que él debe dar ejemplo. En este momento, su lugar ya no es la tarima ni ofrecer clases magistrales sino convertirse en el facilitador o guía creativo que haga aflorar los distintos talentos. Una labor complicada y retadora que generará grandes tensiones con las instituciones tradicionales así como aquellos profesores reacios al cambio.
Finalmente, y además de trabajar los aspectos señalados, la educación debe ser un reflejo de un nuevo contexto en el que ya no hay verdades absolutas, solo perspectivas diferentes. Y la experiencia en primera persona es la mayor fuente de aprendizaje.
Estamos en un momento de transición, de convivencia entre lo antiguo y lo nuevo. Pero el futuro cercano viene lleno de oportunidades y con un nuevo horizonte. Porque aprender es conocerse a uno mismo para sacar lo mejor que llevamos dentro y compartirlo de forma valiosa con el mundo. ¿Te sumas al reto? RM