“Solamente mediante una renovación continuada de nuestra actitud personal hacia la vida, se determinará un nuevo enfoque de nuestro arte. Es el proceso el que nos transforma, el modo de afrontar cotidianamente nuestro trabajo… Nuestro oficio es la posibilidad de cambiarnos y de este modo cambiar la sociedad” Eugenio Barba
Ser docente es un arte que se construye y alimenta día a día en cada aula, entre miradas que sostienen, juegos, proyectos y sueños.
Nuestra tarea nos invita permanentemente a reflexionar y así experimentar que las cosas esenciales de la vida están allí… en la simpleza y profundidad de cada encuentro, cerca del suelo, de la tierra, de la siembra.
Cada docente llegó a esta increíble profesión con un deseo… y casi todos coincidimos en que anhelábamos mejorar el mundo.
Lentamente fuimos viendo que a cada uno nos tocaría una porción y nuestros “pequeños mundos” serían cada grupo, y en ellos un sinfín de personas… entre padres, familias y comunidades.
Así nuestra siembra cotidiana encontrará tierra fértil. Y es por todo eso que elegimos estar en la escuela.
Es que ser maestro no es solo una vocación…
Ni es simplemente una profesión…
Ser docente es una pasión, y nos lleva a un camino en búsqueda del otro y de su mejor expresión, con la mirada puesta en sus posibilidades más que en sus dificultades y claro que no negándolas sino cruzando puentes para superar y llegar a los sueños.
Creemos tal como dice Paulo Freire que la educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor.
Sabemos que cada acción es huella que no se olvida, que cada actitud confirma las palabras, y que todo quedará como bagaje para su futuro.
De allí la responsabilidad inmensa de nuestra tarea y la dimensión increíble de nuestras acciones.
Un maestro es alguien capaz de mirar profundamente a los niños, los jóvenes y la comunidad. Mirada colmada de ternura, que fortalece y alimenta ayudando a crecer.
Como tan bien dice Daniel Calmels en su libro Infancias del cuerpo …
La mirada nace del misterio, de lo que se resiste a la fácil percepción.
Mirar es una búsqueda, una exploración, tarea que comienza en épocas tempranas, siempre y cuando haya otro que cumple la función corporizante.
En el caso de abandono o de descuido, la mirada no se aprende, se estanca perturbada, pues si no hay una mirada fundadora de los ojos que miran, estos, deslumbrados, desfallecen de luminosidad.
Miradas que ubican al otro en un lugar nuevo… el del ser reconocido y querido.
Y desde este lugar (para muchos desconocido) pararse frente a la vida con la seguridad de quien se siente valorado.
Un buen maestro percibe los estados de ánimo de sus niños, palpita al compás de sus días y sabe distinguir los climas de las aulas, como quien es capaz de apreciar una melodía que otros no llegan a escuchar.
Los docentes somos y seremos sin duda seres sensibles, deseosos de poseer: Ojos que ven más allá de la superficie; palabras que calman y acunan; oídos que escuchan un lenguaje de narrativas y silencios; manos que levantan en las caídas, que sostienen en la tristeza, que alientan en los logros.
Nuestros brazos han anidado a cientos de niños, y a muchos padres que al contar sus historias de vida han llorado y compartido sus más profundos sentimientos.
Y así vamos por el camino… como grandes peregrinos, viajando de aquí para allá. Con bolsos cargados de materiales somos artesanos, capaces de jugar, narrar y hacer títeres, organizar actos, reuniones y talleres siempre bajo un mismo sueño, apostando a la misma utopía.
Poniendo nuestra pasión… Investigando, analizando, planificando pero ante todo, siempre disfrutando de los pequeños grandes logros de la cotidianeidad de las aulas, ese mágico espacio de encuentro y riqueza donde cada uno muestra su luz.
Pequeños lugares para otros, gigantes oportunidades de logros para quienes sabemos, el valor infinito de estos relatos de infancia.
Recuerdos que quedarán para siempre y que, a lo largo de los años, nuestros antiguos “pequeños alumnos” que ya han crecido, vienen generosamente a recordarnos con sus ojos cargados de ternura y nostalgia.
Y allí el alma se expande…
Allí sabemos que la siembra fue fecunda.
Allí… reafirmamos que somos y seremos DOCENTES, porque nada es comparable a lo que sentimos con la fortuna incalculable que guardamos en cada bolsillo del delantal, en ese dibujito y el recuerdo de acompañar a las familias.
En una sociedad en que el NOSOTROS es tan necesario, los maestros seguimos apostando gestos que nos hacen comunidad.
Meriendas compartidas, juegos en ronda, charlas grupales, debates y siempre en grupo…
Como ha dicho Freire: Enseñar exige la corporización de las palabras por el ejemplo.
Necesidad imperiosa de un maestro que trabaja con su interior, sus saberes y entrega, sus propuestas y marco teórico… su mirada profunda de la vida.
Docente que sabe que no se puede dar lo que no se tiene, lo que no es propio, trabajado y experimentado, por eso sin duda nuestra profesión requiere de tanto trabajo para llegar al aula con la coherencia que permite que lo dicho sea creíble.
Somos maestros porque nos esforzamos día a día por una vida plena de nuestros alumnos, deseosos de ver que ellos cumplan sus proyectos de vida sosteniendo una mirada resiliente, como andamiaje de nuestras acciones. Resiliencia que permite abordar la dificultad como oportunidad de crecimiento y lo comunitario como camino.
Michael Rutter (1991), define a la resiliencia como una respuesta global en la que se ponen en juego los mecanismos de protección, entendiendo por estos (mecanismos) no la valencia contraria a los factores de riesgo, sino aquella dinámica que permite al individuo salir fortalecido de la adversidad, en cada situación específica y respetando las características personales.
Construcción dinámica, como bien lo expresa Edith Grotberg (1996) lo cual permite pensar en la resiliencia como una construcción constante.
Cuando un docente valora el juego, las producciones, las acciones de un niño, esta actitud eleva su autoestima.
En cada espacio compartido, en los proyectos grupales, en las meriendas con una bandeja de galletitas para todos, la cooperación es un modo natural de compartir.
En las risas, en la actitud positiva del docente, en la mirada alegre, el humor muestra su capacidad de desdramatizar, su posibilidad oxigenante de pararse frente a los problemas.
Cuando un maestro apoya la autonomía apuesta a lo que cada niño o joven puede hacer acorde a su edad y circunstancia.
Un maestro comprometido sostiene apasionadamente el camino a la independencia, camino largo, paso a paso, que aquí comienza con la certeza de saber que cada niño puede y tiene derecho a una nueva oportunidad.
Los docentes apostamos tozudamente a la creatividad como un modo de ofrecer una manera de ver el mundo.
Creemos en la diversidad, en la riqueza de las opiniones, en los debates que tan frecuentemente se dan en las aulas, pensando muchas veces que ojalá los adultos pudiéramos dialogar e intercambiar miradas con el mismo respeto, convicción y pasión con que lo hacen los niños.
Estos pilares de la resiliencia, los sostenemos a diario, porque es nuestro modo de ver la educación.
Un maestro sabe que siempre hay una nueva posibilidad y que la felicidad, la educación, el juego, son derechos de todos y por eso allí estamos, en nuestro lugar, junto a los niños y sus familias.
Ser docente es eso… UN ARTE.
Un modo de ver el mundo.
De ESTAR en él, de ofrecer oportunidades, de aprender con los otros y de los otros.
Pocas personas tienen la maravillosa realidad, de año a año, formar parte de un camino fundante junto a tantas familias, y en ese tejido crecer, todos: adultos, jóvenes y niños.
Por eso me gustaría finalizar estas líneas con unos párrafos de “Con las alas del alma”, una hermosa canción de Eladia Blázquez:
“Con las alas del alma desplegadas al viento, porque aprecio la vida en su justa medida al amor lo reinvento, y al vivir cada instante y al gozar cada intento, sé que alcanzo lo grande, con las alas del alma desplegadas al viento.”
Que cada día en las aulas sea único.
Que cada espacio compartido nos permita desplegar aquello que nos hace profundamente humanos. RM
“Que la docencia sea un ESTAR en este mundo, presentes, comprometidos, disponibles”.
Ser docente es la mejor albacea testamentaria a la humanidad