Pensar en compartir un artículo personal no es una tarea fácil, sin embargo, sí es fácil identificar los colores que han dado sentido a mi proceso de creación en la construcción de la obra de arte de mi experiencia. Quizás para algunas personas son elementos fáciles de identificar, pero sin ninguna duda, para mí, aunque han costado lágrimas y sonrisas, finalmente me han convertido en la maestra de la felicidad, de la esperanza y de la libertad, así como lo describen algunas de las personas que han sido parte del camino.
Los 5 colores traducidos en palabras
“Aprendí que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El valiente no es quien no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo”, Nelson Mandela.
Como administradora de empresas, siempre soñé estar en un sillón de cuero dirigiendo una gran multinacional y aportando al crecimiento de mi país a partir de la buena gestión administrativa y financiera. Sin embargo, mi corta edad, mi falta de experiencia y sobre todo mi falta de contactos que hoy agradezco, no me permitieron pertenecer a las multinacionales que un día soñé.
Un día cualquiera, sentada como gerente encargada de una inmobiliaria a la que le agradezco mi joven aprendizaje relacionado con uso de la tecnología, creación de bases de datos y servicio al cliente, me encontré con una propietaria de un inmueble que tenía algunas quejas de nuestro servicio. Nunca pensé que haber aceptado ser la secretaria de la inmobiliaria 5 años atrás, me llevaría a encontrar el camino hacia la educación
La cliente poco satisfecha, se desahogó de su inconformidad directamente conmigo. Una vez su angustia fue solucionada, pudimos hablar de la vida, del servicio que le estábamos prestando y además pude escuchar la pregunta que cambió todo: ¿Te gustan los niños? Tomé unos segundos en responder, pero no fue difícil. En ese momento tenía dos sobrinas que me inspiraban un gran amor y también una gran responsabilidad como modelo de vida. Mi respuesta fue sí, me gustan los niños. Posteriormente vinieron dos preguntas más: ¿Sabes inglés? ¿Te gustaría ser docente? A la primera respondí sí, sé inglés. Para responder la segunda, me quedé sin palabras, y el tiempo era muy corto para comunicar lo que mi cabeza estaba pensando. Finalmente, decidí responder con otra pregunta: ¿Por qué?, y ella, desconociendo su misión en mi vida, me habló de una gran oportunidad en la ciudad de Houston, donde por estado de emergencia estaban necesitando docentes bilingües de Latinoamérica y de España.
Decidí considerar la posibilidad, sonaba bien, creía que podía hacerlo. Sin embargo, no era una decisión fácil. Debía dejar mi país, la ilusión de ocupar esa silla de cuero en una multinacional, pensar en tijeras, revistas, pegante y libros, y trabajar en algo para lo que no estaba preparada. Pero vi un espejismo de oportunidad, podría ahorrar en dólares y terminar estudiando una maestría en negocios (MBA).
Así que aceptar todo este nuevo reto, me llevó a Houston en el año 2001 donde cada año, y durante 7 años en total, recibí 21 vidas entre 5 y 6 años de edad, sus familias y sus luchas en mi aula de clase. 147 pequeñas almas que confiaron en mí, que cambiaron mi forma de ver el mundo y a quienes seguiría dando la bienvenida a mi camino cada vez que así la vida lo dispusiera. 147 familias que acepté como coequiperos desde el primer momento y hoy todavía pertenecen, no solamente a mi recuerdo, sino a mi presente.
Haber dicho “SÍ” ha sido el camino más difícil de aprendizaje, pero el más correcto para mi realización como profesional y como cuidadora de almas a través de la educación. Los docentes tenemos que dejarnos llevar, la zona de confort es tranquila y segura, pero en el reto es donde más se miden las competencias.
“Antes que nada, la preparación es la clave del éxito”. Alexander Graham Bell
Cuando inicié mis pasos por el aula de clase, recibí niños, padres, libros, maletas, pupitres, textos-guía para docentes, pinturas, tijeras, pegante, marcadores, papeles y sobre todo, muchos temores. Con tantas cosas al tiempo, empecé poco a poco. Sabía que no podía convertirme en la mejor docente de un momento a otro. Tuve muchas frustraciones, angustias, incertidumbre, pero finalmente lo mejor que podía hacer era garantizar que los niños quisieran volver todos los días a verme, que lloraran porque extrañaban a sus papás pero no porque no quisieran estar conmigo. Y así fue mi comienzo, preparé un espacio óptimo para el aprendizaje, libre de riesgos físicos y emocionales y empecé también a prepararme.
Inicié entonces mi Programa Alternativo de Certificación (ACP) docente con el Distrito Escolar de Houston (HISD). De manera alterna a mi tarea de cuidado de mis estudiantes, empecé a prepararme para entender que todo lo que pasaba en mi aula tenía un soporte teórico, y que las ideas que de alguna manera emergían de manera natural en mi clase, alguien más ya las había pensado y hace mucho tiempo. Entre Piaget, Vygotsky, Cummings, Gardner, Asher, Montessori, currículo, pedagogía infantil y liderazgo educativo, empecé a enamorarme de todo lo que sustentaba mi gran labor todos los días.
Por dos años, estudiaba todas las tardes, confirmaba el camino adecuado para que mis estudiantes aprendieran más y mejor, y además ajustaba toda mi práctica desde la observación de otros y la reflexión propia. Me preparé no solamente desde los libros y las amplias lecturas, sino también desde la identificación de prácticas efectivas de otros colegas, y de aquellas que definitivamente no formarían parte de mi perfil como docente. La pasión desbordada por el aprendizaje y mi gran responsabilidad de hacerlo posible en el aula, hizo que espejismo del MBA desapareciera y se convirtiera entonces en una Maestría en Educación.
Creo que la preparación teórica es esencial para ser un docente transformador, sin embargo la excelencia no solamente viene de la academia. He conocido grandes académicos que no pueden trasladar las mejores prácticas para los procesos de enseñanza y aprendizaje en el aula. Estudiar, reflexionar, observar a otros, aprender de otros, generar espacios de colaboración, generar estrategias de formación autónoma, actualizarnos y conocer las antítesis de la excelencia, son muy buenas fuentes de preparación que podría reconocer.
“En los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento”. Albert Einstein
Cada día era diferente en el aula. Cada año podía identificar que esas 21 almas que empezaban un camino a mi lado por un año académico, eran diferentes a las del año anterior. La tecnología empezaba a reclamar más espacio, los juegos que podía implementar con un grupo, no necesariamente funcionaban con otro. La activación de todos los sentidos en los procesos de enseñanza y aprendizaje era mi mayor fortaleza, así que los colores, las texturas, la música, los sonidos, las imágenes y las manualidades me retaban cada día a ofrecer todo lo que mis pequeños estudiantes de 5 años necesitaban. Sin embargo, nunca pensé que en el 2005 llegara la mayor motivación para crear sin límites.
Su nombre es Lucía, a sus cinco años de edad se acercó el primer día de clase a mi puerta, confirmando que yo era su profe para ese año. Al ver el espacio que ocupaba su caminador, su silla de ruedas y el que requerían sus terapeutas cuando vinieran a atenderla para superar las secuelas de su parálisis cerebral, me hizo no solamente continuar creando un espacio libre de riesgos físicos y emocionales para ella, sino también crear las mejores estrategias colaborativas de aprendizaje, ajustes con tecnología y modificaciones curriculares que la llevaran a ser una estudiante de éxito. Creí en ella, creí en mí, cree desde la empatía y fue el año en el que no todo me lo decían los libros. Fue el año en el que la teoría necesitaba un color diferente para Lucy y ese color lo encontré con su familia, sus 20 compañeros y especialmente con ella.
La creatividad no es hacer cosas nuevas sin sentido. La creatividad de un docente es la competencia para dar color a cada estudiante de acuerdo con su propia tonalidad. La creatividad es respetar la diferencia y generar a partir de ella la mejor obra de arte de aprendizajes y experiencias. Debemos creer en que podemos hacer las cosas de una manera diferente y crear el camino para lograr hacerlas. Que algunas cosas hayan funcionado por algún tiempo, no significa que den respuesta a las necesidades actuales de todos nuestros estudiantes. Lucy no solo me permitió transformar mi clima de aula y su vida, ella transformó la mía.
“Algunas personas quieren que algo ocurra, otras sueñan con que pasará, otras hacen que suceda”. Michael Jordan.
Entre la dualidad en ser administradora de empresas, y haber encontrado en el camino la pasión y la razón de mi labor diaria, tuve siempre la claridad de que mis estudiantes eran el centro mayor de mi motivación. No solamente me preparaba de manera permanente, sino que los estudiaba a ellos. Estudiaba sus gustos, sus reacciones frente a actividades que yo creía podían funcionar, y algunas cumplían el objetivo y lo excedían, pero otras no tenían las respuestas que yo esperaba.
Uní todo el conocimiento, la experiencia de mi infancia y el crecimiento profesional para reconocer que mi gran responsabilidad era que cada uno de mis estudiantes aprendiera, no solamente a leer, a escribir o a aplicar conceptos matemáticos, sino a ser buenos seres humanos. Y allí llegó un reto aún mayor. No podía perder de vista todos los logros académicos que requería cumplir con el currículo, sino tenía que enfocarme también en generar logros emocionales para cada uno. Debía identificar su potencial, sanar sus emociones y hacer de ellos su mejor versión posible en tan corto tiempo. Ellos acababan de llegar al mundo y yo ya había llegado hacía 20 años.
Tener a los estudiantes como el centro de nuestra acción es el principal insumo para el éxito de un docente. A veces gastamos tanto tiempo en buscar co-rresponsabilidad desde la familia, los gestores educativos y la misma política pública, que si no partimos de reconocer que somos nosotros los que podemos transformar sus vidas desde el aula, todos los procesos de cambio local, nacional y mundial, se van a tomar más tiempo. Miremos a los lados para aprender qué hacer o qué no hacer, para enriquecer nuestro perfil docente, para ser nuestra mejor versión posible en el campo educativo, pero no miremos hacia los lados para buscar culpables. En nuestras manos está que cada estudiante que pase por nuestra aula tenga una buena experiencia de aprendizaje, nos recuerde como docentes y como seres humanos, y que sobre todo, recuerde que fuimos los docentes de su felicidad, de su libertad
y de su éxito.
“Tienes que pensar en cosas grandes mientras estés haciendo cosas pequeñas, de modo que todas las pequeñas cosas vayan en la misma dirección”, Alvin Toffler.
Es muy común ahora escuchar que no sabemos hasta dónde llega la influencia de un docente. Y en este sentido, siempre he pensado que puede ser buena o también muy mala. En mi carrera, percibiendo la inocencia de los ojos de los niños que siempre tenía en mi aula, decidí que mi influencia fuera positiva e incomparable. No sólo velaba por su buen proceso de aprendizaje, sino por su salud emocional, su cuidado físico, sus intereses, sus conflictos y sus retos. Y un día, muy cercano a mis inicios como docente, empecé a pedir que cada oportunidad que tuviera, a través de mi trabajo, me permitiera impactar la calidad educativa del mayor número de niños en el mundo.
Y el universo siempre responde. Mi trabajo con Lucy mereció un reconocimiento local y estatal como docente de escuela elemental en el 2005, entre 10.000 docentes del distrito. Sin embargo, seguía creyendo que las cosas pequeñas en el aula eran lo suficientemente grandes para mis 21 estudiantes y para mí. Pero para deseos de cambio tan grandes, nada llegaría a ser suficiente.
Continué mi camino involucrándome en los procesos de formación de jóvenes que querían ser pedagogos infantiles en dos universidades. Estaba multiplicando mi aprendizaje. Estaba convencida que si transformaba la mentalidad de estos futuros docentes mi impacto llegaría hasta sus aulas con sus futuros estudiantes. También participé en el sector privado y pasé de 21 almas al año a 350 almas al año.
Y un día, aunque mi sueño no era literalmente trabajar en el sector público, ese era el camino que daba respuesta a lo que había pedido para generar el mayor impacto en el mayor número de niños en el mundo. Las puertas del Ministerio de Educación Nacional se abrieron. Es el lugar donde todo pasa y donde todo se construye para hacer lo posible por la calidad educativa del país. Ser coordinadora pedagógica del programa más grande de formación docente del país, me llevó a muchas horas de reflexión, otras cuantas de debate y muchas otras de pequeñas frustraciones, pero al final de grandes éxitos. Conocí personas maravillosas, sonrisas de los niños en varios colores, formas, sonidos y culturas. Reconocí talentos excepcionales, luchas, dolores pero también la fortaleza, la fe y la esperanza en diferentes partes del territorio nacional.
Continué entonces mi labor desde la dirección de calidad por algunos meses, aprendiendo sobre todo que el mayor recurso de enseñanza es ser modelo de lo que esperas que otros sean. En el proceso de crisis de valores de nuestro país, en el dolor que causa la historia de la guerra, nosotros, los docentes, somos la esperanza de cambio. Ser educadores nos da el privilegio de ser modelos de lo que esperamos que se transforme. Ser educadores es la gran oportunidad de mostrar con hechos lo que queremos del mundo. Y así debe ser. No esperemos que todo pase afuera, no esperemos que la política pública llegue al momento ideal donde podamos actuar, no esperemos que otros hagan y construyan un posible camino de cambio. Todo esto puede tomar mucho tiempo, y mientras todo pasa la vida de nuestros niños y jóvenes también pasa en el aula.
Seamos cambio, seamos oportunidad, inspiremos transformación. Estoy convencida de que en la vida no es tan importante el número de pasos que das, sino la profundidad de la huella que dejas. Y que cada huella cuenta en el proceso de construcción de la obra de arte de un buen docente. RM