A lo largo de la historia, hemos visto como diversas civilizaciones han alcanzado niveles de desarrollo superiores a otras de su misma época. Muchos piensan que los motivos por los que estas civilizaciones han superado a otras son netamente militares, económicos y de conocimiento, pero existe un hecho irrefutable que pone en entredicho esta creencia.
“De atrás vienen los que adelante van a estar”.
Si el hecho de contar con mayor poder militar, económico y acceso a conocimiento garantizase la supremacía de una civilización sobre otras, esta supremacía no hubiese pasado por tantas manos a lo largo de la historia. Egipcios, griegos, romanos, persas, ingleses, americanos, entre otros, se han pasado el testigo del liderazgo mundial y conforme las TIC han venido “democratizando” el conocimiento en los últimos 20 años, parece cada vez más difícil que un país sostenga este testigo por mucho tiempo. Esto es una buena noticia para los que venimos de atrás, ahora contamos con mayores posibilidades de estar adelante que hace 20 años. Sin embargo, debemos aprender del pasado…
¿Cuáles han sido las competencias básicas que han permitido a ciertos grupos de seres humanos alcanzar mayores niveles de desarrollo que otros?
Son muchas, pero en mi opinión, estas civilizaciones comparten una característica en común. Todas, sin excepción, lograron unir a su población entorno a un objetivo de éxito común y esto no hubiese sido posible sin la aparición de seres humanos con capacidad de influir sobre los demás.
Podríamos separar la historia del hombre en dos etapas, antes y después de la revolución industrial. La aparición de la industria marcó un punto de inflexión a partir del cual, los países con mayor tecnología y mano de obra técnicamente cualificada superaron a los demás. Es justo a partir de este punto cuando se empieza a dar mayor importancia a la formación técnica-académica. Es también a partir de este momento cuando nos empezamos a preocupar por medir y comparar datos que nos permitan predecir hechos del futuro. Sin embargo, aunque los números nos pueden ayudar a desvelar muchas cosas, hasta el momento, ha sido imposible encontrar la fórmula que permita predecir la capacidad de liderazgo e influencia que una persona tendrá en el futuro.
En teoría, los resultados de “tests” como el ICFES, SAT, GMAT, CI, entre otros exámenes de nivel académico, nos deberían dar un indicio de quiénes serán los jóvenes con un futuro profesional más prometedor. Pero la historia reciente nos demuestra que no necesariamente han sido aquellos estudiantes sobresalientes a nivel académico quienes han tenido las carreras profesionales más destacadas. Desde hace muchos años, miles de malos estudiantes se han convertido en líderes influyentes. Personalidades de la talla de Henry Ford, Mahatma Gandhi, Richard Branson, Ralf Lauren, Thomas Edison, Steve Jobs y Amancio Ortega, por nombrar solo algunos, no necesitaron de un diploma para cambiar el mundo.
“La mejor forma de vencer a la competencia es dejar de tratar de vencer a la competencia”
Mi intención con esta reflexión no es desprestigiar el estudio y mucho menos a los buenos estudiantes, la formación académica tiene y nunca dejará de tener gran valor. Sin embargo, creo ciegamente en que: “La mejor forma de vencer a la competencia es dejar de tratar de vencer a la competencia”.
Chan Kim
A lo largo de la historia, las personalidades más influyentes comparten una característica común: se han atrevido a ser diferentes. Los invito a que repasen la lista de personajes citados en el párrafo anterior. Todos ellos dejaron de tratar de competir, rompieron paradigmas y tomaron el testigo del liderazgo en sus industrias pensando y actuando de forma diferente a como lo hacían sus competidores.
A día de hoy, tal y como ha ocurrido a lo largo de la historia, cualquier país que quiera alcanzar mayores niveles de desarrollo deberá promover entre sus habitantes el desarrollo de habilidades que les permitan marcar la diferencia a través de un mayor liderazgo e influencia. Desafortunadamente, el dominio de estas habilidades es difícil de medir, y tal vez por este motivo han sido menospreciadas y relegadas a un segundo plano por la mayoría de sistemas educativos.
Entonces, ¿cuáles son esas habilidades?
Principalmente tres:
Estrategia: En el mundo ya somos más de 7.000 millones de personas y debido a que la globalización es cada vez más evidente, nuestra competencia crece a un ritmo vertiginoso. Sin embargo, nuestros competidores y el resto de personas que nos rodean no tienen por qué ser vistos como una amenaza si somos buenos estrategas y sabemos cómo utilizarlos para incrementar nuestras ventajas competitivas.
Marca: Las personas somos empresas, empresas que requieren de una estrategia de marca para posicionarnos en la mente de nuestro público objetivo. Al igual que una empresa, si aplicamos una estrategia de marca atractiva que nos permita diferenciarnos de nuestra competencia, es posible incrementar el valor de lo que hacemos por la imagen que los demás tienen de nosotros.
Diseño: Debemos ser capaces de diseñar y rediseñar constantemente aquello que tenemos para ofrecer. Esta habilidad nos permitirá incrementar el atractivo de nuestra oferta y diferenciarla de aquello que ofrecen los demás. La clave está en saber identificar y llenar nuevos espacios de mercado.
Todos, independientemente de la actividad que desarrollemos, si queremos tener éxito y dejar huella en nuestro paso por la vida, debemos dominar estas tres habilidades. Aprovechar nuestro entorno, nuestra imagen y nuestra oferta para diferenciarnos e incrementar nuestro valor para la sociedad requiere de entrenamiento, pero por desgracia, la actual oferta de este tipo de entrenamiento es escasa. Este es para mí el mayor reto que tiene la educación en los próximos años y la razón por la cual escribí un libro titulado: ¿Cuánto vale tu pescado? Se trata de un texto repleto de anécdotas históricas, deportivas, religiosas, políticas, psicológicas y empresariales que desvelan poderosas tácticas para destacar e influir en un entorno altamente competitivo sacando el máximo provecho de aquello que nos hace únicos y atractivos.
Necesitamos forjar líderes, personas que se atrevan a romper paradigmas y ser diferentes, porque de atrás venimos, pero adelante podemos estar.