Edición 28Investigación

La educación es arte y relación

Cuando analizamos el resultado de la educación a mediano plazo, observamos que los efectos de la entropía humana y social son evidentes: políticos envueltos en la tríada destructiva del narcisismo, la manipulación y la sociopatía, héroes con pies de barro y carentes de neuronas activas, predominio de las adicciones a químicos que suplan la imposible búsqueda de felicidad inmediata y gratuita, la dependencia del mundo de la imagen ante la inexistencia de ideas, pasión y trascendencia, inclinación creciente a la rapidez, el estrés y la angustia como formas de vida aceptadas.

La educación es un factor de mantenimiento de la calidad humana y, cuando falla, aparece la aceleración de la entropía: la descomposición vertiginosa de valores espirituales, las tendencias autodestructivas y la depauperación intelectual y estética.

Muchos de los zombis humanos que naufragan en las redes sociales y deambulan por los centros comerciales y zonas de diversión, ajenos a sí mismos, estuvieron durante años en escuelas que ofrecían “formación integral”, “educación en valores”, “inspiración cristiana” y eslóganes parecidos. Ahora son los testimonios vivientes de la entropía.

Llegados a este punto de autocrítica, la educación actual necesita revisar prioridades y métodos, pues el balance final es marcadamente doloroso y demoledor: necesitamos una metamorfosis, no una evolución o una mejora. El proceso de cambio necesario es estructural, no funcional y, menos, estético o social. Por esta razón, es doblemente arduo y complejo. Una misión que se antoja imposible, pero necesaria.

Quizá este panorama pueda parecer parcial y oscuro. Lo es. La autocomplacencia ha sido el enemigo permanente y letal de la metamorfosis y es necesario estar en alerta continua para no adormecerse ante la entropía. Para solucionar un desafío, el primer paso es aceptar el dolor, la carencia y, al mismo tiempo, la pasión y los recursos. Este es el escenario.

La metamorfosis educativa

En los últimos años, el sistema escolar ha caído en las redes del marketing: los colegios compiten en ofrecer herramientas de última generación, acreditaciones de calidad, competencias “al mejor profesor”, superación de pruebas estandarizadas y otras acciones encaminadas a posicionarse en el mercado a través de una “gestión” efectiva. Es la seducción que emigró de la empresa productora de cosas a la escuela. Este enfoque no está equivocado, es incompleto. Peligrosamente parcial porque ignora la esencia del trabajo y los objetivos prioritarios de los centros educativos.

Todas las mediciones estandarizadas presentan unos resultados, pero ocultan la compleja realidad del trabajo educativo: la formación de un ser humano no puede ser calificada por una prueba estandarizada o por criterios de calidad copiados de la producción en serie de cosas. Los resultados obtenidos en pruebas locales o mundiales no pueden generalizar el efecto de la educación: solo iluminan lo que la prueba mide. El trabajo de formación humana es sumamente complejo: intervienen muchos factores, cuyo resultado es mayor que la suma de sus partes. Una prueba o una acreditación tienen un alcance limitado al objetivo de su función. La generalización indebida de un logro en una variable de la educación sirve mucho para objetivos de marketing, pero no refleja la realidad total.

Edgar Morin advierte que “la hiperespecialización evita ver lo global (que lo ha fragmentado) y lo esencial (que lo ha disuelto). Los problemas esenciales nunca están fragmentados y los problemas globales son cada vez más esenciales”. El principio de reducción de lo complejo a lo simple, obscurece la verdad y elimina todos los elementos que no pueden ser medidos y cuantificados.

En este escenario, el foco de la atención escolar se centró en los métodos, materiales, herramientas, test, resultados medibles que, insisto, son peligrosamente parciales y engañosos cuando ignoran esencias intangibles por ser espirituales. Nuestra visión educativa corre el riesgo de miopía.

Todas las herramientas, métodos, pruebas y evaluaciones ocupan un lugar instrumental, secundario, con respecto a la misión del profesor. El ser humano es quien hace la diferencia. La metamorfosis de la educación se orienta a convertir al maestro en el centro del cambio; la persona es el factor diferencial. En segundo lugar, las herramientas.

Una corrección parcial al protagonismo del marketing y de los medios pedagógicos, ha sido formar más y mejor a los profesores en el terreno profesional y en la actualización técnica. Indirectamente, seguía siendo la herramienta la figura principal y la persona quedaba al servicio del método, una especie de robot coordinado por un programa o un material educativo. Muchos sistemas de aprendizaje y directores de centros educativos pretenden elaborar metodologías y materiales que funcionen “a pesar del maestro”. Y esta afirmación la he escuchado más de una vez. La desconfianza en la persona y fe en la herramienta. El último insulto para un educador.

La metamorfosis educativa inicia con la consideración de que toda cultura se fundamenta en una transmisión: así surge la vida, la comunicación y la educación. Christiane Singer dice: “la transmisión es la atención puesta en otra persona, que logra que en ella surja lo mejor de sí misma”. Este proceso opera por el vínculo. Si lo cortamos no hay transmisión. El proceso de vinculación depende de la esencia de la persona: educamos por lo que somos, después por lo que hacemos. Casi nada, por lo que decimos.

El cambio disruptivo para la educación de esta década es una revolución: el regreso a los orígenes: la riqueza personal de los educadores es la fuente de su intervención. Los enormes avances tecnológicos nos exigen que no nos convirtamos en rehenes de los recursos ni nos quedemos como espectadores de la transmisión confiscada o, incluso ausente. Somos una especie que transmite, y la transmisión está en el corazón de nuestra humanidad: dar, recibir, regresar.

El otro factor de la metamorfosis educativa es la atención a la diversidad. Insistimos ahora mucho en la igualdad, pero debemos enfatizar más la diversidad: cada niño es diferente, cada uno necesita recursos y ritmos diferentes. Todos aceptamos que cada niño es único, pero después hacemos “paquetes” de alumnos que nos simplifiquen el trabajo. Incluso, algunas instituciones realizan exámenes de admisión para tener a los alumnos capaces de encajar en su modelo estandarizado. Luego presumirán de su “alto nivel académico” logrado en un gueto dorado homogeneizado.

La educación personalizada es un arte, no una técnica. El arte no se repite ni copia, cada obra es original, única e irrepetible: como la educación personalizada. La técnica reproduce un patrón y se fundamenta en un modelo para conseguir un perfil determinado, estandarizado.

La educación como arte es creativa en los enfoques, métodos y recursos, fertiliza la innovación. La persona madura establece un ambiente en el aula y los niños responden a la atmósfera emocional que crea el maestro.

La formación de profesores artistas es la tarea fundamental para los centros educativos que tengan como carisma la verdadera formación integral, la personalización en la atención a cada alumno y la creatividad como herramienta clave para la utilización de recursos y tiempos.

La relación en la metamorfosis educativa

Una frase popular francesa dice “qui se ressemble, s’assemble” (lo que se parece se une): las personas que frecuentamos, regularmente terminan por transmitirnos sus actitudes y comportamientos.

En la década de los años 90, un grupo de investigación italiano liderado por G. Rizzolati descubrió las neuronas espejo, ubicadas en la zona cortical motriz. En el niño y el adolescente, estas neuronas funcionan en forma masiva, por lo que el aprendizaje de modelos impacta fuertemente la formación de las actitudes y valores. Aun sin decir nada, los patrones de vida de los adultos que tocan con su presencia a los niños, son absorbidos inconscientemente como propios. Un profesor que vive con serenidad, que resuelve los problemas con inteligencia, que es un modelo de vida, aporta a la educación de sus alumnos los factores predominantes para un aprendizaje existencial indeleble y permanente.

Transmitir se asocia más con saber ser, saber vivir. En la verdadera transmisión el mensajero se convierte en el mensaje. Estas dos frases encierran la esencia de la metamorfosis educativa.

El énfasis en la actualización magisterial no está en el quehacer sino el “que-ser”. El árbol malo, da frutos malos; y podríamos añadir: aunque no quiera”. El árbol bueno, por el contrario, da frutos buenos, en forma natural, espontánea, como una derivación natural de su bondad intrínseca.

El lazo afectivo, creado por un adulto maduro, logra en los niños y adolescentes una organización interior de la experiencia actual y un crecimiento neurológico que se manifiesta en el lenguaje, la emoción, las representaciones de la realidad y los estados mentales. Gobernados por la imagen que nos hacemos de nosotros mismos, solamente podemos sobrevivir si contamos con figuras de vínculo. El ser humano, solo, no tiene la menor posibilidad de desarrollarse plenamente en ninguna de las áreas relevantes.

Con frecuencia los primeros lazos de los niños han pasado por tormentas emocionales que han desgarrado su corazón y han dejado heridas en el alma. Es la escuela, la que aparece como segunda —y, a veces, última— opción de resiliencia para los niños y adolescentes que entran a la vida como patitos feos en espera de un cisne que, en su relación, personal, les permita descubrir que en realidad, son cisnes descarriados. El profesor debe entender que el resultado académico con frecuencia es el menor de los problemas para algunos niños. Además, después de los aprendizajes básicos que se obtienen antes de 4.º de primaria, los alumnos olvidarán el 80% o más de los contenidos programáticos escolares.

Siguiendo la metáfora del cuento de Andersen, el profesor se convierte en el cisne que toca con su presencia a un patito feo, inadaptado al fracaso y en búsqueda constante de la propia identidad personal. Daniel Pennac en su obra “Chagrin d’école” (Mal de escuela) relata poéticamente la función de los profesores que lo salvaron del fracaso existencial y actuaron como cisnes: “Los profesores que me salvaron —y que hicieron de mí un profesor— no estaban formados para hacerlo. No se preocuparon de los orígenes de mi incapacidad escolar. No perdieron el tiempo buscando sus causas ni tampoco sermoneándome. Eran adultos enfrentados a adolescentes en peligro. Se dijeron que era urgente. Se zambulleron. No lograron atraparme. Se zambulleron de nuevo, día tras día, más y más. Y acabaron sacándome de ahí. Y a muchos otros conmigo. Literalmente, nos repescaron. Les debemos la vida.”

La empatía es el corazón de la relación del profesor con sus alumnos y es el resultado de la presencia de las moléculas del bienestar: oxitocina, endorfinas, serotonina y dopamina. Estos neurotransmisores son indispensables para que el cerebro pueda aprender, pues son el caldo de cultivo emocional necesario que permite el crecimiento de los circuitos del aprendizaje.

El niño y el adolescente activan sus propios sistemas de compensación interna para el aprendizaje cuando la relación con su profesor es potente y limpia: generan un apego básico —attachment— fundamental para que las áreas corticales superiores se abran a la curiosidad, sin temor.

El tipo de apego del profesor está anclado en su propia historia: depende de lo que él mismo ha recibido, de su madurez emocional y de la capacidad de empatía, de su potencial resiliente. Tales recuerdos están almacenados en la memoria inconsciente y condicionan la relación con sus alumnos, pues funcionan como una programación mental y emocional inconsciente. Los asuntos personales no resueltos o mal gestionados inciden directamente en la intervención educativa a través de mensajes no verbales que contaminan los aprendizajes iniciales de los niños y adolescentes, sobre todo en las áreas más trascendentes que se relacionan con patrones de vida, sistemas de creencias y actitudes.

En los análisis de los “profesores quemados” se observa que su cansancio emocional y el estrés fácilmente acumulado se originan en una estructura psíquica débil y, a veces, dañada que está latente y pronta a activarse ante estímulos característicos de los ambientes escolares. Con frecuencia la latencia soporta menos de 3 meses de trabajo con los alumnos y las situaciones normales del trabajo educativo se convierten en estímulos abrumadores para una persona con niveles de bienestar escasos.

En educación la frontera entre la dimensión personal y profesional es sumamente sutil, a veces, inexistente. Por esta razón, la selección de profesores implica la detección de un equilibrio personal, una madurez psicosocial, una estabilidad espiritual a toda prueba. El segundo paso es el mantenimiento constante de estos perfiles para que la entropía no haga estragos en la frágil naturaleza humana y contamine el proceso educativo por el deterioro de la relación. Los profesores no son ineptos; están haciendo simplemente lo que se deriva de su esencia y lo que aprendieron. Si un centro escolar desea convertirse en un polo educativo, la metamorfosis debe iniciarse en los profesores. Ante niños ordinarios, los maestros extraordinarios logran, a su vez, la metamorfosis. Simplemente, dan lo que son y lo que tienen. RM

Isauro Blanco

Filósofo, pedagogo y psicólogo educativo y clínico. Asesor de familias, escuelas y universidades.

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