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Camino a la inclusión: un reto de todos

En la actualidad en los diferentes contextos, la “inclusión” ha comenzado a ser un tema central de discusión, y es en el ámbito educativo donde se presenta un escenario determinante para su aplicación y desarrollo. Existe un gran debate sobre el tipo de exigencias que requiere un modelo de inclusión en el aula y la necesidad de implementarlo. La inclusión es la gran posibilidad para transformar la sociedad, pues permite reconocer la diferencia, sin que esta sea tratada como una anormalidad.
Artículo escrito por Marcela Deckers Pinzón, Psicóloga de la Universidad Javeriana y Andrea del Pilar Barrangán, Psicóloga de la Konrad Lorenz Fundación Universitaria.

Hacia finales de siglo XX y principios de este, se originó un movimiento educativo y social en torno a la inclusión, definida por Booth y Aincow (2002) como “el conjunto de procesos orientados a eliminar o minimizar las barreras que limitan el aprendizaje y la participación de todos los estudiantes”

 

Los prejuicios e ideas en torno a la normalidad vs. la anormalidad han servido de base en la construcción de muchos de los paradigmas por los que se ha regido la sociedad a lo largo de la historia. Paradigmas que han llevado a clasificar a los niños dentro de unos parámetros que se ajustan a escalas de comportamiento social implantadas en el sistema educativo y que los mide de una forma homogénea, es decir, que mediante un proceso de evaluación, que tiene por objetivo asegurarse de que todos alcancen los mismos estándares, se establecen algunos parámetros de la conducta del niño.

Hacia la segunda mitad de siglo XX democracias neoliberales, desarrollaron prácticas educativas y sociales de integración, en las que su mirada estaba puesta en el sujeto y sustentada en el principio de igualdad de oportunidades. Hacia finales de siglo XX y principios de este, se originó un movimiento educativo y social en torno a la inclusión, definida por Booth y Aincow (2002) como “el conjunto de procesos orientados a eliminar o minimizar las barreras que limitan el aprendizaje y la participación de todos los estudiantes”. En este caso, la mirada está centrada en el contexto, porque es este y no el sujeto el que tiene que modificarse y así propiciar un cambio cultural basado en el principio de equidad o de oportunidades equivalentes que favorezca la inclusión. Lo fundamental de esta nueva propuesta es que, el cambio cultural implica que sean los sistemas los que tengan que reformarse para no excluir a ninguna persona (López, M., 2011).

Estas nuevas prácticas han llevado a que, en la actualidad, en diferentes contextos, la inclusión sea un tema central de discusión, y es en el educativo donde se presenta un escenario determinante para su aplicación y desarrollo. Existe un gran debate sobre el tipo de exigencias que requiere un modelo de inclusión en el aula y la necesidad de implementarlo. La inclusión es la gran posibilidad para transformar la sociedad, pues permite reconocer la diferencia, sin que esta sea tratada como una anormalidad.

Este proceso va más allá de una estrategia o una adecuación del aula. La inclusión permite la formación en valores, la construcción del carácter y el desarrollo de habilidades sociales, en definitiva, de competencias que sobrepasan el conocimiento y que inciden en la evolución de seres humanos dispuestos a construir desde una visión de comunidad en la que hay un lugar para todos.

Vygotsky citado por López M. (2006), retoma el postulado en el que señala que se aprende de manera más eficiente en un entorno social. Las funciones cerebrales superiores se adquieren primero en un contexto social y se desarrollan por acciones de carácter voluntario y consciente. Por tanto, la interacción social juega un papel determinante en el aprendizaje y promueve un estilo de enseñanza recíproca, permitiendo la elaboración de un pensamiento constructivista.

Desde el contexto educativo, un reto importante es lograr una educación diferenciada que permita incluir en el aula regular a los estudiantes con dificultades en su aprendizaje. Esto implica la necesidad de una acción concertada de los diferentes agentes sociales y exige realizar cambios en los distintos niveles del sistema educativo para así poder superar las distintas barreras políticas, culturales y didácticas. López M. (2011), enfatiza en las barreras didácticas (que hacen referencia al proceso de enseñanza-aprendizaje), para que el lugar de aprendizaje no sea un lugar de competitividad sino uno donde exista la ayuda mutua, la cooperación, en donde los niños deben esforzarse para ayudar a otros a construir conocimiento.

Desde esta perspectiva el rol del maestro en el aula y el trabajo con las familias es fundamental. Como maestros, se sabe que la actitud, creencias, palabras y acciones impactan directamente a los estudiantes y pueden generar un contexto, favorable o no, hacia la inclusión; por lo tanto, este rol no se limita a transmitir conocimiento. Propiciar un ambiente de inclusión requiere, no solo conocer a los estudiantes y sus necesidades, sino también reconocer sus fortalezas, poner en evidencia los recursos que tienen disponibles para potenciarlas, de tal forma que ellos sean los que las identifiquen. Este es un derecho que tienen las personas con dificultades a ser reconocidas y tratadas por lo que son como individuos.

En la actualidad, los modelos educativos basados en la inclusión permiten que los educadores, desde su labor diaria, estén en una constante búsqueda de alternativas y métodos que posibiliten a los estudiantes desarrollar sus habilidades y competencias. Para ello es fundamental reconocer aquellos aspectos del estudiante a nivel emocional que favorezcan el desarrollo de su autoestima y confianza. De esta manera, desde sus competencias podrán conectarse con el sentimiento de pertenecer, y “ser parte de…”, y así asumirse de una manera activa dentro de su contexto académico.

La inclusión, por tanto, contribuye a la construcción de un proyecto de vida basado en la valoración, la dignidad y el reconocimiento de un lugar en la sociedad para cada cual, donde, en la diversidad, es posible que haya desarrollo y crecimiento para todos; se trascienden las profesiones u ocupaciones tradicionales para darle cabida a nuevos oficios.

Por otro lado, dentro de un ambiente inclusivo, cada estudiante tiene la valiosa oportunidad de fortalecer actitudes como el respeto, la colaboración, la solidaridad y la compasión; es un proceso para aprender a vivir con las diferencias entre las personas y humanizar esas diferencias a través de la participación y la convivencia. El trabajo cooperativo se vuelve una de las estrategias fundamentales para permitir que valores y habilidades psicosociales se potencien y se vuelvan parte de la cotidianidad, y dar así más importancia a la colaboración que a la competitividad, pues esta última puede llevar a la rivalidad, comparación y búsqueda de “una mejor y única manera de hacer las cosas”.

El rol de los maestros es también fundamental en el caso de los padres de familia, ya que ayuda a sensibilizarlos frente a la gran posibilidad de desarrollo y formación que promueve un ambiente de inclusión.

La construcción en valores, como los que se han venido mencionando, requiere de la participación de las familias con apertura y buena disposición para que aquello que en algún momento puede ser considerado “inusual”, “raro”, “anormal” o “poco común”, en vez de miedo y rechazo, se vuelva una oportunidad para crecer en convivencia, búsqueda de soluciones y aceptación de la diferencia.

La nueva escuela inclusiva, (escuela democrática – López, (2006)) es una escuela antagónica a la escuela tradicional, en donde el rol del docente va más allá de ser un transmisor de conocimiento, ya que enseña a construir el saber a partir del desarrollo de habilidades psicosociales. En ella se busca hacer del individuo alguien competente para afrontar situaciones o problemas que aún no existen, no solo se aprenden contenidos, aprendemos a vivir y a convivir. En palabras de López M. (2006), “No se trata de enseñar la cultura de la diversidad como un valor, sino de vivir democráticamente en las aulas desde el respeto, la participación y la convivencia”.

¿Qué se necesita para que la inclusión se fortalezca en el ámbito educativo?

Para generar un cambio cultural, hay que revisar los paradigmas más arraigados, reevaluarlos y abrirse a la posibilidad de encontrar otros nuevos; a continuación, y recogiendo algunos de los puntos mencionados anteriormente, los invitamos a reflexionar sobre los siguientes aspectos:

1. La comprensión de la inclusión y la diferencia: de acuerdo con López, M. (2011), “La educación inclusiva es un proceso para aprender a vivir con las diferencias de las personas”. Considerando la anterior definición, ¿qué significa tener en cuenta la diversidad en las aulas? ¿Cómo se ve al niño o niña y a los procesos de aprendizaje cuando hablamos de inclusión? En este sentido, ya no se hablaría de educación especial, pues esta tiene que ver más con un proceso de integración. Se trata de transformar las dificultades en posibilidades, que la diferencia sea vista como un elemento de la identidad de una persona que tiene derecho a ser reconocido, respetado y valorado. En nosotros está el reto de vivir la diferencia como una oportunidad y no como una carga.

2. Flexibilidad curricular: en la escuela tradicional, el currículo suele ser rígido, estático, sin mayor posibilidad de cambio. Los estudiantes se acomodan para responder a este y no al revés, por lo que, implícitamente, el mensaje que llega al estudiante es, que si no hay una respuesta acertada o no hay un cumplimiento de lo que se espera en el currículo, él es el del problema. La flexibilidad curricular, invita a cuestionar y a hacer los ajustes que se requieran cuando el currículo no responde a las necesidades del estudiante, ejemplo de esto es la acomodación, en la que se realiza un modificación de un texto y la individualización, que se refiere a transformar el plan de estudio de acuerdo al proceso del estudiante.

3. La colaboración por encima de la competencia: darle protagonismo a la colaboración permite potenciar el proceso de aprendizaje. Para Vygotsky (1977), la zona de desarrollo próximo hace referencia a la distancia entre el nivel real de desarrollo, determinado por la capacidad de resolver un problema, y el nivel de desarrollo potencial, determinado a través de la resolución de un problema. En este proceso es fundamental fomentar la guía de un adulto o la colaboración de un compañero.

4. La función del diagnóstico: desde un enfoque tradicional, el diagnóstico permite definir y conocer lo que le sucede a una persona, pero, aunque puede ser una herramienta muy útil, con él se corre el riesgo de caer en la estigmatización, y esta a su vez puede convertirse en una razón para discriminar y excluir. El siguiente ejemplo ilustra de manera clara aquello que se debe trascender: “Tres estudiantes A, B y C con buen estado psicológico, con diferentes capacidades intelectuales, diagnosticados mediante un test de inteligencia obtuvieron como resultados superdotación, debilidad mental y retraso leve, los estudiantes que no le dieron importancia a su resultado triunfaron, mientras que el que fue internado por retraso, aún permanece internado” (Zubiría, 2004). Es necesario replantear el manejo que se le da a un diagnóstico, la forma de trasmitirlo y dentro del mismo, la identificación de los recursos que tiene la persona para llegar a desarrollar lo mejor de sí.

5. El maestro como el que “se las sabe todas”: las instituciones y los maestros desde un enfoque tradicional están asociados con la adquisición de conocimiento; por tal motivo se consideran los “poseedores” del mismo, aquellos que tienen la verdad y que tienen como función trasmitirla. Aunque esta noción poco a poco se ha ido cuestionando, aún hace falta comprender, en la labor del día a día, que los maestros son constructores en el proceso enseñanza-aprendizaje; verse de esta manera, permite que la curiosidad, indagación y transformación, tengan un impacto en las prácticas pedagógicas de acuerdo a las necesidades y a las relaciones con los estudiantes. Esto implica estar en constante movimiento y reconocer que el maestro también es un ser humano en expansión que a su vez aprende en ese día a día.

6. La noción de éxito: en el ejercicio de la labor en el aula, alentado a veces por los mismas instituciones o maestros, se corre el riesgo de reforzar el hecho de que la comparación con otros sea el medidor para determinar el éxito de un estudiante. Se tiende a hacer reconocimientos desde los resultados, sin tener en cuenta el proceso, se toman las virtudes de unos para reflejar las carencias de otros, hecho que lleva a alimentar la idea de que “para ser exitoso tengo que ser como…”. Por tanto, además de reforzar el sentido de competencia se invalida la diferencia y se impide que los estudiantes centren su atención en el proceso propio, en su evolución y en su desarrollo.

Acciones que abren caminos

Las siguientes son acciones y propuestas que pueden ser consideradas como una oportunidad para crecer y nutrir ambientes inclusivos, de tal manera que se generen y surjan experiencias de cambio concretas:

Capacitar a los docentes en nuevas metodologías: para lograrlo es importante, como punto de partida, saber de qué manera aprenden los niños, conocer sus estilos de aprendizaje e inteligencias sobresalientes. Asimismo, es importante realizar trabajo cooperativo entre los docentes como ejemplo para los estudiantes.

El aula al servicio de la actividad: esta acción abre numerosas oportunidades para adecuar el espacio y la organización en función de la actividad, sacando el máximo provecho a los recursos físicos y espaciales.

Creatividad al servicio del aprendizaje: responder de manera creativa y positiva a la diversidad de los estudiantes.

El uso de la tecnología para facilitar la inclusión: adaptativas, modificar el espacio u objetos para facilitar la interacción (ejemplos: texto a voz, reconocimiento de palabras, predicción de palabras); aumentativas, busca incrementar el estímulo para favorecer las funciones ejecutivas.

Adecuaciones en la evaluación: las evaluaciones deben responder a las necesidades de los estudiantes, el componente cualitativo debe estar presente, con criterios específicos de evaluación, que estén basados en el proceso del estudiante. Este tipo de evaluación permite dar retroalimentación y trabajar con el estudiante aquello que no haya podido solucionar.

Desde la familia: se debe realizar un trabajo con un equipo interdisciplinario, que incluya asesoramiento inicial y posterior con la familia cercana y si es el caso extensa, con el fin de crear de redes de apoyo y asesoramiento para la escolarización.

En Colombia ya existen algunas instituciones que viven la realidad de la inclusión y están recorriendo el camino, con la certeza de la corresponsabilidad en el proceso, la identificación de las barreras para que de esta manera se fomente el respeto por la diferencia y la diversidad como valor.

Marcela Deckers Pinzón, Andrea Del Pilar Barragán

Marcela Deckers Pinzón: Psicóloga graduada de la Pontificia Universidad Javeriana. Andrea Del Pilar Barragán: Psicóloga egresada de la Konrad Lorenz Fundación Universitaria

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