Edición 20Reflexión

Leer literatura para transformarse y transformar

El siguiente texto gira en torno a la reflexión de una literatura que brinda experiencias estéticas y lingüísticas transformando las percepciones de los mundos de los lectores, para posibilitar un acercamiento a diversas representaciones del mundo y la cultura. La autora expone que la atención debe volcarse sobre la formación de lectores de obras literarias y afines que, impulsados por sus lecturas, sean capaces de comprender las lógicas de la comunicación literaria para transformarse y transformar la realidad.

 

Ese individuo que se queda a leer Madame Bovary, les aseguro, es una bomba. ¿Por qué?, noto que me preguntan con la mirada. Porque la realidad, les explico, está hecha de palabras, de modo que quien domina las palabras domina la realidad.Juan José Millás: “A mí, de adolescente, me prohibieron las novelas

Nos preguntamos hoy para qué formar lectores de obras literarias: ¿Será que con ellas los lectores podrían encontrar fórmulas mágicas para resolver las contingencias de esta sociedad con dificultades para repararse a sí misma? o ¿será que su potencial reposa en los logros de los estudiantes en las distintas etapas de la escolaridad? Este tema de la formación de lectores de literatura es complejo si se considera que, a pesar de los esfuerzos de la comunidad académica, aún en muchos contextos se “enseña literatura” a partir de la repetición de períodos, lectura de resúmenes de las obras o lecturas fragmentadas en las que el único objeto de estudio son los personajes, el espacio, el tiempo y el vocabulario.

Esta reflexión gira en torno a que la literatura, en tanto experiencia estética y lingüística, le permite al lector la posibilidad de resignificar y comprender la actividad humana, es decir, se convierte en una manera de insertar al sujeto en la cultura y, por lo tanto, más que la búsqueda de fórmulas mágicas o una cuestionable enseñanza de la literatura, la atención debe volcarse sobre la formación de lectores de obras literarias y afines (cuentos, poemas, novelas, teatro, crónicas, ensayos…) que, impulsados por sus lecturas, sean capaces de comprender las lógicas de la comunicación literaria para transformarse y transformar la realidad.

Muchos descubren el texto literario a los 14 o 15 años; en mi caso, debía leer para la clase de español El Perfume, de Patrick Süskind. Lo que más recuerdo de este libro es la cantidad de olores que una sola nariz podía percibir y la precisión con la que diferenciaba uno de otro. Esa era para Grenouille su manera de conocer el mundo y yo tuve la entrada a él a través del relato. Hoy, por mi experiencia lectora y mi formación profesional, sé que eso que se contaba allí era posible por el entramado construido a partir de las descripciones como recurso narrativo y que estas pueden ser mu- cho mejores, más verosímiles, descripciones que se transforman en invitaciones a pensar en otras cosas tal y como lo viví al leer a Papa Goriot de Balzac, y llegar a sentir desagrado por el tipo de sociedad francesa recreada en la obra, un desagrado que iba más allá de los olores pues estaba atravesado por la reflexión y los cuestionamientos.

En mi adolescencia, no me preocupaban las descripciones como recurso, lo único que quería era saber qué iba a pasar con Grenuille, ese ser humano que a mi parecer era producto del desprecio al que fue ex- puesto desde su nacimiento. Lecturas como estas u otras —para no transgredir con el ejemplo anterior lo que Daniel Pennac defiende como el derecho a leer cualquier cosa— le abren las puertas al lector para que conozca, ame, sea fuerte, se enfurezca, se entristezca, se le activen los sentidos y, ¿por qué no?, se haga preguntas. Esa es la experiencia estética, una experiencia sensible que le posibilita al lector un diálogo con la obra en el que confronta sus propias percepciones para confirmarlas o replantearlas posibilitando su acercamiento a diversas representaciones del mundo y la cultura.

Esta experiencia estética o también llamada estética de la recepción es una perspectiva teórica que busca privilegiar al lector, entendiendo que este al entrar a la obra literaria en todas sus dimensiones, sumergiéndose en ella como un espacio, como un acontecimiento, como un encuentro, como un acto creador y sobre todo, como la posibilidad de recreación de la obra misma en la conciencia de quien lee para posibilitar una transformación en la que el lector construye sus propias respuestas frente al texto literario. Lo anterior, no significa que quien lee interprete cualquier cosa, significa que el lector puede iniciarse en las lógicas del discurso para poder llegar a dos de las dimensiones que componen el texto si la lectura se hace con rigor y profundidad: la dimensión de las representaciones, en las que podrá leer cómo se construyen las diferentes convenciones de los sistemas de sentido que pertenecen a una cultura, una época o tradición; y la dimensión intertextual.

Lo interesante de este intercambio es que el lector también llega al texto con las mismas dos dimensiones, puesto que en su configuración tiene una representación del mundo en el que vive y es en sí mismo el encuentro de los diversos textos de la época y de los textos a los que haya llegado ya sea por medio de la escuela o por cuenta propia, es decir, el lector posee, como lo diría Umberto Eco en su Lector In Fabula, una competencia enciclopédica basada en datos culturales aceptados que entra en confrontación con la propuesta de la obra. Mery Cruz en su artículo Leer literatura… Enseñar literatura De la estética de la recepción a la didáctica de la literatura, cita a Wolfgang Iser para afirmar que estas dimensiones del lector y de la obra son repertorios que al encontrarse determinan la reciprocidad del lector en la interpretación: “Cuando se reproduce lo conocido, lo ya dicho la participación es estrecha, de lo contrario, cuando la coincidencia se acerca al grado cero, habrá una amplía y activa participación del lector/a” (2010, p. 132) dicha activación hace posible un desplazamiento tanto cognitivo como axiológico e ideológico que lleva al lector a consolidarse en un ciudadano, crítico, consciente y ojalá, consecuente.

Ahora bien, concebir al texto literario como una experiencia lingüística implica poder reconocer en la lectura de las obras un encuentro con diferentes aspectos de la lengua que no son exclusivos de la literatura. Dicho en otras palabras, es un encuentro con los recursos retóricos que están vivos en la pragmática y que en la literatura están al servicio de la construcción de un universo. Lo anterior, no significa que el encuentro con el texto tenga que ser para el abordaje exclusivo de los aspectos lingüísticos; no obstante, el lector podrá descubrir que hay muchas maneras de nominar, de decir, de hacer humor, de ironizar, de jugar y, en últimas, lograr comprender que las palabras tienen una carga simbólica potente. A propósito de lo anterior, hay un libro álbum que se llama La gran fábrica de las palabras, de Agnes De Lestrade, que es una buena ilustración de estas ideas, ya que cuenta la existencia de un lugar en el que para poder hablar hay que comprar las palabras y éstas son muy costosas. No todos tienen el dinero para poder llevarse las palabras que quieren decir, así que, los más pobres recogen aquellas que se encuentran en la basura o las que atrapan en el viento con cazamariposas. Para no entrar en muchos detalles, lo que más me interesa señalar de la historia es que su protagonista, Tomás, está enamorado de Alma, y su regalo de cumpleaños son tres palabras que había guardado hace algún tiempo. Las palabras son cereza, polvo y silla. Alma se pone muy feliz y le agradece a Tomás con un beso. Al final, Tomás decide darle a Alma una última palabra que tenía guardada solo para una ocasión especial, la palabra era “más”. ¿Qué ocurre cuando un texto de este calibre llega al lector? Pues que es inevitable la reflexión sobre el valor del lenguaje para comunicarnos, sobre las limitaciones que algunos tienen para acceder a él, por ejemplo, a través de la lectura, y sobre todo, que ninguna palabra es simple. Eso, es lo importante al considerar la literatura como experiencia lingüística. Ninguna palabra es simple e ingenua.

Leer literatura como experiencia estética y lingüística demanda entonces un tipo de lector cuya formación depende, en su mayoría, de sus experiencias de lectura. Llegado a este punto, es importante considerar que Colombia aún tiene muchas tareas pendientes para lograr consolidar un hábito lector entre sus habitantes, por tal motivo, es necesario que la escuela sea la mediadora para llegar a este propósito. Gustavo Bombini en su libro Reinventar la enseñanza de la lengua y a literatura analizando el caso argentino, plantea que hay que hacer una reflexión que lleve a la trasformación de los currículos escolares en la que tanto al estudio de la len- gua y la literatura se le otorguen el lugar que real- mente le corresponden. En el caso de la literatura el autor dice que:

Es necesario apostar hoy a reinventar la enseñanza de la literatura, a recuperar un espacio curricular en el que sea posible reconocer a esa disciplina escolar Literatura a partir de presupuestos teóricos consistentes, de contenidos culturales significativos, de una propuesta de lectura y escritura (ficcional y crítica) en la que tengan lugar las identidades culturales de los sujetos que se encuentran en el aula, entendida esta como un ámbito para un encuentro intercultural (2006, p. 70).

La afirmación del profesor Bombini es un llamado a pensar el lugar de la literatura en la educación básica y media colombiana, a reflexionar acerca de los retos que supone la formación de lectores por medio de la literatura en las aulas. Dicho de otro modo, seguir avanzando en el desprendimiento de una enseñanza cuyo énfasis ha sido la historiografía, los análisis estructuralistas y el sometimiento lingüístico, para darle paso a una educación literaria en la que se redefinan los conocimientos teóricos que son necesarios para una didáctica que posibilite el diálogo entre las necesidades de las comunidades, el proyecto educativo, la cultura y así, como lo plantea Teresa Colomer en su texto La didáctica de la literatura: temas y líneas de investigación, se logre permear la ciudadanía y la construcción cultural de los sujetos.

Según lo dicho, es posible pensar que la lectura literaria ubica a los sujetos en las diferentes maneras como los seres humanos hacen frente a las situaciones de la vida, puesto que las obras ponen de manifiesto un espacio axiológico en el que se construyen y negocian valores. Louise Rosenblatt en su texto La Literatura como Exploración plantea que un lector principiante vincula sus experiencias de vida y su lenguaje al lenguaje y las experiencias que encuentra en el libro para poder interpretar. Un ejemplo de lo anterior fue un proyecto de lec- tura literaria y de escritura desarrollado con estudiantes de grado 7°, en el colegio público Agustín Nieto Caballero, sede Marino Rengifo Salcedo ubicado en el barrio Villa del Sur de la ciudad de Cali. Leyeron el primer libro de la trilogía Los Juegos del Hambre, de Suzzane Collins, y se les propuso escribir una columna de opinión en la que expresaran su punto de vista sobre un conflicto representado en la historia y que, a su vez, estuviera relacionado con una situación de la realidad.

Uno de los estudiantes tomó una escena del libro en la que la protagonista era llevada en contra de su voluntad a un juego en el que debía matar a otros para poder vivir. Esto lo relacionó con las negociaciones en La Habana afirmando que aunque le parecen una posibilidad de que la guerra termine, las víctimas de la guerra aún seguirán siéndolo porque les vulneraron el derecho a vivir, de la misma manera como lo hicieron con los personajes de la historia. Al final, el estudiante concluye que a pesar de no estar muy contento con el acuerdo, invitaba a la gente a votar por el Sí en el plebiscito, aprobatorio de los acuerdos, porque lo más importante tenía que ser el respeto a la vida.

Durante la lectura del libro se establecieron diálogos con otros textos, tales como apartados de la novela de George Orwell 1984, la película The Truman Show y fragmentos de realities producidos en Colombia. Posteriormente, se llevó a cabo el proceso de escritura de la columna de opinión, en la que se exploró su uso en los medios y cómo los ciudadanos pueden recurrir a este formato textual para manifestar lo que piensan sobre un asunto de actualidad determinado. En este caso particular, la voz del estudiante en su columna puso de manifiesto una reconstrucción semiótica de su mundo y de sí mismo suscitada por la lectura de la obra y de la realidad política que atravesaba el país en ese momento. Esta experiencia del aula muestra lo que Rosenblatt plantea sobre la interpretación como resultado de la relación entre las experiencias propias y las experiencias representadas en el texto literario. En el caso del estudiante, su escritura dejó ver que la lectura de la obra le propició la oportunidad de construir juicios de valor, tanto de los conflictos de la historia, como de los conflictos de su realidad cercana.

Delia Lerner, en su texto Leer y escribir en la escuela: Lo real, lo posible y lo necesario, hace énfasis en los retos que tiene la escuela alrededor de la lectura y la escritura. Si bien es cierto, no se centra exclusivamente en lo literario, la autora reflexiona sobre la necesidad de propiciar escenarios que acerquen a los estudiantes a realizar diferentes aproximaciones a las prácticas de lectura y escritura, tanto para encontrar su relevancia en el desarrollo de proyectos personales, como para que vean en ellas instrumentos que les permiten (re)pensar el mundo y ejercer sus derechos: “Lo necesario es preservar en la escuela el sentido que la lectura y la escritura tienen como prácticas sociales para lograr que los alumnos se apropien de ellas y puedan incorporarse a la comunidad de lectores y escritores, para que lleguen a ser ciudadanos de la cultura escrita.” (2001, p. 27).

Entonces, ¿para qué formar lectores de literatura? Vivir en un país como el nuestro y en una época tan compleja hace urgente que quienes trabajamos en las aulas nos comprometamos a propiciar espacios para la sensibilidad, para la construcción de otros ambientes, tiempos y lenguajes por medio de la lectura literaria. Lenguajes más amables, que lleven a los lectores a reflexionar sobre lo que les rodea, a descubrirse, a repararse, a reparar a los otros, a situarse más allá del placer de leer, a usar las palabras adecuadas en los momentos pertinentes… Se trata de formar sujetos muy conscientes de la participación y la responsabilidad que tienen en el funcionamiento de la democracia.

La lectura literaria ubica a los sujetos en las diferentes maneras como los seres humanos hacen frente a las situaciones de la vida, puesto que las obras ponen de manifiesto un espacio axiológico  en el que se construyen y negocian valores.

Diana Carolina Rodríguez Orbea

Licenciada en Literatura, magíster en Lingüística y Español de la Universidad del Valle, docente en Universidad Autónoma de Occidente Cali y en educación secundaria.

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