Edición 14Reflexión

La poesía en la infancia

Piedad Bonnet, profesora de la Universidad de los Andes y escritora, nos relata cómo la poesía llegó a ser parte fundamental en su vida. También expone la forma como este género literario es el que despierta la mente de los niños de diferentes e increíbles maneras.

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Tuve una mamá que fue maestra algunos años y que se retiró del trabajo para cuidar a sus hijos. Yo fui la mayor, y entre las muchas actividades a las que mi mamá acudía para entretenerme estaba la de hacernos memorizar pequeños poemas infantiles. Así fue como me encariñé poco a poco con la poesía. Mi padre también decía a veces poemas en voz alta, casi todos de poetas colombianos y españoles, y recuerdo que me encantaba oír fluir la música de los versos, descubrir las rimas, y aquella manera mágica en que se ensartaban en su boca las palabras, algunas de las cuales no entendía: “Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, érase una nariz sayón y escriba…”.

Pero entender no era lo importante, sino lo que mi imaginación iba creando a partir del poema de Quevedo. Porque nada tiene más vivo un niño que la imaginación, esa facultad que tristemente vamos perdiendo cuando no se incentiva, cuando la educación impone a las pequeñas mentes el peso de una lógica cartesiana que nos va sumergiendo, como una piedra al cuello, en el mundo de las causas y los efectos; y se olvida de hablar de lo imposible, de lo metafórico, de lo absurdo, de lo hiperbólico. La poesía es juego de lenguaje, es música, es misterio, y también pequeñas historias con las que se puede conmover a los niños, hacerlos reír y reflexionar.

El lagarto está llorando. La lagarta está llorando. El lagarto y la lagarta con delantalitos blancos. Han perdido sin querer su anillo de desposados. ¡Ay, su anillito de plomo, Ay, su anillito plomado!

Un cielo grande y sin gente monta en su globo a los pájaros. El sol, capitán redondo lleva un chaleco de raso. ¡Miradlos qué viejos son! ¡Qué viejos son los lagartos! ¡Ay, cómo lloran y lloran, Ay, ay, como están llorando! “

Son los versos de García Lorca, y leerlos en voz alta al niño que va a dormirse tiene que despertar en su mente muchas sensaciones e imágenes. Pero sobre todo, lo inicia suavemente, con placer, en el lenguaje que se resiste al análisis racional, que transforma la realidad para hacerla más vívida, menos gris, más llena de sentido. Los poemas y canciones que uno aprende de niño jamás se olvidan. Nos acompañan como una huella indeleble de los ratos placenteros. Y nos permiten, como padres y abuelos, darles a nuestros niños un retazo de eso tan nuestro, tan entrañable

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